INVENTARIO GENERAL DE LOS INSULTOS

F



Facineroso.
Sujeto malvado, lleno de delitos, desbocado, disoluto; delincuente que anda fuera de control, al que la Justicia se muestra incapaz de echar el guante. Es término derivado culto de la voz latina facinus = hazaña criminal, y voz ofensiva en castellano desde finales del siglo XV. Lope de Vega, en su Corona trágica, hace este uso del vocablo:

El pecho del traidor facineroso
resplandeciente peto guarnecía:
que así se suele armar la cobardía.

Coetáneamente, Covarrubias, (1611) bajo la voz "facinoroso", dice lo siguiente en su Tesoro de la Lengua:

Facinoroso. Hombre que en la república ha cometido grandes delitos y tiene inclinación a continuarlos. Estos, o son hombres tan poderosos que nadie les osa ir a la mano, o son favorecidos de los tales, y debaxo de su sombra matan y roban y nadie se osa quexar dellos; ni la justicia procede de oficio, porque no siendo el delito público y que lo asgan con el hurto en las manos, no ay quien ose testificar contra él...


Facha.
Acepción corriente del término hasta tiempos recientes ha sido la de mamarracho, adefesio, persona desastrada, que va hecha una pena en lo que al vestido e imagen se refiere. Hoy se ha cargado de tintes y matices políticos negativos, cursando con "conservador", "ultraderecha", "fascista"; el término suele ir acompañado de "carca". Es antónimo de "rojo". (Véanse también "fachendón y carca").

Fachendón, fachenda, fachendoso. Individuo vanidoso, muy pagado de sí mismo, jactancioso y un tanto bravucón. Corominas cree ser voz procedente del término italiano faccia = cara, de ahí que esté relacionado con el "cara"*; pero también podría proceder del italiano sfaccendato = uomo miserabile: persona miserable y de aspecto desaliñado, sucio y estrafalario, término utilizado en el primer tercio del siglo XVIII, en italiano, por Nicolás Capasso. Usa el vocablo Ramón de la Cruz en sus sainetes, en tono festivo:

¿A qué viene esa fachenda,
si eres como un caracol,
y sales a cenar fuera
de casa...?

Bretón de los Herreros, en su teatro, da al término un matiz nuevo: el de sujeto superficial, que todo es apariencia y pose, sin substancia:

Leer mi adorada prenda
tanto concepto importuno,
y enviar a ese fachenda
noramala, todo es uno.


Fanfarrón.
Valentón amigo de bravatas y baladronadas; matón y fantasmón que se las da de valiente no siéndolo tanto, preciándose de lo que no es. El uso de esta palabra ha sido siempre más o menos el mismo. Cervantes, en el siglo XVII, Félix María de Samaniego, en el XVIIl, y Bretón, en el XIX, los tres abordan al personaje de parecida manera:
                    Aquí, un caballero cristiano, valiente y comedido; acullá, un desaforado bárbaro fanfarrón... (Cervantes).
                   Así son los cobardes fanfarrones, que se hacen en los puestos ventajosos más valentones cuanto más medrosos... (Samaniego).
Desprecio a los fanfarrones que escupen por el colmillo, y les doy de bofetadas sin necesitar padrino. (Bretón de los Herreros).
Covarrubias (1611) lo retrata de esta moderna manera: El que está echando bravatas y se precia de valiente, hablando con arrogancia y jactancia, siendo un lebrón y gallina. Es término castellano de creación o generación expresiva, que aparece a principios del siglo XVI, y que ha contribuido a formar vocablos similares en otras lenguas: el italiano fánfano (enredador y parlanchín), el francés fanfare (música rimbombante, fanfarria). Su uso está muy extendido en todos los niveles de la sociedad, aunque está perdiendo terreno ante la aparición de gran cantidad de voces nuevas que ocupan su campo semántico, su territorio significativo, como "fantasmón", "macarra", "mojarrón".


