INVENTARIO GENERAL DE LOS INSULTOS

B


Babieca, estar en Babia. Algunos quieren que el origen de la expresión sea italiano, en cuya lengua el término expresivo bobbia tiene que ver con el hecho de comer la sopa boba, situación de marginación y desamparo. No parece que sea así, ya que fue insulto empleado por Gonzalo de Berceo (principios siglo XIII), en su Vida de San Millán, donde pone en boca del diablo las siguientes palabras:
 
Aun agora quieres fer otro poblamiento:
bien me ten por babieca si yo te lo consiento...

Babieca es quien habita en Babia, aunque Covarrubias en su Tesoro de la Lengua Castellana (1611) escribe: "... al hombre desvaído, grande, flojo y necio suelen llamar babieca por el sonido, con la alusión a bobo".
"Estar en Babia": habitar esa región leonesa; sujeto que anda siempre embobado. José María Sbarbi, en su curioso Florilegio de refranes, (finales del siglo XIX) asegura que Babia es el país de los tontos, pero no afirma que se trate de la Babia leonesa. Y el erudito Manuel Milá y Fontanals escribe que los habitantes de Babia pasaban por ser gentes de cortos alcances, a quienes se atribuyeron costumbres ridículas, como la de secar velas al humo, pescar la luna reflejada en el agua, o segar el trigo con escalera. El hecho de ser región montuosa hacía pensar a los habitantes del llano que los de Babia segaban de tan estrambótica manera. De hecho, la noticia venía ya dada en una obra de teatro menor del siglo XVI, de Velázquez de Velasco, titulada La Lena, donde se lee al respecto de cierto individuo muy tonto: "Este es sin duda de aquellos que cuentan de la tierra de Babia, donde los trigos se siegan con escalera". Cree el citado José Mª Sbarbi que Babia puede ser una derivación de la voz "baba", y sería el país o conjunto de los tontos de baba. Esta visión nos lleva a otras disquisiciones históricas muy lejanas en el tiempo. La alusión a los bobos o tontos a quienes se les cae la baba es frecuente en la literatura medieval. En su Libro de Buen Amor (primer tercio del siglo XIV), Juan Ruiz utiliza voces como vaboquia = orgullo desmedido y altanero, propio de quien tiene escaso seso. También se puede leer en los Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo (principios del XIII), o en el Libro de Alexandre, de finales del mismo siglo, donde la palabra bavequia alude a los bobos o tontos de baba.
 
Baboso, babosón. Se dice del individuo pegajoso y pesado, que llega a ser sumamente molesto, al adherirse a la vida de uno como la lapa. También se aplica a quien es lujurioso y rastrero, en el sentido de que se le cae la baba, babea ostensiblemente ante el objeto de sus viles y bajos deseos. El baboso es individuo enamoradizo, que se presta a cualquier cosa con tal de realizar la desatinada pasión que, por sus limitaciones, no es previsible que consiga, ya que aquello a lo que aspira está mucho más allá de sus posibilidades reales. Manuel Bretón, autor dramático del pasado siglo, inscribe el término en el siguiente contexto:
 
Señora, me canso
de andar hecho un azacán
galanteando baboso
a mozuelas en agraz...

También se dice del adolescente que presume como persona adulta.
 

Badajo, badajuelo
. Sujeto tonto y necio; persona habladora, que dice cosas sin substancia. El término, de etimología latina aún sin concretar, empezó a utilizarse a principios del siglo XV; en el Cancionero de Baena lo emplea Alfonso Álvarez de Villasandino, entre cuyas poesías se incluye el sintagma "hablador necio" como definición de "badajuelo". De entonces es la costumbre de llamar "badajadas" a las necedades. Bartolomé de Torres Naharro, en su Comedia Himenea, (1516) hace decir a Turpedio, criado del Marqués:

...porque ha diez horas, señor
que andamos por la ciudad
sonando como badajos,
y cogemos poco honor,
a decirte la verdad,
de aquestos vanos trabajos.

Interesante texto el de Juan Rufo, en Las seiscientas apotegmas, a finales del XVI:
 
                Los otros (necios) son badajos: gobiernan, reprenden y pronostican; necios de metal resonante, que escriben y dan consejos, todos sin más razón que la confianza que les nace del no saber hoy más que ayer, infiriendo neciamente de aquí que han llegado al cabo de lo que hay que saber.

Era término muy del gusto popular en tiempos cervantinos, y la forma más común de llamar a alguien "tonto".Covarrubias en su Tesoro de la Lengua (1611) escribe:
 
             ...al necio que sabe poco llaman badajo, porque es gordo de entendimiento, como el estremo del badajo de la campana, contrario del agudo; y por esta mesma razón le llaman porro y majadero.

Badana. Mujer haragana y cachonda, que no puede vivir sin compañía de hombre. Lope de Vega, en su Entremés de la cárcel de Sevilla, pone en boca de un marido moribundo el siguiente parlamento, dirigido a su mujer: "Badana, ¿aún no he salido de este mundo, y das la palabra a otro...?". Puede ser uso figurado de la acepción principal del término: cuero curtido de oveja para forrar otros cueros. En este sentido último se contaminaría del semantismo negativo de pellejo.

Badulaque. Persona de poca entidad y substancia, de escaso fundamento, y razonamiento menguado; cantamañanas; zascandil. Leandro Fernández de Moratín emplea así el término, a finales del siglo XVIII:
 
De galas que no son suyas
adornado se presenta
por el pueblo: ¡badulaque...!

Un siglo después, Bretón de los Herreros lo pone en boca de uno de los personajes de sus comedias: "Es que a mi no se me trata como a cualquier badulaque..: ". Pero el término, con ésta u otras acepciones, se venía empleando en castellano desde principios del siglo XVI.
Cómo se convirtió esta palabra en insulto, no está claro. El badulaque es afeite que las mujeres usaron para el rostro con propósitos cosméticos. El segoviano Andrés Laguna, médico de cámara del emperador Carlos V, llamaba la atención sobre lo pernicioso de su uso. Acepción también antigua del término era el de "chanfaina", guisote hecho con bofes y pulmones bien picados, mezcla insípida y plebeya. Llamóse también así a la reunión de gente airada, hampona y de mala vida. Un entrecruzamiento de esta diversidad de acepciones, todas ellas peyorativas, originó tal vez un tercer significado para el término: "sujeto bullicioso e informal, que se mete en asuntos en los que nadie le ha llamado, comprometiéndose a realizar trabajos para los que no está capacitado". Hoy es voz empleada en Asturias, con el valor semántico de "hombre bajito y gordo, un tanto bobo", mientras que está en desuso en el resto de España, donde antaño tuvo empleo muy vivo. En la Argentina es sinónimo de "persona grosera y torpe"; en Chile, equivale a "bellaco", mientras que en el Ecuador cursa con "sujeto informal y tramposo".

Bajo. Se dice, por derivación del sentido, de quien es vil, mezquino y miserable; sujeto que incurre en bajeza, ruindad o villanía; persona o cosa vulgar, ordinaria e innoble. Jorge Manrique, en las Coplas por la muerte de su padre, emplea así el término:
 
¡Unos por poco valer,
por cuán bajos e abatidos
que los tienen!
¡Otros que por no tener,
con oficios non debidos
se mantienen!

Juan Fernández de Heredia, mediado el siglo XIV, en una composición festiva dirigida A un caballero deudo suyo porque estando con tres señoras le acaeció una desgracia, explicita la naturaleza de aquella desgracia:
 
Nueva nos es llegada
de un pedo corrupto y bajo,
que el mesmo pedo la trajo
viniendo acá de pasada.

El escritor jesuita Pedro de Rivadeneira, del siglo XVI, emplea así el término: "Era (...) hombre de baja suerte y vil, hijo de un carnicero".

Bala. Tarambana; persona alocada. Se dice de alguien que "es una bala perdida" cuando su grado de alocamiento no deja vislumbrar esperanza alguna de recuperación o mejoría en lo que a un comportamiento reglado se refiere. Lo mismo si se habla de "bala rasa".

Baladrón. Fanfarrón y hablador, bocazas que siendo cobarde hace alarde de lo contrario; valentón de garlito y tugurio que presume de guapeza y bravura. Alonso de Ercilla, en su poema épico La Araucana, emplea el término con el significado descrito, en pleno siglo XVI:
 
Sus armas lo dirán, y no razones,
que son de jactanciosos baladrones.

En el XVII, Quevedo, que en su vida real había tenido que vérselas con más de un representante de esta especie, escribe en su Cuento de cuentos: 

"El menor era vivo como una cendra y amigo de hacer tracamundanas, y baladrón".

Y en la primera mitad del XIX, el poeta neoclásico Manuel José Quintana, lo emplea así:

 "¿Que son sino unas sátiras picantes, la una de un baladrón andaluz, la otra más atrevida todavía...?".

