INVENTARIO GENERAL DE LOS INSULTOS

T


Tabardillo. Pesado sumamente molesto; malasombra; persona que da la tabarra, y cuya insistencia la hace insufrible. Se llama así a estos latosos impenitentes por poner a sus víctimas, con su acción, al borde de un ataque de nervios, que es lo que esa enfermedad, el tabardillo, ocasiona a quienes la padecen. Como voz ofensiva la emplea José López Pinillos, a principios de siglo, en su novela Las águilas, de habla y ambiente andaluz: "¿Pos no quería salí de la enfermería este tabardillo...? ¡Primaco, guasón, malajoso!; ¿salír pa que te rebentara otro güey...?".

Tabarreras, tabarra. Persona alocada y molesta que por su insistencia y machaconería resulta sumamente pesada; tabarroso, tostón, que da la tabarra. En el siglo XIX, la Academia acoge en su diccionario la voz "tabarra" como sinónimo de "lata", con el valor de coñazo, pesadez y molestia; un siglo antes, "tabarrera" equivalía a ruido y estruendo. Corominas (Diccionario Critico Etimológico) opina que es voz derivada de tábano, moscón que con su picadura y zumbido molesta a las caballerías; el lugar abundante en insectos de este tipo se llama "tabanera", pero también "tabarrera" en algunos puntos del reino de Murcia y de la región manchega. Según cierta explicación pintoresca, "dar la tabarra" derivaría de la costumbre existente en el pueblo albaceteño de Tobarra de celebrar la Semana Santa con una sonada tamborrada; según esto, del topónimo habria derivado la frase. Pero no resulta verosímil; tamborradas de esa naturaleza se celebran en otros pueblos de España, como Calanda, en Aragón, por citar el más famoso.

Tagarote, tagarete. Parásito, que aspira a vivir de mogollón. En el Tesoro de la Lengua, (1611) Covarrubias tiene esto que decir: "Suelen llamar tagarotes (a) unos hidalgos pobres, que se pegan a donde pueden comer...".
          En su acepción principal: baharí, ave rapaz usada en cetrería, es voz castellana antigua, utilizada en el siglo XIV. En sentido figurado no sorprende que un ave de rapiña pueda entrar a formar parte del pobladísimo campo semántico de vagos, parásitos y gorrones que se arriman a cualquier mesa cuando es la hora de la pitanza. La España de los siglos XVI y XVII estuvo llena de estos hidalgos venidos a menos, que por no serles permitido el trabajo manual debido a su clase, andaban siempre hambreando; a diferencia de la clase plebeya o villana no podían ponerse en la cola de los conventos a esperar la sopa boba, ni juntarse a un estudiante rico para comer de gorra. La prohibición legal de emprender trabajos manuales los incapacitaba para ocupación otra que el ejército, la marina o la Iglesia. Recuerde el lector al Lazarillo de Tormes, donde el pícaro protagonista sirve en casa de uno de éstos tagarotes; o al Buscón, de Quevedo, por donde a menudo se ve pasar al tagarote en busca de su comida como incógnita sin despejar. El término se utilizó también para describir a quien aspira a poseer más cosas de las que puede permitirse; o a quien vive por encima de sus posibilidades.


Tarambana.
Persona alocada, atolondrada, de poco asiento y escaso juicio. Es palabra de origen dudoso, que el diccionario oficial incorpora en 1817. Seguramente se dijo del significado que tiene el término del cual parece derivar: tarabilla, zoquetillo de madera que asegura la puerta. Pero en castellano, catalán y gallego, un tarambana es un sujeto excesivamente libre, a quien no hay quien entarabille. En puntos de la América hispanohablante el término se utiliza con ese valor semántico, pero en plural: "tarambanas", con la acepción adicional de tronera o tronado, calavera.

Tararira. Individuo bullicioso e inquieto, que no sienta cabeza ni tiene formalidad; sujeto jaranero y calavera, variante del vivalavirgen. El Padre José Francisco de Isla, en su Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, (segunda mitad del siglo XVIII), utiliza el término en forma substantiva: "Porque en lo demás, aunque el dios del regocijo fuese un dios de tararira, de trisca, de bulla y de chacota (...) eso para el asunto importaba un bledo".

Tarasca. Mujer muy fea y contrahecha, aunque desenvuelta, de mal natural y carácter endiablado. Se llamó así a la hembra malencarada, deslenguada y fresca, que a las mencionadas "virtudes" unía ser negruzca de rostro y más fea que Picio. Se aludía con el nombre a la sierpe monstruosa que salía en las procesiones del Corpus Christi en Madrid, en representación del vicio y la herejía. El dramaturgo toledano Agustín Moreto, (primera mitad del siglo XVII), emplea así el término:

-¿Vióse tal persecución
en una mujer honrada?
Casilda, ¿qué hemos de hacer?
-¡Ay, Señora, qué tarasca!
Traza de tragarnos tiene.

Tarugo. Hombre de malas trazas y rudo entendimiento. Se emplea en sentido figurado teniendo in mente, su primera acepción: clavija de madera. Esta palabra castellana y portuguesa, de origen incierto, tuvo uso temprano con el valor semántico de zoquete, hombre de escasas luces y entendimiento menguado.

Terne. Matasiete, jaquetón; chulo de burdel; valentón, perdonavidas; espadachín y bocazas. Es término de uso entre gentes de la mala vida. En cuanto a su etimología, es voz procedente del caló, en cuya lengua significa "joven, fuerte, valiente", uno de los pocos términos respecto de los cuales hay seguridad en cuanto a su procedencia india, del industaní tarún = joven. Su uso no es anterior al primer tercio del siglo XIX. El poeta argentino Hilario Ascasubi gustaba del término, que utiliza así:

Por mozo trabajador
don Faustino lo quería,
(...) honrao a carta cabal,
y terne si se ofrecía.

Coetáneamente usan el término el poeta Espronceda, el dramaturgo Hartzenbusch y el novelista Juan Valera, con el significado de "valentón".
             La palabra, a pesar de la gran cantidad de voces para referirse al jaque o al chulo fanfarrón, había caído bien entre poetas y novelistas románticos debido a su procedencia exótica: el mundo gitano; también por su novedad. Hoy es término en retirada. Fue, y es, uno de los pocos vocablos que habiendo nacido con vocación ofensiva se tornó en voz laudatoria o admirativa.

Tijeretas. Cabezota, terco y contumaz; persona incapaz de dar su brazo a torcer, y que es porfiada hasta extremos inconcebibles. Es calificativo de origen literario. Procede de la obra del Arcipreste de Talavera, el Corvacho o reprobación del amor mundano, (mediados del siglo XV). Se cuenta allí la historieta de la mujer a quien su marido tiró al río por porfiar con él y discutirle si cierto utensilio cortante era un cañivete o cuchillejo, o por el contrario se trataba de unas tijeretas. El marido aseguraba ser cañivete, y su esposa le contradecía con que "tijeretas han de ser", diciendo una y otra vez:

-¡Que no es cañivete, que tijeras son, tijeras!
Echóla en el río (...); non dejaría su porfía aunque fuese ahogada.
Comenzó a alzar los dedos fuera del agua, moviéndolos a manera de tijeras, dando a
entender que aún eran tijeras, y fuése río abajo ahogando....

Su cabezonería le costó la vida. El tijeretas es individuo terco, que pone su loco empeño al servicio de causas inútiles que no le reportan bien alguno. También se dice de los vanos y porfiados que por orgullo y exagerada idea que de sí mismo tienen, dejan pasar ocasiones de oro para su felicidad.


Tío.
Pobre diablo; hombre rústico y grosero; sujeto miserable, de ningún recato. Mediado el siglo XVI, Juan Rufo, en sus Poesías, publicadas como apéndice junto a sus Seiscientas Apotegmas, hace al término sinónimo de fulano:

Llamaremos, si tú quieres,
por escusarnos de nombres,
tíos a todos los hombres y
tías a las mujeres.

Con el sentido actual, de trato informal y familiar, en el ámbito de la amistad y la confianza, se empleaba a mediados del siglo pasado; Bretón documenta este uso:

Mas decirle: "amigo mío ,
ya no pienso como ayer..."...
Para eso es fuerza tener
cara de vaqueta, tío.

En el medio andaluz, se dijo del sujeto sin importancia, donnadie o pelanas; también del buhonero que andaba por aldeas y cortijadas vendiendo mercancías al grito de "¡Ha llegao ya!". Una copla recoge la vieja costumbre:

El tío de los corrucos
no tiene calzones blancos,
porque está la musolina
a catorce o quince cuartos.

Hoy tiene matices semánticos diferentes y ha perdido valor adjetivo, sirviendo de muletilla para evitar mencionar el nombre de la persona a quien se habla, o de quien se comenta algo.


Tipejo.
Sujeto ridículo y despreciable; despectivo de "tipo". Incluye el término F. Ortiz en su Glosario de Afronegrismos, (primer cuarto del siglo XX), documentándolo en Cuba. La voz, que debe ser anterior, es uso antifrástico de "tipo": "modelo, ejemplar, perfecto". Se dijo en función exclamativa y con retintín: "¡Vaya tipo!", queriéndose significar algo parecido a nuestro actual "¡Menudo elemento!". De este uso derivó luego el despectivo en "-ejo", con lo que se profundizaba en la expresión del desprecio.


Tiquismiquis.
Persona atildada, que gusta de ofrecer aspecto cuidado, y da importancia excesiva a tonterías y a cosas que no la tienen. Pudo haberse derivado del caló tuquis-muquis = contigo-conmigo. Andarse alguien con muchos tiquismiquis es tanto como andarse con mucho cuidado. A pesar de lo dicho, en opinión nuestra, es término de creación expresiva, queriéndose dar a entender con el sonido de los fonemas empleados los escrúpulos y remilgos, los cuidados y prevenciones de quienes ponen gran atención en sí mismos y en la imagen que proyectan no sólo vistiendo y comportándose, sino también hablando. Mesonero Romanos, utiliza así el término, mediado el siglo XIX:
                Salga aquí la más vieja y cuide de hacerme una relación clara y sucinta, sin ambajes ni rodeos, entre tanto que las demás pueden irse formando en comisiones; y cuidado con las intrigas y con los tiquismiquis, que no estoy, juro a Bríos, con intención de perder el tiempo.
         El término se documenta a mediados del XVII, seguramente del latín macarrónico tichi-michi, alteración vulgar -cree Corominas en su Diccionario Crítico- de los dativos pronominales tibi, mihi, pronunciados así en las conversaciones de los conventos, y que solían terminar en pequeña disputa. El dramaturgo Agustín de Moreto emplea así el término:

Acabóse en tiquis-miquis:
propio paso de comedia.

Entre los remilgos adoptados por estos individuos remirados y relamidos, sobresalen los de naturaleza lingüística. Vicente Vega, en su valiosísimo Diccionario de anécdotas, se hace eco de cierta dama de Cuenca, Catalina de Mota, redicha y afectada, que para que abriera las ventanas y descorriera las cortinas decía a su criada: "Doméstica, abra esos pinos, corra esos linos para que entren los céfiros matutinos...".

Tira(d)o. Persona de ínfima condición moral, despreciable y abyecta, que ha caído demasiado bajo; sujeto sin dignidad ni vergüenza, a quien no le importa vivir sin honra ni honor. Es vocablo de uso generalizado; en su acepción femenina es sinónimo de fulana, mujer rastrera, puta de ínfima clase, que vive los últimos días de su oficio de cualquier manera, y haciendo cualquier cosa. En usos coloquiales, o de ámbito familiar pierde hierro. Los hermanos Álvarez Quintero, en Los borrachos, pone en boca de la "señá Dolores" la siguiente retahíla de insultos, dirigidos al marido:

¡Ay, vaya un marío
que er Señó me ha dao;
tan reteperdío,
tan retetirao...!

Tiralevitas. Lacayo, pelota y lameculos. Sujeto siempre dispuesto a dar coba a quien considera superior a él, en la esperanza de lograr un beneficio o trato de favor, sin importarle el daño que pueda acarrear a terceros, generalmente sus compañeros de trabajo o colegas.

Tirillas. Hombre pequeño y encanijado, de nula importancia, pero que a pesar de su insignificancia presume mucho. De este hecho le viene el nombre en sentido figurado, ya que las tirillas a que se alude son las ballenas de lienzo que se ponían simulando un inexistente cuello, en las camisas y puños, e incluso como falsa pechera; servían también para fijar en ellas el cuello postizo, y antaño el cuello duro. El tirillas gusta de presentarse bajo un aspecto impecable, pero siendo un desgraciado pobretón lo hace de esa manera entre improvisada y postiza que termina acarreándole el ridículo, ya que ni la camisa es camisa, ni nada de lo que trata de lucir es genuino. Tiene puntos de contacto semántico con el tiquismiquis y el sietemachos. Es palabra reciente, como tantas surgidas en las últimas décadas, por lo que pertenece a un léxico joven, sin historia. Muchos de cuyos términos no sobrevivirán.

