INVENTARIO GENERAL DE LOS INSULTO

G



Gabacho.
Despectivo por "francés". En relación con el gentilicio, es voz de uso anterior a la francesada napoleónica. Cervantes la emplea así: "...dicen que somos como los jubones de los gabachos (...), rotos, grasientos y llenos de doblones". Se dijo también de quien había contraido la sífilis, morbo gálico (mal francés). Quevedo, en la Segunda parte de Marica en el hospital, escribe:

Sobre quién las pegó a quién,
ahí de podridos andan;
él, con humores, gabacho;
y ella Lázaro con llagas.

Covarrubias (1611) dice de los gabachos, en su Tesoro: "...muchos destos se vienen a España y se ocupan en servicios baxos y viles, y se afrentan cuando los llaman gavachos (...), y vuelven a su tierra con muchos dineros y para ellos son buenas Indias los reynos de España".
El dramaturgo Agustín Moreto, como si adivinara lo que sucedería un siglo después, ridiculiza a quien imita servilmente lo ultrapirenaico:

Entra, gabacho.- ¿Quién es?
-Juan Fransué, siñora, soy...

Cuando mayor capacidad ofensiva cobró el término fue en el siglo XVIII, por dos razones: la influencia inmensa que ejerció lo francés sobre lo nacional autóctono, con el cambio de dinastía; y por las invasiones napoleónicas de la Península por la horda francesa. Nicolás Fernández de Moratín, afrancesado él mismo, escribe:

...para hablar en gabacho
un fidalgo en Portugal,
llega a viejo y lo habla mal,
y aquí lo parla un muchacho.

Su etimología, es despectiva en origen: el occitánico gavach = grosero, rústico. En castellano tomó tintes ridículos, equiparándose gabacho y papanatas. A principios del siglo XIX se politizó. Pasada la algarada napoleónica todo quedó en un recuerdo de tiempos miserables, y el término se tornó más despectivo que peligroso, llegando a perderse su connotación francesa. Alcalá Venceslada, en su Vocabulario andaluz da esta voz, equivocadamente, como propia de su tierra y aporta, con el significado
de "persona de ademanes toscos, rústicos y groseros" el ejemplo de esta copla:

En el andar conozco
que eres del campo,
en los zapatorrones
y en lo gabacho.


Gafe, gafo.
Cenizo; persona que atrae sobre los demás mala suerte y adversa fortuna. El término procede de la voz árabe qáfa, que alude a la mano del leproso, con sus dedos doblados y contraídos. Utiliza el término en el siglo XIII el anónimo autor del Libre dels Tres Reys d'Orient, con el significado de leproso:

Vn fijuelo que hauía,
que parí el otro día
afelo allí don jaz gafo
por mi pecado despugado.

Fue voz muy ofensiva en la Edad Media, en parte porque en el siglo XI se comenzó a confinar a estos enfermos en lazaretos, siendo el primero de ellos creación del Cid, en la ciudad de Palencia, hacia 1067. Los leprosos, que anunciaban mediante esquila o campanilla su presencia, tenían prohibido frecuentar los caminos reales, entrar en poblado o pedir limosna, ya que se pensaba que sus voces emponzoñaban el aire. Alfonso X, en las Siete Partidas (mediados del siglo XIII), equipara este insulto a los de "cornudo, traidor o hereje". El mismo rey ordenó se crease en Sevilla una casa "donde fuesen recogidos los gafos, plagados y malatos". La simple visión de uno de estos enfermos se decía traer mala suerte, y para contravenirla se cruzaban los dedos índice y corazón, formando con ambas manos una cruz de San Andrés, contra el gafe o contagio de la gafedad. El leproso gafaba; respirar el aire por donde había pasado traía malas consecuencias. Pasado el momento crucial, y habiendo cedido el número de casos de lepra, subsistió sin embargo el recuerdo de su horror. La voz "gafo, gafe" siguió empleándose, aunque desvirtuándose, y colándose en el ámbito de su antiguo uso, supersticiones y prácticas mezcladas con viejas nociones y rituales de brujería utilizadas para contravenir el aojamiento. Así, del enfermo de lepra, o gafo, se pasó al concepto del cenizo, echándose mano de la jettatura (entrecruzamiento de dedos índice y corazón de ambas manos, como hemos visto), en imitación del aspecto que ofrecían las manos del leproso, encorvadas, encogidas, y en forma de gancho, con el propósito de conjurar el mal. Eso es lo que en última instancia significa el término gafo o gafe: "gancho, encorvadura".

Gagá. Persona cuyas opiniones e ideas se han quedado muy anticuadas y huelen a rancio y a cosa pasada. Con esa acepción de carroza o carrozón, puede haberse dicho del francés gagá = viejo chocho. En cuanto a su etimología última, es onomatopéyica, imitando la voz de la persona anciana que arrastra las consonantes guturales o velares. Se da en castellano medieval, con valor adjetivo: "gago", persona tartamuda y titubeante (de "gaguear": tartamudear). Como tal, es vocablo empleado como apodo en documentos del primer tercio del siglo XIII. El autor de Diálogo entre el amor y un viejo, Rodrigo de Cota, en el siglo XV, utiliza así el término:

¡Quién te viese entremetido
en cosas dulces de amores,
y venirte los dolores
y atrauessarte el gemido!
¡O quién te oyese cantar:
"Señora de alta guisa…”
temblar y gagadear;
los gallillos engrifar
tu dama muerta de risa!...

