INVENTARIO GENERAL DE LOS INSULTOS

E

Echacantos. Sujeto vil y despreciable; persona miserable y ruín; donnadie con ribetes de loco. Quevedo la hace sinónimo de "tirapiedras": persona que no pinta nada en la vida, a quien hoy llamaríamos "mierdecilla".

Echacuervos. Alcahuete, tercero, rufián de mancebía o chulo de putas; sujeto embustero y despreciable; también se llamó de esta manera despectiva a los bulderos o cuestores que predicaban y vendían las bulas de la Cruzada, pero las falsas, no las verdaderas. Se llamó también así al charlatán y embaucador que andaba como buhonero de lugar en aldea vendiendo productos pretendidamente maravillosos, prometiendo curaciones rápidas y prodigiosas; así mismo trataba de convencer a los campesinos de que con sus fórmulas los cuervos no volverían nunca a sus campos. Gil Vicente había utilizado el término, y también Sebastián de Horozco, (primer tercio siglo XVI), lo emplea con la acepción de buldero; mientras Juan de Torres, en el XVII, lo usa en su primera acepción de charlatán enredador: "Es oficio de echacuervos, vagabundos y gente que por un pedazo de pan mienten muy largo".
                   Antes, Lucas Fernández, en su Egloga o Farsa del Nascimiento, (principios del siglo XVI), había utilizado el término en el siguiente contexto:

¿Andáys a torreznear?
¿o quiçá a gallafear
por aquestos despoblados?
(...) ¿Sóys echacuerbo, o buldero
de cruzada...?

Cervantes pone en boca de Don Quijote las siguientes palabras: "¿... pensarán que soy yo algún echacuervos, o algún caballero de mohatra...?". Es voz olvidada, usada en los años 1950 en algunos ámbitos rurales castellanos como sinónimo de espantapájaros.

Elemento. Sujeto de cortos alcances, algo tonto y necio, babieca; también se usa para aludir a alguien cuyo nombre se omite por carecer de importancia, en cuyo caso funciona significativamente como las voces "fulano, individuo". Pudo haberse dicho de la acepción de la voz "elemento" como sinónimo de cuerpo simple, en el lenguaje de la Física, aunque tal vez sea hilar demasiado fino equiparar simplicidad material con simpleza espiritual del necio. Parece que empezó a utilizarse en la América de habla hispana. (Véase también "quidam").


Embrollón.
Liante, embrollador; que a propósito confunde y hace que otros se confundan; persona que todo lo enreda para salirse al final con la suya. Cree Corominas que es galicismo, derivado de brouiller = mezclar, aunque también puede ser voz derivada del vocablo latino brollium = bosque, por lo intrincado de éste. Es término de uso frecuente a finales del siglo XVI. Lo documenta César Oudin en su Tesoro de las dos lenguas francesa y española, (primeros años del siglo XVII). Hartzenbusch recoge así el término, en el XIX:

Llevaban a enterrar dos granaderos
al soldado andaluz Fermín Trigueros,
embrollón sin igual, que de un balazo
cayó sin menear ni pie ni brazo.