En cuanto a la etimología, es latina, de la voz balatro. Se emplea como insulto e improperio desde el siglo XIII, en que aparece como apodo en ciertos documentos leoneses. Como individuo parlanchín, que se expresa con vana elocuencia, usa el término Nebrija, a principios del siglo XVI.
 
Baldragas. Calzonazos; hombre flojo, que carece de energía para imponer su voluntad; sujeto a quien un apocamiento excesivo lleva a la abulia, y del que se abusa. Guarda relación semántica con la voz "baldraque" = cosa sin valor alguno, derivando tanto el uno como el otro término del antiguo juego de damas llamado "la bufa del baldrac", jugado por gente vulgar y de poco valer. En el habla alavesa y de Segorbe, según recogen F. Baráibar, en su Vocabulario de palabras usadas en Álava (1903), y C. Torres Forner, en sus Voces aragonesas usadas en Segorbe (1903), tiene también la acepción de gandul, sujeto de calzones anchos, puerco. El término, con valor insultante, se utilizaba ya en el siglo XVII, como documenta Pantaleón de Rivera, aunque no está claro que se predicara de personas. José María de Pereda utiliza el término en Tipos y Paisajes, en el siglo XIX, con el valor de calzonazos: "¡Baldragas! Pues si das por sentado que hemos de acabar por ahí, ¿para qué quieres el consejo..."?.

Bandido. Persona que en virtud de un bando especial era desterrada y, arrojada de su ciudad y país, condenada al ostracismo; bandolero. Por extensión, individuo que se echa al monte y anda fuera de poblado fugitivo de la Justicia, haciendo daño en los caminos y comarcas de su influencia. Pudo derivar de la voz italiana bandire = proscribir, de donde el verbo castellano "bandir" (principios del siglo XVI). La palabra "bandido" aparece hacia 1516, como forajido (de "fora exido", o "salido fuera del ejido), en documentos que tienen que ver con Italia, país con el que España tuvo estrecha relación de finales del siglo XV a finales del XVIII. Salas Barbadillo, en La ingeniosa Elena, hija de la Celestina,(1612) escribe: 

                        "Al salir sus criados de la raya de Italia les acometieron unos bandidos a despojarlos...".

Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua, (1611) bajo la voz "vandolero" escribe:
 
            El que ha salido a la montaña llevando en su compañía algunos de su vando. Estos suelen desamparar sus casas y lugares por vengarse de sus enemigos, los quales, siendo nobles, no matan a nadie de los que topan, aunque para sustentarse les quitan parte de lo que llevan. Otros vandoleros ay que son derechamente salteadores de caminos, y éstos no se contentan todas vezes con quitar a los passageros lo que llevan, sino maltratarlos y matarlos. Contra los unos y los otros ay en los reynos de Castilla y Aragón gran solicitud para prenderlos y castigarlos.

A mediados del siglo XIX, Quintana utiliza así el término: "Salieron por las serranías de Cuenca al campo de sus antiguas correrías, más con el aire de bandidos perseguidos, que con el de vencedores".
Y el poeta José Zorrilla le da una connotación especialmente dura: 

Si todas vuestras victorias
son como ésta, vuestras glorias
son hazañas de bandidos.

Bardaje. Homosexual aciente, o tomante en el acto sodomítico. Es voz de probable origen árabe, en cuya lengua bardag significa "esclavo", a su vez del persa bardah, con el mismo valor semántico. El término pudo llegar a España por influencia del turco; lo tardío de su aparición en nuestra lengua (primer cuarto siglo XVI) abona esa procedencia. Quevedo emplea la forma actual en La Fortuna con Seso: "Juno enviperida dixo: o yo, o este bardaxe, hemos de quedar en el Olimpo, o he de pedir divorcio ante Himeneo".
El Diccionario de Autoridades recoge también el término hacia 1725. Hoy es desusado, aunque las hablas marginales están recuperando su uso. Barrabás. Sujeto de ruín catadura y condición; persona enredadora y mala. Es nombre del malhechor judío, indultado para poder condenar en su lugar a Jesús, de nombre Bar Abbás. Como calificativo insultante se utiliza ya en el siglo XVII. Dos siglos después lo utiliza Bretón en sus comedias:

Don Miguel es el reverso
de la medalla: un perverso,
un bergante, un barrabás.

Barragana. Concubina, mujer que vive amancebada, haciendo vida con un hombre que no es su esposo; querida, mantenida, querindonga. Es una de las voces castellanas más antiguas, de etimología incierta, documentada en el siglo XI, aunque no con el valor de mujer pública, ya que la barragana era fiel al hombre que la mantenía, como las "arrejunta(d)as" de nuestro tiempo (hoy llamadas compañeras). Diego Sánchez de Badajoz, en alguna de sus farsas (principios del siglo XVI), utiliza así el término:
 
Si la quieres por esposa,
o por amiga galana,
o si no, por barragana:
que ella hará toda cosa.

Barriobajero. Habitante de los barrios bajos o arrabales, extramuros de la ciudad, voz de etimología árabe, del término barri = exterior, propio de las afueras. Generalmente estas barriadas, de menestrales primero y de proletarios después, se ubicaban en la parte baja, de ahí que surgieran ciertas connotaciones sociales, por pertenecer sus moradores a las capas humildes. Esta condición convirtió el calificativo en voz ofensiva e hiriente, por ser gente bulliciosa y dada a la alegría que sirve el vino. En el siglo XIX se los llamó "gente de barrio" un tanto despectivamente, de donde el dicho "andar de trapillo, o andar de barrio" para designar a quien iba mal vestido, andrajoso y pobre. (Véase "arrabalero, rabalero").

Basilisco. Persona colérica y airada. Se dijo principalmente en término de comparación con el animal fabuloso al que se atribuyó antaño la facultad de matar con sólo la mirada, creencia de la que se hace eco el autor de las Coplas de Román contra el Ropero, en el siglo XV, recogidas por el recopilador del Cancionero de obras de burlas provocantes a risa:
 
Antón, parias sin arrisco
os cumple que me las déis,
porque estoy tan basilisco
que de verme moriréis.

Luis de Góngora, en un soneto que dedica a la brevedad de la rosa, dice así:
 
Miróla, en fin, ardiente basilisco,
y ofendido de tanta competencia,
fulminando veneno la marchita.

Tirso de Molina, y también los comediográfos del siglo pasado, emplean el término, que ha llegado a nosotros como sinónimo de individuo que tras haber montado en cólera muestra su enojo y enfado sumos, situación que ha dado lugar a la frase "estar alguien hecho un basilisco".

Bastardo. Hijo ilegítimo. Persona o cosa que degenera de su origen o naturaleza; borde. También se dice del individuo ruín y villano. Es voz de etimología francesa y origen incierto, que comenzó a utilizarse en castellano en tiempos de Pedro I, mediado el siglo XIV, apareciendo como aposición a nombre propio en la Crónica de Pedro el Cruel, para referirse al hijo bastardo de Alfonso XI: Enrique (II) el de las Mercedes. Los hijos ilegítimos de noble cuna eran bastardos..., los de baja cuna: hi(jos)deputas.

Basto. Grosero, tosco, falto de refinamiento y pulimento; persona rústica y poco dada al trato cortés y educado; también se utiliza en lugar de cursi. Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua (1611) dice al respecto del término:

           Por alusión dezimos del que se ha criado en el aldea, y viene a tratar con la gente de ciudad o corte, que está por desbastar, en tanto que no pierde su grossería y rusticidad; y assí, hombre basto, hombre grossero, puede venir del nombre griego bastax, el ganapán...

La etimología, sin embargo, no es griega, sino latina. Hoy se aplica tanto a cosas como a personas, aunque como término de comparación: "ser alguien o algo, más basto que..."; hemos tenido ocasión de escuchar, en ambientes nocturnos, entre gente un tanto embrutecida y arrufianada, la siguiente frase:

"Eres más basto que un condón de esparto".

Batueco. Estar en las Batuecas es tanto como vivir en la ignorancia y simpleza más absoluta, tanto que batueco es sinónimo de bobo. Como en el caso de Babia, también las Batuecas son comarca existente en el viejo reino de León. Se trata de un valle entre Salamanca y Ciudad Rodrigo. A sus habitantes se les llamó antaño despectivamente "los beocios de España", voz que equivale a tonto e ignaro. Sobre su atraso corrieron en siglos pasados historias y leyendas. Como a los naturales de las Hurdes, se les suponía cavernícolas, que andaban desnudos. Juan Eugenio Hartzenbusch (mediados siglo XIX), llegó a escribir una comedia de magia titulada Las Batuecas, donde difundía la especie del atraso, incultura y miseria en que vivían aquellos "rústicos batuecos". Se exageraron las cosas. Ni la región fue descubierta en tiempos de los Reyes Católicos, ni estaba habitada por aborígenes salvajes como los hotentotes. Sin embargo, la huella de estos infundios, con algún asomo de verosimilitud, quedó en el lenguaje, consagrándose la voz "batueco" como sucedáneo lingüístico de imbécil.