Es voz dicha con ánimo ofensivo del viejo verde que, ignorante de su deterioro físico, se aferra al recuerdo de una juventud tiempo atrás ida.

Galfarro, galfarrón. Sujeto ocioso, que rehuye toda ocasión de trabajo; ratero, ladronzuelo. Se utiliza en sentido figurado, teniendo en cuenta la primera acepción del término: gavilán, ave de rapiña. El autor de La Pícara Justina, Francisco López de Ubeda, (1605) lo coloca en la siguiente lista de indeseables: "Entre los estudiantes, galfarros, barberos, mesoneros, bigornios, pisaverdes, mostré mi entorno, sin poder alguno medir conmigo lanzas iguales".
                          En cuanto a su etimología, deriva del verbo garfiñar = hurtar; de uso ya a finales del siglo XVI, derivación parecida a la que aduce Covarrubias en su Tesoro de la Lengua, (1611): "Son unos vellacones perdidos, medio rufianes; y dixéronse assí, quasi gafarros, porque gafan y agarran de lo que pueden".

Gallina. Individuo cobarde, pusilánime, muy apocado y tímido, que se asusta con facilidad, y abandona al menor peligro. Antaño fue insulto serio, de los que requerían satisfacciones, e incluso duelo..., aunque fuera la familia del gallina quien lo pidiera. En el siglo XVII, el humanista extremeño Gonzalo Correas incluye en su Vocabulario de refranes la siguiente expresión arrefranada: "Encogerse como gallina en corral ajeno", queriendo significar la timidez y naturaleza cobarde de quien carece de presencia de ánimo, valor y bizarría. Hartzenbusch, mediado el siglo XIX, ve así al personajillo:

Hay gentes muy peregrinas
que tienen vueltas bellacas:
En un concejo, ¡qué urracas!;
en un lance, ¡qué gallinas!.

Es uso figurado, por tenerse desde antiguo a este animal como uno de los más cobardes, asustadizos y medrosos.


Gamberro.
Individuo incivil y grosero que se divierte haciendo daño y causando destrozos en público; libertino que se entrega al desenfreno; tipo urbano asalvajado y violento, que hace gala de no avenirse con el orden establecido, enorgulleciéndose de su actitud de osadía y desacato. Es voz de origen incierto que la Academia introdujo en su diccionario en 1899, aunque con el significado único de "mujer pública", de uso en Andalucía. El semantismo, o peripecia significativa del término "gamberro", ha experimentado diversos cambios en la breve vida del vocablo. En su Vocabulario Andaluz, Alcalá Venceslada lo define así: "Persona de mala condición; vago, flojo: No te fíes de esa mujer, que es muy gamberra (...), que no da golpe en el trabajo".
                        Desde principios de siglo es palabra generalizada en España; en Galicia, “ir de gamberría" es tanto como irse de juerga; en portugués, "gambérria" es tumulto, desorden, motín; y en valenciano, "gamberro" era término usual para aplicar a gente díscola y traviesa hace casi un siglo. Estos hechos lingüísticos hacen innecesario el inglés gang = pandilla, banda de gangster que algunos han apuntado para explicar la etimología de este término. Parece que el periodista donostiarra A. Gorrochategui utilizó el término por primera vez en un medio de comunicación, dándole ya el sentido actual, con motivo de una campaña antivandálica que La Hoja del Lunes de San Sebastián llevó a cabo en 1930.

Ganapán. En lenguaje figurado, hombre rudo y tosco, de modales zafios. El ganapán fue antaño lo que hoy el peón de estación, o mozo de cuerda, que se ganaba la vida llevando cargas, o haciendo lo que se le mandare. Bruto, pero no de mal fondo. Más que insulto era falta de consideración recordarle a alguien su baja condición social. No solían recibir otra paga que lo que se comían. Los ganapanes solían llamarse "los de la palanca", ya que con ella entre dos podían llevar grandes pesos. Solía ser mozo de muchos amos, como algunos pícaros, y como siempre estaban cansados aprovechaban cualquier momento para dormitar. En el teatro sale a menudo mal parado, recibiendo algún golpe mientras el criado listo se escabulle. Francisco de Rojas Zorrilla, ofrece la siguiente escena:

-¿Qué es esto?, aqueste tacaño,
descarado ganapán,
no ha de estar una hora en casa;
aún he de pegarle más.

Covarrubias, que tenía buena opinión de ellos, escribe de la manera pintoresca que suele:
                            No cura de honra, y assí de ninguna cosa se afrenta; no se le da nada andar mal vestido y roto; (...) vive en un sótano, y a vezes duerme en la plaça sobre una mesa, y con esto no le sacan prendas por el tercio de la casa. Si está malo, le curan en el hospital, come en el bodegón el mejor bocado, y beve en la taberna donde se vende el mejor vino, y con esto passa la vida contento y alegre".