Títere. Individuo sin personalidad propia, que obra y actúa por boca de ganso e iniciativa de terceros, siendo mero instrumento al servicio de intereses y propósitos turbios de los que apenas saca los pies fríos y la cabeza caliente. Dícese también del sujeto informal y ridículo, especie de chisgarabís pequeñajo que a pesar de su posición y condición social baja se atreve a mostrarse incomprensiblemente pagado de sí mismo. En ese sentido se utiliza en el teatro de finales del siglo XVIII, y en el XIX:

¿No es una maldita idea
que aborreciendo a ese títere
quieras casarte con él?

Pudo derivar del griego titiros: mono pequeño, aunque Corominas da como probable un origen onomatopéyico al término, surgido por imitación del sonido que el titerero hace llegar mediante una lengüeta hasta la boca del muñeco. El sentido actual es figurado, y debió surgir en el mismo siglo XVII en que se introdujo el término en la lengua escrita. La novela picaresca la Picara Justina, (1605), y coetáneamente el Quijote, documentan su uso en su acepción original. Hoy se emplea como insulto próximo al campo semántico de "Payaso, marioneta, veleta, muñeco, fantoche, etc.".

Tocho. Se dice del sujeto inculto y tosco, necio y tonto. Covarrubias creía que el término es variante corrupta de "tosco", sinónimo de grosero y de mamón. Corominas, que lo documenta en torno al año 1500, dice desconocer su etimología. En cuanto a su valor semántico, no parece que experimentara cambios. En el Cancionero editado en Valencia durante los primeros años del siglo XVI, el de Hernando del Castillo, o Cancionero General, uno de sus poetas emplea así el término:

La paja guardan los tochos
y dejan perder los panes.

Ese rasgo de simpleza acompañaría a estos sujetos a lo largo de la vida de esta palabra, hoy en desuso. Ambrosio de Morales, (mediados del siglo XVI), dice que "a los hombres (...) mal considerados en muchas cosas, llamamos agora tochos". Coetáneamente, Sebastián de Horozco emplea el término en el siguiente pasaje de su Representación de la historia evangélica de San Juan:

¿Que he comido?
¡Dístesme un güeso roido!
¿Pensáis que soy algún tocho?
¡No véis que negro partido!
Y aún en todo oy no he bevido
sino sólo un escamocho.

Baltasar Gracián, ya en el XVII, (Morales de Plutarco) emplea así el término hablando de los varones sensatos y prudentes: "Semejante a éstos es aquél que se guarda y se recata del hombre tocho, abobado y necio...".

Tocineras. Derivado de tocino en su acepción de "cerdo" . Se dice de la persona torpona y boba, metida en carnes y un poquitín guarra. Es voz insultante de uso suburbial o marginal. Antaño, el vendedor o vendedora de tocino, como también el carnicero, tenía pésima reputación social, por ser entre los oficios el considerado como más villano y ruín. Incluso en el mundo antiguo era ocupación vil. Cristóbal Suárez de Figueroa, en su Plaza universal de todas las ciencias y artes, escrita entre los siglos XVI y XVII, a propósito de este oficio, escribe: "Plutarco refiere que siendo Hicrates hijo de un tocinero, le dio Hermodio en rostro con su bajeza".
          En cuanto al plural en "-eras", véase lo que decimos en la voz "rareras".

Toli, tolili, toli-toli. Bobo, pasmarote y aturdido. Parece que es voz derivada de tolle-tolle, término que registra en el primer tercio del siglo XVIII el Diccionario de Autoridades como voces latinas que se usaban antaño para dar a entender confusión y tumulto grandes, que aturdían y atontaban a quienes se encontraban inmersos en ello.

Tolo, tolondro, tolondrón, atolondrado. Aturdido, que no tiene tino ni tiento en las cosas. Creen algunos que se dijo de la voz alemana toll = estúpido. Sin embargo, parece que es término del bajo latín, "turundus" "turundo" = bollo. De esta voz derivó "tolondro", por disimilación de la "r". Así aparece en el Lazarillo de Tormes, (1554). Cuando se quería decir, antaño, que algo se ha hecho de manera irreflexiva, sin ser pensado dos veces, se decía que había sido llevado a cabo "a topa tolondro".


Tontaco.
Individuo simplón, decaído y aplomado; sujeto de muy pocas luces y escaso entendimiento; en Andalucía, de donde parece oriundo el término, se dice de quien todavía no es tonto del todo, pero está en vísperas de serlo, estando a sólo un grado de licenciarse o recibirse como tonto completo.

Tontilindango. Tontaina, tontilucio, tontucio. Como otras voces relacionadas con la condición de "simplón", que Alcalá Venceslada da como de procedencia andaluza en su Vocabulario, el término añade a la calidad propia del tonto un matiz adicional despectivo: tonto un tanto hipócrita y falso, reservón y cobista, que en un momento dado puede liar mucho las cosas. No he visto el término en su forma escrita, (Alcalá Venceslada aporta un ejemplo propio), pero sí lo he escuchado a mi abuela Isabel Reyes, natural de Alcalá de los Gazules (Cádiz) y educada en Las Palmas de Gran Canaria a principios de siglo, que lo utilizaba para reñir a mi hermana Emilia, a quien regalaba así los oídos: "Niña, eres una tontilindanga de cuidao, de las que las matan callás, ea...".


1.Tonto.
Persona muy necia e incapaz; sujeto falto de entendimiento y razón. En España empezó a utilizarse la palabra algo tardíamente, hacia la primera mitad del siglo XVI. Su primera documentación escrita parece que data de 1570, según el autor del Diccionario Crítico Etimológico de la Lengua Castellana, Corominas. Nunca fue insulto grave, a menos que se hiciera acompañar de calificativos que doblaran su extensión peyorativa, como "loco, vano, pavo", etc., así como de genitivos: "del culo, del nabo, del pijo, del higo, de la polla, de los huevos, de los cojones, de la cabeza a los pies", o tonto integral. La palabra misma admite gran número de matices mediante todo tipo de afijos. Así, la familia numerosa de los tontos alberga en su seno a los alocados, o tontilocos; a los pavitontos, tontos peligrosos que a su tontez unen la calidad de quien hace gala de dones que no posee, siendo a la vez estúpidos; a los tontos engreídos, o tontivanos, afines a los pavitontos; a los tontilocuos, o que de continuo dicen sandeces; al boto, que es tonto de mente roma, o necio de cortísimos alcances; al tontón y tontuelo, que son tontos inofensivos, así como al tontucio, que es medio tonto, sin que esté claro qué substancia integra su otro medio. Tirso de Molina gusta de pasearlo por escena, desfilando por su teatro gran número de ellos, algunos con nombre, como el Lucas de Toledo, tonto insigne a quien se le dice:

Andad, que no estáis en vos.
Es el tonto más sencillo,
el Lucas, que vio Toledo.

Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua Castellana, (1611) asegura que la voz "tonto" tiene etimología latina, del término tondus = vacío; la explicación que daba era porque el tonto tiene la cabeza hueca, sin cosa alguna dentro: Púdose decir de tondo, redondo, vacío (...), y el tonto tiene vacía la cabeza por carecer de entendimiento, el cual en él es redondo, en oposición de los que tienen buen entendimiento, que llamamos agudos".
          Otros creen que deriva del griego tonzorizo, de donde se dijo antaño lo de "tonto del rizo", sin que tenga que ver lo uno con lo otro, ya que el tonzorizo griego se caracterizaba por su rezongar al hablar, no entendiéndosele por ello bien. También pudo decirse de "tunditus", o vapuleado, tundido, molido a golpes..., porque con el tonto todos se metían, y se descargaba en él iras y malos humores nacidos de las limitaciones ajenas. Sánchez de las Brozas aseguraba en el siglo XVI que la voz en cuestión provenía del adjetivo latino atonitus, ya que el tonto parece estar siempre en estado de asombro, de cuya característica se dijo también la voz pasmarote. El tonto, cerrado de mollera o cargado de letras, agudo como punta de colchón, puebla el léxico castellano con sus sinónimos, y de él hay cuantiosas entradas en el Refranero:
          "Cuando un tonto pasmao coge la linde, la linde acaba, pero el tonto sigue". "Cuando al tonto da por hilar, poco es todo el cáñamo del cañamar". "No sabo, no sabo -dice el tonto-, pero mete el nabo", etc.


2. Más tonto que el maestro de Siruela.
Dice la segunda parte del dicho: "...que no sabía leer, y puso escuela". La frase censura a quien habla de algo que no entiende, utilizando actitudes de maestro. Aunque el nombre del maestro puede venir forzado por la rima, caso de otros tantos individuos, como el maestro de Algodor, que no sabía leer y daba lección, parece que existió el maestro de Siruela en el pueblo pacense del mismo nombre. Rodríguez Moñino dice en su Dictados tópicos de Extremadura: "...dícese de los maestros que carecen de conocimientos para enseñar.. ". A muchos les parece que el tal maestro no era tonto, sino un listo que quería rentabilizar su ignorancia de la única forma que esto puede hacerse: ocultándola. Ese fue el caso con otro maestro ignaro, al que alude el dicho: "Más tonto que el maestro del Campillo, que no sabía leer y tomaba niños", es decir, aceptaba alumnos en su escuela o pupilaje.

3. Más tonto que el Sastre del cantillo. El sastre del cantillo, que cosía de balde y encima ponía el hilo. Estos tontos son simpáticos y generosos, tanto que se pasan, dando en la insensatez. La frase se utiliza para denotar exceso de generosidad, rayana en la idiotez. A éste le pasaba como a la costurera de Miera (Cáceres), que bordaba de balde y además aportaba la seda. Son numerosos los dichos de esta naturaleza sospechosamente generosa en gentes de aquel oficio, que si de algo tenían fama era de ladrones. Así, se habla del sastre de Peralbillo (en Ciudad Real), o el de la localidad cacereña de Piedras Albas, de quien se dice que ponía hasta el hilo y las agujas, y no cobraba por el trabajo. Más que tontos o bobos eran gente inconsciente e insensata, a quien su familia tendría algo que decir sin duda alguna. A veces se fuerza el apellido del sastre en cuestión para buscar una rima determinada, como en el caso del sastre de Ciguñuela, que cosía de balde y ponía la seda y la tela. Este último era el más tonto de todos, porque existe la sospecha de que los demás robaban tanto en el tejido, en el género, que podían permitirse no cobrar la labor. Hay casos en la historia menuda de los gremios en los que se robaba de esa sutil manera, sobre todo en vestidos de calidad, en los que se utilizaba un paño carísimo, o se introducía entrehilados de oro.


4. Tontolinato.
Tonto de remate, o ab initio; tonto de nacimiento. Voz en cuyo segundo término del compuesto se declara la naturaleza de esta criatura: "nato", nacido así. Tonto sin remedio.

5. Tontorrón. Aumentativo de tontón, que a su vez lo es de tonto. Persona simple y retraída, a quien la tontuna le viene de un exceso de bondad o confianza en el prójimo; persona torpe a la hora de elegir, quedándose a menudo con lo que menos le conviene. El sufijo prerromano "-orro" es forma aumentativa del despectivo, que agrava el semantismo del vocablo, caso frecuente en voces que aluden a la condición humana. Fernando Álvarez de Sotomayor, en Alma campesina, hace el siguiente uso del término en un contexto costumbrista de corte realista andaluz:

Y tan poco entremetío
que ni el metal de la voz
pudimos sentirle naide
ni pa darnos el adiós,
le nombraban con el mote
de Frasquito el Tontorrón.

6. Tonto bolonio. A quien presume de sabio, siendo notoriamente un zote, se llama desde antiguo "bolonio". El dicho "ser alguien un bolonio" tiene raíces históricas. Se aplicó a los estudiantes castellanos que gozaban de beca en el Colegio Español de la ciudad italiana de Bolonia, en el siglo XIV. El centro estaba dotado por el cardenal de Toledo Don Gil Carrillo de Albornoz. A los afortunados que lograban plaza y la consiguiente beca de estudios, quienes no la habían obtenido los llamaban "bolonios", en plan de burla, mezcla de envidia y ánimo insultante. Y cuando volvían con su recibimiento o licencia, conservaban el mote. Sucedió que uno de ellos, que debió obtener la plaza por recomendación, no estuvo a la altura intelectual que cabía esperar, sino que muy al contrario era un tonto notorio, a pesar de su diploma. Dieron en llamarle "bolonio", queriendo significar con ello "tonto solemne".

7. Tonto pajón. Es una modalidad del tonto fingido, ya que aunque lo parecía no lo era, pues pedía de casa en casa para los mártires y se colaba en la cocina, donde hacía estragos. Esta modalidad de tonto finge ser bobo para lograr lo que persigue, y busca así su provecho. Por él se dijo lo del refrán: "¿Quieres comer a costa de otros? Pues entonces, hazte tonto. Porque si quieres vivir contento, nada como ser jumento".