Bausán. Vale tanto como bobo al que se le cae la baba. Se utilizaba a finales del siglo XV en castellano, en forma masculina; en su forma femenina empleó el término Juan Ruiz, en su Libro de Buen Amor, (siglo XIV). Es sinónimo de estúpido y de sujeto de tardo entendimiento. El origen de la voz, según Covarrubias en su Tesoro de la Lengua Castellana (1611) está en el uso que antaño se hizo de hombres de paja simulando soldados armados, que se colocaban entre las almenas de algún castillo o fortaleza para hacer creer al enemigo que la plaza estaba defendida y dotada de guarnición suficiente para su defensa. Y tal como bausanes se comportan los bobos, que quedan quietos mirando alguna cosa que les llama la atención, mientras les corre la baba de la boca al suelo. La palabra se siente hoy como arcaica; la utiliza así, a mediados del XIX el logroñés, Bretón de los Herreros:
 
Vi aquella cara hechicera
que me tiene hecho un bausán.

Y todos entendían que el rostro de la hermosa mujer lo tenía a él embobado.

Bellaco. Pícaro y marrullero, astuto y sagaz, desagradecido y traidor, que todo lo pone al servicio de su ruín condición con tal de medrar.
   Cervantes utiliza así el término, a principios del siglo XVII:
 
                 ¡Oh hi de puta bellaco, y cómo sóis desagradecido, que os véis levantado del polvo de la tierra a ser señor de título, y correspondéis a tan buena obra con decir mal de quien os la hizo!

Aunque de origen incierto, el término podría provenir por metátesis del catalán antiguo bacallar = hombre de mala vida, término a su vez procedente del celta ¿bacalacos? = palurdo. En castellano lo utilizó el Arcipreste de Hita, en su Libro de Buen Amor (siglo XIV):
 
Preguntaron al bellaco quál fuera el su antojo;
diz: "Díxom que con su dedo que me quebrantaría el ojo;
d'esto ove grande pesar, e tomé grande enojo,
e respondíle con saña, con ira e con cardojo.

Etimología pintoresca es la apuntada por Covarrubias en su Tesoro de la Lengua (1611), quien ve en este vocablo un derivado del término beliahal, de donde se diría "beliaco", y luego vellaco o bellaco. De hecho, la voz hebrea citada significa "cosa inútil y sin valor", siendo asimismo antonomástico del rey del infierno, adorado en Sodoma como dios de los degenerados: Belial, enemigo de Dios, a quien traicionó. Como él, también el bellaco es desagradecido, ruín y traidor. En el paso sexto del Deleitoso, de Lope de Rueda, (siglo XVI) el ladrón Samadel dice a Cebadón: "Tomá, bobo, y decilde a vuestro amo que digo yo que es un grandísismo bellaco".
Casi coetáneamente, Sebastián de Horozco, en su Representación de la parábola de San Mateo, escribe:
 
Dí, vellaco, ¿no comieste
al yantar
hasta querer rebentar?

Y en parecido contexto negativo emplea unas décadas antes el término el autor de Flores y Blancaflor:

  "¡Bellaca, sucia! ¿Quieresme dar enojo (...)? ¿Quieres renovar mis males?".

El término se ha utilizado siempre con el mismo valor semántico, siendo insulto grave cuando se dirigía a persona de condición y respeto, y no entre rufianes o criados, en cuyo caso no valía más de lo que vale hoy llamarse, entre colegas o compinches, tío, compañero e incluso cacho cabrón. Por lo general acompaña como refuerzo mutuo al término "hideputa". Agustín de Rojas, en su Viaje entretenido, (primer tercio siglo XVII) escribe:

¡ Hideputa bellacona!
¡ Cómo tendrá buen jarrete,
y sabría amartelar
los hombres con desdenes!

En cuanto a la etimología, lo expuesto por Covarrubias es seguramente descabellado. También lo es la etimología que dan algunos diccionarios: del latín bellax = pendenciero; o del también término latino pellax = pérfido, embaucador falaz.


Beocio.
Ignorante, tonto; sujeto de pocas luces que a su condición de estúpido une a menudo la de atrevido y osado. Natural de Beocia y perteneciente a esa región de la Grecia antigua. La fama se la dio el clima hostil de esta región griega, fría, húmeda en exceso, recorrida por las nieblas que saturaban la atmósfera, todo lo cual, según los antiguos, explicaba la escasa cultura y cortos alcances de sus naturales. Sin embargo, allí nacieron historiadores como Hesiodo, y poetas como Píndaro, generales como Epaminondas, y sabios como Plutarco. En Beocia se encontraban las ciudades de Tebas, Platea, Tanagra, Aulis, de merecida fama y prestigio en la historia clásica. A ello se superponía el hecho probable de que el nombre de Beocia derive de una voz griega, bous = "buey", por abundar la región en ellos, lo que puede tener algo que ver con la equiparación del beocio con el bobo, aunque hay que reconocer que este macho vacuno castrado era tenido por bestia sagrada en Beocia, a imitación de Egipto. Pero hay más que añadir: a la conversión en insulto de este término de clásica extracción pudo haber contribuido su contaminación, por entrecruzamiento, con la voz "beodo" = borracho, bebido, del latín bibitus, empleado en la forma popular "bebocio", con caída posterior de la bilabial sonora "b" intervocálica. El término en cuestión, que no registran los diccionarios oficiales, ni los etimológicos, se emplea, en niveles muy populares, en la zona del sureste peninsular.

Bergante. Pícaro, sinvergüenza. Es término muy usado en los siglos XVI y XVII en ambientes del hampa, y es jerga de pícaros y truhanes. Quevedo lo emplea en el siguiente contexto: "(Se) vuelve (hacia) la señora, y la dice que ya queda castigado y malherido aquel bergante". Corominas ve el vehículo de entrada al castellano de esta palabra en la voz catalana bergant = cuadrillero, obrero que labora en cuadrilla. Parece que el término procede de la lengua de Oc, donde bregan significó "soldado de fortuna, o mercenario". En cuanto al significado, el castellano "bergante" se aviene con el término italiano brigante, hombre de mundo que está acostumbrado a ir con gente alegre y de pocos escrúpulos. Hoy, el bririamente la voz gótica de la que parecen derivar todos los términos hasta aquí mencionados: brikan. En ese sentido usa el calificativo Bretón, a mediados del siglo pasado.


Berzas, berzotas.
Especie de col grande, del término latino viridia = verdura. Como sinónimo de persona ignorante o necia, pudo haberse dicho por el refrán que Covarrubias atribuye al Comendador Griego: "Vos a las berzas, y yo a la carne". El berzas consiente en tomar la peor parte, dejando a otro la del león. También pudo haber originado por la fama de gente ruín y de zafio comportamiento que tuvieron las berceras, compitiendo de forma airada y poniéndose de chupa de dómine en los mercados. El término forma parte de expresiones y frases hechas en las que suele pecarse de tonto: "mezclar berzas con capachos", que es traer a cuento cosas inconexas, haciéndose un lío y formando un batiburrillo. El dicho surgió en Cáceres, al haber sido preguntado cierto hortelano por sus berzas, y haber respondido aquél: "Mi padre tiene un garbanzal", contestación fuera de propósito, propia del simple. "Cuando no es por berzas, es por hilo negro"; expresión con que se da a entender la insistencia machacona del tonto, que siempre pregunta cosas fuera de lugar.

Bestia. Persona en extremo ruda, y muy ignorante. También se dice del sujeto ruín, de malas intenciones, avieso y taimado. En este sentido, referido al diablo, emplea el término (principios siglo XIII) Gonzalo de Berceo en su Vida de San Millán:
 
Luego que esto disso la bestia enconada,
quiso en el sancto omne meter mano irada,
abrazarse con elli, pararli zancaiada,
mas non le valió todo una nuez foradada.

Sebastián de Horozco, (primera mitad sigloXVI) en sus Representaciones, llama "bestia porfiada" al cabezota y peleón que defiende de manera enconada y fuera de razón su punto de vista; y L. Gracián Dantisco (1582) en el Galateo Español, censura la conducta de quienes maltratan al servicio con el achaque de "bellaco, bestia, no se yo cómo no te rompa la cabeza...", y otras frases insultantes. En su Tesoro de la Lengua (1611) Covarrubias dice: "Bestia llamamos al hombre que sabe poco, y tiene pensamientos baxos, semejante en su modo de vivir a los brutos".
Luis de Góngora, en un soneto que refleja la Villa y Corte, (1588) utiliza el término en su sentido literal y figurado, ambos en el mismo verso:

...damas de haz y envés, viudas sin tocas,
carrozas de ocho bestias, y aun son pocas
con las que tiran y que son tirados.