Gandul.
Holgazán, haragán, que rehuye el trabajo. Vago y ocioso, que por andar siempre desocupado sólo piensa en torpezas. Es voz que ha experimentado un notable cambio semántico. Antaño significó "moro o indio joven y belicoso". En su primera acepción, en el siglo XV, tenía que ver con su etimología árabe, gandur: muchacho de clase trabajadora que a pesar de sus escasos recursos y origen villano pretendía pasar por elegante, procurando agradar a las mujeres; individuo que vivía sin trabajar, y a la menor provocación tomaba las armas. Con los significados descritos cayó en desuso, tanto que no se cita en el Diccionario de Autoridades. El DRAE lo registró mediado el siglo pasado, con la acepción actual de "vago, tunante y holgazán":

En tanto que halaga la fortuna
a un gandul sinvergüenza, torpe, idiota,
gime el talento, y el honor ayuna.

En el sentido de vagabundo y truhán el término es de etimología árabe: gandur = ocioso, voz que aparece a mediados del siglo XV en las Coplas del Comendador Román, con el significado adicional de "moro joven y belicoso, galanteador de mujeres y dado a la vida holgazana". El DRAE incorpora el término en la segunda mitad del siglo XIX, cuando ya era voz corriente entre los hablantes de estratos sociales populares, y en el ámbito de la familia. Hartzenbusch da al término este empleo:
                      Acude un menestral a una oficina del gobierno para que le despachen un asunto: le cuesta dos o tres viajes la diligencia, y ya le basta esto para decir que todo empleado es un gandul.
      Hoy es voz desusada, aunque sigue muy viva en Andalucía y el reino de Murcia y sus zonas de influencia lingüística.

Gandumbas. Haragán, dejado, apático; vago y holgazán que ha hecho de la inactividad una meta vital. Es voz derivada del portugués antiguo gandum, con el valor de gandul, y las agravantes de idiota o cretino. Tiene también, por asociación o ampliación del sentido, el significado de "huevazos, cojonazos" en cuyo caso es equivalente a individuo que "los" tiene cuadrados, desmesuradamente grandes a fuerza de no hacer nada. Rodríguez Moñino, en su Diccionario geográfico popular de Extremadura, registra un caso de uso de la voz gandumbas en el sentido que decimos:

Por la sierra de Pela
viene un mosquito:
le llegan las gandumbas
a Don Benito.

Es término afín a "gandul", de su misma etimología. Se utiliza en Murcia y parte del antiguo reino de Valencia con el significado de idiota haragán, dejado y apático, capaz de dejar pasar muchas horas sin moverse de donde está tumbado. En su forma femenina se aplica en Valencia a las rameras callejeras apostadas en las esquinas, o busconas por plazas y mercados.

Ganforro. Bribón, pícaro que hace pequeñas raterías; persona de nula consideración social, que vive a salto de mata, a menudo amancebado con ramera, uso que todavía tiene en algunos puntos de Extremadura. En cuanto a su etimología, es voz variante del término "galfarro, galfarrón". En última instancia, deriva de la voz "garfiñar", término que, teniendo como base la voz "garra", es de formación agermanada, según aduce Juan Hidalgo en su Vocabulario de germanía (1609).

Gansarón. Individuo alto y desairado, torpón y desgarbado, muy flaco y desvaído. Llámanse así por la torpeza en el andar y lo insufrible del graznido de estas ánades gigantes, a las que parecen imitar en el movimiento y en el mostrarse erguidos con aire desorientado, inocente y estólido. También se dijo "ansarón", aumentativo de ansar: ganso. El término lo utiliza así Antón de Montoro, a mediados del siglo XV, entre un aluvión de insultos de toda índole:

Vos hinchado con pajuelas,
gordo ratón de molino,
ansarón
criado a leche y berçuelas
con el entero del vino vinagrón,
melcochero passa frío,
vil escopido marrano
muy anín...


Ganso.
Se dice de la persona rústica y malcriada, torpe e incapaz, perezosa y lenta. Hemos escuchado en alguna zarzuela, los siguientes versos:

Don Cenón es un mastuerzo;
el muchacho, un Barrabás;
Mauricio, vicioso y ganso...,
y el señor...: Vd. dirá.

En cuanto a la expresión "hacer el ganso" debemos decir que la entrada del ganso en el apartado de animales cabezas de lista de la sandez es ajena a la naturaleza de estas aves, teniendo sólo algo que ver con su comportamiento social de carácter gregario. Asimismo, los que hablan por boca de ganso no son tontos del todo, sino tontos a la fuerza, ya que carecen de libertad de expresarse como de verdad son. Así, decimos de alguien que habla por boca de ganso, es decir, que no manifiesta autonomía de pensamiento ni dice lo que él piensa, cuando expresa opinión ajena como propia. Y al parecer se dijo porque los gansos, cuando empieza a cantar uno, cantan seguidamente todos. Amén de esto, en el siglo XVI se llamaba "ganso" a los ayos a cuyo cuidado quedaban los niños de clase social elevada. Cuando el ayo los sacaba a la calle camino de la escuela o el pupilaje, todos iban delante de él, como hace el ganso con las crias, no permitiéndoseles a los niños contestación otra, a cualquier pregunta, que la previamente expresada por el ayo. Hablaban, pues, por boca de su ayo, esto es: del ganso, que es como se le denominaba también a este personaje. (Para su etimología, véase el final de la voz "trasto").