8. Tonto pichote.
Pichote, o Pichoto, más tonto que un hilo de uvas, es tonto de filiación andaluza. Se llama así a alguien cuyo cerebro deja que desear en cuanto a su funcionamiento. El tonto Pichote es en extremo necio, y completamente negado para entender cosa alguna que ofrezca dificultad. No se sabe que haya existido históricamente el tonto Pichote; lo más probable es que tenga que ver con "picha", cuyo aumentativo sería. El tonto Pichote es pues una mezcla explosiva de tonto de la picha, loco, y bobo terco y contumaz. Arturo Reyes, en su novelita De mis parrales (primer tercio del siglo XIX), describe así a uno de sus personajes: "...y además es un güen mozo, por más que sea más tonto que Pichote...

9. Tonto pipí. Persona poco advertida, sin viveza ni reflejos, desangelada y sin gracia, que anda siempre metiendo la pata y dando la nota por doquier, con lo que acarrea desgracias e inconvenientes no sólo para sí, sino también para quienes la rodean. Se alude al pájaro llamado pipi de los prados o de los árboles, muy común en España, que alternando llanamente y sin reserva con aves de otra especie es fácilmente cazado por su canto: el monótono "pi-pi", que emite incluso en presencia de peligro, cuando lo que le convendría sería dejar de piar, siendo él cogido mientras las demás aves se salvan. Se dice de quien hace el juego a los demás, olvidando sus propios intereses.


10. Tonta de Candelario.
Existió en ese pueblo salmantino. De hecho es la protagonista del dicho "atar los perros con longanizas". Eso hizo ella a principios del siglo XIX. El hecho tuvo lugar en la choricería de Constantino Rico, conocido por el mote de "Gran Choricero", y a quien el pintor Francisco Bayeu inmortalizó en un famoso tapiz que puede verse en el Museo del Prado. Cierta obrera que trabajaba en la factoría de embutidos tuvo la ocurrencia, por no tener soga a mano, de atar a su perrilla con una ristra de longanizas. Entró en aquel momento su hijo a darle algún recado, y en viendo la singular atadura del can divulgó por el pueblo la especie de que en la choricería de Constantino Rico había tal abundancia de todo que se permitían atar los perros con longanizas. Lógicamente el perro en cuestión se comió las longanizas, y escapó, quedando en evidencia el grado de inteligencia de la operaria.

11. Tonto de Albeta. En Albeta (Zaragoza) existió, según cuenta José María Sbarbi (Diccionario de Refranes, Adagios y Proverbios) un tonto que no lo era tanto. Tuvo la ocurrencia de arrancar en una noche todas las matas de calabaza de su pueblo, menos las del campo de su madre. Se le preguntó el porqué de su acción, y contestó con naturalidad: "Miá que rediós: pa que mi madre venda más caras sus calabazas". Y es que no parece que haya nadie tan tonto que de alguna manera no busque su propio beneficio, o barra para adentro.


12. Tonto de capirote.
Persona necia e incapaz. En cuanto al origen del dicho hay diversas versiones. Entre las más antiguas se cuenta la de Gonzalo de Correas, quien en su Vocabulario de Refranes, al hablar del capirote dice que se lo ponen para hacer burla y escarnio de él, sin que éste trate de impedirlo. No se trata, ni tiene que ver con la capucha o caperuza, ni con el cucurucho que portaban los disciplinantes o quienes acompañaban a las imágenes procesionales de las cofradías. La voz "capirote o papirote" significa también golpe dado en la cabeza, o capón. El tonto del capirote era así llamado porque se dejaba pegar, y encima se reía. Por eso, ya en el siglo XVI se conocía también a este personaje por "tonto de papirote" y "sayo jironado", tan sumamente tonto que consiente en que le den capones y se mofen de él. Estos tontos podían ser reales, pero también fingidos, sobre todo en aquellos pueblos y lugares que carecían de tonto oficial, o tonto del pueblo, sobre el que secularmente se ha descargado los malos humores. En las fiestas populares de Castilla existía la figura del "tonto de capirote" o bonete puntiagudo, que se prestaba a recibir bromas y vejaciones por un módico sueldo. Era un tonto de alquiler para hacer reír, que pasaba por tal durante unos días, los que duraba la fiesta.
          Junto a la explicación indicada al respecto del origen de este tonto, V. Vega, en su utilísimo Diccionario de rarezas, dice que durante la primera mitad del siglo XVII cierta compañía de comedias llevaba consigo para hacer el papel del gracioso a un cómico que hacía de criado medio idiota, el cual, con sus tonterías, ademanes grotescos y trajes ridículos con que se mostraba, movía al público a risa. A esta criatura escénica se le llamaba "tonto de capirote", por tocarse con esa prenda, montera apuntada forrada de piel de gato, prenda del tocado habitual del momento. Probablemente, tras un entrecruzamiento de todo lo expuesto se consolidaría el dicho, que ha llegado hasta nosotros.

13. Tonto de los pasteles. No entender más que el tonto de los pasteles es tanto como entender sólo lo que a uno le conviene. Es uno de los muchos tontos que sacan provecho de la tontez, aunque no llega a ser tonto fingido, pues lo es de verdad. El tonto de los pasteles existió en Pastrana, provincia de Guadalajara, hacia mediados del siglo XVI. No tiene nada que ver con los asuntos políticos habidos en aquella ciudad alcarreña, protagonizados por la Princesa de Eboli y el famoso Pastelero local. Al bobo en cuestión lo enviaron a recoger una bandeja de pasteles de encargo, en parte para probar si servía para algo. Lo enviaron, fue y volvió. Y cuando lo vieron con las manos vacías le preguntaron por los pasteles contestó que se los había comido todos. Se le afeó la acción, y a la pregunta de por qué lo había hecho, respondió: "Toma, y como soy tonto...". Con lo que se probó que si bien no servía para traer unos pasteles de la pastelería, el mozo si sabía sacar partido de la situación, y utilizar la fama que se le daba en su propio provecho. Juzgue el lector acerca de la conveniencia de llamarle tonto.


14. Tonto del bote.
Es otro tonto de implantación y raigambre. Junto al de Coria, Abundio y Perico el de los Palotes, está entre los más populares: todos ellos llevaban uvas de postre a la vendimia. El del bote se hizo famoso en Madrid a mediados del siglo XIX. Era un mendigo muy simple que recogía limosna en un bote en la puerta de San Antonio del Prado. En este menester estaba cuando un toro escapado de la plaza, cuando el coso estaba en la calle de Alcalá, se le plantó delante, se paró ante el pordiosero, que permanecía inmóvil, como si no fuera con él la cosa, ajeno al peligro que evidentemente estaba corriendo. El toro lo olfateó, dio un bufido y siguió Prado abajo en loca carrera. Todo Madrid comentó el suceso, y un testigo ocular aseguró que el tonto le había pedido limosna al astado. Saltó la noticia a las páginas de los periódicos haciendo célebre a su protagonista, a quien inmortalizaron con la dudosa fama del "tonto del bote", por cuyo nombre aún lo conocemos.

15. Tonto (d)el haba. Sujeto que siendo imbécil por naturaleza tiene además la desgracia de ser patoso. Se predica de quien siendo simplón no termina por asumir su condición. La segunda parte de la frase remite, en metáfora formal, a la punta del miembro viril, por asemejarse la parte de la anatomía masculina aludida a la semilla de esa planta herbácea.
          Es insulto grosero, intercambiable con los de "Tonto (de) la polla", "tonto (d)el pijo", "tonto (d)el carajo", etc. Amén de lo expuesto, tenga el lector presente la mala opinión que de esta planta tuvo el mundo antiguo, hasta el punto de prohibir su ingestión a quienes oficiaban en los templos por la flatulencia que provoca, perdiéndose -debido a las ventosidades- el respeto y decoro a los lugares sagrados. Quien osaba comerlas era tenido por estúpido. Ser más tonto que una mata de habas –como todavía se lee en algunos cuentos infantiles- participa de esas creencias antiguas.

16. Tonto que asó la manteca. Decimos de alguien muy necio, para tratar de calibrar su grado de tontuna, que es más tonto que quien ásó la manteca. Pero ¿vivió alguna vez tal personaje...? El erudito sevillano Luis Montoto, en su obra Personajes, personas y personajillos, escribe lo siguiente: "No recuerdo dónde leí que el célebre cocinero Montiño, en su libro de recetas culinarias publicó una para asar la manteca".
Es claro que Montiño, andaluz guasón, incluyó tan estrambótica receta en son de broma, pero algunos se la tomaron en serio e intentaron seguirla al pie de la letra, no sin asombro para Montiño, que se llevaba las manos a la cabeza, y decía, según aseguran fuentes autorizadas: "Ozú, la cantiá 'e tonto c'hay...".


17. Tontos a tiempo partido.
El ejercicio de la tontez o tontuna raramente es ocupación de dedicación exclusiva. Lo más corriente es que se ejerza durante algún tiempo, o en ocasiones muy concretas. También hay quien ha sido tonto una sola vez, y por tonto lo tuvieron y motejaron. Pertenecen a ese grupo los componentes de la nutrida familia de los inconscientes y demás sujetos de cortos alcances a la hora de juzgar y ponderar las consecuencias de sus actos. Ejemplos notable de tonto ocasional fueron, entre otros, la famosa tonta de Candelario, o el sastre del Campillo.

Torpe,torpón. Es palabra que afecta a diversos ámbitos: el de la inteligencia, el de la habilidad y el de la catadura moral de las personas. En cuanto a lo primero, describe al hombre rudo, de tardo entendimiento, pesado de reflejos, y de reacciones lentas. En cuanto a lo segundo, se dice del hombre desmañado, carente de destreza. Y en cuanto al orden moral, donde se torna más grave y ofensivo, alude a la persona ignominiosa, de costumbres y conducta muy relajadas, siendo sujeto capaz de cometer cualquier bellaquería y bajeza. En este sentido último entiende el término el Marqués de Santillana, mediado el siglo XV, en la siguiente serranilla:

Serranilla de Moncayo,
Dios vos dé buen año entero,
ca de muy torpe lacayo
faríades caballero.

Del latín turpis, que equivale a feo, deforme, innoble, ruín e infame; también ha pasado al castellano como desmañado, manazas, rudo, tardo en entender y reaccionar. Es voz muy antigua, encontrándose registrada en el Cantar de Mio Cid, en los Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo, etc. En cuanto a la voz torpón, es uso familiar menos grave que torpe, ya que excluye la torpeza moral. Torpón es el manazas y desmañado, incapaz de dar pie con bola, pero no el rijoso ganado por la lujuria, ni el vil, bellaco y miserable.

Torreznero. Mozo holgazán, regalón y zafio que anda siempre detrás de su madre para que ésta lo cuide, y sólo piensa en cómo emplear su ocio; mujer que anda al calor de la lumbre, sin ocuparse de las cosas propias de su condición. El poeta Vicente Espinel, a finales del siglo XVI, escribe en sus Rimas:

Si un torreznero de malicias lleno,
y de cecina y nabo el tosco pancho,
de ciencia falto, y de virtud ajeno...

Era adjetivo injurioso, sobre todo dicho a persona de la que se espera grandes cosas y traiciona las expectativas.

Torrezno y huevo. Se dice del sujeto avaricioso que todo lo quiere para sí; ansioso cuya ambición no conoce límites. Calderón de la Barca ilustraba así el personaje, en una de sus letrillas:

Preguntábale a su hijuelo
una madre: "Fulanico,
qué quieres, ¿huevo o torrezno?"
Y él dijo: "Torrezno, madre,
pero échele encima el huevo;
no es malo que haya de todo".

Torticero. Persona o cosa injusta y desarreglada, que no se aviene a razones ni sigue las reglas; es antónimo de justiciero o derechero. En el libro de Las Siete Partidas, de Alfonso X (mediados del siglo XIII), equivale a "soberbioso", sujeto que va contra las leyes y fueros del lugar, o tuerce su sentido, queriendo en todo salir airoso contra derecho. García de Castrojeriz, escribe en su Regimiento de Principes (primera mitad del siglo XIV), a modo de consejo: "Non conviene a los reyes de ser peleadores nin torticeros...". Coetáneamente, el anónimo autor del Libro del Caballero Zifar, primera novela de caballerías castellana, utiliza así el término: "E por esto dixieron que quatro cosas están mal a quatro personas: la una es ser el rey escaso a los que le sirven; la segunda ser el alcalle tortizero...".
               Fue palabra muy ofensiva e insultante, que requería satisfacción; tildar a alguien de torticero era afirmar de él que obraba contra derecho y razón, se levantaba contra las leyes y no atendía a la justicia del rey o señor natural en el caso del villano. Hoy es voz anticuada, aunque los políticos la han rehabilitado, y se escucha en los medios de comunicación por esa razón.


