INVENTARIO GENERAL DE LOS INSULTOS

H


Habló el buey y dijo mu. Entre los necios eminentes existen, desde tiempos clásicos, los que por no haberse manifestado nunca pasaron por discretos, pero que en cuanto abrieron sus bocas engrosaron de manera automática las filas de los ignorantes. De entre ellos destacamos al individuo a quien se refiere el dicho: Habló el buey y dijo "mu". La frase es antigua, pero cobró popularidad en el siglo XVIII, con el poeta madrileño Juan Bautista Arriaza, quien la comentó como sigue:

Junto a un negro buey cantaban
un ruiseñor y un canario,
y en lo gracioso y lo vario
iguales los dos quedaban.
"Decide la cuestión tú",
dijo al buey el ruiseñor.
Y metiéndose a censor
habló el buey y dijo "mu".

Hay que recordar aquí la inmerecida fama de bobo que este animal ha tenido desde tiempos lejanos. Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua (1611), cree que de la voz latina bos, bobis = buey, derivó nuestro término castellano "bobo". Se pensó siempre que este animal era de tardo entendimiento y poco discurso.

Hacha. Ramera, fulana, maleta. Es voz de germanía, seguramente formada a partir del masculino hacho, rufián o chulo que la acompañaba; en la lengua de los gitanos, el caló, significa ladrón. Despoblado está el bureo; desierta queda la manfla; la jacarandina, triste; y sin abrigo las hachas.

Hacino. Miserable, desgraciado y mezquino; persona amargada y parapoco; avariento, egocéntrico y egoísta. En cuanto a su etimología, deriva del árabe hazin = triste. Fue insulto muy corriente en el siglo XV, de uso generalizado en el Cancionero de Baena y autores dramáticos como Bartolomé Torres Naharro y Lucas Fernández, quien lo emplea así, en sus Farsas y Eglogas:

...aquel que se tiene en poco
es semejado por loco,
por astroso y por hazino.

Juan de Valdés, en su Diálogo de la Lengua (primer tercio del siglo XVI), hace este uso del término: "...en casa del hazino más manda la mujer que el marido". Garcí Sánchez de Badajoz, a finales del XV, escribe:

Si bien miráis arredor
y notáis aquella cuenta,
todo animal se contenta
con su pielle y su color.
Sólo el hombre, más hazino
que todos los animales
sayales sobre sayales
y aun no guaresce el mezquino.
Es voz en olvido, a pesar de la vitalidad que tuvo antaño.

Hampón. Sujeto bravo y fanfarrón, que se ocupa de asuntos turbios y cuyo modus vivendi no está claro; matón que vive de las mujeres. En la novela de Francisco López de Ubeda, (1605) La Picara Justina, su protagonista se expresa así: "Como el bellacón oyó que yo le hablaba de lo de venta y monte, y que yo había tomado el adobo de la hampa que él practicaba, le pesó de verlo".
          Antonio de Solís, en sus Poesías, emplea el calificativo en este modo: "¡Aquél si que era galán, airoso, hampón y alentado...!".
          Cervantes, que en su novela ejemplar Rinconete y Cortadillo describe de manera realista y desenfadada la baja vida de su tiempo, dice acerca del sombrero de Monipodio, el gran valedor de pícaros, rufianes y truhanes, que "era de los del hampa, campanudo de copa y tendido de falda". Es término que al principio se debió aplicar a rufianes y matones de taberna, chulos de mancebía y espadachines de alquiler.


Haragán.
Perezoso, holgazán, que rehuye el trabajo; persona ociosa, con tendencia a vivir de mogollón, y a explotar a los demás. Empleaba el término López de Yanguas en su Diálogo del mosquito, editado en Valencia en 1521, donde se lee:

Ninguno no come si bien no lo gana
(...) Yo hallo que tiene Natura razón,
pues no le contenta la gente haragana.