Fantasma, fantasmón.
Fanfarrón, bravucón y presuntuoso. Persona llena de vanidad y jactancia. Farfolla, que sólo tiene apariencia. Nicolás Fernández de Moratín emplea así el término, a mediados del siglo XVIII:

Pues a mí aun el ir contigo
me da temor y vergüenza,
porque todos son fantasmas,
postes, visajes y muecas.

También se dijo de quien llevado de su fantasía y capacidad fabuladora anda siempre forjándose quimeras en aras de su poderosa imaginación. A finales del siglo XVI el término tenía valor semántico diferente, en lo que a materia insultante se refiere. El autor del Tesoro de la Lengua recoge ese empleo (1611 ): "Del hombre seco, alto y que no habla dezimos que es una fantasma".


Fantoche.
Persona sin criterio. Del italiano fantoccio: muñeco. A principios de siglo, hacia 1915, fecha de introducción del término en castellano, su valor semántico era el de títere, y por extensión: sujeto aniñado de figura ridícula. Su acepción en los años 1980, de individuo informal y vanidoso, ha sufrido en nuestro tiempo un salto significativo: pelele, mamarracho, donnadie, farolón.

Faramalla. Se dice, por extensión, de la persona que gusta de la charla artificiosa, chirle e insubstancial, de la que usa con el propósito de alucinar, engañar o seducir. Vale tanto como farfolla, faramallón o faramallero. Sujeto frívolo, de más ruido que nueces, que siempre anda ocupado en engaños y falsías. Es voz de probable etimología latina, del término "fari" = hablar.


Faramallero.
Trapacero que con astucias y falsedades procura engañar a los demás en cualquier asunto de compra, venta o cambio. Sujeto que con su verborrea atropellada trata de encandilar o entretener a quien pretende embaucar. (Véase también "faramallón, faramalla").

Faramallón. Trapacero y holgazán, que habla por los codos a fin de engañar al lucero del alba. Enredador que anda siempre con faramallas. En cuanto a su etimología, es término que procede del antiguo farmalio = engaño, voz que a su vez proviene de la metátesis del término bajo-latino de uso exclusivo en España: malfarium, resultante del cruce entre nefarium y maleficium. Es una de las voces más antiguas todavía en uso, ya que se documenta en el Cronicón Albeldense (883). También tiene el significado adicional de sujeto que usa de charlas atropelladas, insubstanciales y anodinas para engañar y hacer daño.

Farfante, farfantón. Hombre parlanchín, amigo de vanagloriarse mucho, y de contar pendencias y valentías de las que él se dice protagonista y héroe. Para Covarrubias, a principios de siglo XVII, es un "burlador, engañador, parlero y palabrero". El significado primitivo de farfante, al menos hasta finales del siglo XVI, fue el de "bribón, persona que comete crímenes", significado que todavía conserva el término catalán farfant. Se documenta en castellano en 1605, en La picara Justina, de Francisco López de Ubeda, en que su cruce con la voz "fanfarrón" introdujo el cambio semántico a que nos referimos al principio. En cuanto a su etimología, deriva del occitánico forfant, participio activo de forfar = cometer un crimen. En cuanto a farfantón, es derivado de farfante, término al que substituyó en el uso popular a principios del siglo XVIII.

Farfolla, farfulla. Voz onomatopéyica que imita la dificultad de algunos hablantes que balbucean y se atropellan al hablar. Por extensión, se dice de quien quiere enredar a su interlocutor, engañarlo o liarlo. Es lo mismo que farfullero. El comediógrafo riojano del siglo pasado, Bretón, utiliza así el término: "Señor, todo esto es farfulla, compendiada greguería..." Es decir: ganas de enredar y de marear la perdiz, artes éstas en las que estos pájaros son duchos.


Farfullero.
Enredador, mentiroso y trapaza. Puede derivar del portugués farfalhar = hablar neciamente. Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua, (1611) dice que "farfullar" es "...hablar muy apriesa y atropelladamente...". Tirso de Molina gustaba de emplear este calificativo en sus comedias:

...¿Ansí os obriga
el amor que en vos he puesto?
Pues para esta, farfullero,
que yo me sepa vengar.