Tortillera.
Lesbiana, bollera, tribade, marimacho virago, mujer homosexual que practica la tortilla -de ahí su nombre- o cópula femenina. No recogen el término los diccionarios al uso, incluido el oficial, pero su empleo está extendido en el mundo hispanohablante. De Francisco Umbral, en El Giocondo, es el siguiente texto: "...quita de ahí, maricona, lo que te gustan a ti son las mujerazas, o esas lesbianorras del demonio, esas tortilleras sucias que te hacen llevarles al cuarto palanganas de agua...".

Tostón. Persona pesada y muy molesta, que da la tabarra de manera insistente; latoso impertinente; coñazo. Se emplea en sentido figurado para denotar aburrimiento, cansancio, hastío ante la repetición y monotonía de algo. Pudo haberse dicho de la frase "todas las noches tostón", refiriéndose a los garbanzos tostados que antaño se daba en pueblos y aldeas por las noches como alimento o colación en los días de ayuno. Garbanzos por la noche... eran un tostón en más de un sentido, por la flatulencia que originaban. Otros piensan que también pudo haberse dicho por el ruido que producen los granos de maíz al tostarse con aceite: tostonear, en Andalucía y Extremadura, es hacer rosetas o palomitas de maíz, llamadas allí "tostones".

Tragahombres. Perdonavidas, valentón y matasiete; baladrón y bocazas que se jacta de su valentía; milhombres. Se dice también del individuo pequeño y bullicioso y de apariencia ridícula que adopta actitudes claramente en contradicción con su potencial físico.

Tragaldabas. Persona que come con gula: zampabollos, comilón impenitente; tragantón. Es voz de uso no anterior al siglo XVIII, en que recoge el término el Diccionario de Autoridades. (Véase también "zampabollos").

Tragantón. Sujeto invadido por la gula, que come con avaricia y de forma desordenada hasta atragantarse; zampabollos, zampabodigos; tragaldabas. Es voz utilizada ya a finales del siglo XV, en que recoge el término el Universal Vocabulario, de Alonso de Palencia (1490).

Tragasantos. Beato, santurrón, meapilas. Se dice de la persona que frecuenta mucho la iglesia, haciendo estación en cada una de sus capillas, donde enciende velas a los santos de su devoción sin provecho espiritual visible. Es voz compuesta, de uso despectivo, con tintes anticlericales, que he podido escuchar en los años 1950 siendo niño, de labios de un liberal octogenario en la ciudad valenciana de Alcira, dirigido a una vecina joven: "Mientras bebo los vientos por usted, usted, a tragar santos...". No conozco uso escrito del término, salvo el del diccionario oficial, que lo incorporó tardíamente.

Tragavirotes. Sujeto que sin motivo aparente anda muy serio y estirado, erguido y solemne, dándose importancia sin venir a cuento. Es imagen gráfica, que viene de vira, especie de saeta que se tira con la ballesta. Alguien que se tragara uno de esos virotes lógicamente andaría muy tieso. Covarrubias, (1611) define así el término en su Tesoro de la Lengua: "Traga virotes llamamos a los hombres muy derechos y muy severos, con una gravedad necia, que no les compete a su calidad". Es voz en desuso.

Tragón, tragona. Individuo cobarde que aguanta carros y carretas con tal de no actuar, comprometerse o darse a conocer; persona que se hace el loco, no dándose por enterado o concernido, como el cabrón o marido engañado, que no hace esfuerzo alguno por enterarse de lo que pasa. También se dice de la mujer fácil, que accede sin problemas a la solicitud de los hombres déjandose hacer.


Trapacista, trapacero.
Persona astuta y ladina que con falsedades y mentiras procura engañar a los demás. También se dice del logrero o usurero que presta a muy alto interés y en condiciones leoninas. El término del que deriva, "trapaça", era usual a mediados del siglo XV, por influencia de la voz portuguesa trapa = trampa. Cristóbal de Castillejo, (primer tercio del siglo XVI) emplea así la voz "trapaza", refiriéndose a la actividad del trapacista:

Por hacer mejor su venta
(...) deformando sus figuras
para salir por las plaças
con pláticas y trapaças
engañadoras y oscuras
y bellacas,
acaliñas, redrosacas,
todas a fin de robar.

Un siglo después, Quevedo, en la Vida del Buscón escribe: "Bien decía yo que éste era un trapacista. Al fin, yo salí tan bienquisto del pueblo que dejé en mi ausencia la mitad dél llorando y la otra mitad riyéndose de los que lloraban".
           Covarrubias da etimología culta al término, sacando a relucir la palabra griega para mesa y banquero trapezites = banqueros que en la Edad Media, y antes en el mundo clásico, cambiaban moneda, daban dinero a interés, etc. Su explicación nos parece muy traída por los pelos. En el XIX pasó a ser sinónimo de "agudo, listo, listillo":

¡ Qué aguda y qué trapacista!
Pero ahora ya en la red
le voy a prender a usted...

Hoy apenas se usa, aunque hemos podido escucharlo en el rastrillo de Tetuán (barrio de Madrid) a ciertos trileros con el valor semántico de "ladronzuelo".

Trapalón. Embustero; sujeto hablador, que con su parloteo insubstancial y sin fundamento trata de engañar desorientando a su interlocutor. Larra hace sinónimos los términos "calavera, tramposo o trapalón". El término aparece en el diccionario oficial (primer cuarto del siglo XIX) con el valor semántico de "persona que habla mucho y sin sustancia". Hoy está en desuso, aunque sigue empleándose en ámbitos familiares castellano-manchegos. En el sentido de bulla, ruido y parloteo se utilizó el término "trápala", del que deriva. Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua (1611), recoge el siguiente cantarcillo popular:

Assomaos a esse buraco,
cara de prata,
correré yo el mi cavallo
la trápala, trápala.

El trapalón aprovechaba el bullicio y estruendo, la animación popular y el barullo para colar sus embustes y hacer sus trampas.

Trapisondista. Embrollón y enredador; trapalón. De la voz "trapisonda": alboroto, bulla, escándalo, grita; persona que arma trapisondas o anda en ellas. Es término de raíces literarias; deriva del uso que de él se hizo en las novelas de caballerías, donde se alude al Imperio de Trapisonda, en Asia Menor. Fueron muchos los reinos fingidos que Cervantes recoge de las novelas de caballerías que sorbieron el seso de Don Quijote, y de los que se ríe por su extravagancia, como los reinos de Sobradisa, de Lira, de Galdapa, de Guindaya, o de Urmandía. A menudo el reino en cuestión tiene resonancias clásicas, como el de Trapobana, conocido en tiempos de Alejandro Magno; el imperio de los Garamantas, del interior de Africa, donde sitúan los autores de libros de caballerías sus aventuras y absurdas situaciones. Trapisonda está en la misma tradición. Fue ciudad a orillas del Mar Negro, capital del imperio de su nombre en tiempos bizantinos. Había sido visitada por el caballero Rui González de Clavijo, enviado por Enrique III al gran Tamorlán, a principios del siglo XV. Las noticias no estaban lejanas en el tiempo, y muchos libros del momento se hicieron eco de aquel imperio antaño real, y luego absorbido por los turcos. Don Quijote se imaginó en alguna ocasión que lo coronaban a él emperador de Trapisonda. En ese contexto calenturiento hablar de trapisondadas es evocar las mil hazañas inútiles, las batallas luchadas sólo en la imaginación de los lectores de aquella literatura de evasión absoluta. "Trapisondista" tenía ese poso significativo entre mítico y soñado, del individuo que se mete en aventuras de las que sólo saca los pies fríos y la cabeza caliente. No obstante la erudita historia del término, la Academia no lo incorporó al diccionario oficial hasta finales del siglo XIX.

Trasgo. Duende; sujeto travieso que disfruta gastando bromas pesadas; persona que transgrede normas del juego y de la convivencia, yendo más allá de lo aceptable. Es voz latina, de transgredi = excederse, a través de la voz del bajo latín trasgueer = hacer el trasgo. En ese sentido la utiliza Antonio de Nebrija (finales del siglo XV). De este empleo pasó a adquirir, (siglos XVII y XVIII), el significado de "duende". El Diccionario de Autoridades, (primer cuarto del siglo XVIII), escribe:
          Demonio casero que de ordinario inquieta las casas, particularmente de noche, derribando las mesas y demás trastos, tirando piedras sin ofender con ellas, jugando a los bolos, y con otros estruendos aparentes que desvelan a los habitadores; comúnmente se llama duende.
         Para abonar su tesis, el diccionario cita el Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán (1599):
          Miré a todas partes; no hallaba por dónde hubiesen entrado; por la puerta no pudieron, que la cerré con mis manos y cerrada la hallé; imaginaba si fueran trasgos, como la noche antes me dijo el mozo; no me pareció que lo serían, porque hubiera hecho mal de no avisarme que había trasgos de luz.
          Pantaleón de Ribera, en su Obra Poética, (primer cuarto del siglo XVII), tiene esta estrofa curiosa:

Alado coco de Chipre (Afrodita)
que sin oirte ni hablarte,
trasgo sordo y duende mudo,
espantas a los amantes.

Hoy significa "persona que finge trastadas propias de duendes y fantasmas para asustar a los incautos"; también tiene el valor añadido de sujeto que difunde bulos y rumores a sabiendas de que son infundios, o que se los inventa para crear clima de expectación y miedo; su significado experimenta en la actualidad un cruce con el semantismo de "mitómano, fantasma".

Trasto. Persona informal y de mal trato; gamberro; sujeto inútil que sólo sirve de estorbo, estando siempre de más dondequiera que se halle. Bretón de los Herreros usa así el término:

-¡Qué cosas tienen los hombres!,
Mi papá pensaba ayer de otro modo.
-¡Calle el trasto!

Se usa por extensión de la acepción principal de esta palabra: cosa inútil que se arrincona porque no sirve; mueble viejo que embaraza; cosa de la que se prescinde por no tener uso, y que siempre está estorbando. Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua, (1611) da esta etimología: "...Trastos son cosas escusadas (...) que por ser tales las hazinan y amontonan unas con otras, y del sonido que hazen de tris tras, topando unas con otras, se dixeron trastos".
          Corominas deriva la voz del latín transtrum = banco, y por extensión, cualquier mueble. Pero hay que considerar un hecho histórico curioso: la voz comienza a usarse a finales del siglo XVI, y no sería descabellado pensar que derive de "trástulo", vocablo italiano sentido como diminutivo, a partir del cual se habría creado un positivo: "trasto". Y otra nota de interés: Trastullo significa "entretenimiento y recreo, bufón o regocijador"; como tal criatura escénica era tipo de farsa italiana muy celebrado. El término trasto comienza a utilizarse en castellano a finales del XVI y primer cuarto del XVII, coincidiendo con el éxito de las farsas representadas por compañías italianas de cómicos de la lengua, uno de cuyos directores fue el bufo Ganasa. Lope de Vega en su Filomena habla de los donaires de Ganasa y de Trástulo."
           "Trasto" pudo venir de esta criatura de comedia. Y la voz "gansada" pudo haberse generado de Ganasa: "ganasada", con deglutación o pérdida de fonema en medio de palabra: gan(a)sada". Creemos que estas explicaciones merecen atención, porque la voz "trasto", como insulto, siempre estuvo acompañada del contrapeso cómico: un trasto es un individuo travieso y algo calavera, pero nunca un metepatas con mala baba, ni un malasombra importuno. Hay un matiz simpático que lo salva.

Tribade. Homosexual femenina adicta al tribadismo, prácticas lujuriosas entre mujeres; bollaca, lesbianorra o bollera. Es término fuerte, dirigido a una mujer.


Trilero.
Sujeto que de manera consciente y automática propende a engañar a los demás. En sentido figurado, individuo que practica el oficio de truhán, el triles: juego fraudulento de apuestas en el que el timador enseña a su víctima una carta, o una bolita debajo de un cubilete, que une a otras dos y las manipula de forma y manera que el apostante siempre pierde cuando se decide a indicar cuál es, o dónde se encuentra. En cuanto a su etimología, nada dicen los diccionarios oficiales, ni siquiera se ocupan de ella obras como el Diccionario Crítico Etimológico, de Corominas. Deriva del sufijo latíno "tri-" = tres, y del substantivo filum = hilo, de donde se dijo fila = hila, hilera, ya que se juega poniendo bolitas, cartas, cubiletes, etc., en fila de tres.

Tronco. "Hombre insensible, inútil y despreciable". Ese era el significado del término en el Diccionario de la Academia de 1780. Su sentido era obviamente figurado, como también en el que casi dos siglos antes le da, en su Vida del siervo de Dios, Gregorio, Luis Muñoz, (primera mitad del siglo XVII): "Echaba de ver el demonio las grandes mercedes que el Señor me hacía y que había de servirse deste tronco para cosas de su gloria".
          Como se ve, casi dos siglos antes de que la Academia registrara su uso, la voz "tronco", en el sentido de hombre rudo y despreciable, ya era frecuente; como también la frase "estar uno hecho un tronco", que equivale a estar privado del uso de los sentidos. Hoy la calle ha hecho del término una especie de sinónimo de "tío", camarada, compañero, amigo, habiendo perdido el viejo sentido peyorativo, y mejorando mucho en cuanto a su carga despectiva.