Es de probable etimología árabe, de la voz faraga = ociosidad, de donde también desciende, según me comunica don Manuel Celdrán Gomariz, el término valenciano fargandán, utilizado en una zona con epicentro en Alcudia de Carlet, junto a Valencia, donde significa "gandul, vago, ocioso, que hace ascos al trabajo, y se esconde de él"; tanto es así que hasta un viento arremolinado que afecta cíclicamente la comarca recibe el nombre de "buscafargandans", debido a que los holgazanes huyen de este viento molesto que parece perseguirles hasta donde se refugian para gozar de su ocio. Covarrubias, con etimología equivocada, define así el término: "...Holgazán, flojo, perezoso, tardo en lo que le mandan hazer, lo qual haze con desgana y murmurando o refunfuñando. Es nombre arábigo de raíz hebrea, del verbo ragan, murmurar; cosa propia de ruines criados o peones y jornaleros reçongones".

Harón. Haragán, vago; sujeto lerdo y perezoso que se resiste a trabajar. Es voz ofensiva de antiguo uso en castellano. Con "f-", "farón", aparece en el Libro de los Caballos, del siglo XIII. Es de uso normal en la Edad Media y Renacimiento, siempre con tintes negativos. Pedro Espinosa, (primer tercio del siglo XVII) cita la voz "harón" entre las palabras malsonantes, ofensivas y vulgares que un hidalgo o persona de bien no consiente se le diga. Fray Luis de Granada, (mediados siglo XVI) dice de los individuos desafectos al trabajo: "Son como los mozos harones, que si no los ahilan delante van refunfuñando a los mandados". (Véase también "haragán" ).

Hazmerreír. Persona que por su figura ridícula y porte extravagante hace reír a los demás; payaso, bufón; mamarracho que sirve de diversión. El famoso predicador del siglo XVI, Basilio Ponce de León, utilizaba así el término: "Sacó en limpio que era un despojo del tiempo, y un hazmerreír de la fortuna". Y el autor de Fray Gerundio de Campazas, ya en el XVIII, el Padre Isla, usa así el término: "... fue el hazmerreír mientras la comida, y aun todo el resto del día y de la noche". Es voz compuesta, del verbo hacer en presente de indicativo (no de imperativo), más el pronombre de primera persona seguido de infinitivo. Se utiliza a menudo en el ámbito de la familia. Como insulto, va cayendo en desuso.

Hediondo. Del latín foetibundus = que hiede o apesta arrojando de sí un olor nauseabundo; hedentinoso, fétido. En el archipiélago canario se aspira la h-: "jediondo". Por derivación del sentido se dice de quien en su trato y conducta resulta insufrible, inaguantable, repulsivo; persona torpe y obscena, sumamente procaz y deslenguada, a cuyo comportamiento une aspecto desaliñado y sucio; sujeto intolerable y en grado extremo molesto y coñazo. Covarrubias define así el término en su Tesoro de la Lengua (1611): "...el hombre enfadoso que de mal acondicionadillo no ay quien le sufra". Es voz de uso muy antiguo en castellano; Gonzalo de Berceo la emplea en los Milagros de Nuestra Señora, del primer tercio del siglo XIII:

Yo mesquino fediondo que fiedo más que can,
can que iaçe podrido, non el que come pan...


Hijo(de)puta.
Hideputa, fijoputa. Es término con el que se afrenta a quien de hecho es hijo bastardo, ilegítimo o espurio, recordándosele sus orígenes. Fue insulto grave, y ofensa que requería satisfacción, y durante mucho tiempo el más violento y soez. En el fuero de Madrid, (1202) aparece la forma femenina "filia de puta" como insulto castigado severamente por las leyes. En diversos pasajes de la literatura áurea, como en el Quijote, el término "hideputa" ya había perdido virulencia para convertirse en exclamación ponderativa sin intención de injuria, en la misma línea en que hoy calificamos con familiaridad y ligereza de "cabrón" a un amigo, en frases exclamativas o de asombro fingido. En uso parecido utiliza el sintagma el autor de la Tragedia Policiana, (mediados del siglo XV), poniéndolo en boca de un personaje popular:
                      "¡Oh hideputa neçio, qué hechizado está con aquella putilla de Philomena...! E juro a los Euangelios no ay mayor rabosa en el reyno...".
A finales del mismo siglo, Juan del Encina, en su Cancionero, hace decir al pastor Bras, dirigiéndose a su colega Lloriente:

Hidesputas, mamillones,
no dexáys
cabra que no la mamáys.