Amén de lo expuesto en cuanto a su etimología, es término que puede incluirse entre las voces que toman su sentido en la aliteración, l...l, b...b, t...t, f...f, siendo pues palabras de creación onomatopéyica. Así, tanto el farfolla como el farfulla, son intentos de imitación de la actitud balbuciente de quien tiene dificultad real o fingida al hablar. El farfolla, farfulla o farfullero pone tanto interés en enredar que termina por enredarse él mismo.

Fargallón. Sucio y de aspecto sumamente desaliñado y dejado; persona que se abandona. También se dice de quien hace las cosas tan atropelladamente que terminan en chapuza. Es término resultante de la alteración de "farfallón", a principios del siglo XIX. (Véase también "zarramplín).


Fariseo.
Hipócrita, falso y de mala intención. Persona que cumple con las apariencias, pero que no obra de corazón. El porqué de la equiparación con el hipócrita y falso, de este individuo histórico, perteneciente a una corriente religiosa integrista de tiempos de Jesucristo, lo explica con claridad Covarrubias, (1611) en su Tesoro de la Lengua:

                      Es nombre hebreo que quiere decir hombre dividido (...) traían cosidos en los hábitos de su religión muchas tiras de pergaminos en que estavan escritos los seiscientos y treze preceptos de la ley, y se llamavan philacteria, que quiere dezir custodia amoris, guarda de amor. Pensavan que la guarda de la ley de Dios estava en dilatar y ensanchar los pergaminos, sin cumplir por obra lo que mandava la ley. Eran hipócritas y cumplían con los ojos de los miradores.

Farol, farolero, farolazo, farolón. Entre las acepciones recogidas por el DRAE para el término "farol", están las dos siguientes:
                     "Hecho o dicho jactancioso que carece de fundamento"; y "...jugada o envite falso hecho para deslumbrar o desorientar", y que no está apoyado por la realidad de las cartas que se tienen en la mano. El sujeto de esta conducta es el farolero: hombre vano, ostentoso, amigo de llamar la atención sobre sí. Relumbrón, fantasma, un tanto bocazas y otro tanto fachendón. Son voces de empleo insultante relativamente reciente; mediados del siglo XIX, fecha en que los incorpora al diccionario oficial de la Real Academia.

Farotón. Persona descarada y falta de buen juicio; sujeto desvergonzado, que carece de criterio. Era término todavía en uso, y muy popular, a mediados del siglo pasado, ya que aparece a menudo en comedias y zarzuelas. Recuerdo de tiempos de juventud, hacia los años sesenta, la siguiente escena cómico burlesca de revista musical: "...aquella es la farotona de marras; voyme huyendo de sus garras..: ", y el personaje hace mutis por el foro, aterrorizado ante el personaje que se le acercaba, mientras la gente rie porque está en el secreto.


Farsante.
Individuo que con vanas apariencias quiere pasar por lo que no es, o finge lo que no siente; sujeto simulador y mendaz, que por medio de embustes y enredos quiere salir airoso de alguna situación. Aconseja Cervantes, en el Quijote, por boca de su escudero: "Quítesele a vuesa merced eso de la imaginación, replicó Sancho, y tome mi consejo, que es que nunca se tome con farsantes, que es gente favorecida". 
         Es voz usada en sentido figurado, teniendo in mente la acepción principal del término farsa, representación, y de allí: farsante. En ese sentido emplea el término, mediado el siglo XIX, el comediógrafo riojano Bretón:

...no es fácil
sin imitarlos quitar
la máscara a los farsantes...