A finales del siglo XVIII el término gozaba de excelente salud, y se veía bestias por doquier, seguramente porque la época daba de sí para ello. Y más cerca de nuestro tiempo, (finales siglo XIX), Eugenio de Ochoa escribe: "No le parece desgracia que un bestia se esté media hora apaleando a una pobre mujer cargada con un chiquillo y la deje medio muerta".
Desde los orígenes del idioma hasta nuestros días ha tenido el término carga semántica negativa, siendo afrenta que dirigida a persona principal exigía reparación.

Besugo. Imbécil. No recoge el diccionario oficial este valor semántico, sin embargo es de uso muy extendido en la calle, y generalizado en los ámbitos familiares. Pudo decirse de la vieja costumbre de mirar el ojo del besugo en la pescadería para comprobar su grado de frescura, o si acaso estaba pasado. Lo más probable es que provenga de la locución proverbial: "Ya te veo, besugo, que tienes el ojo claro". Con lo que damos a entender que sabemos lo que se propone fulano, por dónde van los tiros de mengano, o de qué pie cojea zutano. Vemos venir al besugo; sabemos de qué va el imbécil de turno.

Bibí. Organo masculino: sonorización ñoña del término "pipí", pene del niño. Solomón Saporta, comentaba el término, que él recoge en su Refranero sefardi en la siguiente frase a modo de consejo arrefranado: "El ojo no es pipí", refiriéndose a los mirones que gozan espiando situaciones o cosas relacionadas con el sexo. De ahí pasó a significar "mirón, persona sorprendida espiando a quienes disfrutan del sexo". En Israel puede escucharse de hablantes de judeo-español, o ladino, la siguiente frase: "Fulanito, siempre con el bibí en el babí". Su origen era que la persona en cuestión, un adolescente, andaba siempre jugando a médicos con las hijas de las vecinas, y que el "babi" era precisamente el órgano femenino, el babil. El término se dice con ánimo de insulto leve en el ámbito de la amistad y la familia. También se emplea con el sentido de persona que enseguida se inflama o calienta sexualmente, cachondo.


Birria.
Persona o cosa ridícula; sujeto informal que falta a la palabra e incumple sus compromisos, sin importarle la propia reputación. Sentido próximo, el de "mamarracho", tiene el "birria" cántabro y leonés, de cuya lengua parece que derivó, siendo la acepción más cercana a la realidad de su significado actual. En su empleo más despectivo y popular se llama así a quien es despreciable más física que moralmente; mierdecilla; donnadie; sujeto de ninguna relevancia social; mindundi.

Bobales. Tontorrón; sujeto necio y bobo, que no tiene malicia, y a quien se engaña con gran facilidad por su ductilidad e inocencia rayana en la imbecilidad. Como el resto de sus hermanos, bobalías, bobalicón, bobarrón, bobote y bobatel, el bobales es un bobo al que caracteriza su aire ingenuo y su incapacidad para reconocer el peligro; es un tonto osado e inconsciente, incapaz de prever engaños, por lo que cae fácilmente en todo tipo de timos, fraudes y estafas. Cervantes emplea el término en algún entremés suyo:

Por vida de los huesos de mi abuela,
doña María-bobales, monda-níspolas,
que no la estimo en un felús morisco.

Bobalías, bobarrón, bobote. Diversa variedad de tontorrones de muy distinta gradación y peligro. El más inconsciente de ellos es el "bobalías", que al hecho de ser tonto une la condición de vivo y bullicioso. Por lo demás, son formas derivadas de manera caprichosa, que despectivamente cargan las tintas sobre la condición de quien recibe el calificativo. Un bobalías es un bobo pasado, un bobo integral. Y en cuanto al bobarrón, es término del gusto del autor de La Picara Justina (1605), para describir la índole y naturaleza del inocente patológico, con su pizquita de mala leche.


Bobalicón.
Aumentativo de bobo. Se dijo de la persona cándida, necia e inocente, que sostiene opiniones e ideas a todas luces erradas, llevado a menudo de su buena fe. Es más tonto que el simple bobo, ya que el aumentativo agrava la condición, convirtiendo al sujeto del insulto en un babieca superlativo o simplón de envergadura. Es término en uso desde mediados del siglo XVII, en que Luis de Góngora lo emplea así:

Que piense el bobalicón
que no hay quien su dama toque...

Alterna con "bobarrón" en las novelas picarescas tardías, y es término corriente en la literatura del siglo XVIII. En el XIX, Mariano José de Larra lo incluye en el siguiente contexto: " Sálgome de casa con mi cara infantil y bobalicona a buscar al público por esas calles".

Bobatel. Modalidad de bobo sólo aplicable al hombre. La frase hecha "al bobatel, cámbiale el papel", significa que estos bobos cuanto dicen o saben lo es de memoria y por lectura, pero que no han llegado a entenderlo, ni han calado en ello, por lo que en cuanto le cambian de asunto se ven perdidos, y muestran su propio saber, que es nulo. He visto el término aplicado a periodistas, especialmente radiofónicos, capaces de hablar durante una hora sin decir cosa alguna que merezca la pena escucharse: "Fulano es un bobatel y un vendedor de peines, que en dos horas de programa no dijo nada nuevo, salvo la hora".


Bobo.
Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua (1611), dice del bobo: "es el hombre tardo, estúpido, de poco discurso, semejante al buey, de donde trae su etimología, porque de bos, bobis se dijo bobo". Etimología errada que corrige Corominas en su Diccionario Crítico: "Bobo, del latín balbus, tartamudo". La palabra empezó a emplearse en castellano hacia finales del siglo XV. Juan del Encina, en su Cancionero, anima así a un pastor simplón:
 
Corre, corre, corre, bovo,
no te des tanto descanso.
Mira, mira por el manso,
no te lo lleven de robo.
Guarda, guarda, guarda el lobo...

Gonzalo Fernández de Oviedo, en el Sumario de la Natural Historia de las Indias, (primer cuarto del siglo XVI) escribe:

                Hay unas aves que llaman pájaros bobos (...) y tienen los pies como los anadones, y pósanse en el agua alguna vez, y cuando las naves van a la vela cerca de las islas (...) se vienen a ellas (...) y se sientan en las antenas y árboles o gavias de la nao, y son tan bobos y esperan tanto que fácilmente las toman (...) y de esta causa los navegantes las llaman pájaros bobos...

Sebastián de Horozco, (primera mitad siglo XVI), introduce variantes despectivas, aumentativas, comparativas en su Historia de Ruth, donde ésta increpa así a su criado: 

"¡Ah, bobazo! Ya, despierta...". Y Nohemí, personaje de la misma representación,añade: "¡Acaba ya, bobarrón, anda, ve...!".

Quevedo trata al bobo de persona sin entendimiento:
 
Eso de casamientos, a los bobos ( ...)
y a los que en ti no están escarmentados;
simples corderos que degüellan lobos.

Agustín Moreto afirma: "nadie se sabe librar de un bobo, sino otro bobo", dando a entender que no hay modo de razonar con ellos; y Calderón de la Barca escandalizándose, exclama:

¡Que haya en esta vida bobos
que mueran por dejar fama
a sus nietos y a sus choznos...!

Era un tipo popular que andaba en refranes y letrillas, en romances de ciego y en coplas como ésta:

Juan se llama mi amante,
nombre de bobo;
Yo me llamo María:
lo tapo todo.

Estaba en el mundo para que de él se hiciese burla, especie de aliviadero para desalmados que en él descargaban sus iras o ensayaban sus gracias. Ver un bobo y despertársele a uno las ganas de zaherirle, todo era una. Juan de Zabaleta, en El fin de fiesta por la tarde, (mediados siglo XVII) escribe:

            Y luego don Zutano (...) añadió muy ponderado que los bobos son como el marisco, que crecen y menguan con las lunas, que con las dichas se hinchan, y con la desdicha se embeben....

Desde tiempos antiguos se sabe que al bobo le cae la baba impidiéndole hablar con soltura; aludiendo a esa circunstancia los griegos emplearon el verbo bobazo = hablar de manera inarticulada, de donde derivó la voz bobaktes = loco. Tal vez debamos ver ahí el antecedente etimológico del término, no siendo necesario recurrir a una formación onomatopéyica (sonido que hace la lengua al sorber la sopa), como cree Corominas. En cuanto a la expresión "de bobilis bobilis", no deriva del ablativo latino "vobis", sino de una latinización de "bobo", con el significado de "obtener algo gratis y sin esfuerzo", y también el de "grangearse alguien alguna cosa a lo bobo, haciéndose el loco".