Enano.
Se dice de aquello que es excesivamente pequeño en su especie. Por extensión, persona de aspecto ridículo y deforme. Desde la Antigüedad han formado parte del séquito de los poderosos, jugando papel importante en las novelas de caballerías. Así, en el Amadís de Grecia, se lee: "Venían con la doncella dos enanos tan feos que ponían espanto...". Era señal de ostentación propia de las casas nobles tener no sólo albardanes o bufones, sino también enanos, mientras más deformes y pequeños, mejor. El Padre Eusebio Nieremberg, en su Curiosa Filosofía, (primera mitad del XVII) escribe al respecto del famoso enano Bonamí, que él vió en la Corte:
                    Así se llamaba un hombrecillo que por la prodigiosidad de su pequeñez fue traído a la Majestad de Felipe III para grandeza de su palacio. Para los que no le vieron se exagera su pequeñez y delicadeza con lo que le pasó a un caballero de esta corte, que en un tapiz le dejó colgado con un alfiler.
En su obra El Pasajero, Suárez de Figueroa, (primer tercio del XVII), describe así al mencionado Bonamí: "...átomo de criatura, vislumbre de niño, príncipe de enanos, pensamiento visible, burla del sexo viril, melindrillo de naturaleza". Antonio de Solís, en una relación de individuos cómicos y bufonescos de la Corte de mediados del siglo XVII, dice: "En cuyo número se contaban los monstruos, los enanos, los corcovados, y otros errores de la naturaleza".
Covarrubias, abundando en el aspecto monstruoso del enano en su Tesoro de la Lengua (1611):
                      Porque naturaleza quiso hazer en ellos un juguete de burlas, como en los demás monstruos, en el espinazo les dio un ñudo, torcióles un arco las piernas y los braços y de todo el cuerpo hizo una reversada abreviatura, reservando tan solamente el celebro, formando la cabeça en su devida proporción. (...) En fin, tienen dicha con los príncipes estos monstruos, como todos los demás que crían por curiosidad y para su recreación, siendo en realidad de verdad cosa asquerosa y abominable a qualquiera hombre de entendimiento.
A modo de ofensa se dice enano a las personas regordetas y retacas, por mofa; sobre todo cuando se muestran ariscas, resueltas y bravuconas o amenazadoras sin reparar en su menguada anatomía. Al calificativo se une la coletilla de "enano de la venta". Se alude de esa manera a cierto individuo que existió en un mesón sevillano, donde cada vez que se armaba gresca, o que alguien pretendía irse sin pagar, se abría un ventanuco en la parte alta del salón, por donde asomaba una cabezota descomunal, de atronadora voz, que decía: "...si bajo...", con lo que era bastante para que todo se arreglara, por miedo a que bajara el temible personaje. En cierta ocasión, un valentón de taberna amenazó al personaje en cuestión, quien al hacer acto de presencia provocó la hilaridad de todos por ser un enano. Era el enano de la venta, curioso individuo del que se hace eco José Mª de Cossío en Los Toros, en cuyo tomo primero incluye el retrato del Enano de la Venta, que protagonizó actuaciones taurinas en el Madrid de Fernando VII, rey que le brindó su aprecio. Era picador, a pesar de su diminuta estatura, aunque sobresalió en un número bufo consistente en situar en medio del ruedo una gran tinaja, donde se metía cuando el toro embestía hacia él, y de la que salía para hacer sus piruetas y gracias cuando el toro se encontraba a prudencial distancia. Hoy, llamar a alguien "enano de la venta" es tanto como llamarle bravucón estúpido, ya que es incapaz de substanciar sus amenazas.


Energúmeno.
Es término procedente de la voz griega energoumenos: "persona influida por un mal espíritu". Por extensión llamamos así a quien sin ton ni son monta en cólera mostrándose en extremo irritado y furioso, alborotándose por motivos nimios, poniéndose fuera de sí ante pequeñas contrariedades. Para Covarrubias vale tanto como "endemoniado o poseso"; en su Tesoro de la Lengua escribe (1611):
                        ...nunca está quedo con el desasosiego que tiene y alteración de la cólera adusta que le turba la razón. Y llamamos a los endemoniados energúmenos por la inquietud en que les pone el enemigo, que rompen los vestidos y se despedaçan las carnes y se precipitan (...) por la eficacia y poder que el demonio tiene sobre ellos...
El Padre Isla, en su Fray Gerundio de Campazas, utiliza así el término, (primera mitad siglo XVIII): "Era tal el calor y vehemencia con que hablaban, que no parecían sino dos energúmenos". Su uso más común, aplicado a las personas, es el de individuo ingobernable, que no acepta razones, y prefiere resolver las cosas por la fuerza bruta, o imponiéndose con malos modos. Funciona más como substantivo que como adjetivo.


Engendro.
Aborto, feto, espantajo. Tiene connotaciones físicas y morales: monstruo, deforme, criatura mal formada. Muchacho perverso, en cuyo caso se hacía preceder el calificativo del adverbio "mal". Antaño iba acompañado de la coletilla "del diablo", en cuyo caso el así llamado se convertía en carne de Tribunal del Santo Oficio, o Inquisición. Lope de Vega usa así del término:

No soy, decía el niño,
sino engendro de Marte furibundo,
de polvo y sangre y de furor teñido.


Entrometido, entremetido.
 Persona bulliciosa que llevada de su curiosidad mete sus narices en asuntos ajenos ocasionando a menudo, con su conducta, malentendidos, enfados y peleas. Zascandil que se compromete a realizar cosas que no es previsible que pueda llevar a cabo, y que se inmiscuye en aquello donde no le llaman. Fernández de Moratín, a principios del siglo XIX, emplea así el término, arropado entre un aluvión de insultos:

No hay picarón tramposo,
venal, entremetido, disoluto,
infame delator, amigo falso,
que ya no ejerza autoridad censoria
en la Puerta del Sol...