Fatuo, fato.
Necio, tonto; individuo ridículamente engreído y poseído. Estúpido que tiene de sí mismo una idea exagerada, y pasa la vida mirándose el ombligo. Sujeto vacío y vano, que presume y hace gala de conocimientos, virtudes o riquezas sin que para ello haya fundamento alguno. Entre las definiciones ingeniosas que hemos podido escuchar, al respecto de estos insensatos, está la siguiente: "Es fatuo aquel a quien los necios suponen un hombre de talento". En cuanto a su etimología, es voz latina, de fatuus = falto de entendimiento o razón, soso o insípido, extravagante e insensato. En el siglo XVI se aseguraba que la mayoría de los fatuos son ridículos, pero que existía una pequeña cantidad de ellos que era sumamente peligrosa. El fraile madrileño Hortensio Paravicino, predicador de Felipe III y Felipe IV, escribe hacia 1630, siendo ésta la primera documentación escrita del término: "Las cinco eran locas, las cinco, y aún más suena la voz fatuas, más dice aún que necias, mentecatas que acá llamamos".
         Y en el siglo XIX, Bretón de los Herreros, con la gracia y soltura que caracteriza a este dramaturgo riojano, hace el siguiente uso del término:

Y esa prima del demonio,
esa fatua presumida...,
¡qué ufana está, qué engreída
con su feliz matrimonio...!

La forma "fato" es la corriente en Asturias, Aragón y Logroño.


Felón.
Traidor alevoso, pérfido y desleal; antiguamente: follón, cobarde y vil. Uno de los improperios más graves a lo largo de la Edad Media y Renacimiento; en el siglo XVII ya sonaba anticuado, por ser voz muy antigua en castellano. El autor del Libro de Alexandre, supuestamente Juan L. Segura de Astorga, (mediados siglo XIII) la emplea en la relación que dice haber existido en el sepulcro de Darío el Persa, alusiva al carácter, condición y valía de distintos pueblos del mundo:

Los pueblos de Espanna mucho son ligeros,
pareçen los françeses, valientes cavalleros (...)
engleses son fremosos, de falsos coraçones,
lombardos cobdiçiosos, alemanes fellones.

Bajo el término "follón" (véase follón, follonero) utilizan este grave insulto e injuria los autores de los libros de caballerías; Cervantes hace el siguiente uso en su inmortal novela: "Te juro...que si pudiera subir o apearme, que yo te hiciera vengado de manera que aquellos follones y malandrines se acordaran de la burla para siempre".

Fementido. Falso y traidor, cuya palabra y testimonio carecen de valor a la hora de dar fé de algo, jurar o prometer, ya que acostumbra a incumplirla. El dramaturgo mejicano del siglo XVII, Juan Ruiz de Alarcón da justo uso al término:

De no verla más os doy
palabra como quien soy,
o quedar por fementido.

Antaño fue insulto y ofensa grave; hoy está en desuso, aunque me dicen Que tiene cierto vigor en la América de habla hispana.


Feto.
En sentido figurado, persona muy fea y malformada; aborto. Es insulto de uso moderno, fuerte y grosero, sobre todo dirigido a una mujer. (Véase también "aborto").


Figurón.
Persona presuntuosa y vana que presume de noble, rico o influyente, no siéndolo tanto; sujeto que pretende hacerse pasar por alguien mejor de lo que es; fantasmón; hombre fantástico y fantasioso que aparenta más de lo que es. Es término de uso corriente en el siglo XVII; Quevedo lo utiliza a menudo. En el XIX, Bretón de los Herreros sitúa al personaje en su perspectiva actual correcta:

-El galán
no era un elegante joven
como yo me figuraba,
sino un figurón disforme...


Filibustero.
En sentido figurado, enredador, embrollón, zaragutero; persona que hace las cosas torpemente; chapucero. Nombre de ciertos piratas, generalmente ingleses y holandeses, que en el siglo XVII infestaron el Mar de las Antillas; aventureros apátridas que sin patente, razón ni derecho alguno se meten en los bienes de otro para apropiárselos. Es de etimología complicada, del inglés antiguo filibutor = filibuster, lengua a la que llegó procedente del término neerlandés vrijbuiter = corsario, palabra a su vez compuesta de vrij = libre, y buiten = saquear. El término hizo fortuna en castellano porque se confundió con el preexistente de "farabustear", voz castellana que equivalía a "robar con maña". Sin embargo, es término de muy tardío uso en nuestra lengua, ya que al parecer no aparece antes del siglo XIX, en que lo cita Esteban Pichardo en su Diccionario de voces y frases cubanas (1836).
        Independientemente de lo expuesto, sorprende que nadie haya intentado vincular el término al vocablo "filibote": embarcación pequeña parecida a la urca, que se empleaba en castellano a finales del siglo XVII.