1. Bobo de Coria. El de Coria es un bobo con historia. No lejos de Montánchez, en Garrovillas, el maestre de Alcántara y su hermano el conde de Coria, en el siglo XV, fueron vencidos por el clavero de la Orden, que tomó la ciudad. Como consecuencia de aquellas banderías, dice la Crónica de la Orden de Santiago, Coria pasó a manos del entonces conde de Alba, en pago de servicios al Maestre. Cuando el de Alba, poseedor de tan exiguo y pobre condado como era el suyo de Alba de Tormes entró en posesión de las ricas tierras de la vega del Alagón, quedó mente captus et balbus (dice cierta carta latina), arrobado, como bobo, tartamudo. Según esto, el primer tonto de Coria fue el conde de Alba (todavía no había accedido al ducado esta familia de principios del XV). Por piruetas de la Historia el título de "bobo de Coria" pasó a uno de los bufones de aquel señor Covarrubias en su Tesoro de la Lengua (1611), asegura ser el dicho popular en su tiempo, y aunque dice desconocer su origen, escribe: 

                "(...) me persuado de que debía ser un discreto encubierto, porque se acomoda a los que debajo de simplicidad y llaneza tratan de su provecho".

El Maestro Gonzalo de Correas, en su Vocabulario de Refranes, cita así al personaje, tenido entonces por legendario: 

               "El bobo de Coria, que burló -violó- a su madre y a sus hermanas, y preguntaba si era pecado".

En otro lugar de la obra se refiere a él diciendo ser llamado bobo "...por bellaco". En cuanto al bobo de Coria, el enano bizco que pintó Velázquez, había nacido en aquella ciudad, de donde el duque de Alba lo llevó a Madrid, y lo mostró en la Corte. El sujeto en cuestión nada tenía de bobo, sino al contrario: todos se prendaban de su ingenio, discreción y gracia, tanto que el rey insistió en hacerlo su bufón. Ante este hecho, es evidente que el bufón real no era tonto, aunque si de Coria. El tonto verdadero, según los caurienses, nació en otra Coria, la del Río, en la provincia de Sevilla, ya que su bufón era hombre astuto, desenfadado y procaz, de sabiduría y talento naturales tales que todos quedaban boquiabiertos, o embobados, ante sus salidas. Además, mal podía ser, el del cuadro velazqueño, el "bobo de Coria", toda vez que del personaje ya se hablaba un par de siglos antes. (Véase también la voz "enano, bufón").

2. Bobos de Anchuelo. Se dice de quienes llevados de su vanidad y torpeza descubren el Mediterráneo; también se predica del sujeto que pretende guardar un asunto en secreto sin poner los medios a tal fin, sino al contrario, siendo indiscreto. Los de Anchuelo pertenecen a una rama simpática de la extensa familia de los bobos. Como el lector sabe, bobos los hubo y los hay en todas las latitudes y pueblos. Unos resultan agradables y otros odiosos, porque las limitaciones del conocimiento no impiden al hombre ser malo. De ahí que el dicho popular "tener mala baba" se haya interpretado por algunos como "tener una forma desabrida de ser bobo". Volviendo a los de Anchuelo, y a la explicación de la naturaleza de su bobería. Anchuelo es pueblo de la provincia de Madrid, en el partido judicial de Alcalá de Henares, ubicado en un valle entre dos cerros. De una a la otra colina se declaraban sus amores un cabrero y una pastora, y a gritos se decían que era conveniente guardar tales amores en secreto. Este rasgo de bobería candorosa convirtió a los protagonistas en "los tontos del secreto a voces", o los "bobos de Anchuelo".

Bocaza, -s. Félix Lope de Vega hace esta descripción del bocazas de su tiempo:
 
Cuando las orejas son dos linos,
y la bocaza parece
en abierta plaza
catadura de melón.

Pero la acepción de "persona que habla imprudentemente" que tiene este término todavía no existía. En tiempos del gran dramaturgo madrileño, principios del siglo XVII, se decía "boquirroto". El uso de "bocazas" en plural es más utilizado que el singular, tal vez porque el hablante tiene in mente voces como "gilipollas, gilipuertas, boceras o voceras, tocineras, guarreras...". Es insulto hoy muy frecuente, dicho con ánimo más despectivo que ofensivo. El bocazas tiene mucho del fanfarrón, del bravucón, del matón y perdonavidas. Su reducto o ámbito natural es la taberna, la plaza o la tertulia radiofónica, donde habla sin ton ni son importándole poco si domina la materia. Campa a su antojo, afirma y niega, pontifica y sienta cátedra tanto sobre cuestiones de alta física como acerca de la mejor forma de guisar un plato. Es absorbente y totalitario, y su lengua no conoce límite ni fronteras a la hora de condenar o adular, de aprobar o fustigar. Está emparentado con el boquirroto, el boquirrubio, el boquiancha, el boquiblando y el boquimuelle, y se supera a sí mismo si percibe que le escuchan o hacen caso. Asimismo está dispuesto a descargar toda su furia sobre quien ose contradecirlo, o ponga en duda sus peroratas. Ejemplo dieciochesco de estos individuos es el personaje de El médico a palos en la siguiente escena:

     -Como íbamos diciendo, el corazón está a la derecha y el hígado a la izquierda...
     -Perdón, Don José, creo que está Vd. en un error...
     -¿Cómo...? (...) Eso era antes, porque ahora, los hombres de ciencia ya lo hemos arreglado.        Templum, templi, rosa rosae... ¡Ah, por cierto: ¿Sabe Vd. latín...?
     -No, no señor...
     -¿Y osa contradecirme? Vd. está dispensado de tener sentido común".

El bocazas dice una cosa por otra sin importarle. Es individuo en alza, y como el bocón, entrevera su discurso de amenazas y bravatas.

Boceras. Es un bocazas rebajado, con menos virulencia, menos ególatra y desbocado. También se dijo "voceras", voz popular para referirse antaño al "vocero" o abogado de pleitos pobres. El DRAE recoge así el término: "Bocaza, hablador. Persona despreciable". Es decir: una especie de donnadie con ganas de largar, lo que se ajusta al carácter de este personajillo tan presente en la vida social, sobre todo en medios urbanos.

Bocón. Hablador impenitente e incorregible; persona murmuradora y maldiciente, que echa bravatas, y puede llegar a retar a quien lo contradice. Está emparentado con bocazas y boceras, boquirrotos y boquirrubios.


Bodoque.
Individuo de pocos alcances y aspecto rústico. Se utiliza en sentido figurado, teniendo in mente su acepción principal: "bola de barro endurecida que se empleó antaño para tirar con la ballesta". El término aparece documentado en un libro de Cetrería del siglo XV, y aunque es de procedencia árabe, de la voz bunduq, el vocablo es de estirpe griega, en cuya lengua la nuez pontikón remite al Ponto o Mar Negro, por ser oriunda de allí. El bodoque o bola de barro endurecida, se parece a esa nuez en tamaño, color y aspecto semejante a una cabecita parda. Como la persona de poco entendimiento es dura de mollera como el bodoque, la cabeza del necio se asemeja a la nuez o avellana en dureza y tamaño, empleándose el término en sentido figurado. Por asociaciones de esa naturaleza pudo llamarse al simple de corto alcance, bodoque. Era término en uso todavía a finales del siglo pasado. Bretón de los Herreros lo emplea en obras como El pelo de la dehesa, donde un personaje exclama, dirigiéndose al simple: "¡Miren al bruto...! ¡El bodoque!". Y todos ríen, incluido el aludido, que es de alma rústica y poco complicada.

Bolero. Originariamente, muchacho que hace muchos novillos, rabona, o bolas, y para justificarse inventa excusas a menudo inverosímiles. Mentiroso y trolero empedernido a quien se le ve venir.


Bollera.
Tortillera; lesbiana. Derivado de "bollo" = vagina, o cópula entre dos mujeres, en el argot marginal.

Bolo. Heredero del tonto bolonio, y criatura hecha a su imagen y semejanza. Forma abreviada del estudiante becado que iba a la ciudad italiana de Bolonia. Bolo o tonto local toledano; después de todo, el cardenal Gil de Albornoz era arzobispo de la sede primada. Hasta el siglo pasado fue voz ofensiva, utilizada como sinónimo de persona ignorante y de cortas luces; Ramón de Mesonero Romanos lo emplea así, mediado el siglo XIX: "Para mi santiguada que es un necio, o yo soy un bolo.. ". En cuanto al origen del calificativo, hay quien quiere que derive nada menos que del siglo VI, en que el rey visigodo Recaredo abjuró en el III Concilio de Toledo del arrianismo; reunida la Corte ante San Leandro, rey y nobleza, ante la pregunta ritual de si querian abrazar el catolicismo respondieron en latín: Ego volo = yo quiero. Uno a uno repitieron la frase, de donde se dijo, a los que habían renunciado a la creencia herética que eran "volo". Es voz todavía en uso, aunque utilizada en tono y contexto de amistad y alegria, descargada ya de connotaciones semánticas hirientes o negativas. Su habitat natural se correspondería hoy con los becados a los cursos de las universidades de verano, donde acude el bolonio/bolo de nuestro tiempo más por lo habitual de su rostro en los medios de comunicación, y su protagonismo político, que por lo granado de su ciencia e ingenio.