Tronera. Que no lleva método en acciones o palabras, ni sigue un orden en la vida o en las cosas. Persona alocada e informal en extremo; bala rasa, bala perdida. Es voz de etimología complicada. La utiliza Antonio de Nebrija, a principios del siglo XVI, aunque con el significado de "estruendo" similar al trueno o disparo de cañón. De este uso pasó al figurado. Luis Vélez de Guevara, (mediado el siglo XVII) utiliza el término como sinónimo de cabeza, o mollera:

El ser rey se le (h)a asentado
lindamente en la tronera.

Y Calderón de la Barca, poco después, en su Alcalde de Zalamea, pone en boca de un personaje: "...ya empieza su tronera", es decir, su parloteo o griterío. En este sentido pasó el término al francés y al italiano: tronière, troniera, muy a finales del XVII. El diccionario oficial recogió el término hacia 1730 con el significado de "hombre aturdido y "atronado", de donde poco después se utilizó para denominar al calavera y juerguista. Bretón de los Herreros lo utiliza en alguno de estos sentidos. “¡Jesús que tronera!¿Olvidas que te estamos aguardando?".


Truhán.
Sinvergüenza que vive de engañar a los demás: persona despreciable y vil, capaz de cualquier canallada con tal de medrar y lograr alguna ganancia. Es voz de origen incierto, cuya etimología última parece de raíz celta, aunque pudo haber derivado del término truand. Clemencín en sus notas y comentarios al Quijote cree que deriva de “trufa”, voz de la baja latinidad con el significado de fraude, burla, falsedad y traición. En su acepción de bribón es voz de uso antiguo, corriente en la Edad Media. Gonzalo de Berceo en sus Milagros de Nuestra Señora, (primer tercio siglo XIII), usa así el téimino:

...sabié él cosa mala toda alevosía,
ca con la huest antigua avié su confradría;
era el trufán falso pleno de malos vicios
sabié encantamientos e otros artificios...

Fue siempre insulto y ofensa fuerte. En el Libro de las Partidas, de Alfonso X, se llama truhán a los embusteros, embaucadores, hechiceros que tratan de engañar a la gente para sacar partido de ello. La extensión semántica de “truhán” carece de limítes geográficos claros. Para los autores de los siglos de oro equivale a hombre chocarrero y burlón, sin honra alguna, que no merece respeto, especie de bufón encanallado que hace reír con sus patrañas, y cobra por ello. El Padre J. de Mariana, da al término ese valor, a finales del siglo XVI: "Represéntanse costumbres de hombres de todas edades, calidad y grado, con palabras, meneos y vestidos al propósito, remedando el rufián, la ramera, el truhán, mozos y viejas, en lo cual hay muchas cosas dignas de notar".
          Además de ese significado, el término conserva el propio de bribón y malhechor a lo largo de todas las épocas, siendo el predominante en la actualidad, a pesar de haber decaído su uso, dejando de ser popular, lo que para un insulto es casi condenarlo a muerte.

Tuercebotas. Persona sin importancia alguna; mierdecilla, sonajas, donnadie. Es voz creativa, que tiene ante si la imagen del vagabundo o pordiosero que anda con los pies medio desnudos, asomando sus dedos por los agujeros de las botas, torcidas de andar de un sitio a otro. No recogen el término los diccionarios al uso, pero es vocablo que se escucha en la calle, en ambientes suburbiales, y en recintos frecuentados por la juventud encanallada, donde está bien asentado, y goza de buena salud léxica.

Tunante. Pícaro, bribón; individuo que practica la tuna, o vida holgazana y libre del vagabundo. En la novela picaresca Vida y hechos de Estebanillo González, hombre de buen humor, compuesta por él mismo, (primera mitad del siglo XVII), el protagonista cuenta su aprendizaje en los modos de la vida pícara: "...Como hombre más experimentado, con tono fraternal nos informó en las ceremonias y puntos de la vida tunante".
          En cuanto a su etimología, nada hay definitivo. En cierta jerga dialectal francesa tune significaba "mendicidad", y al rey de los vagabundos se le daba el título socarrón de Roi de Thunes, rey de Túnez, o de los estudiantes que en bandadas desarrapadas y famélicas recorrían las ciudades medievales llenando con el bullicio de su presencia, sus canciones y aventuras plazas y lugares. Los tunantes competían con juglares y mendigos. En España se llamó "tuna" a la vida holgazana. Las palabras "tuna, tunante" evocaron una visión desenfadada de la realidad. En Francia, tuner equivalía a beber sin mesura, mendigar.
          La literatura picaresca española abunda en esta clase de vida transcurrida en el desamparo, a espaldas de toda norma. A finales del XVII los tunantes era una plaga en la Corona de Aragón, donde anar de tuna significaba vagabundear. En Castilla no caló el término, porque ya tenía el de "pícaro", que cubría las funciones del tuno; por eso, ni Covarrubias ni otros autores interesados en la lexicografía, recogieron el término, que recogería en el siglo XVIII el Diccionario de Autoridades con el significado actual. El cuplé cantado por María Fernández de Córdoba, la Marietina en 1912, Batallón de modistillas (música de Gaspar de Aquino y letra de Alvaro Retana), dice en un uso distendido del término:

Hay chicos muy tunantes
que a las muchachas
se brindan a seguirnos
a retaguardia;
mas hemos acordado,
por votación,
que puestos por delante
será mejor.

Tunarra. Pillo, pícaro y truhán. Es variante despectivo de tuno y tunante, en construcción paralela a términos como bandarra, mandarra, etc., estando atento el hablante al valor semántico de "bandear": saberse gobernar uno, o ingeniárselas, para salir airoso de las dificultades, pudiendo así satisfacer las necesidades de la vida.

Tuno. Individuo de vida disipada a quien no se le conoce empleo fijo ni domicilio conocido; haragán que vive a salto de mata, practicando la vida vagabunda, y bordeando siempre la legalidad en su ir y venir de un lugar a otro haciendo el pícaro. (Véase "tunante").

Turulato, tirulato. Embobado, alelado, estupefacto, pasmado. Es voz de creación expresiva, de la que hay diversas variantes localistas. En Galicia: turuleque; en la América hispanohablante: tuturuto. En ambos casos se trata de "hombre falto de juicio". A pesar de su uso, muy extendido en el siglo XIX, la Academia no lo incorporó al diccionario oficial hasta pasada la segunda mitad de aquel siglo. Es voz del gusto de Benito Pérez Galdós, que la emplea en contextos como el que sigue: "Mirábanla los hombres encantados, turulatos los viejos, con asombro receloso las mujeres, y no se oían a su paso mas que alabanzas".
          Como el tuturuto o el tirulaque, se trata de sujetos alelados y ridículos, que están medio tarumba y no rigen bien debido al aturdimiento constante de su mente, que sin embargo experimentan momentos de lucidez en los que parece que van a decir algo, aparecen achispados y sugerentes, para al final soltar la tontería que sus cerebros de mosquito dejan esperar, retornando a su aspecto habitual de estupefacción y embobamiento, de estupidez crónica, en cuyo estado pueden distraerse entonando su tiroliro, tararira o cualquier otro sonsonete que ha dado lugar a la creación expresiva del término. Por ellos se dijo la frase de "habló el buey y dijo mu".

Turullero. Se dice de la persona ruidosa, que aturde, turba y confunde a quienes tiene alrededor, dejándolos turulatos. A. Rato, en su Vocabulario de las palabras y frases bables (1892), incluye turullu :"...el cuernu o vígaru con que los pastores dan toquidos". Es voz proveniente del substantivo torulla = cuerno de cabrío. De esa voz procede "turullero", de la que a su vez se dijo aturrullar: aturdir, quitar el sentido, confundir o abatir a alguno, atronarle con el ruido del cuerno.

INVENTARIO GENERAL DE LOS INSULTOS

Q

Quedón, quedona. Guasón y bromista pesado que a menudo se pasa de rosca. Se dice también de quien la toma con alguien -con quien "se queda"- y no lo deja tranquilo. Puede cursar con chulo o valentón. Es voz moderna, de uso suburbial, preferentemente empleado en ambientes juveniles. Se dice, en femenino, de la muchacha ligona, que fácilmente acepta las relaciones de cama; antónimo de "estrecha".


Quejica.
Individuo molesto de carácter flojo, a quien cualquier pequeña cosa enfada o agobia, y que de todo se queja de manera afectada y melindrosa. Pejiguera que murmura y habla mal de cuanto le rodea. (Véase también "melindres" y "llorica”). Es de uso en ámbitos de la familia y la amistad. También: mierdecilla que sale llorón.

Querida, querindanga, querindonga. Mujer que tiene relaciones amorosas, o un apaño, con un hombre que la mantiene para satisfacer su lascivia; en cuanto a querindonga, es despectivo de "querida". Larra, escribe: "Se muere por las jorobas sólo porque tuvo un querido que llevaba una excrecencia bastante visible entre ambos omoplatos".
                  Son términos muy del gusto del siglo XIX, en que a la moza enamoradiza se le llamó "querendona", término que se aplicó también a la amante o manceba de alguien, vocablo muy utilizado antaño en Andalucía, Murcia y Canarias. Pudo experimentar un cruce con la voz "maturranga" = apaño, treta, marrullería, en contextos muy despectivos.

Quidam. Es voz latina: quidam = uno cualquiera, alguien. Se dice del sujeto despreciable, de poco valer, cuyo nombre no dice nada, por lo que se ignora u omite, ya que no se quiere citar; donnadie, un mierda. Bretón de los Herreros usa así el término:

¿Hay mayor dicha
para ti que ser esposa,
no de un pobre, no de un quidam
como yo, sino de un mozo
que tiene un genio de almíbar
y es cosechero en Marchena...?

Quitahipos. Persona que por su aspecto o fiereza causa espanto; sujeto malencarado y astroso que produce miedo, prevención o sorpresa grandes. Cree Alcalá Venceslada, en su Vocabulario andaluz ser voz propia de su tierra, y aduce el siguiente ejemplo, que toma de la novelita Javier Miranda, de Juan Francisco Muñoz y Pabón, (finales del XIX): "El que quiera aturrullarse con portentos y maravillas, sorpresas y quitahipos, provéase de la historia...".
               Es término gráfico, que describe el estado de ánimo de la persona que se encuentra ante lo inesperado, definiendo al sujeto que lo provoca mediante el efecto que produce. Prototipo de quitahipos fueron Picio, el Sargento de Utrera, y otros feos eminentes. Es voz que tuvo mucho uso en el siglo pasado; hoy se oye, aunque ha experimentado un cambio semántico hacia lo positivo, tildándose de quitahipos aquello que produce admiración grande.

Quitolis. Niñato vaina y un poco litri; aprendiz de calavera; niño pitongo de provincias, que quiere ser fino sin dejar de ser un trasto. Alcalá Venceslada incluye el término en su Vocabulario Andaluz, aunque es también de uso frecuente en Murcia y partes colindantes con Castilla la Nueva. Alcalá Venceslada da el siguiente uso de esta palabra, citando la novela de José López Pinillos, Las águilas, (principios de nuestro siglo): "¿No le dije? Un rayo se ha hecho este niño quitolis. ¡Er Señó nos mire con misericordia...!". La palabra tiene sin duda su origen en la expresión latina qui tollis peccata mundi = que quitas los pecados del mundo; perteneciente al lenguaje religioso de la misa católica, pero no vemos la relación de este origen con la aplicación del vocablo.

R



Rácano.
Vago, holgazán, tacaño. Persona que escurre el bulto, huyendo si puede de situaciones en las que pueda ser llamado a realizar algún esfuerzo. No recogen el término los diccionarios al uso, a pesar de su implantación en todos los niveles de la sociedad.

Rahez, rafez. Vil y despreciable; sujeto de ínfima condición y muy baja estofa; persona de ningún valor social; individuo soez. Es voz del término árabe rafiz = de bajo precio. Deriva del antiguo verbo rahezar: envilecerse, y como tal cuenta con uso muy antiguo en castellano. El rabino de Carrión, Sem Tob, en sus Proverbios morales, (mediados del siglo XIV) usa así el término:

Sy mi razón es buena,
non sea despreçiada
porque la diz presona
rafez, que mucha espada
de fyno azero sano
sale de rrota vayna...

El Marqués de Santillana recoge así esta palabra, muy en boga antaño, y hoy sólo de uso literario:

No digo que te raheces
por tal vía,
que seas en compañía
de soheces.

Raja(d)o. Vulgarmente se dice de quien falta a su promesa o incumple tratos y propósitos firmemente expresados, desdiciéndose de aquello a lo que se había comprometido formalmente; cobarde, asustadizo y miedica, a quien es fácil amedrentar; caga(d)o que ante cualquier contingencia o atisbo de peligro se echa atrás, dejando en la estacada a quienes iban con él.


