D
Desastre. Calamidad; individuo infausto, que trae consigo desgracias e infortunio; gafe de la peor especie que acarrea sobre quienes se relacionan con él sucesos infelices y lamentables. Es de etimología latina, de las voces dis- + astrum = sin estrella, nacido bajo un mal signo. (Véase "astroso"). También se dice de quien va hecho un fantoche, desaliñado y andrajoso, sucio y malparado; persona rota y desaseada, desastrado*.
Descarado. Sujeto que habla u obra con desvergüenza y frescura, sin pudor ni respeto, y de manera muy descortés. En el Tesoro de la Lengua, (1611) Covarrubias emplea el término en el sentido que hemos apuntado: El atrevido que sin empacho y a la cara habla mal de alguien. El poco conocido, pero gran escritor de mediados del siglo XVII, fray Damián Cornejo, escribe: "Púsose como una víbora, y a muy altas voces empezó a maltratarla llamándole embusterilla descarada".
Hoy se tiende a emplear la perífrasis "tener descaro, mostrar descaro", y cuando se usa el adjetivo se hace apeando la "d" propia del participio: "descara(d)o".
Descerebrado. Que carece de cerebro o ha perdido el juicio; individuo precipitado y loco; tonto. Es acepción moderna, ya que hasta finales del siglo XIX se entendía por tal la persona a quien se le había descalabrado la cabeza de un golpe o una pedrada.
Desgraciado. Que carece de gracia física. Persona desagradable. Se dice también del individuo vil, capaz de cualquier fechoría, que llevado de su inconsciencia suele meterse en líos y problemas incomprensibles y complejos. También se emplea para calificar a quien nunca tiene suerte, e invariablemente tiene mal suceso en todo lo que emprende. Una copla del siglo pasado dice así:
Pensando en ti me dormí,
hermoso cielo estrellado;
desperté y me hallé sin ti...
¡Qué sueño tan desgraciado!
Deslenguado. Desvergonzado y mal hablado; también se dice a los tales "lenguas de hacha, lenguas de víbora, malas lenguas", por lo cortante y áspero de su vocabulario e intención. Fray Luis de León, en pleno siglo XVI, emplea así el término: "...Cual es la subida arenosa para los pies ancianos, tal es para el modesto la mujer deslenguada". En su tiempo, la definición de este tipo de "fresco" era la que da Covarrubias en su Tesoro: "El que tiene mala lengua y de todos habla mal". Hoy tildamos de deslenguado a quien es procaz y de lengua excesivamente libre, más desenvuelta de lo que conviene al trato y costumbres.
Déspota. Persona que trata a los demás con dureza, abusando de su poder, de manera tiránica, particularmente a subordinados y miembros de su entorno más próximo. Procedente del griego despotes = amo, dueño, señor, es término que empieza a utilizarse en España hacia mediados del siglo XVI, en obras del historiador Gonzalo de Illescas, aunque bajo la forma "déspoto": "Esta liga y confederación dio causa de gran temor a muchos de los vasallos de Andrónico, y entre otros al rey o déspoto de Rusia". Con el sentido peyorativo actual su uso es tardío, la primera mitad del siglo XIX, en que la Academia incorpora esa acepción. El poeta Quintana, lo emplea así:
Al furor de vuestros brazos
caiga rota en pedazos
la soberbia del déspota insolente
que a todos amenaza.
Desvergonzado. Que ha perdido la vergüenza. Se diferencia del "sinvergüenza" en que éste no la ha tenido nunca, y el desvergonzado, sí. Es voz de más antiguo uso que aquélla. Covarrubias (1611), escribe:
Ay algunos desvergonçados que con mucha libertad piden lo que se les antoja a los hombres honrados y vergonçosos, los quales muchas vezes no osan negar lo que estos tales les piden; y es lo mesmo que salir a saltear un camino, porque aunque lo pidan prestado no tienen ánimo de bolverlo. (...) quien vergüença no tiene, toda la villa es suya.
Es voz de censura y vituperio que se dirige sobre todo a la juventud, al menos antaño. Cervantes, en el Quijote, echa a menudo mano del término: "Andad (...) churrillera, desvergonzada y embaidora..:". En su libro Filosofía cortesana moralizada, Alonso de Barros escribe, mediado el siglo XVI, a modo de sentencia: "No hay mozo desvergonzado que en el hablar mucho dude". Y un siglo después, el malagueño
F. de Leiva Ramírez de Arellano, utiliza el término en el sentido actual:
Muy largo y mal predicó
cierto religioso un día,
y a una mujer que le oía
mal de corazón le dió (...)
"Pues ¿de qué, (con impaciencia
dijo el padre) aquí le dió?"
y el bellaco respondió:
"De oír a su reverencia".
"Pues ¿cómo el desvergonzado,
(dijo el padre enfurecido)
sabe que es de haberme oido,
aqueste mal que le ha dado?"
A lo cual el hombre así
le respondió en un momento:
"Yo lo sé porque ya siento
que me quiere dar a mí".