Boquerón.
Persona sin importancia alguna; donnadie. En caló, boquí, boqué significan "hambre", y la desinencia final -ron, seria un aumentativo con finalidad despectiva. Así, llamariamos boquerón a la persona hambrienta que no tiene recursos para salir de su condición. Es término acuñado teniendo además in mente la expresión "el pez grande se come al chico", y el boquerón es uno de los más pequeños. Hay entrecruzamientos con otras expresiones igualmente modernas, como "estar boqueras, o boquerón", que es tanto como estar a verlas venir, pasando necesidad; no tener un duro. Quien es objeto de semejante situación de penuria puede haber sido llamado, por ello, de tan pintoresca y gráfica manera.

Boquimuelle, boquiblando. Se aplica a la persona que es fácil de manejar y engañar. Estebanillo González, bufón de mediados del XVII, en su novela Vida y hechos de Estebanillo González, hombre de buen humor, utiliza el término en el siguiente contexto, en el que confiesa para qué se le quería:  

                              "Para que sirviese de mozo de ciego, (...) adestrar boquimuelles y encaminarle (hacia él) contribuyentes".

Es decir: para buscarle incautos a los que su amo poder limpiar fácilmente; querían utilizar a Estebanillo como especie de gancho para engañar bobos y atraer incautos. Eso es lo que caracteriza al boquimuelle: ser presa fácil para listos y truhanes que los despluman en un periquete. En cuanto a boquiblando, es lo mismo que boquimuelle: muelle y blando son sinónimos.

Boquirroto. Es una variante del "bocazas". El boquirroto larga, en el sentido popular que tiene el término, sin freno ni mesura, y sin pararse a pensar en las consecuencias de su facilidad de lengua. Tiene flojo el muelle de este órgano, tanto que se le escapan las palabras sin sentir, y en un santiamén es capaz de destruir honras y deshacer reputaciones. Es palabra compuesta, usada ya a finales del siglo XII. Berceo la utiliza, tildando a un devoto de la Virgen un fraile parlanchín, de "boca roto" en sus Milagros de Nuestra Señora (Véase el término "boto"). Fray Antonio de Guevara, predicador oficial del emperador Carlos V, sitúa el término en el siguiente contexto: "Ser un señor desbocado, mal criado y boquirroto, no le puede venir sino de ser melancólico, cobarde y temeroso".

Boquirrubio. Llamamos así a quien se va de la lengua con facilidad, llevado de su incontinencia verbal; al chismoso que, como el boquirroto, se dedica a sacar a plaza cuanto sabe de los demás y de sí mismo. Habla sin necesidad ni reserva, y cuando no tiene qué decir, piensa en voz alta. El autor de Ocios del jardín, el murciano Salvador José Polo de Medina, escribe a mediados del siglo XVII:
¡Ay mozuela boquirrubia,
y qué perdida que eres...!
También se dice del joven que presume de guapo y enamorado. En una jácara anónima, recogida por Bartolomé José Gallardo en su Ensayo de una biblioteca Española de libros raros y curiosos, titulada Ya se sale de Sevilla, se lee:

Tú has de poner tu tabanco
hacia la Red de San Luis,
con vieja, estrado y guitarra,
aderezos de reñir.
Buscarás los boquirrubios,
y con un traidor fingir
dirás al valiente ¡zape!,
y al adinerado: ¡miz!

Mesonero Romanos, dice de estos fulanos: "¡Cáspita, y qué vivos de genio son estos boquirrubios...!". En la primera traducción castellana que se hizo de la obra del filósofo alemán Arthur Schopenhauer, Parerga und Paralipomena, se lee la siguiente sentencia:

              Cada treinta años aparece una nueva generación de boquirrubios, ignorantes de todo, que quieren devorar sumaria y precipitadamente los resultados del saber humano acumulado a través de los siglos, y que en seguida se creen más hábiles que todo el pasado

Borde, bordión. Se dice del hijo nacido fuera de matrimonio. Tiene la connotación de cosa ilegítima e intrusa, llamándose también así a la planta o árbol silvestre no injerto ni cultivado. Por lo general tildamos de "borde" a todo cuanto no se presenta o manifiesta de forma natural, o carece de trayectoria clara. En ese momento roza el campo semántico del hideputa, fill de puta, hijo (de) puta", etc. Los caminos del borde son sinuosos, como si estos individuos anduvieran siempre orilleando, bordeando las cosas, rozando los asuntos sin comprometerse en cosa alguna. Algunos han querido ver en la acepción negativa y peyorativa del calificativo una especie de entrecruzamiento entre las dos familias semánticas del término: "borde= orilla, del francés bord; y "borde", bastardo, del latín burdus. Su uso más antiguo está documentado en la Corona de Aragón y área de influencia de aquel antiguo reino, donde aparece bort en documentos de principios del siglo XIV, y en el mismo texto de los Fueros de Aragón. Es término de ascendencia latina: burdus= mulo, arribado al castellano vía la voz del viejo aragonés, o quizá del valenciano o del catalán: bord. "Entre falso, borde y lisonjero, hay de diferencia un pelo", proclama el refrán.


Bordiona.
Puta de burdel, de trato áspero y difícil. Es voz jergal, recogida por Juan Hidalgo en su Vocabulario, en los primeros años del siglo XVII. Corominas da como etimología de burdel el catalán bordell. Resulta simpática y razonada la explicación que del término da Covarrubias en su Tesoro de la Lengua:
 
             ...en francés se llama bordeau, pero viene del nombre latino burdus, que vale mulo, el qual es engendrado de padres de diferentes especies, conviene a saber: del cavallo y de la borrica o asna. Y porque los ayuntamientos que en tal lugar se hazen son ilegítimos, se llamó burdel, y el engendrado en ellos burdo o borde.

No habla de bordiona, que indudablemente era voz de uso entre gentes de la mala vida cuando Covarrubias publica su obra (1611). Independientemente de lo afirmado por Corominas, el masculino bordión es voz utilizada en el siglo XV, empleada a menudo por autores que conocen el medio rural y pastoril, como Lucas Fernández, que emplea el término con el valor semántico de "sujeto torpe y tosco" en su Farsa del Nascimiento:

Dime, ¿es éste fray Zorrón,
el que andaua estotros días
con muy sancta deuoción
(...) desplumando cofradías?
(...) ¡O(h), do(y) al diabro el bordión,
moxquilón y macandón...!

En puntos tan alejados entre sí como Andalucía y Navarra se llamaba así al "borde o bastardo"; con ánimo muy ofensivo se utilizó en toda España el aumentativo "bordión, -ona".

Borracho, borrachín, borrachuzo. Individuo que tiene el vicio de la bebida, y no controla la cantidad de alcohol que ingiere, mostrandóse a menudo ebrio o beodo, haciendo el ridículo, y dando mala reputación a su familia. Su etimología parece estribar en haberse llamado "borracha" el odrecillo donde en tiempos se llevaba el vino, bota hecha de un pellejo que llaman borra. Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua (1611) apunta otro origen posible del término: del latín burrus = rojo, por ponerse de esa color el rostro de los que han bebido más de la cuenta, explicación a la que también se acoge Corominas en su Diccionario Crítico. Se utilizaba ya en la primera mitad del siglo XV. apareciendo el término en el Cancionero de Baena. El término castellano antiguo para designar a estos individuos es el de "embriago", ya anticuado en tiempos de Cervantes. En cuanto a los derivados diminutivos, como "borrachín", agrava la ofensa, ya que añade desprecio. En cuanto al despectivo en "-uzo", convierte a quien recibe el calificativo en un ser particularmente despreciable, borracho de poca monta, barato y bajo.

Borrego. Al cordero de uno o dos años llaman borrego, seguramente por la lana o borra tierna que le cubre. Cómo ha venido a denotar, además de aquello que en su primera acepción significa, "persona simple, sencilla e ignorante", tiene mucho que ver con la naturaleza de ese animal. Su mansedumbre es sospechosa de estupidez, y su mirada inocente y abierta, tenida por signo inequívoco de simpleza. Lucas Fernández, en su Comedia hecha en estilo pastoril... (segunda mitad siglo XV) pone en boca del pastor viejo llamado Juan la forma abreviada de borrego, borro, con el valor semántico de "ignorante":
 
¡O(h) hydeputa mestizo,
hijo de cabra y herizo!
(...) Tiradvos allá, don borro...

Sin embargo, en la España cervantina no era insulto tildar a alguien de borrego. Se llamaba así a quien era de buena crianza, pacífico y de buen carácter; sobre todo se decía de los muchachos que no lloraban de continuo, eran obedientes y comían tanto cuanto sus padres le ofrecían, por lo que llegaban a adquirir un aspecto saludable, muy rollizo y gordo, ideal de antaño.