Gañán.
Mozo de labranza, hombre tosco y primitivo, que no sólo carece de modales, sino que éstos le importan poco. Ese es el sentido actual del término, sin embargo, en los siglos XVI y XVII no era voz insultante, sino meramente descriptiva de la condición social de labrador, jornalero del campo, persona que se gana la vida con las manos. Covarrubias (1611), que partía de una etimología equivocada, dice en su Tesoro de la Lengua:
                           Los gañanes de ordinario son muy grosseros y grandes comedores de rústicos mantenimientos; y por esso al que come cosas groseras y con excesso y poca policía dezimos que come como un gañán.
El matiz peyorativo fue ganando en negatividad a lo largo del siglo XIX. En el teatro se le ve como individuo que sólo se complace con los asuntos zafios, y por doquier se le considera un simple ganapán desprovisto de valor cultural o social alguno. De Hartzenbusch es la siguiente estrofa:

Los de ilustre jerarquía
y los míseros gañanes,
todos viven entre afanes,
recelando cada día...

Hoy es voz intercambiable con "patán, palurdo, ganapán", entre otros términos que tienen en el aspecto rudo y la cortedad de entendimiento las bases de su significación.

Garbanzo negro. Serlo equivale a hacerse notar de manera negativa. Se dice del individuo que dentro de una familia reputada, digna de respeto, y de trayectoria social relevante, destaca por su ruin conducta, siendo una mancha negra en un paño blanco; también se dijo "garbanzo de mella", por ser menoscabo y achaque para la familia a la que pertenece. A lo antes dicho se une la fama del garbanzo negro, que según el segoviano Andrés Laguna, médico del emperador Carlos V y del papa Julio II, (primera mitad del siglo XVI), es legumbre "venérea", que despierta en el hombre lujuria y concupiscencia, haciendo que hierva la sangre en sus venas, y así, caliente, cometa tropelías y torpezas. En ese caso garbanzo negro es término de comparación negativa: ser alguien como el garbanzo negro, que saca al hombre de sí y le predispone a la lascivia. Por otra parte, el origen de la expresión pudo tener que ver con el valor simbólico de los colores: el blanco fue considerado siempre signo de felicidad y bienandanza; el negro, de desprecio y desgracia. (Véase también ser alguien la "oveja negra").

Garduño. Ratero que con habilidad, maña y disimulo grande logra hurtar las más escondidas bolsas y carteras; en medios rufianescos: puta que a su vez roba con arte a sus clientes. Covarrubias, en su Tesoro (1611), da esta ingenua etimología al vocablo:
                          Al ladrón ratero, sutil de manos, llamamos garduña, porque echa la garra y la uña; de do pudo tener también origen este nombre.
Es término muy del gusto de la novela picaresca; López de Ubeda lo usa en 1605, en La picara Justina, pero se encuentra documentado casi un siglo antes. Es voz utilizada en medios arrufianados y hampescos, en mentideros donde se ejercía la prostitución y el robo, o se fabricaba calumnias; en la novela picaresca La garduña de Sevilla, de Castillo Solórzano, (primera mitad del siglo XVII) se alude a ese mundillo de los bajos fondos; también en catalán, coetáneamente, la garduña era el patio de la cárcel, o la cárcel misma. El entremesista madrileño Luis Quiñones de Benavente, del siglo XVII, emplea con el sentido de "rapiñar" el verbo "garduñar". Hoy es palabra en desuso, porque para describir y nombrar el mundo de la delincuencia y la miseria moral cada época crea su propio vocabulario.


Gárrulo.
Parlanchín, persona charlatana, que habla por hablar y sin decir cosa de substancia. Es voz usada en su origen, (principios del siglo XVI) en contextos agermanados. En los romances de Rodrigo de Reinosa aparece como voz propia del lenguaje rufianesco y asocarrado. En esos medios marginales, la voz garlo equivalía a "parlotear", de donde procede el adjetivo ofensivo "garlón". Del término del latín tardío garrulare se dijo "gárrulo", palabra expresiva y vivaz que significaba hablador incontinente, que habla por los codos, sin arte ni concierto, para al final no decir nada más que tonterías. Leandro Fernández de Moratín utiliza así el término, algunos siglos más tarde: "El sobresaliente mérito del drama bastaría a imponer taciturnidad y admiración a la turba más gárrula, más desenfrenada e insipiente".
                        Por su parte, de Mariano José de Larra es la siguiente exclamación de desaliento y desesperanza:
                       "¡Vuelta con los adelantos, y torna con los descubrimientos. ¡Oh siglo gárrulo y lenguaraz...!".
Su uso actual sigue siendo el de sujeto que habla sin substancia en lo que dice. También se predica vulgarmente del lugareño palurdo y zafio. Con este significado se emplea también garrulo, sin acento esdrújulo.
Sorprende encontrar esta voz en el himno de Almería, cuya letra, debida a un poeta local, califica con ella a los habitantes de aquella hermosa ciudad, aunque teniendo in mente otra acepción del término, relacionada con ciértas aves canoras.