Coetáneamente, Fernandez Navarrete, en su Colección de viajes y descubrimientos, utiliza así el vocablo: "Dijo que no era justo que los entremetidos pretendientes quitasen con ambiciosa solicitud los premios a los que con antiguos servicios y canas los tenían merecidos".
Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua (1611), asegura que "entremeterse es ingerirse uno y meterse donde no le llaman; y de aquí se dixo entremetido al bullicioso".


Esaborío
, desabrido. Desabrido, sin sabor, soso o insulso. Se decía antaño de la fruta o manjar que carece de gusto; malasombra, sin gracia; persona patosa, desangelada, con su poquito de mala leche, de trato áspero y desapacible. Es voz que Alcalá Venceslada, en su Vocabulario, da como típicamente andaluza, aunque su empleo por autores de toda España es abundante en los siglos de oro. Gracián Dantisco, en su Galateo Español, especie de manual de buenas costumbres escrito en 1582, abre un capítulo con el texto siguiente: "De los que con hechos y obras son desabridos". Al final del mismo siglo, el padre J. de Mariana, emplea así el término: "Los grandes y ricos hombres del reino andaban alterados y desabridos por las ásperas costumbres y demasiada severidad del rey...".
Bretón de los Herreros, (segunda mitad del XIX), se acerca más al uso actual, aunque sin usar el término con la aféresis, y sin prescindir de la "d" intervocálica propia de los participios pasivos:

-¿No dices nada, Tomás?
¡Qué desabrido estás hoy!

En El Café de Chinitas, J. Carlos de Luna usa el término en ambientes realistas propios del costumbrismo del primer tercio del siglo XX, consolidando su empleo en el habla familiar y popular:

...Porque yo era... ¡un aburrío!,
¡un payo desangelao!,
¡un cateto esaborío!,
...desgarbao.

Escalentada. Ramera, furcia; piltraca o piltrafa; puta de ínfima reputación, que goza de su trabajo; mujer calentona o calentorra que en seguida se pone cachonda contagiando la cachondez a su pareja. Es voz de germanía, participio pasivo de "escalentar": inflamar o enardecer las pasiones. Utiliza el término, en su Segunda parte del Lazarillo de Tormes, Juan de Luna, (1620): "Afeáronme el caso, diciendo que era un hombre que no tenía (...) sesos en la cabeza, pues quería juntarme con una ramera, piltrafa, escalentada...".


Escoria.
Cosa vil, desechable, de ningún valor o estimación. El historiador del siglo XVIII, Martín Fernández de Navarrete, en su Colección de Descubrimientos y Viajes, emplea así el término: "Son los muchachos expósitos y desamparados hijos de la escoria y hez de la república". Antes que él, Cervantes había empleado la palabra con idéntico sentido, en los siguientes versos:

Todos con instrumentos en las manos
de estilos y librillos de memoria,
por bizarría y por ingenio ufanos,
codiciosos de hallarse en la victoria
que ya tenían por segura y cierta,
de las heces del mundo y de la escoria.

Hoy como ayer, equiparar a alguien con ella es tanto como compararle con la basura, valor que ya tiene el término en el Tesoro de la Lengua, de Covarrubias (1611), para quien "escoria es toda cosa vil y desechada", de acuerdo con la etimología del término: de la voz griega skor, latín scoria = excremento. Con ese valor es voz utilizada por Gonzalo de Berceo en el siglo XIII.

Estafermo. Se tilda de estafermo, en sentido figurado, a la persona que permanece parada, embobada y carente de acción. Se diferencia del pasmarote en que a éste le dura menos el estado de enajenación pasajera, que a aquél. Su embobamiento, estupefacción o arrobo es más duradero. Covarrubias, en su delicioso Tesoro de la Lengua, (1611) escribe:
                     Es una figura de un hombre armado, que tiene embraçado un escudo en la mano izquierda y en la derecha una correa con unas bolas pendientes o unas bexigas hinchadas; está espetado en un mástil de manera que se anda y buelve a la redonda. Pónenle en medio de una carrera, y vienen a encontrarle con la lanza en el ristre, y dándole en el escudo le hazen bolver, y sacude al que passa un golpe con lo que tiene en la mano derecha, con que da que reyr a los que miran. Algunas veces suele ser un hombre que se alquila para aquello. El juego se inventó en Italia, y assí es su nombre italiano, estafermo, que vale "está firme y derecho".
Esta forma de diversión desapareció ya en tiempos de Jovellanos, quien se queja así del olvido: "... las capitales van perdiendo hasta la memoria de sus antiguos manejos, parejas, juegos de cañas, de sortija, de estafermo...".
Su etimología va implícita en el nombre, formado por las voces italianas: stá fermo= está firme.