Borrico. Asno, animal; persona necia, ruda y de poco entendimiento, que a su ignorancia añade terquedad y obstinación. Es voz surgida a partir del latín tardío burricus = caballo pequeño, encontrándose ya documentada en textos del año 1000.

Botarate. Sujeto informal y alocado, inmaduro y caprichoso, de quien no conviene fiarse. Se pone de manifiesto, con este calificativo, la condición inestable de quien por su poco juicio e informalidad se muestra siempre inquieto y alborotado, siendo incapaz de cumplir compromisos o palabra. El dramaturgo madrileño Leandro Fernández de Moratín, escribe:
 
Pedancio: a los botarates
que te ayudan en tus obras
no los mimes ni los trates:
Tú te bastas y te sobras
para escribir disparates.

La palabra está relacionada con "boto", necio. Corominas opina que hay cruce con "patarata" = ridiculez, mentira (Diccionario Crítico). En opinión del Diccionario de Autoridades el cruce podría ser con "disparate" o con "orate" = persona alocada, pues el botarate es persona inestable, más que mentirosa o ridícula. Es término propio del castellano, donde se usa a mediados del siglo XVIII.

Boto. Es voz que equivale a romo, sin punta. En sentido figurado, o traslaticio, se dice también del hombre o mujer simple, de mente plana y cortos alcances. Estos necios, los botos, no sufren ellos mismos por su condición tanto como hacen sufrir a los demás, ya que son torpes y groseros. De probable origen germánico, butt, bauths, boto se documenta en castellano desde el siglo XIII con el significado de "obtuso", de donde en sentido figurado se dijo "rudo y torpe de ingenio", acepción tan antigua como la primera, desde la Edad Media hasta nuestros días. En este sentido emplea el término Gonzalo de Berceo en sus Milagros de Nuestra Señora, donde aplica el término a un devoto de la Virgen. Dice así:

Avíe una costumne que li ovo provecho,
diçie todas sus oras commo monge derecho,
a las de la Gloriosa siempre sedie erecho,
aviel el diablo por ello grant despecho.
Pero que semeiaba en unas cossas boto,
e commo vos diremos que era boca roto...

En la acepción más ofensiva: persona ruda, torpe y carente de ingenio y sentido, se ha venido utilizando desde el siglo XIII. El poeta neoclásico J. Iglesias, (segunda mitad del siglo XVIII) da al término el sentido de "embotado, abotargado, atrofiado", que también tiene la palabra en la actualidad:

Mas la buena vieja
yo creo que chocho
tiene ya el sentido,
como el gusto boto.

Así, de alguien que carece de chispa y agilidad de pensamiento, o de reflejos, o no coge el sentido figurado de las cosas, decimos que es boto.

Bozal. Al negro recién sacado de la selva llaman negro bozal, porque todavía no ha aprendido a hablar lengua europea. Por extensión se llamó "bozal" al necio que nada es capaz de entender. Se utilizó mucho el término en tiempos clásicos, sobre todo como palabra muy típica del Madrid de entonces; el entremesista madrileño Quiñones de Benavente, (siglo XVII) escribe:
 
Anda, vete, muchacha, que eres tonta,
o bozal en Madrid, que tanto monta.

Era intercambiable con otros insultos, como "idiota, bobo, tonto". Pero hay que decir que la etimología nada tiene que ver con lo antes escrito. Procede de la voz "bozo", y su significado en obras de finales del siglo XV, como el Cancionero de Castillo, es el de "muchacho al que aún no ha salido el bozo", es decir: inexperto y bobalicón.

Bravucón, bravonel. Perdonavidas y matón, siempre dispuesto a armar grescas y contiendas en plazas y tabernas. Este valentón, que se considera guapo y deseado por las de su entorno, es un fanfarrón bravote que disfruta metiendo a los pusilánimes el miedo en el cuerpo. José Mª de Pereda ofrece el siguiente perfil de este energúmeno:
 
             Creíase el Sevillano, como todos los bravucones de su ralea, en el imprescindible deber de medir con los ojos, con aire de perdonavidas, a todo hombre que a su lado pasara...

Es aumentativo despectivo de "bravo", y no empezó a utilizarse en castellano hasta cerca de 1830; con anterioridad, el término que cumplía su función era el de “bravonel", del valenciano bravonell, de quien Covarrubias escribe en su Tesoro (1611): "Bravonel, nombre de rufián, fanfarrón..".

Bribón. Es insulto grave, porque este personaje está hecho de una mezcla explosiva de maldades: taimado, holgazán, marrullero, pícaro, peleón, bellaco lenguaraz. El término deriva de la voz briba, bribia = vida pícara y holgazana del mendigo, del tullido fingido y del pícaro. Juan Hidalgo, en su Vocabulario de Germanía, publicado en Barcelona hacia 1609, escribe: 

"Brivia: engañar con buenas razones para engañar a alguno; brivión: el que lo usa".

Y en el Guzmán de Alfarache (1599), su autor, el converso Mateo Alemán, pone en bocade su pícaro protagonista el siguiente parlamento: 

"...ningún mendigo (...) destas naciones se junte con los de otra (...) que aunque todos convienen en la mendiguez, la bribia y labia son diferentes".

El arte de pedir para mover a lástima al prójimo era aprendizaje arduo y lento. Recibía, esta ciencia particularísima el nombre de bribíatica, por comparación un tanto impía con biblia, donde se enseña el arte de bien vivir y es sinónimo de sabiduría. Del substantivo aludido se derivó el verbo bribar, y el substantivo bribón o bribión todavía en el siglo XVI. Covarrubias recoge en su obra el estado de cosas apuntado. Escribe en 1611: "Brivión. El hombre perdido que no quiere trabajar, sino andarse de lugar en lugar y de casa en casa a la gallofa y la sopa".
Sin embargo se equivoca al apuntar que se trata de palabra de origen francés; es al contrario: el bribeur o briver galos son términos derivados del que a la sazón era el lenguaje de los pícaros: el castellano.

Brozno. Se dice de quien es de ingenio rudo, boto y pesado, y de carácter bronco y sin desbastar. Es palabra muy antigua en castellano, empleada ya en el Calila e Dimna (siglo XIII). Su asociación semántica con el universo de los tontos viene a través de su empleo en el ámbito rural, donde un trozo de tronco brozno es un trozo de madera áspero, palo rústico y nudoso...: lo que hoy entendemos por leño sin desbastar, por el que no ha pasado nunca el cepillo o garlopa. Hoy llamamos "leño"* a las personas necias y torpes, en el mismo contexto en el que le habríamos llamado antaño brozno. Covarrubias da como etimología del término la voz latina bruscus = áspero y tosco. Aunque seguramente proceda -así lo cree Corominas en su Diccionario crítico, de una voz gótica con el valor semántico de "astillado, astilloso".


Bruto.
Persona de poco discurso, de hábitos groseros, de entendimiento cerrado, e incapaz de mejorar por no serlo de entender; animal, sobre todo aquellas bestias que muestran mayor crueldad, tozudez y empecinamiento. Es voz de etimología latina, de brutus = estúpido. que empezó a utilizarse hacia 1440, por Juan Rodríguez del Padrón con el significado de persona necia, incapaz, estólida o falta de razón y discurso, con cierta dosis de torpeza y desarreglo, tosquedad y rudeza, de quien cabe esperar cualquier desaguisado o conducta fuerte. Bruto famoso fue el señor de Alfocea (siglo XVII), bruto simpático por lo extravagante de su acción, vecino de aquella zaragozana localidad, tan romo de entendimiento que decidió imitar al cuervo: ató dos alas de caña a los brazos y se dejó caer desde un peñasco, estrellándose contra el suelo. Se le quiso hacer ver lo vano de su acción, pero contestaba de forma destemplada, asegurando que en cuanto pudiera volvería a intentarlo, añadiendo que había fallado en la anterior ocasión por haber olvidado añadir la cola. R. Borra en El libro de los cuentos, pone este razonamiento en sus labios, al describir la cena: "La comida fue buena, pero nunca comí con mayor incomodidad, pues cometí el disparate de poner la silla muy lejos de la mesa". Otro bruto proverbial fue el justicia de Almudévar, aragonés que vivió en el siglo XVII según indica el Diccionario geográficopopular, de Vergara; recoge también la anécdota un opúsculo publicado en Huesca: Aventuras de Pedro Saputo. Los hechos son los que siguen: Habiéndose cometido en la localidad un crimen, lo achacaron al herrero, quien confesó haber introducido en la boca de su mujer un hierro candente, enojado porque ésta le había traído el almuerzo frío. Fue condenado a muerte, pero al ser el único herrero de la zona se le indultó. El justicia aseguró que colgaría al herrero a menos que algún otro cargara con la pena, porque a alguien había que ajusticiar. El secretario del ayuntamiento propuso que en lugar del herrero ajusticiaran a uno de los dos tejedores que tenía la villa, ya que con uno se arreglaban; pareció bien al justicia, y se procedió en consecuencia.