Con valor semejante usa el término Lope de Rueda, en el paso de El ratón manso, donde Sulco, el amo de Leno, dice a éste:
                           ¡Oh, hideputa, perro! ¡Qué diligente mozo! (...) ¿Parécete bien que a estar sin comer en casa, que estuviéramos frescos? ¡Habla! ¿De qué enmudeces? ¿Qué hacías escondido en la pajiza, do el asno...?
     Coetáneamente, Sebastián de Horozco, en sus Representaciones, utiliza el término en tono familiar, sin ánimo de insulto, aunque entre gente baja y de ningún valer. A pesár de usos como éste, festivos, o en son de gracia y broma no quiere decir que hubiera dejado de ser insulto serio, incluso entre pícaros y pilluelos, sobre todo por las connotaciones sociales, y la humillación pública que suponía, más incluso que por el hecho en sí, cosa que al protagonista de la novela picaresca de Quevedo le tiene en su fuero interno sin cuidado, como se ve en el siguiente texto de la Vida del Buscón don Pablos:
                            Todo lo sufría, hasta que un día un muchacho se atrevió a decirme a voces hijo de una puta y hechicera; lo cual, como me lo dijo tan claro -que aún si lo dijera turbio no me pesara- agarré una piedra y descalabréle.
          Agustín de Salazar y Tones, poeta del siglo XVII, en su Cítara de Apolo emplea de esta manera irreverente para con los dioses clásicos, el término:

Hijo de Venus y de sus maldades,
que la veleta fue de las deidades,
y, en fin...: hijo de puta.

Conoció formas abreviadas, para quitar hierro a lo grueso de la frase: "ahijuna" = hijo de una puta; o el "juepucha, hijueputa" argentinos. La propia violencia del insulto ha hecho necesaria la creación de paliativos eufemísticos que quitaran grosor a la injuria: bastardo, hijo adulterino, hijo natural, hijo sacrílego. En otros casos se ha preferido distensión y cierto tono festivo o jocoso, con el que se resta virulencia y veneno a la puta y se traslada al hijo, que es a quien de hecho se quiere ofender, y de quien se ríe el insultante, dejándolo en ridículo y expuesto a la broma: Hijo de condón pinchado, hijo de la Gran Bretaña, de la Grandísima Petra, hijo de la piedra, hijo de su madre, hijo de la chuta, del arpa o de la chingada, hijo de porra, de lapa, de mil leches..., y un larguísimo etc.


Hipócrita. 
Persona que finge o aparenta lo que no siente ni cree; sujeto falso y sinuoso que con su doble faz y simulación constante puede mantener a alguien engañado durante mucho tiempo. En cuanto a su etimología, deriva de la voz neogriega ipocrisis = acción de representar un papel, a su vez del griego hipocrités = actor. Se encuentra ya en el Corbacho, del Arcipreste de Talavera (siglo XV). El musicógrafo Asenjo Barbieri, en su Cancionero musical de los siglos XV y XVI, recoge la siguiente canción anticlerical:

Pues casa d’ arena y palo de ciego,
bordón de romero con brazo gallego,
en fraire tan malo, que de ti reniego,
hipócrita triste y beguino...

Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua, (1611) escribe:
                               Hipócrita (...) propiamente sinifica el representante, porque finge muchos afectos, ya llorando ya riendo, (...) comúnmente se toma por el que en lo exterior quiere parecer santo, y es malo y perverso, que cubierto con la piel blanda y cándida del cordero es dentro un lobo carnizero. Fue término de cierto predicamento en los siglos de oro. Lope de Vega lo emplea así:

¡Qué de hipócritas que roban
honras, famas y dineros,
con unos ojos hundidos
de pensar malos intentos...!

Suele ser término de uso en contextos religiosos, diciéndose de quien finge devoción, contradiciendo sus palabras y rezos con una conducta que no está en consonancia. Mark Twain, novelista  norteamericano del siglo XIX, contaba una anécdota relacionada con cierto financiero de su tiempo, hipócrita notable, quien habiéndole expresado su deseo de ir en peregrinación a Tierra Santa y subir al monte Sinaí para leer en voz alta los diez mandamientos, el escritor le contestó: "Podría Vd. hacer algo mejor: no moverse de su casa, y cumplirlos.. ".