Ramera.
Mujer que negocia con su cuerpo, viviendo de acceder a la lascivia del varón por interés; prostituta. Es voz antigua en castellano. Alonso de Palencia (finales del siglo XV), en su Universal Vocabulario, hace esta distinción entre dos tipos de meretrices: "...meretrix tiene esta diferencia de prostíbula: que meretrix, que es ramera, no es tan pública y gana más ocultamente. La prostíbula que es mundaria, está de día y de noche ante su botica presta a todos".
          Era ya término que acarreaba pésima reputación sobre la mujer a la que se dirigía. Juan de Mariana, (segunda mitad del siglo XVI), fustiga los excesos del teatro, en su tiempo, diciendo: "¿Qué otra cosa contiene el teatro, y allí se refiere, sino caidas de doncellas, amores de rameras...?".
          Y coetáneamente, Cervantes emplea la palabra en este contexto: "Acabó de confirmar D. Quijote que estaba en algún famoso castillo, y que le servían con música, y que el abadejo eran truchas, el pan candial, y las rameras damas...".
          Manuel José Quintana, (mediados del siglo XIX), escribe: "Si tienen por voto nacional los gritos de la canalla (...) que al son de los panderos y sonajas de las ramerillas pagadas para ello salían a recibir al rey pidiéndole cadenas...".
En cuanto a su etimología, pudo haberse dicho del latín ramus = miembro viril, o pene. Sin embargo, Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua, (1611) da esta explicación: "...sobre unas estacas armaban sus choçuelas y las cubrían con ramas, de donde se dixeron rameras". Parecida interpretación, aunque en otro sentido, da Corominas en su Diccionario Critico Etimológico, quien cree que se diría "ramera" por el hecho de poner éstas profesionales del amor una rama en la puerta de la taberna donde a escondidas ejercían el viejo oficio.

Ramplón. Zafio, tosco, inculto; persona vulgar y grosera. Antonio Flores, mediado el siglo XIX, dice lo siguiente de cierto personaje arribista: "Lo cierto es que antes de entrar en palacio era un peluquero ramplón". Pero el término era ya empleado en el siglo XVI, en 1591 lo registra R. Percivale en su A Dictionary in Spanish and English, muestra de que era término en uso con la acepción, entre otras, de zapatón tosco, siendo aplicado en sentido figurado, también a quien los calzaba, por lo general gente rústica y zafia de poco valer.

Randa. Pícaro; ladrón; granuja; persona de bajos pensamientos e innoble proceder; sujeto astuto y desaprensivo. Puede ser voz procedente del caló, donde significa "maleante".

Rapaz. Individuo muy aficionado a hacerse con lo de los demás, cosa que procura dando a sus acciones visos legales. Persona insaciable y envidiosa. El anónimo autor del Libro de Apolonio, (primera mitad del siglo XIII), utiliza así el término:

Fueron al traydor, echaron le el lazo,
matáronlo a piedras commo a mal rapaço.
Quando el rey ouieron de tal guisa vengado,
que fue el malastrugo todo desmenuzado,
echáronlo a canes commo descomulgado...

Rareras. Tipo raro y peculiar, indeciso sexual, de quien no se sabe nada en claro. Se dice también del maricón que lo lleva en secreto. Tipo sospechoso del que conviene guardarse. Como en los casos de "soseras, voceras, tocineras, mojarreras, golferas guarreras" el sufijo en "-eras" incorpora matices peyorativos al significado principal, haciendo del "tío raro" de siempre un individuo ambiguo de conducta imprevisible, de quien no resulta fácil saber por dónde nos va a salir.

Rastracueros. Antiguamente se dijo del individuo que se arrastraba desnudo, en cueros, sumido en la mayor miseria; persona despreciable, de infima calidad y ningún interés social. Es curioso el cambio semántico radical experimentado por esta voz con la sola adición del prefijo "a-". (Véase arrastracueros).

Rastrapaja, rastrapajo. Palurdo que se arrastra. Persona miserable, que a la pobreza material une la espiritual. También se le llamó "rastrapies", por el andar cansino y vacilante de quien no tiene rumbo en la vida. Es el arrastraculos y rastracueros que anda un tanto sonado buscando el modo de llenar el vientre todos los días. Aparece en los Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo, (primera mitad del siglo XIII) como término muy despectivo:

Finó el restrapaia de tierra bien cargado,
en soga de diablos fue luego cativado,
rastrábandlo por tierrillas de coçes bien sovado...

Rastrero. Bajo, vil y despreciable. Se dice de personas o cosas, con carácter altamente despectivo. Es ofensa e insulto grande en todas las épocas. Fray Luis de Granada usa mucho el término a mediados del siglo XVI, así como los escritores moralistas de los siglos de oro: "Pues que (no) se sigue de aquí sino que viendo el hombre esta nueva nobleza y dignidad no se atreve a cosas viles y rastreras".
          Cursa con "arrastrado", que a miseria material une degeneración y depravación moral. La cupletista Amalia de Isaura cantaba en los primeros lustros del siglo, en clave de humor, el cuplé No hay quien me mate:

Y aunque el tal Facundo yo lo considero
por este motivo como hombre rastrero,
sin su amor la vida yo no la resisto,
y pa el viaje eterno he tomao el "mixto".

El término, sin perder la solemnidad y rigidez de siglos pasados, pasó a significar sujeto golfo y encanallado, capaz de gastarle a alguien serias pasadas.


Ratero, rata.
Ladronzuelo de poca monta; sujeto que roba a pequeña escala, hurtando cosas de escaso valor. En La Picara Justina (1605), su autor López de Ubeda escribe: "...fue el caso que por decir otra gracia le sucedió otra desgracia en que cierto Roldanillo ratero se deslizó un punto de dedos...".

Rechiquirrititillo. Parece que se trata de la voz despectiva o insulto más diminutivo que pueda decirse en castellano. Así llamamos al archidiminuto y proto-enano, decano de las menudencias liliputienses. Se dice con desprecio y lástima de alguien a quien se considera tan minúsculo en cualquier aspecto moral o social que casi nos parece eso: absolutamente nada. Claro que ese diminutivo podría todavía elevarse a superiores potencias, mediante el uso de nuevos afijos, como archi-, requete-, etc. Recuérdese que el castellano es la lengua más maleable, en este sentido, que existe. Tenga in mente el lector que aunque el insulto es siempre una calumnia en miniatura, con este término se llega ya a extremos singulares.


Reinona.
Maricón bocazas, de influencia social notable, y pujanza económica. Se utiliza entre la llamada "jet set" y "gente guapa", turba de advenedizos políticos, sociales y económicos surgida de las filas del arribismo e izquierdismo postizo.

Rémora. Se dice de alguien que se ha convertido en un obstáculo o estorbo grande; lastre o peso muerto; parásito. Viene de la antigua creencia que asegura tener el pez así llamado en su cabeza un disco oval que adherido al casco de una embarcación puede retardar su avance, hasta llegar a detener el objeto flotante sobre el que actúa. Covarrubias da en su Tesoro de la Lengua (1611) considerable atención a este término: "Es un pez pequeño (...) que si se opone al curso de la galera o de otro vagel le detiene, sin que sea bastante remos ni viento a moverle. (...) Para señalar la causa (...) no hallan razón natural".
          Tirso de Molina se hace eco de la creencia, y aplica el término referido al oro, que convierte a las personas en rémoras de sus obligaciones y deberes. Y, en general, todo el teatro del siglo XVII utiliza el vocablo, hablando de criados, escuderos, sirvientes, amas... rémoras de sus señores. También poetas como Luis de Góngora y otros. El término sigue en vigor, calificando tanto a personas como a situaciones y cosas.

Renacuajo. Se llama así al hombre pequeño, mal tallado y enfadoso; hombrecillo despreciable no ya por su escasa alzada, sino por su mal genio y peor intención. Se utilizaba como insulto a finales del siglo XIV, aunque se generalizó a finales del siglo XVI, utilizándose para tildar de tal, como en el caso de "mocoso", a adolescentes y muchachos que afectan actitudes de adulto, así como a gente de nula relevancia social.
          En los Disparates muy graciosos que figuran a modo de apéndice al final del Cancionero de obras de burlas, (siglo XV) se hace este uso del término:

...y topé una procesión
de infinitos renacuajos,
vi quejarse los atajos
porque apriesa los pisaban,
y vi ciertos que cantaban
aquesta glosa siguiente...


Repipi.
Se dice de quien es afectado en sus modales y pedante en el hablar; persona que se conduce de manera manifiestamente ridícula, sin apercibirse de ello. En general, se predica del niño o adolescente redicho y en extremo circunspecto, que traiciona con su conducta pretendidamente adulta sus pocos años. También se emplea el término "pitiminí", sobre todo cuando se trata de la versión femenina del repipi, aludiéndose así a la delicadeza y escaso tamaño de las rosas que produce ese arbusto de tallos trepadores. Puede ser voz introducida en el siglo XIX, reduplicación del término italiano familiar pipi = bambino, o de la voz dialectal, de esa misma lengua, pippione: necio, estúpido engreído. Es posible, sin embargo, que se trate de abreviación de "pipiolo": principiante, novato, inexperto.

Retro(grado). Carca, carroza o carcamal de naturaleza política o de cualquier otra condición intelectual, que profesa ideas o doctrinas desacreditadas o abolidas por antiguas. Es el antónimo natural de "progre(sista)". Etimológicamente significa "el que va o mira hacia atrás". Larra, (primer tercio del XIX) hace el siguiente uso del término: "La oposición (...) era de hombres retrógrados que abogaban por el progreso...".
Décadas más tarde, Bretón, en una de sus comedias, retrata así a un sujeto chapado a la antigua:

¡Siempre con esas hipérboles
me has de venir...!
¿Quién tus ideas retrógradas
puede sufrir...?

Rezonglón,rezongón. Persona que rezonga, gruñe o muestra enfado y repugnancia cuando se le manda hacer alguna cosa. También llamados rezongadores, tuvieron pésima fama antaño, y se les zahería desde la escena. Francisco de Rojas, en La Celestina, (1499) los ve así: "...no hay, cierto, tan mal servidor hombre como yo, manteniendo mozos adevinos rezongadores...".
          Covarrubias lo retrata así, en su delicioso Tesoro de la Lengua (1611): "Gruñir el mozo quando le mandan alguna cosa, y a éste le llaman reçongón, porque haze con la boca y narizes cierto sonido, de donde se le puso el nombre por la figura onomathopeia". (Véase también "zorronglón").

Ribaldo. Sujeto ruin y apicarado, violento y de vida licenciosa y poco clara; también se dice del hombre vil, chulo o matón de mancebía que vive de las mujeres. Es voz antigua en castellano. En cuanto a su etimología, deriva del francés antiguo ribaud, ribalt = libertino, bribón, vagabundo, que a su vez deriva de la voz procedente del germano o alemán antiguo, riben con el valor semántico de copular, de donde derivó a su vez el término ramera según algunos. El escudero del Libro del Caballero Zifar (principios del siglo XIV), se llamaba así, y había sido antes un bellaco parlanchín criado de un pescador; el término se documenta en esta primera novela de caballerías, en el siguiente contexto: "¡Ve tu vía, ribaldo loco! - dixo el hermitaño- ¿Cuidas fallar en todos los otros omes lo que fallas en mí, que te sufro en paçiençia quanto quieres dezir?".
 Poco antes lo había utilizado el autor de la Gran conquista de Ultramar, c. el año 1300. A mediados de aquel siglo, Juan Ruiz, en su Libro de Buen Amor, da al término valor semántico de ignorante y bribón:

Entiende bien mios dichos, repiensa la sentencia,
no m'contesca contigo como al dotor de Grecia
con el ribald romano e su poca sabencia
quando demandó Roma a Grecia la ciencia.

Pero el término, que se documenta todavía en el siglo XVI con el valor semántico de "pícaro, pobre mezquino", sonaba ya anticuado, siendo desde entonces raro su uso, sobre todo a partir del siglo XVIII.


Ridículo.
Que mueve a risa por su extravagancia o excentricidad; sujeto insensato, inconsciente, incapaz de apercibirse de que sus acciones, palabras o conducta chocan con la norma. A menudo cursa con "payaso y espantajo". Es voz culta, descendiente del término latino ridere = reír, de donde ridiculus = que mueve a risa. Lo recoge Cristóbal de las Casas, en su Vocabulario de las dos lenguas toscana y castellana, (último tercio del siglo XVI), utilizándolo asimismo Cervantes, en el Quijote, con el sentido moderno de "cosa digna de risa". Alonso de Salas Barbadillo, autor de la novela picaresca La hija de la Celestina, (1605) escribe: "...siendo vuessa merced severo en el nombre y ridículo en las acciones, se hace más ridículo para con aquellos que le ven obrar contra la esperanza que de su nombre se tenía".

Robaperas. Granuja de poca entidad; se dice también de la persona de importancia social irrelevante. Voz sinónima de tirillas, mierdecilla, sonajas, donnadie, términos todos ellos de implantación moderna y uso suburbial. Más que ofensivos, son vocablos despreciativos, con intención humillante.