Bufón.
Truhán, histrión y chocanero que se ocupaba de hacer reír a su señor con dichos, gracias y piruetas. Por extensión, se dice de quien anda siempre haciendo chanzas, a menudo a destiempo. Es voz procedente del italiano buffone = "cómico, grotesco", aumentativo de buffo = gracioso. En castellano se prefirió el término truhán, que cubría ese espacio significativo, aunque en el siglo XVI empezó a utilizarse bufón, que era muy empleado un siglo después. Covarrubias escribe, en su Tesoro de la Lengua (1611):
 
              Es palabra toscana, y sinifica el truhán, el chocarrero, el morrión o bobo. Púdose tomar de la palabra latina bufo, por el sapo o escuerço, por otro nombre rana terrestre venenata, que tales son estos chocarreros, por estar echando de su boca veneno de maliçias y desvergüenças con que entretienen a los necios e indiscretos. Y púdose también dezir de bufo, en quanto sinifica cosa vana, vacía de sustancia y llena de viento; y assí los locos son vacíos de juyzio y seso; o se dixo de bufa, palabra toscana que vale contienda, porque el bufón con todos tiene contienda, y todos con él.

Los bufones tuvieron enemigos, y muy mala fama. Quevedo, que conoció a muchos, aseguraba que andaban mezclados con los truhanes, los chocarreros, los juglares y toda la ente de dudosa conducta. Diego Saavedra Fajardo los acusaba de "espías públicos de los palacios, y los que más estragan sus costumbres. Pero de que era gente de vivo ingenio no cabe duda. Del bufón del canciller de Inglaterra Tomás Moro, se cuenta que habiendo recibido en su palacio la visita de cierto caballero, portador de enormes narices, el bufón se echó a reír, al tiempo que gritaba: "Vaya narizotas". Le reconvino su amo, y corrigió de esta forma: "Perdonad, Señor, pues quise decir "naricitas", con lo que todos rieron. Hoy sigue utilizándose el término como insulto, aunque en medios cultos.

Buharra. Ramera, bujarra. Se empleó, entre la gente de la mala vida, en sentido figurado de “buharro", ave rapaz nocturna parecida al búho: corneja, muy abundante en el sur de España, y pájaro codicioso y ansioso. (Véase también "bujarrón").


Bujarrón, bujendón, bujendí.
Maricón; homosexual activo; dante que sodomiza al puto, bardaje o tomante. En femenino (buharra, bujarra) es voz de germanía para designar a las rameras de muy baja estofa, que se dejan sodomizar. El autor de las Coplas del Provincial (siglo XV), utiliza así el término:

A ti, fraile bujarrón (...),
por ser de los de Faraón
en la nariz te conozco,
y es tan grande que me asombra...

Quevedo ilustra el alcance semántico del término en este Epitafio a un italiano llamado Julio:

¡Oh, tú, cualquier cosa que seas,
pues por su sepoltura te paseas,
o niño o sabandija, o perro o lagartija,
o mico, o gallo, o mulo, o sierpe,
o animal que tengas cosa
que de mil leguas se parezca a culo,
guárdate del varón que aquí reposa!

Al castellano llegó el término de la voz catalana bujarró, alusiva al gentilicio "búlgaro", pueblo hereje afín a los turcos y al Islam, y en parte a la ortodoxia griega. L. Franciosini, en su Vocabulario español italiano, se hace eco del término insultante a principios del siglo XVII.

Bullebulle. Inquieto y entremetido; individuo de excesiva viveza; que se mete en camisas de once varas, y todo lo quiere saber. Se emplea en sentido figurado, derivada del verbo "bullir": hervir, porque parece que a estos individuos les bulle la sangre, no dejándoles reposar ni estar quietos física ni espiritualmente. Es voz que ya utiliza en su Tesoro (1611) Covarrubias, para quien es "bullebulle el inquieto que anda de aquí para allí, bullicioso". Nicolás Fernández de Moratín utiliza así el término: "-¡Ah!, sí. Ese es aquel bullebulle que hace gestos a las cómicas, y las tira dulces a la silla cuando pasan, y va todos los días a saber quién dió cuchillada...".

Bultuntún. Persona irreflexiva, que habla sin ton ni son, a bulto, o a lo que saliere, es decir: al buen tuntún. Es corrupción del sintagma latino ad bultum tuum = en tu cara, en el sentido de "a boca de jarro". La pérdida del sentido etimológico convirtió la frase latina en la expresión adverbial castellana "al buen tuntún", y también "a bulto". Hablar sin saber lo que se dice. En su uso adjetivo es voz obsoleta, aunque tiene pleno vigor como proposición o frase adverbial de modo.


Burro.
Sujeto rudo, de ninguna delicadeza; persona tosca y de escaso entendimiento; ignorante supino. Sin embargo, el término puede ser también laudatorio, ya que en situaciones determinadas, entre hablantes, puede significar "persona laboriosa, resistente y sólida, que lleva a cabo todo tipo de trabajos con fidelidad y presteza". Son numerosas las palabras castellanas que aluden a este solípedo. Entre ellas destacan las arriba mencionadas, pero no se debe olvidar otras como "asno", “borrico", "blas", "onagro", "pollino", "jumento", los sintagmas con valor de substantivo "bestia de albarda", "tres de menor", "cuatro de menor", etc.
En los capítulos XXXIII y XXXIV del Génesis se cita a cierto personaje de importancia que se llamaban Hamor, (Burro), fundador de la ciudad de Shihem, el pueblo palestino de Nablus. El hijo de este Burro se enamoró de la hija de Jacob, Dina, a quien violó. Pero pagó su crimen con la muerte a manos de los hermanos de la muchacha, que acabaron con la línea masculina de la familia de los Burro. Así pues, fueron más asnos los hijos de Jacob que los del Burro mismo. Y sin salirnos de la Biblia, en el Libro de los Números (cap. XXII) se relata el episodio protagonizado por una burra, la del brujo babilonio Balaam, más sensata que su dueño, que quería obligarla a pasar por un lugar tan estrecho que resultaba imposible hacerlo; cansada de ser injustamente vapuleada habló y expresó a su terco amo cuál era la situación, de forma muy razonada, e incluso apelando al sentido común. Por otro lado, el burro no siempre aparece como animal digno de burla, sino que se le tiene por paradigma de laboriosidad y sensatez, en los tiempos bíblicos. Como sinónimo de asno empezó a ser de uso común entrado el siglo XV. Su etimología es griega, y tiene que ver con el color de su pelaje rojizo-parduzco: purros, de donde el latino burrus, como adjetivo alusivo a aquella color. En Roma llegó a ser gentilicio de una famosa familia de políticos cuyos miembros dieron que hablar en su senado. En el mundo clásico grecolatino tampoco tiene el burro mala prensa. Aristóteles, en su Historia natural dice que carece de maldad porque -eso creía él- este animal carece de hiel, asegurando que sólo es inepto para la guerra, con lo que mostraba sensatez. Se escribió de él como de animal utilísimo, de naturaleza paciente y perseverante, capaz de recordar un favor y de besarle las manos a quien le tratara con gentileza. Dioscórides, botánico griego del siglo II a. de C., pulverizaba y mezclaba con vino y agua las pezuñas del burro para curar la gota o el reuma, y utilizaba la leche de burra recién parida como tríaca o antídoto contra todo tipo de venenos. Ha sido animal cercano, familiar, amigo. Covarrubias escribe (1611) en su Tesoro de la Lengua:

              ...es de mucho provecho y poco gasto, y no da ruido salvo cuando rebuzna, que entonces es insufrible. No es malicioso, y un niño puede llevarlo donde quiera. Se acomoda a cualquier ministerio, que puede desempeñar con provecho.Es término derivado regresivo de "borrico" (Véase también "asno").

Buscavidas. En su acepción insultante se dice de quien pone excesiva diligencia en averiguar vida y milagros de los demás. También se predica del pícaro sin domicilio conocido, que anda de un sitio para otro buscando el medio de salir del paso sin trabajar demasiado.

Buscón. En el género masculino, se dice de la persona que anda de un sitio a otro viendo la manera de vivir sin trabajar, cometiendo pequeños robos, y trampeando con malicia y socaliña. Quevedo, en la Vida del Buscón don Pablos, escribe: "Mirábanme todos; cuál decía: "Este yo lo he visto a pie"; otros (decían): ¡Lindo va el Buscón...!.".

Buscona. En su forma femenina, es sinónimo de ramera o mujer pública; término muy del gusto de los siglos de oro. Bretón de los Herreros lo emplea así, mediado el siglo XIX:

              Mucho cacarear su celibato; y obedece la ley de una buscona que ayer fue propiedad de un maragato...

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