Fino. Astuto, sagaz, que espera la mejor ocasión para cometer alguna trastada. Se dice en sentido antifrástico, es decir, con retintín. Unido a otros calificativos insultantes cobra valor reduplicativo, aumentando la capacidad significativa del término al que se antepone o pospone: "Es, como maricón, maricón fino, muy redomado también ejerciendo de fino ladrón", escribe a mediados del XIX Adelardo López de Ayala.


Finolis.
En lenguaje familiar y de la calle, llamamos así a quien se pasa de fino. Por lo general se dice de la persona que procede con afectación en el trato, y cuyos ademanes son exageradamente corteses, civilizados y refinados. Procede de jergas de rufianes, hablas suburbiales y lenguas de germanía, de donde a través de voces del caló, como fingulé o cagarrope, se predica de quienes se comportan y conducen como los payos.


Foca.
En sentido figurado, persona un tanto retaca -generalmente una mujer-, de extremidades cortas, caderas abultadas, carente de cintura y aspecto sólido y macizo. Es voz muy ofensiva dirigida a mujer joven, sobre todo si ésta reúne las condiciones para merecer el calificativo. Como insulto, es de uso reciente, y carece de antecedentes literarios dignos de mención, aunque en la Andalucía de finales del siglo pasado se utilizaba la voz "nutria": "mujer muy obesa y torpe", en los mismos contextos en los que hoy usamos la voz "foca". También se utiliza el sinónimo de buey marino, más descriptivo, pero menos impactante y sonoro. Recuerde el lector que el insulto, si breve, dos veces insulto.

Fodidencul. Porculizado, sodomizado. Se dice de quien ha sido penetrado analmente con consentimiento propio, o sin él. Es voz latina, procedente del sintagma fututus in culum: sodomita paciente, literalmente "jodido en el culo". En corto, se trata del "jodido", que es en definitiva el significado último de esta palabra altamente insultante, hoy en desuso. En ese sentido emplea el término el Fuero de Madrid, del año 1202, donde se lee, a modo de prohibición:
                               Toto homine qui a uezino uel a filio de uezino dixierit alguno de (los) nomines uedados (como) fudid in culo, aut filio de fudid in culo (...) pectet (peche o pague de multa) medio morabetino.
En las Coplas del Conde de Paredes a Juan Poeta cuando le cautivaron moros de Fez, en el Cancionero de obras de burlas, se encuentra la palabra en cuestión, por otra parte ampliamente documentada como insulto a lo largo de la Edad Media:

¡Ved en qué paro ell" ardid,
fidencul y qué escudero! 
Entrastes por adalid
sallistes por çapatero.


Fodolí.
Entremetido y hablador, que se mete donde nadie lo llama, y da consejos sin que se los pidan, tratando de influir en los demás, interviniendo en sus asuntos y metiéndose en sus vidas. Es término procedente de la voz árabe fudul: chismorreo. Se emplea desde mediados del siglo XVI, documentándose en obras del intérprete de Felipe II, Alonso del Castillo. Pudo haberse utilizado antes que en la lengua castellana, en la valenciana: fodeli, individuo meticón, que se mete en camisas de once varas. Véase el Breve Diccionario valenciano Castellano, de Carlos Ros, (primer tercio siglo XVIII), o el del archivero de la ciudad de Valencia, del siglo XVII, M.J. Sanelo que entre las voces que recoge, muchas eran ya muy anticuadas o en desuso en su tiempo.