Estólido. Individuo falto de razón y discurso; mentecato, estúpido, sujeto sumamente necio. Es voz surgida hacia el primer tercio del siglo XVII, en que la utiliza Fray Hortensio Paravicino: "Y dice de él Plinio, que es tan bronco y de tan bruta simplicidad, tan estólido... que en la misma red a que le redujo la caza se echa a dormir".
Dos siglos más tarde, el estólido sigue siendo igual de estúpido. Bretón de los Herreros lo trata así en su teatro:

-¡Qué estúpido es ese joven,
qué mentecato, qué necio,
y qué estólido y qué torpe...!


Estrafalario.
Sujeto de aspecto desaliñado y extravagante, tanto en el porte y atuendo como en el discurso y en la conducta. También, hombre miserable, capaz de alguna vileza. El Diccionario de Autoridades recoge el término, en el primer cuarto del siglo XVIII, y remite, como fuente en cuanto a su uso escrito, al dramaturgo Antonio de Zamora, quien en 1700 hace este uso del vocablo:

Pero espera, que él, si no
miente el traje estrafalario
de clerizonte bolonio,
viene por la calle abajo...

Es voz de origen italiano, del verbo strafare = exagerar, contrahacer; aunque no faltan eruditos que creen lo contrario: ser palabra de origen castellano, teniendo en cuenta la cronología de su uso en ambos idiomas. En cualquier caso, fue término de uso popular en Italia, y muy extendido en España a partir de la segunda mitad del XVIII, llegando al XX como término de uso en zarzuelas, comedias ligeras y desenfadadas, canciones, y vodeviles. En el cuplé de El mozo crúo, (1903) se escucha lo siguiente, en clave política:

Cuando Dios creó al cangrejo
dijo: Por estrafalario
tú serás siempre la pauta
del partido reaccionario.
Siempre pa'atrás...

Hoy, como calificativo peyorativo roza el insulto, sin llegar a la ofensa; es término de naturaleza descriptiva, que ha perdido las connotaciones morales o espirituales que tuvo antaño, de "hombre miserable capaz de ruindades".

Estulto. Variante culta de "necio, tonto". Es voz derivada del latín stultus, con el valor semántico de persona incapaz de razonamiento; es término de uso relativamente reciente (segunda mitad del siglo XViI). Se utilizó, sin embargo, un verbo "estultar" a mediados del siglo XIII, con el significado de "insultar, maltratar", valor que conserva todavía en hablas alejadas de la evolución natural de la lengua, como el judeo-español, o ladino, hablado en Turquía, Jerusalén, Túnez, y otros puntos del Mediterráneo donde la diáspora sefardí llevó a los judíos de habla hispana a finales del siglo XV. Con el significado citado, el de motejar a alguien de necio, he comprobado su existencia en barrios sefarditas de Jerusalén.


Estúpido.
Persona notablemente torpe para comprender. Se dice del sujeto de difícil entendimiento, incapaz de alcanzar aun las cosas más sencillas. Es voz derivada del latín stupidus = aturdido, voz latina que deriva a su vez de stupere = estar atónito y pasmado. No es palabra de uso anterior a finales del siglo XVII, generalizándose su empleo a partir del XIX, seguramente por influencia francesa, lengua en la que tuvo amplia presencia en el XVI. Leandro Fernández de Moratín, al hablar del teatro anterior a su época, dice con notoria injusticia: 
                        "El teatro, tiranizado entonces por estúpidos copleros (...) sólo se alimentaba de disparates".
Y el poeta Quintana, escribe: 
                        "Por ignorantes y atrasados que estemos, no somos ciertamente estúpidos.. ". 
Es decir, que la estupidez es condición más negativa que la ignorancia y el atraso, pues éstas no afectan a la capacidad de pensar, sino sólo a la instrucción y el acopio de conocimiento. Por lo general no se emplea adecuadamente el término, toda vez que la nota principal de su personalidad es el asombro, la estupefacción, el estupor o pasmo momentáneo que deja a estos sujetos con la boca abierta. El estúpido es un pasmón, un tolondro que obra dando palos de ciego, llevado del asombro y deslumbramiento que algo desde el exterior le provoca; un auténtico caso de papanatismo. El uso actual, desvinculado de la etimología, lo equipara con el chulo avasallador e ineducado que no respeta normas, o con el individuo que tiene de sí mismo una idea exagerada e intenta imponerla a los demás. 
Y es que entre la inmensa gama de especímenes que pululan por el patio social no resulta sencillo decidirse por un calificativo solo, a la hora de definir a este o aquel mastuerzo, o al perillán de turno.

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