Gaznápiro. A quien se queda embobado mirando con la boca abierta, al cándido y simplón llamamos "gaznápiro". Se trata de una variante del bobalicón, mezcla de palurdo y torpón o manazas. Hartzenbusch pone en boca de una de sus criaturas dramáticas, la siguiente expresión para implorar un castigo que merece: "No tenga usted misericordia de mí. He sido un gaznápiro". Es de uso relativamente reciente, ya que se documenta por primera vez a mediados del siglo pasado. Su origen es incierto; la Real Academia sugería, en 1884, que podía provenir del término "gaznar, graznar", pero no parece explicación suficiente, pues deja sin comentario las sílabas finales "-piro". J. Corominas, (Diccionario Crítico), dice ser voz de origen incierto, aunque se aventura a dar como etimología del término una mezcla de palabras neerlandesas como gesnap y snapper, con el valor semántico de "parloteo, charlatán". Pero de ser eso así el término no se documentaría de la manera tardía que lo hace: primera mitad del siglo XIX. Más razonable parecería hacer derivar el término de la voz catalana ganàpia = grandullón, especie de gansarón, muchacho crecido pero aniñado.

Gilí. En lenguaje de germanía, o jerga de rufianes, decir gilí equivalía a tachar a alguien de tonto, memo. Parece que procede de una variante del lenguaje gitano español, jil = fresco, reciente, de donde en sentido figurado se dijo del ingenuo, novato o inocente, fácil presa para el timo o el engaño. Emplea el término Benito Pérez Galdós en su novela de ambiente madrileño Misericordia; antes lo había empleado Rodríguez Marín en sus Cantos populares andaluces, (1882). No obstante, la etimología apuntada como más verosimil, dado lo tardío de la aparición del término, debe notarse el vocablo árabe granadino gihil = bobo, modorro, como posible etimología del vocablo.


Gilipollas.
Quiere el Diccionario de la Real Academia de la Lengua que derive de la voz árabe yahil, yihil o gihil = bobo, muy utilizada entre los hablantes de la España musulmana. El vocablo pasó al romance: "gilí" = sujeto ignorante y aturdido. Otra acepción del vocablo "gil" hace referencia al antropónimo "Gil", por entenderse ser éste una especie de antonomástico de "lelo, imbécil, infeliz". A este respecto escribe Covarrubias en su Tesoro, (1611): "Este nombre en lengua castellana es muy apropiado a los çagales y pastores..."
                      Corominas, en su Diccionario Crítico, deriva el término de la voz gilí = tonto, memo, de la palabra gitana jili = inocente, cándido. El erudito Rodríguez Marín, en sus Cantos populares andaluces, parece ser quien primero lo utilizó por escrito, 1882. Poco después lo recogería Pérez Galdós en su novela Misericordia, de ambiente madrileño suburbial. Nada dice del compuesto "gili-pollas". Camilo José Cela, en su valioso Diccionario del Erotismo, asegura que la segunda parte del término se refiere al pene. De este encuentro de vocablos resultaría una especie de "poya tonta", "picha loca", "tonto (de) la pija", "pichilelo". El término es de uso general en toda España para tildar a alguien de tonto integral, perdiéndose toda consideración y respeto a quien así se califica, ya que no sólo se le tacha de "tonto y bocazas", sino que ello se hace con escarnio, mediante una mezcla explosiva de términos: "gilí" (universo gitano) y "pollas" (zona menos noble de la anatomía), evocándose así un universo ínfimo, que enmarca al individuo en un campo semántico ingrato. El gilipollas no es un simple tonto, sino que participa además de la condición espiritual del bocazas, del incontinente verbal que todo lo airea sin guardar secreto ni recato en la divulgación de la noticia, comportamiento que ni siquiera busca el hacer daño. La personalidad del gilipollas es mercurial, cambiante, insegura, y a menudo gratuita. El gilipollas puede salir por peteneras en cualquier momento, y montar desaguisados importantes sin darse cuenta. No es malo porque no tiene coeficiente intelectual suficiente para serlo, pero es muy inoportuno y por ello peligroso, ya que puede echar cualquier cosa a perder llevado de su falta de juicio y de la ausencia en él de criterio para medir el alcance de las acciones y el discurso.

Gilipuertas. El gilipuertas no es menos gilipollas que el gilipollas mismo. Echamos mano de este vocablo cuando queremos quitar hierro al insulto, variando la segunda parte del compuesto, y así decimos "gilipuertas", con lo que restamos fiereza al conjunto. Sin embargo hay autores que consideran que de esta manera se agravan las cosas, ya que se desprecia al insultado, tildándole de algo insulso e indefinido, expresado en "puertas", término fonéticamente más cercano a "pollas", con lo que aunque se evita herir la sensibilidad de oyentes circunstanciales del insulto, ello se hace sin ánimo de atenuar el grado de imbecilidad del insultado. El escritor español nacido en Filipinas, Álvaro Retana y Ramírez, feliz autor de novelas eróticas y de letras y músicas de sonados cuplés, emplea así el término en su Historia de una vedette:
                    "Es un gilipuertas, bisbiseó la ex tanguista, rememorando su vocabulario expresionista del cabaret Pelikán".
Son numerosas las formas léxicas que puede adoptar este vocablo: gilimierdas, gilibobo..., y así ad infinitum.