Follón. Sujeto vil y traicionero (véase "felón"). También, hombre vano arrogante, indolente, cobarde y de ruín proceder; alborotador y amigo de altercados y broncas. Don Quijote tacha de tal al posadero, que él toma por alcaide del castillo, porque no le dio buen trato: "...era un follón y mal nacido caballero, pues de tal manera consentía que se tratasen (a) los andantes caballeros".
Covarrubias dice en su Tesoro de la Lengua (1611) con la gracia que le caracteriza: "Follón es el holgazán que está papando vientos como el fuelle floxo, que cada cuarto se le cae por su parte".
         De la etimología que da Covarrubias deriva el error de creer que proceda de la voz latina follis = fuelle, y por extensión del sentido: "individuo vanaglorioso, jactancioso y ufano, que se hincha como ese instrumento..., pero de aire". Aparece con ese significado en el cantar de Mío Cid, donde el caballero burgalés, refiriéndose al conde de Barcelona, afirma:

El Conde es muy follón, e dixo una vanidat:
"Grandes tuertos me tiene Mío Çid el de Bivar..."

Hoy se usa también con el significado de "fanfarrón, alborotador y follonero", persona amiga de armar jaleo y fomentar peleas en lugares públicos.


Fresco.
Sujeto desenvuelto, que hace virtud de su claridad y franqueza en decir lo que piensa de alguien en su cara. Es sinónimo de caradura y descarado, entre otras acepciones primitivas del término. Es voz de etimología no latina: el germano frisk = vivo y atrevido. La etimología citada sería el uso más acorde con la acepción del término como voz ofensiva o insultante, pero no está claro el porqué del calificativo; pensamos que se dice como término afín a "frío", que actúa con frialdad a la hora de cantarle a alguien las cuarenta o decirle las verdades; en la dirección expuesta estaría la siguiente acepción dada al término por el Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano, a finales del siglo pasado:
                      Impávido, sereno y que no se inmuta ni altera en los peligros o contradicciones. Funciona semánticamente en contraposición a "caliente", es decir: movido por el calor del momento, estando los ánimos encrespados y las espadas en alto. El individuo merecedor de este calificativo se salta las normas de convención social o de conducta aceptada a la hora de la crítica. También pudo haberse dicho por el tipo de caras surgidas a mediados del siglo XVI de los pinceles de los artistas italianos que pintaban al fresco, rostros expresivos y claros, que parecían salirse del lienzo.


Frívolo.
Persona voluble, veleidosa, un tanto ligera de cascos, que se comporta de manera informal y poco seria, no dando a las cosas la importancia que tienen. En el siglo XVI, se decía de aquello que por ser fútil carece de "calor y substancia". Juan Rufo, en sus Seiscientas Apotegmas, libro de curiosidades de su tiempo (siglo XVI), usa así el término:
                               Representóse una comedia mal compuesta y peor estudiada, y como al fin della se entremetiese un paso de un vizcaino, natural de Bilbao, frívolo como todo lo demás, dijo: "No pudiera esta comedia tener tanto yerro sin alguna correspondencia en Bilbao".
Quintana, en la primera mitad del siglo, escribe: "El Laberinto, lejos de ser una colección de coplas frívolas o insignificantes, donde a lo más que hay que atender es al artificio del estilo y de los versos...".
            Es voz de etimología latina del término frivolus = insignificante, que empezó a emplearse en castellano afinales del siglo XV. Lo recoge Alonso de Palencia en su Universal Vocabulario: "Foriuolum: Fríuolo. Cosa vil que apenas importa un óbolo o meaia (...). Palabras frívolas (se dicen) las que no mereçen auer fé". Y más adelante, tratando del término "leve", escribe: "...quiere dezir ligero o sotil; de ningund valor e fríuolo; de poco momento". El término evolucionó hacia la esfera de lo moral a partir del siglo pasado, calificándose con él conductas licenciosas, vidas sensuales, gustos lascivos, que rozan el vicio, aunque sin caer de lleno en la disipación. El frívolo es un diletante, un aficionado, un seguidor a distancia de la vida depravada y perdida. En la Duquesa frívola, cuplé que cantaba en 1920 Elvira de Amaya, con letra de Alvaro Retana y música de Luis Barta, se describe el valor semántico del término:

Duquesa que vas por la vida
pensando tan sólo en reir,
contemplando tu loca alegría
se siente un deseo tenaz de vivir.
En nuestro galante siglo (...)
triunfa como nunca la frivolidad.
Danzas y canciones son grato perfume
que nos dan al mundo la felicidad.