Rocín. Hombre tosco, ignorante y mal educado, que no ha asimilado bien lo que le han pretendido enseñar. En ese sentido emplea el término el dramaturgo Agustín Moreto, (primera mitad del siglo XVII):

¡Hay tal desesperación!
Ese hombre es un rocín...!

Es tanto como llamarle a alguien "asno, burro". Se dijo antaño de quien por falta de inteligencia o valía no consigue lo que se propone..., como el potro, que por no tener edad para ello, o haber sido muy maltratado, no llega a merecer el nombre de caballo.

Rogelio. Rojillo no excesivamente izquierdoso, sino sólo lo justo. Tiene carga semántica ligeramente despectiva. Es intercambiable con "rojeras". En el argot político de la calle, se opone a "retro, carca, facha", etc., siendo su antónimo. La voz que ha hecho fortuna en ámbitos populares y de la amistad, se formó a partir de "rojo", color que morfológicamente evoca; no falta quien asegura haber surgido para asimilarlo al antropónimo o nombre de persona, en este caso cierto portero de una casa importante en la calle de Almagro, de Madrid, todavía en ejercicio, según me cuenta un comunicante amigo.

Rojo. Los términos de valor político suelen conocer valoraciones diversas, en cuanto a la negatividad de su carga semántica, dependientemente de vaivenes y modas. Así, "rojo" ha sido término ofensivo y peligroso para quien lo recibía, en época no muy lejana; y también voz meliorativa que dignificaba a su merecedor, en época igualmente próxima. Más que insulto es improperio o injuria, dicha para perder a aquél a quien se dirige, echándole en cara una condición políticamente peligrosa antaño; o para encomiarle, según fuere el caso, recordándole su vinculación o adscripción a una causa. Es el caso de "rojo, rogelio, rojeras, fascista, sociata, facha, carca, anarco, nazi, etc”. En contextos políticos se dice o predica del radical revolucionario de izquierdas; y en lo social, del individuo exaltado, apasionado, un tanto visionario, que cree que el cambio de la sociedad, y hasta el rumbo de la Historia, dependen de él.

Rostro. Caradura, aprovechado; sujeto atrevido, que bordea la temeridad con tal de vivir de mogollón, a costa de los demás. Tener rostro es tanto como echarle cara a las cosas, y carecer de miramiento alguno, o vergüenza. (Véase también "cara, caradura").


Rudo.
Tosco; necio y de inteligencia torpe; descortés y grosero. Es término y concepto tomado de la voz latina rudis, cosa burda, no elaborada ni trabajada. El uso más antiguo conocido del término lo muestra el Arcipreste de Hita, en su Libro de Buen Amor, donde escribe:

El amor faz sotil al omne que es rudo;
fazle fablar fermoso al que antes es mudo,
al omne que es covarde fazlo muy atrevudo,
al perezoso faz ser presto e agudo.


Rufián.
Hombre sin honor, despreciable y perverso; chulo de mancebía, alcahuete de prostíbulo, que vive de comerciar con las mujeres. Pocos insultos hay tan ofensivos, y pocos individuos con peor catadura moral y humana que éstos, en la tradición literaria española. No hay mejor modo de saber lo que es un rufián que asomarse a la novela cervantina Rinconete y Cortadillo, o a su comedia El Rufián Dichoso. Allí se ve que no se trata únicamente de un alcahuete y ladrón, de un encubridor de rateros, sino también de un matón y espadachín de oficio, especie de asesino de alquiler. Tirso de Molina los saca a escena con valoraciones como la que sigue:

¡Mal haya quien bien os quiere,
rufianes de Belcebú...!

Corominas, que atestigua la antigüedad del vocablo remontándola al siglo XIV, cree que pudo decirse del término latino rufus = pelirrojo, seguramente por la prevención moral que ha existido siempre contra los hombres de ese color de pelo, y por la costumbre de las rameras romanas de utilizar pelucas de esa color. Pero tal vez sea remontarse muy atrás, o hilar demasiado fino; sobre todo si se atiende al término germánico ruffer, con el significado de "alcahuete", una de las ocupaciones principales de estos individuos. Cervantes hace hablar así a un criado: "...fue su postre dar soplo a mi amo de un rufián forastero, que nuevo y flamante había llegado a la ciudad".
          Cervantes, amable y generoso, quita hierro a las cosas. Ve rufianes por todas partes, con lo que el personaje pierde en fiereza. Medio siglo antes, Lope de Rueda, tiene el siguiente pasaje en el paso El rufián cobarde: "¡Ah putilla, putilla, azotada tres veces por la feria de Medina del Campo, llevando la delantera de su amigo o rufián, por mejor decir...!".


Ruin, roín.
Bajo, vil y despreciable; persona de malas costumbres; individuo mezquino y avariento; hombre de mal trato, o cosa no buena. El Marqués de Santillana, (mediados del siglo XV) decía que era la mejor cuña para su propia madera, ya que "a ruín, ruín y medio". G. Correas, en su Vocabulario, sentencia:
          "Cuando al ruin hacen señor, no hay cuchillo de mayor dolor"; y el autor del Lazarillo de Tormes dice que Lázaro estaba... "escapando de los amos ruines que había tenido, y buscando mejoría". Juan de Valdés, en el Diálogo de la Lengua, asevera: "Al ruin, dadle un palmo y tomaráse quatro".
          Su forma antigua debió ser "ruino", del vocablo latino ruina = desmoronamiento, derrumbe, en sentido figurado, trasladando la carga semántica al campo moral. La frase "cosa ruina", con el significado de mezquina y mala, se emplea a finales del XV en castellano y en lengua valenciana; en ese sentido usa el término Juan del Encina, en su Cancionero:

Trobe y cante quien cantare,
que yo te prometo, Gil,
so pena de ruyn y vil...

Es voz ofensiva empleada desde la Edad Media, variando poco su significado y uso. El toledano Cristóbal de Fonseca, escribe entre los siglos XVI y XVII: "Supiéronlo los fariseos y salieron con dos calumnias: una, que andaba en compañía de gente ruin; otra, que eran glotones, y no ayunaban...".
          En el uso actual, sobre todo en Asturias y Galicia, "ruin" se aplica más a cosas materiales que morales. Se puede ser ruín de cuerpo, tlaco y desmedrado, de escaso tamaño o mala salud, y al mismo tiempo grande de espíritu, de gran bondad y calidad humana.

S

Sabandija. Se dice en sentido figurado, teniendo in mente al reptil pequeño, o al insecto repugnante y molesto. Persona despreciable y dañina. Es término documentado a finales de la Edad Media. El poeta del Cancionero, Francisco de Baena, pone en boca de cierta dama la siguiente poesía satírica declarando a su galán por qué lo rechaza:

Ca me han fecho entender
que sóis mala savandija,
e que tenéis una agrija
do la non queréys tener.

Durante las primeras décadas del siglo XVI el término gozó de popularidad, siendo insulto liviano. Sebastián de Horozco, en su Representación de la historia de Ruth, lo pone en boca de cierto bobo:

¡Oh, qué gentil sabandija
(...) otro moço es menester ...

Referido a los muchachos, se dice del que es inquieto, sumamente travieso y activo, que no descansa ni deja reposar a los demás, lagartija o zarandillo incansable cuya actividad no reporta beneficio ni utilidad.

Sacamuelas. Charlatán y enredador. Se dice en sentido figurado de la persona que en cualquier materia o razón quiere alzarse con el triunfo, independientemente de la veracidad o justicia del asunto; individuo que miente con desfachatez y a las claras, con evidente descaro, con tal de llevar a cabo su plan. Se dijo por la costumbre antigua de los dentistas o sacamuelas, que prometían en plazas y mercados sacar muelas o extraer dientes sin provocar en el paciente dolor alguno, para convencerles de lo cual tenían que hablar por los codos. En el teatro de los siglos de oro es personaje del que se echa mano, a menudo despectivamente. Agustín Moreto lo emplea así:

Yerra un doctor la cura a unas viruelas
que las puede curar un sacamuelas...

Y Tirso de Molina, en el mismo siglo XVII:

Muertes en rosario, al cuello:
parecerán sacamuelas.

Hoy se emplea como término despectivo con el que se califica a los malos dentistas, en el mismo sentido que hablamos de "matasanos" cuando nos referimos a los medicastros.

Sacapelotas. El Diccionario de Autoridades (primer tercio del siglo XVIII) recoge el término con el valor semántico de persona ordinaria, sujeto de baja condición, nulidad social, individuo despreciable. También se le llamó sacabuches y sacatrapos. Se alude, con él al individuo que antiguamente asistía al escopetero o arcabucero, como ayudante de soldado; y también al instrumento para sacar balas, o el utilizado para limpiar el cañón.


Salido.
Persona rijosa, de irremediable lascivia, que se mantiene en estado de cachondez durante largos espacios de tiempo, no siendo capaz de adormecer o aplacar su lujuria. Quevedo, en su Vida del Buscón (1626) hace sujeto del calificativo a una criada de mesón: "Determinéme de ir a una posada, donde hallé una moza rubia y blanca, miradora, alegre, a veces entremetida, y a veces entresacada y salida".

Saltabardales. Marimacho; mujerona inquieta y liosa. Es voz gruesa dirigida a mujeres, ya en los primeros lustros del siglo XVII. Se trata de vocablo compuesto, siendo el segundo término sinónimo de valla de espinos, tapial o muro. Existió antaño la frase "ir como saltabardales por el ejido", es decir: andar una mujer hecha un hombretón, o ir sin rumbo y de escapada, como puta por rastrojo.

Saltimbanqui, saltabanco. Charlatán, socarrero, bufón; hombre bullicioso e informal; persona de poco fiar. Jovellanos (finales del siglo XVIII) usa así el término: "Castilla estaba ya llena de trovadores,... de mimos y saltimbanquis, y otros bichos de semejante ralea".
          Era palabra muy del gusto de autores teatrales y novelistas del género pícaro; se sabe que sus gracias y bufonadas en escena levantaban carcajadas en el público. El saltaembanco era criatura dramática que por su propia naturaleza caía bien. No obstante, una cosa era el teatro y otra la vida real. Mateo Alemán, que retrata esa vida en su Guzmán de Alfarache, (1599) da este consejo por boca de su protagonista: "... ni haga pacto ni alianza con ciegos rezadores, saltaembancos, músicos ni poetas".
          Lope de Vega, en El amante agradecido, usa también el término, aunque con el significado de charlatán ambulante metido a boticario, valor que en su tiempo tenía, ya que llamaban entonces así a quien blasonando de químico, puesto sobre un banco o mesa en la calle o bajo algún chamizo o toldo, vendía hierbas y quintaesencias, remedios contra cualquier dolor:

Aquesta es una receta
que un saltambanco me dio
en Sicilia...

De ahí vino el nombre, porque subían y bajaban rápidamente del banco sobre el que se dirigían al público, saltando con agilidad, visitando las más alejadas villas y pueblos. Mateo Vázquez de Leca, (segunda mitad del siglo XVI) en El filósofo de aldea, escribe, recordando estampas de su niñez: "...Aquellos chocarreros, bufones y salta-in-banqui, como dice el italiano...". Y en una loa anónima de muy poco después, un pícaro vagabundo cuenta sus andanzas por Italia, donde fue charlatán callejero, intercalando a menudo la lengua de aquel país que entonces era poderoso imán para los españoles, en sus versos, seguro de ser entendido por todos:

...¿No fui saltimbanqui
entrando por Pontinello?
Y dirigiéndose al público, remedándose a sí mismo, continuaba:
Sentite un poco de gracia,
signiori, quatro parole
che li voglio far intendere
de la bellisime cose...
Y engañaba a la gente, absorta con su río de palabras, su oratoria simpática, su presencia histriónica.

Sandio. Su uso en castellano se remonta al siglo XII. La empleó Gonzalo de Berceo en su obra Milagros de Nuestra Señora, donde escribe "sandío", con acento que deshacía el diptongo:

Respondió el cristiano, díssoli al judío:
entiendo que me tienes por loco e sandío,
que non traio consejo, e ando en radío...

Como el sandeu portugués, el sandio es un idiota o un loco. Cree Corominas que pudo haber originado en el sintagma latino Sancte Deus, vocativo piadoso que provoca la presencia del pobre infeliz mentecato. Pero parece explicación un tanto traída por los pelos, por lo que cabe pensar en otro sintagma latino: sine Deus, pues el sandio es tan idiota que parece haber sido dejado de la mano de Dios. Fue palabra popular en la Edad Media, de uso tan extendido entonces como hoy lo está la voz "imbécil". Juan Rodríguez del Padrón, en su novelita sentimental Siervo libre de amor, utiliza el término (primer tercio del siglo XV) con el valor semántico de "necio, simplón":

Avnque me vedes así,
catyvo, libre naçí (...).
Y después, como sandío,
perdí mi libre aluedrío,
que non so señor de mí...