Gitano.
Individuo perteneciente a esa raza y condición. Entre los árabes, la voz aramís (gitano) equivale a ladrón. Es término ofensivo con el que se zahiere a quien se pretende tachar de ladrón, traicionero, sucio y tramposo. A esta imagen suya contribuyó la fama a la que al parecer se hicieron acreedores en los primeros tiempos de su estancia en Europa. A España llegaron mediado el siglo XV precedidos de esa reputación negativa, ya que a principios del siglo XVI se conocía el libro de J. Aventino Annales boiorum (1515) que decía sobre ellos:
                       ...quienes llamamos zíngaros empezaron a vagar por nuestro tiempo (1489) por nuestros países buscando impunemente el sustento con hurtos, rapiñas y adivinaciones. Entre otros embustes dicen que son de Egipto y que están obligados por Dios a vivir desterrados; y fingen que con el destierro de siete años hacen penitencia por el pecado de sus antepasados que no quisieron hospedar a la Virgen María con su Hijo Santísimo. Por experiencia, he sabido que usan la lengua venedesa y que son traidores y exploradores.
Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua (1611) escribe:
                       Esta es una gente perdida y vagamunda, inquieta, engañadora, embustidora... venidos por acá admiten (en su compañía) otros vellacos advenedizos que se les pegan... fuera de ser ladrones manifiestos, que roban en el campo y en poblado, de algunos dellos se puede presumir que son espías y por sospecha de ser tales los mandó desterrar de toda Alemaña el emperador Carlos V... . Dezimos a alguno ser gran gitano quando en el comprar y vender tiene mucha industria. Son grandes trueca buiras, y en su poder parecen las bestias unas cebras, y en llevándolas el que las compra son más lerdas que tortugas.
 En cuanto a su etimología, parece ser aféresis de "egiptano", nombre que se les dio por creerse que este pueblo (oriundo de la India), había venido a Europa procedente de Egipto. Los autores de los siglos de oro -en particular Miguel de Cervantes-, ofrecieron una estampa acre y poco divertida del gitano, calando ya en este término un semantismo progresivamente despectivo y humillante, seguramente exagerado en su virulencia, y claramente injusto como todo estereotipo.

Golfín. Ladrón que iba con otros en cuadrilla; salteador de caminos; bribón y facineroso. Es voz de uso extendido en la Edad Media, documentada ya en el siglo XIII. En el Conde Lucanor, del Infante Don Juan Manuel, es sinónimo de estafador. Cree Ramón Menéndez Pidal que el término derivó, por metátesis, de folguín, voz que a su vez es derivada de folgare: holgar, vagar, de donde surge el calificativo holgazán, por ser el golfín una especie de pícaro, vago y tahur que no se ocupa de cosas decentes y de provecho. Sea o no atinada esta etimología, que Corominas cree desacertada, no es menos problemática la que el filólogo citado defiende: "golfín, nombre de un pez, variante de delfín". En el Libro del caballero Zifar, (primer cuarto del siglo XIV) se utiliza el término como sinónimo de malhechor, ladrón que comete sus fechorías en los caminos.


Golfo, golferas.
Pilluelo y pícaro, vagabundo y maleante. Es voz muy empleada en Madrid, posible derivación retrógrada del término "golfín", aunque en nuestra opinión lo tardío de su aparición (finales siglo XIX) lo hace poco probable. Tiene el mismo valor semántico que "golfín", voz ésta que por tener morfología de diminutivo pudo haber provocado la construcción del correspondiente positivo "golf-o". En cuanto al "golferas", es de creación y uso popular. (Véase lo que decimos sobre el sufijo "-ras" en "rareras").

Goliardo. Persona de vida desordenada y poco clara; individuo vicioso, de hábitos desarreglados y costumbres disolutas. En la Edad Media se dice del clérigo corrompido, jugador, bebedor y fornicario, que incumplía sus votos y vivía asilvestrado entre estudiantes, pícaros y vagabundos, amancebado con alguna barragana.

Gomoso. Pisaverde, petimetre, currutaco; lechuguino excesivamente baboso con las mujeres. Deriva de "goma", en su acepción de "laca, maque", de donde también se dijo "maqueado", por el peinado tratado con esa substancia que se empezó a utilizar en España durante la segunda mitad del siglo pasado, y del que abusaron los elegantes del momento. Su equivalente actual es el tipo engominado que se embadurna la cabeza con fijador. En la zarzuela del maestro Francisco Alonso, Las Leandras, se utiliza así el término, que no debía tener por entonces demasiada vida:

Y el gomoso que la ve
va y le dice: Venga usté
a ponerme en la solapa
lo que quiera;
que la flor que usté me da,
con envidia la verá
todo el mundo por la calle
de Alcalá.

Gorrino, gorrín. (Véase "guarro" ). Son formas populares del cerdo, de creación onomatopéyica, a partir del gruñido de este animal. Se trata más que de cerdos adultos, de lechones. Gorrino es a guarro lo que cochinillo es a cochino. Como insulto, improperio u ofensa, es más ligero que el de "puerco" o "cerdo"..., pues mientras más grande y viejo el bicho, más sucia y despreciable la persona.