Fulano.
Voz con que se evita pronunciar el nombre de una persona, o se alude al individuo cuyo nombre no conviene o no se quiere expresar con la intención de humillarlo. Cervantes tiene por cosa humillante y deshonrosa el ser tildado de tal, tanto en el habla como en la escritura: "No es bien que quede asentado debajo de signo de escribano, ni en el libro de las entradas "fulano, hijo de fulano, vecino de tal parte...".

Ya en el siglo XIX, Hartzenbusch documenta así su uso:
¿No es acción villana
proponerle a un hombre honrado
que falte a lo que ha tratado
porque yo quiero a fulana...?

Puede ser ofensivo o humillante, sobre todo cuando el individuo está presente, tratarle de fulano, con lo que indicamos poco aprecio, cuando no claro desprecio. El término es muy ofensivo en su forma femenina, siendo entonces sinónimo de ramera, mujer rastrera y vil. Esta alteración semántica ya estaba implícita en la voz árabe de la que deriva el adjetivo castellano: fulán = "cualquier cosa o persona"; en ese sentido de "cualquiera" se formó muy tardíamente, la voz que tratamos.

Fulastre. Fullero, mentiroso; sujeto que no pone atención en lo que hace, chapucero; desgraciado y un tanto gafe. Benito Pérez Galdós, a finales del siglo pasado da al término el valor de" cosa desafortunada o aciaga: "año fulastre", escribe el gran novelista, en el sentido de "año perdido tontamente".


Fullero.
Fulero, que hace trampas; embustero y falaz. Se usa a mediados del siglo XVI con el mismo valor que hoy. Cristóbal de las Casas, en su Vocabulario de las dos lenguas toscana y castellana lo incluye como equivalente al término italiano furo: ladrón, y en compañía del jugador de manos y el rufián. Y Cervantes, el El coloquio de los perros, sitúa al fullero en compañía de vagabundos. Coetáneamente a los autores citados, Covarrubias, lo describe así de gráficamente:
                            El jugador de naypes o dados que con mal término y conocida ventaja gana a los que con él juegan, conoziendo las cartas, haziendo pandillas, jugando con naypes y dados falsos, andando de compañía con otros que se entienden, para ser, como dizen: tres al moyno.
          F. de Quevedo recurre al término muy a menudo en sus obras: "Yo tenía ya mis principios de fullero, y llevaba dados cargados, con nueva pasta de mayor y menor...".
Parece aceptable la etimología que algunos dan: de la voz latina follis = embustero. Hoy se sigue utilizando el término, al que le han surgido algunas variantes de creación expresiva en medios marginales, como "fulastre", que es individuo jactancioso y falso, mentiroso y bocazas.


Fuñique.
Persona de poca habilidad y maña, un tanto manazas, pijotera y chinche. Es término relativamente reciente, utilizado a finales del siglo XIX con el significado descrito de pejiguera, sujeto aburrido, latoso y pesado. Deriva del verbo fuñicar = echar las cosas a perder, hacer algo con torpeza o ñoñería.


Furcia.
Ramera de muy baja condición; buscona contactable en bares de alterne. Parafraseando a Ricardo de la Vega, autor del libreto de La verbena de la Paloma, estrenada en el teatro Apolo de Madrid, con música del maestro Bretón en 1894, un curioso articulista de La hoja de parra, C. Miranda, documenta así el término, a principios de nuestro siglo:

Hoy las socias adelantan
que es una barbaridad...,
hay furcias de pelo en pecho,
mujeres de armas tomar,
gachís que rompen cabezas
y superhembras que dan
mulé al hombre que las quiere
seducir o abandonar.

En cuanto a la etimología del término, no podríamos dar otra explicación que la leída al vuelo en cierto diccionario de anglicismos, donde se aventuraba la siguiente hipótesis: " de to fur = adornar con pieles, influido por to make the fur = crear desorden en la calle." Pero parece una explicación para salir del paso, lanzada por el simple capricho de no permanecer callado.

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