Dompedro. Orinal o bacín para debajo de la cama, donde se hacían los excrementos mayores. Por extensión, pobre diablo; donnadie.
Dompereciendo. Pobre diablo, zascandil que hace ostentación de grandes riquezas siendo un pobretón. (Véase también "don", como insulto).
Don, doña. Es fórmula del tratamiento cuyo uso antifrástico, o empleo en sentido irónico refuerza el insulto. Con retintín empezó a darse este tratamiento de respeto a quien a todas luces no lo merecía, con la intención de hacer mofa. Este uso se documenta en la literatura medieval. Gonzalo de Berceo en la Vida de Santo Domingo de Silos, o en los Milagros de Nuestra Señora trata de "don" tanto a un fraile como al diablo para zaherirlo y hacerle burla:
Dijo y Santiago: don traidor palabrero,
non vos puet vuestra parla valer un mal dinero.
Y en El Conde Lucanor, Don Juan Manuel pone en boca de un moro recien casado las siguientes palabras dirigidas a su caballo: "¿Cómo, don Caballo, cuidades que porque non he otro caballo, que por eso vos dejaré, si non ficiéredes lo que vos mandase?".
El mismo uso se hace del "doña" en las Coplas del huevo, de Rodrigo de Reinosa (siglo XV):
Para esta doña bellaca,
doña puta reputada,
mala hembra, almatraca,
mal hecha como patraca...
En el paso de Lope de Rueda Los engaños, un personaje le dice a otro: "Aguardad, don asno"; y en el El rufián cobarde, se lee: "Dejémonos de gracias, don bruto, andrajo de paramento; y vos, don ladrón, tomad vuestra espada...". En El Corbacho, del Arcipreste de Talavera (siglo XV), Fortuna llama a Pobreza "doña villana"; y Pobreza trata a Fortuna de "doña loca engrasada", y tras una pelea, en la que vence Pobreza, ésta añade:
"Doña traidora, no es todo delicados manjares tragar... doña falsa mala, no es todo en cama delicada folgar...".
Se llegó a tal grado de abuso del "don" que en el Tratado de Nobleza del religioso P. Guardiola, (siglo XVII) se constata esta práctica en chulos de mancebía y fulanas de burdel. En el Quijote, el Barbero llama a Sancho "don Ladrón"; Don Quijote se dirige al leonero llamándole "don Bellaco". Es uso propio de las novelas de caballerías. El Renacimiento había puesto en el ánimo de la gente un deseo de superación que a menudo se quedaba en estos usos esperpénticos. Quien podía se compraba la merced de poder llevar "don". En 1644 costaba este privilegio doscientos reales, y el doble si se quería que el hijo lo heredase. No sorprende que Quevedo, en La visita de los chistes, escriba: "...en todos los oficios, artes y estados se ha introducido el don en hidalgos y en villanos. Yo he visto sastres y albañiles con don".
Se llegó a tal extremo en el uso de los tratamientos que se devaluaron. Desde Berceo al siglo XX se ha dado el título a lavanderas y dioses; a reyes y santos; a los meses del año y a las fiestas; a alimentos y monedas; a moros y judíos. A una monja vieja que atendía el torno en un convento de Madrid, llamaba un familiar mío "sor doña Consuelo del Santísimo Coñazo". Tal ha sido la profusión y abuso que lo que nació para distinguir acabó siendo insultante.
Dondiego. Cualquiera; donnadie. Pudo haberse dicho por el nombre de la planta de jardín que abre sus flores al anochecer y las cierra al salir el sol. El dondiego, presume y fanfarronea cuando nadie puede comprobar la verdad de sus fantasmadas, y guarda silencio cuando alguien en la concurrencia puede descubrirlo.
Donillero. Fullero; tramposo en el juego. Procede del diminutivo de "don": regalo, dádiva, donillo. Vicente Espinel, en su Vida del escudero Marcos de Obregón (primer tercio del siglo XVII) utiliza así el término: "Eran de un género de fulleros, que entre ellos llaman donilleros". Para embaucar a las víctimas las agasajaban primero, ganaban su confianza, y una vez en casa, bien bebidos y entretenidos todos, los desplumaban haciéndoles mil trampas. Llamar a alguien así fue insulto grave en su momento, ya que equivalía a tramposo, bellaco y ladrón. Ante ofensa de ese pelaje se sacaba raudo las espadas. Hoy es voz desusada. Su equivalente sería "trilero", pero éstos no utilizan naipes, sino el trampantojo de los cubiletes.
Donnadie. "Mal se aviene el don con el Turuleque" era expresión que solía añadirse al calificativo humillante de donnadie, por no decir bien en gente de poca calidad el uso de títulos, o presumir de dignidades, pues mal se lleva el "don" sin el "din". (Véase también la voz "don").
Dundo. Tonto; sonado; tontonazo. Es voz muy extendida en Colombia y América central. Su uso en España lo fue como sinónimo de tullido y loco: "dondo".
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