Gorrón.
Persona que tiene por costumbre vivir o divertirse por cuenta ajena. Es calificativo de antiguo uso en castellano. Tiene que ver con la prenda del tocado a que se alude: la gorra. Gonzalo de Correas, en su Vocabulario de refranes, (primer cuarto del siglo XVII) asegura que lo de comer de gorra se dijo "cuando uno se mete con buenas palabras y la gorra en la mano al convite de otros, o cosas semejantes, sin ser convidado". Pero antes de que el maestro Correas escribiera esto, Mateo Alemán pone en boca del pícaro Guzmán de Alfarache la frase siguiente: "Ya querían empezar a merendar cuando burlando quise meterme de gorra". Y medio siglo más tarde, el también pícaro Estebanillo González, en la novela del mismo nombre, dice que comer de gorra es comer por cortesía, gracias a los muchos saludos o gorrazos, que prodiga el parásito. Tanto era así que existía un refrán donde gráfica y claramente se afirmaba: "Buena gorra y buena boca hacen más que buena bolsa". El gorrón es un tipo humano eterno y atemporal, ya que la aspiración íntima del hombre es vivir a costa de alguien. El gorrismo tiene vertiente intelectual o moral: los criados o escuderos de caballeros ricos que en los siglos de oro acudían a la universidad acompañando a sus amos, aprovechaban el ocio o el privilegio de sus amos para instruirse ellos; nos referimos a los capigorristas, así conocidos por llevar capa y gorra. El Diccionario de Autoridades, (primer cuarto del siglo XVIII) incluye el concepto en los siguientes términos: "Tomar parte en una comida sin ser invitado". Desde entonces el personaje ha variado poco en cuanto a sus metas, aunque si en cuanto a los medios. El gorrón de hoy es de más dificil detección, ya que anda enmascarado, parapetado detrás de un sueldo que le dan por desempeñar actividades supuestas, viviendo a costa del erario público. Elevado ha sido siempre el número de los gorrones, y rico en anécdotas. Voltaire, en el siglo XVIII, contaba cómo cierto caballero que visitaba su residencia de Ferney, le había tomado tanto gusto a su casa que no salía de ella, en lo que se parecía a Don Quijote, con una pequeña diferencia: mientras el hidalgo manchego tomaba las posadas por castillos, su amigo había tomado su casa o castillo por posada. En femenino, el Diccionario de Autoridades registra el término con el significado de ramera, mujer pública: "...mujer de baja suerte que sale a prostituir su cuerpo para ganar torpemente su vida." Juan de Zabaleta, en El dia de fiesta por la tarde, (mediados del siglo XVII) ve así al personaje:
                   Sale luego una gorrona, adornada toda la cabeça de media vara de listón encarnado, hecho lazada en el pelo, sobre una entrada de la frente. En las orejas, unos arillos de oro tan sutiles que, aun siendo de oro no valen nada. Luego una gargantilla de corales (...) para preservación contra el mal de ojo.


Granuja.
Muchacho vagabundo; pillo. Al conjunto de truhanes y pícaros, a los componentes de la granujería, se llamaba también "granuja". Un entremesista, dirige estas palabras a los asistentes al corral de comedias para que no le pateen la obra:

Carísimos mosqueteros,
granuja del auditorio,
defensa, ayuda, silencio,
y brindis a todo el mundo.

Hoy se utiliza, más en el Levante que en Castilla, para calificar al golfillo o golferillas simpático y gracioso, a quien no le importaría siquiera prostituirse con tal de lograr lo que se propone.

Grilla(d)o. De la persona que dice tonterías se predica que tiene grillos en la cabeza, o que anda a caza de grillos, es decir: que pierde el tiempo en empresas quiméricas y carentes de sentido; sujeto de poco fundamento, insensato cuyas opiniones no son tenidas en cuenta. Se utiliza en contextos similares a los del calificativo "chala(d)o". Con este valor semántico no encontramos recogido el término en ningún diccionario, a pesar de que su uso está extendido, sobre todo en puntos diversos de la Corona de Aragón y del antiguo reino de Valencia, donde grillat es el equivalente al castellano "grillado", con el significado de "cosa que empieza a malograrse o a no andar bien". Es posible que descienda de una voz alemana grille: veleidad, capricho, extravagancia y locura.


Grosero.
Basto, tosco; persona que no observa el decoro, ni sigue las reglas de urbanidad; patán que se conduce impertinentemente; sujeto ordinario y descortés. Tiene su etimología en la voz latina grossus, cosa de mucho espesor. Empezó a utilizarse como insulto a mediados del siglo XV, en que se superpone al significado primitivo de "gordura o grosor", abundándose en el sentido figurado de torpeza, tosquedad. En su Cancionero, Juan del Encina, (finales siglo XV) pone en boca del pastor Mingo, las siguientes consideraciones:

Es tan fuerte zagalejo,
miafé, Menga, el amorío
que con su gran poderío
haze mudar el pellejo,
haze tornar moço al viejo,
y al grossero muy polido...

Las coplas de Canta, Jorgico, canta, del mismo siglo, el autor pone en boca de cierta dama la siguiente estrofa:

(...) Jorge, no seas grosero,
pues que ves cuánto te quiero (...).
Yo creo que estás sin seso,
o que estás de amor compreso;
tienes mi corazón preso
desde el culo a la garganta.