Holgazán, holgón, holgachón. Persona acostumbrada a pasarlo bien con el mínimo esfuerzo. En las Coplas de Mingo Revulgo, (1464) se lee:

Andase tras los zagales
por estos andurriales
todo el día embeveçido,
holgazando sin sentido,
que non mira nuestros males. (...)
Apaçienta el holgazán
las ovejas por do quieren...

Covarrubias define así a este sujeto, en su Tesoro de la Lengua (1611): "El que no quiere trabajar y se anda vagamundo y ocioso". Félix María de Samaniego (segunda mitad del siglo XVIII) utiliza el término en su fábula de la Cigarra y la hormiga:

La codiciosa hormiga
respondió con denuedo,
ocultando a la espalda
las llaves del granero:
"¡Yo prestar lo que gano,
con un trabajo inmenso!
Dime pues, holgazana,
¿qué has hecho en el buen tiempo?

En cuanto a su etimología, es derivado culto del latín tardío follicare, en el sentido de descansar para tomar aliento y recuperar el resuello.


Hortera. 
Con el significado de escudilla o cazuela de madera es voz antigua procedente del latín, escrita en castellano con "f-" inicial en documentos del siglo XI. Para designar algún utensilio de cocina sigue empleándose en el Alto Aragón: "hortera, ortera = cazo de hojalata para la sopa", que posteriormente solían llevar los mendigos para recoger la sopa boba en los conventos o en las puertas de los cuarteles. El que fuera útil inseparable del pícaro en sus correrías, hizo de él emblema del miserable, como más tarde ha pasado con el bote de hojalata, que ha servido tanto para pedir como para recibir la sopa de caridad. Mateo Alemán, en su Guzmán de Alfarache (1599), escribe: "...que pueda traer un paño sucio atado a la cabeza, tijeras, cuchillo, lesna, hilo, dedal, aguja, hortera, calabaza, esportillo, zurrón y talega".
     En uso metonímico se llamó "hortera" a quien utilizaba la escudilla, lo que equivalía a llamar al sujeto en cuestión "pobre desgraciado, ridículo". No sólo el pícaro, también el hidalgo venido a menos recurría a la escudilla, que escondía entre sus pobres ropajes. El carácter insultante actual del término se originó como apodo que se daba en Madrid a los dependientes de mercería y mancebos de farmacia; acepción con la que aparece en el Diccionario Castellano con las Voces de Ciencias y Artes, de E. Terreros (siglo XVIII). La naturaleza del apelativo pudo deberse a la insignificancia social de los dependientes. Otros piensan que se les llamó así porque para mezclar los ingredientes de las recetas se utilizaba una tortera de barro, Ramón de la Cruz utiliza así el término:

-Por defender al hortera
ha sido esto.
-Pues a él:
que lo paguen sus orejas.
Bretón de los Herreros, presenta así a uno de los del gremio:

Atravesado en un mulo
a Madrid hice mi viaje:
me recibieron de hortera
en la casa que ya sabes...

El Duque de Rivas, coetáneamente, en Tanto vales cuanto tienes, pone estos versos en boca de doña Rufina:

No fuera malo que yo
a un horterilla quisiera
por yerno. ¡Bueno estuviera...!
¿Quién tal cosa imaginó?

Los libretistas de zarzuela, y algunos novelistas del 98, como Pío Baroja, usan el término para referirse a los dependientes de comercio, aunque "hortera", como calificativo ofensivo de los de un gremio, había caido ya en desuso. Hoy experimenta un nuevo auge, si bien con cierto cambio semántico, ya que el hortera de nuestros días es persona de mal gusto, ramplona y zafia, aunque adquiriendo una progresiva significación que tiene más que ver con lo vulgar y lo cursi.


Huevón, huevazos. 
Individuo tranquilo, perezoso y torpe, cuya cachaza y escasa energía exaspera a quienes lo rodean; bobalicón; sujeto de reacciones muy lentas, que por nada se inmuta; calzonazos que puede terminar llevando cuernos, eventualidad que no le saca de su aparente arrobamiento y pasmo. Es voz de uso generalizado, aunque de probable origen sudamericano, a pesar de que en Méjico y Nicaragua significa todo lo contrario: persona animosa y valiente.

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