Más grosera resulta la dama que el pobre Jorgico, que no se atreve a entrar al trapo de tan calentona señora. Coetáneamente, Rodrigo Cota, en su Diálogo entre el Amor y un viejo, pone en boca de Amor el siguiente parlamento:

Al rudo ha o discreto,
al grosero, muy polido,
desenvuelto al encogido,
y al invirtuoso neto...

En el Galateo Español, manual de urbanidad escrito por Gracián Dantisco en 1582, se dice: "...se debe desechar el término grosero y descuidado que podría causar odio y mala voluntad y desprecio". Gonzalo Correas, en su Vocabulario, (s. XVII) dice de quienes inmigran a Madrid: "Muchos entran en la Corte que la Corte no entra en ellos, y si van toscos vuelven groseros".
Covarrubias le da, en su Tesoro de la Lengua, el sentido moderno:
                          Grosero vale tanto como rústico, poco cortesano, cuando se dize del hombre o de su razonar y conversar. (...) Aquello que está hecho sin pulicía, talle ni arte; díxose de graso, que vale gordo y gruesso...
Agustín Moreto, (siglo XVII) pone esto en boca de una mujer:

Yo, por soberbio os tenía,
más no os juzgaba grosero.

Unas décadas después, Pedro Calderón de la Barca, en Para vencer a amor querer vencerlo, pone en boca de una dama este aluvión de improperios:

No diré tal, vive Dios,
sino que sóis un grosero,
un atrevido, un villano,
necio, loco, altivo y vano,
ingrato y mal caballero...


Guarro, guarrín.
Son sinónimos populares del cerdo, y del lechón. Como en el caso de la voz "cochino", parece que es de origen onomatopéyico, surgida por imitación del gruñido de este animal. Sin embargo, hay quien ha defendido una procedencia griega, de la voz joiros. De los términos aludidos, el de uso más antiguo es "gorrín", que emplea Quevedo en esta graciosa estrofa:

Tierra donde las doncellas
llaman hígado a el rubí,
y andan hechas san Antones
con su fuego y su gorrín.

Aparece documentado en el Diccionario de Autoridades, entrado el siglo XVIII: "Puerco pequeño que aún no llega a los quatro meses"; también "desaseada y sucia". El fabulista canario, Tomás de Iriarte (s. XVIII) hace hablar a un gorrino, que declara lo siguiente:

Yo te aseguro, como soy gorrino,
que no hay en esta vida miserable
gusto como tenderse a la bartola,
roncar bien y dejar pasar la bola.

En cuanto al término hoy más extendido, "guarro", lo documenta Terreros y Pando en su Diccionario Castellano con las Voces de Ciencias y Artes y sus correspondientes en las tres lenguas francesa, latina e italiana, (segunda mitad del siglo XVIII). En cuanto a la voz "guarrín", designaba al lechoncillo recién nacido, y por extensión al niño sucio y travieso, con connotaciones meramente descriptivas.


Guiñapo.
Persona degradada, vil y despreciable. En el término se incluye tanto los aspectos morales como físicos. Se usa en sentido figurado: ser un guiñapo es ser un trapo, tanto que en algunos lugares de Almería al trapero se le llama guiñapero. Francisco de Quevedo usa así el término: " Voto a tal que no creí a nadie, y piensan los bribones guiñapos que lo creía..."; y en El entremetido, la dueña y el soplón le da un empleo idéntico al de hoy: "despojo humano, trapo viejo, andrajo". Procede, por metátesis, del término "gañipo" = andrajo, común en Asturias, y entre los gitanos, posiblemente influido o cruzado de "harapo". Cree Corominas que procede de la voz neerlandesa medieval cnippe = desecho de lana.

Gurdo. Insensato y simplón. Del latín gurdus = de mente roma, necio. Es insulto desusado, de procedencia culta. El humanista cordobés del siglo XVI, Ambrosio de Morales, escribe:
                    A los hombres que por ser mal considerados en muchas cosas llamamos agora "tochos", y en latín los nombran "estólidos", por este tiempo los llamaban acá gurdos, como refiere Quintiliano.

Guripa. Golfo, miserable. Es sinónimo despectivo de "soldado raso", ya que a estos militares de ínfima graduación se les llamó así tras la guerra civil española (1936-39).

Gurriato. Cerdo pequeño; también cría del gorrión. En ambos casos se utiliza como término insultante. En el primer caso, entra a formar parte de la extensa familia de improperios que forman la piara de cerdos y gorrinos, guarros y puercos, cochinos y marranos, siendo el gurriato o gorrín el miembro más pequeño, junto con el lechón, tocino y guarrín, de esta sucia estirpe. En cuanto a la segunda acepción, equivale a menudo a "pardillo", persona un poco boba, fácil de engañar, presa sencilla: pringa(d)o.

Gurrumino. Sujeto ruín y pusilánime, desmedrado, que por estar en franca decadencia física condesciende excesivamente con su mujer. El término parece de formación onomatopéyica, en imitación del arrullo de la paloma, aunque Corominas lo cree derivado de un término desaparecido con el significado de pequeña joroba. Se utilizó tanto en Asturias como en Madrid en el primer tercio del siglo XVIII, en que la Academia lo incorpora al Diccionario de Autoridades.
       Es término sólo utilizable en función despectiva para el hombre, equivaliendo en algunos casos a cabrón consentido.

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