En tiempos de Cervantes parece que era término ya en desuso, por lo que dice Covarrubias en su Tesoro de la Lengua, (1611): "Sandio vale tanto como loco y hombre fuera de su juyzio; vocablo español antiguo desusado. Ensandecer vale enloquecer...".


Sanguijuela.
Sujeto que con mentiras y habilidad va sacando a otro lo que tiene, quitándole poco a poco bienes y dinero. Tiene puntos de contacto con el chupóptero. El maestro Gonzalo Correas, (primera mitad del siglo XVII), escribe: "Chupar la sangre como sanguijuela (se dice) de los que chupan y usurpan la hacienda a otros poco a poco".
          Se emplea teniendo in mente, el sentido figurado de su primera acepción: "gusano anélido que se alimenta de la sangre que chupa a otros animales a los que se adhiere". Mateo Alemán, en su Guzmán de Alfarache (1599), se refiere así al tahúr: "Al jugador desengañó el tablajero, que como sanguijuela, de unos y otros, poco a poco, chupa la sangre".
           Desde 1513 lo corriente era llamar a este gusano "sanguijuela", aunque Covarrubias utiliza la forma antigua en su Tesoro de la Lengua (1611), "sanguisuela", según él procedente del italiano sanguisuca, "porque chupa la sangre, y no suelta hasta que llena el pellejuelo y revienta". Los judíos que dejaron España con anterioridad al siglo XVI, todavía utilizan formas antiguas del término, como hemos podido comprobar en el barrio sefardita de Jerusalén. Fue término muy del gusto de los siglos áureos y sucesivos. Bretón, en su teatro del siglo pasado, critica así a la burocracia:

¡Qué de empleados...!
No hay quien los sume;
son sanguijuelas
que nos destruyen.

El uso de "sanguijuela" como voz insultante ha llegado con todo su vigor y fuerza hasta nuestros días, en que se usa en diferentes contextos.

Sansirolé, sancirolé, sansirolí. Es tanto como decir "soso y simplón". Se trata de palabra de creación reciente (en 1900), y empleada originariamente en la zona de Salamanca. Según Corominas, (Diccionario Critico...), puede tratarse de una deformación de la expresión peyorativa San Ciruelo -San Necio- por parte de la lengua hablada por los gitanos, el caló, que suele desplazar a la última silaba el acento de las palabras sobre las que incide, convirtiéndolas en agudas; en cuanto a lo peculiar de la terminación, el caló alterna los finales en -ó, é, í, (parné, parnó). Como es sabido, "ciruelo" es forma de llamar al hombre necio. Decir "San Ciruelo", San Sirolé, es tanto como invocar a santos inexistentes, que no podrían ayudarnos, convirtiendo tal conducta en una insensatez propia del tonto. El día de San Ciruelo es como el año sin viernes: una imposibilidad. Amén de lo dicho, en la tradición del teatro renacentista español, para tildar de tonto a un pastor se le llamaba San Ciruelo. Ello, unido al hecho de que para los gitanos no haya mayor tonto ni víctima tan fácil como el pastor, explica la oportunidad del término; lo que sorprende es su tardía aparición.


Sátiro.
Hombre lascivo en extremo, para quien el goce sexual y la concupiscencia han llegado a convertirse en obsesión; salido, que se encuentra en estado de permanente cachondez o deseo; sujeto que padece de itifalia o erección constante del pene. También se dice de la persona ruín, mordaz y atenta a zaherir y motejar. Se toma en sentido comparativo - como en el fondo funcionan gran parte de los insultos-, teniéndose in mente a los personajillos de la mitología clásica, monstruos semidivinos, medio hombres y medio cabras, cuya actividad sexual era exacerbada; de ellos se dio nombre a la enfermedad o desorden fisiológico llamado satiriasis, que es un estado de exaltación morbosa de las funciones genitales del varón.

Sietemachos. Matasiete en pequeño; persona ridícula que se mete en refriegas de las que no puede salir bien parado. También se dice de las personas de muy escasa estatura que con todo parecen atreverse, sin reparar en sus escasas fuerzas y reducida anatomía.

Simio. Mono; que en todo imita y remeda a otros, resultando grotesco y ridículo en su intento.

Simple, simplón, simplicísimo. Persona de escaso discurso, algo boba; mentecato, incauto. Del latín vulgar simplus = simple, ingenuo. Es término castellano antiguo, que utiliza ya Gonzalo de Berceo (principios del XIII). En su acepción de "mentecato" se documenta en la primera mitad del siglo XVI. Lucas Gracián Dantisco, en su Galateo Español (1582), escribe: "...el lisonjero muestra claro que el que se paga de sus lisonjas sea vano y arrogante, simple y de poco ingenio, pues se deja conquistar y vencer de cosa tan liviana".
          Covarrubias, (Tesoro de la Lengua, 1611) emplea así el término: "... simple algunas veces significa el mentecato, porque es como el niño, o la tabla rasa, do no ay ninguna pintura, por tener lesa la fantasía y los demás sentidos, y no discurrir en cosas con razón ni entendimiento".
          Para el dramaturgo Agustín Moreto, (siglo XVII), simple es sinónimo de mentecato: "Anda, vete, mentecato, que eres un simple"; décadas antes Tirso de Molina escribía:

¿Tan mal gusto tengo yo,
que permito competencias
de una villana, vos noble?
¿De una simple, vos discreta?

La aparición del simple en escena fue celebrada por el público de los siglos de oro. En cuanto al superlativo "simplón", incorpora el matiz de incauto, manso y apacible al significado general de mentecato. Los simplones son unos benditos, aunque los ha habido que han salido listos, como el llamado "simplón de Córdoba", que preguntado por qué no había ido a misa contestó:

No puedo ir a misa
porque estoy cojo;
si voy a la taberna
es poquito a poco.
A éste, como al tonto del dicho, no era aconsejable meterle el dedo en la boca.

Sinvergonzón. Persona que descaradamente carece de vergüenza, haciendo gala de esa condición. La forma del aumentativo, en contra de lo habitual en estos casos, quita aquí hierro a la carga peyorativa del término, disminuyendo la gravedad del insulto, y haciéndolo más cercano y familiar. (Véase también "sinvergüenza").


Sinvergüenza.
Bribón; pícaro desvergonzado que no se recata de cometer villanías y caer en bajezas; persona que carece de rubor. Es voz latina del latín verecundia = vergüenza, que compitió a lo largo de toda la Edad Media con otra forma más popular del mismo término: "vergoña" (todavía viva en hablas dialectales asturianas y en las lenguas catalana y valenciana). En cuanto al compuesto "sin-vergüenza", es voz relativamente reciente, admitida por el diccionario oficial en el siglo XX, aunque de uso anterior, como hemos visto. Es sinónimo de desvergonzado, que Covarrubias define como "el mal criado y atrevido", término de antiguo uso, que se documenta en el Libro de Alexandre, (primera mitad del siglo XIII). De hecho, poca falta hacía crear el término "sinvergüenza", sobre todo cuando además existía desde el siglo XVI la frase con valor adjetivo "poca vergüenza", documentada en el Guzmán de Alfarache, (1599) de Mateo Alemán. Bretón de los Herreros, a mediados del siglo pasado, utiliza así el término:

En tanto que halaga la fortuna
a un gandul sinvergüenza, torpe, idiota,
gime el talento, y el honor ayuna.
Versos que se avienen con el antiguo refrán que asevera: "Quien tiene vergüenza, ni come ni almuerza".

Snob,esnob. Novelero, fantasioso, que valora de modo desmesurado cuanto viene de fuera, obnubilándose ante lo advenedizo y foráneo, y restando valor a lo propio. El snob es un esclavo de la moda, por lo que su tontuna es semoviente. Padece de una afectación aguda causada por su admiración enfermiza de las novedades, a las que se ve incapaz de resistirse. En cuanto a su etimología, Salvador de Madariaga, (ABC, 11-I-1970) El castellano en peligro, asegura ser de origen latino vía lengua inglesa. La palabra originó en la universidad inglesa de Oxford, la mayoría de cuyos alumnos procedía de la clase nobiliaria. Los estudiantes hijos de aristócratas rellenaban dos columnas en el registro de la facultad donde se matriculaban, poniendo en una de ellas su nombre, y en la otra el título nobiliario de sus padres. El registar, u oficial mayor encargado de hacer la inscripción, ponía en la columna de los alumnos sin título las siglas S. NOB., abreviatura del sintagma latino sine nobilitate, es decir: sin nobleza, plebeyo. De allí derivó snob, ya que los alumnos sin título se comportaban como si pertenecieran a la clase noble, adoptando sus maneras y gustos, y tratando de pasar por tales. Evidentemente, eran unos snobs, forma peculiar de hacer el ridículo social.

Sobrero. Cabrón; cornudo. Se dice en sentido figurado del hombre a quien su mujer engaña sin él saberlo; se tiene in mente la imagen del toro que en las corridas se tiene como reserva por si alguno de los de la partida sale deficiente, falto, escaso de cornamenta, o con ésta visiblemente afeitada. "Sobrero", que sobra..., sobre todo a su mujer, enredada con otro. Es voz utilizada en ámbitos encanallados, próximos al suburbio, aunque está muy extendido en recintos urbanos frecuentados por la juventud nocturna, donde se constata su uso.


Socarra,socarrón.
Golfo, rufián; sujeto que con palabras de doble sentido, cáusticas y quemantes, se burla de otro en su cara. Es una de las acepciones posibles del término, y la que asume Cervantes en El rufián dichoso:

Estas señoras del trato
precian más, en conclusión,
un socarra valentón
que un Medoro gallinato.
En Rinconete y Cortadillo pone Cervantes en boca de una moza del partido:
Por un sevillano rufo a lo valón
tengo socarrado todo el corazón.

Es voz muy del gusto suyo. En La ilustre fregona le da este valor semántico: "Aunque conoció que antes lo había dicho de socarrón, que de inocente, con todo eso le agradeció su buen ánimo, y le entregó el dinero".
En todas sus novelas utiliza el término, que a principios del siglo XVII era de uso reciente, ya que se documenta por primera vez en la vida literaria hacia el último cuarto de la centuria precedente. Así, en el Coloquio de los perros, se lee: "...Socarrón tamborilero, salid del hospital, si no, por vida de mi santiguada que os haga salir más que de paso...".
          Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua, define así al sujeto: "El bellaco dissimulado que sólo pretende su interés, y quando habla con vos os está secretamente abrasando".
          En el gerundio "abrasando" declara Covarrubias el origen de esta voz: de socarrar, pasar por el fuego alguna cosa de modo que por una parte esté quemada y por la otra casi cruda, aludiéndose así a lo cáustico de la lengua de estos murmuradores burlones y ruines. Como tal, el verbo "socarrar", de donde deriva el calificativo, es voz de uso antiguo en castellano. Gonzalo de Berceo lo emplea en su Vida de San Millán:

Levantóse el ábrego, un viento escaldado (...)
por las Estremaduras fizo dannos mortales,
ençendiendo las villas, quemando los ravales,
socarraba los burgos e las villas cabdales...

Es asimismo sinónimo de ramera, mujer de mala vida, daifa desvergonzada e impúdica, acepción con la que usa el término Lope de Vega en El Marqués de las Navas, donde referido a cierta dama se dice:

Socarrón entendimiento
desenvuelto y despejado
tiene la tal mantellina,
y a ser mujer principal
pudiera ser çelestial,
y quedóse en çelestina.


Sodomita.
Pederasta; maricón a quien gustan los niños; marica a quien le gusta dar y tomar. Es insulto grueso, que a vileza y degeneración une escándalo, degradando sin paliativos a quien lo recibe. Cervantes, en su novela Rinconete y Cortadillo, afirma: "¿(Pues) no es peor ser hereje, o renegado, o matar a su padre y madre o ser solomico? ¡Sodomita, querrá decir vuesa merced, respondió Rincón!."
          Equivocación parecida en cuanto al término se da en una anécdota relatada por Juan de Arguijo, en sus Cuentos, (finales del siglo XVI): "Venía el cura de una aldea con un villano y, entre las injurias que le dijo fue una llamarle somético. Parecióle al labrador que se vengaba (...) con decir a voces: "¡Séanme testigos que me descubre la confesión". Entendiéndose la gracia en el hecho de que bajo confesión el villano se habría acusado a sí mismo de puto, o sodomita. Y Quevedo, a quien no hay palabra gruesa que le deje indiferente, escribe en Las zahurdas de Plutón: "Pregunté a un mulero que a puros cuernos tenía hecha espetera la frente, que dónde están los sodomitas, las viejas y los cornudos".
          El término alude a la ciudad bíblica de Sodoma a orillas del Mar Muerto, arrasada por Dios por haber degenerado hacia la homosexualidad y la más desenfrenada lujuria, (Génesis, cap. XIX). Antonio de Nebrija, autor de la primera Gramática castellana, (1492) usa el término como sinónimo de puto, en su Vocabulario español-latino. Desde entonces ha sido insulto u ofensa grave, uso que sigue teniendo hoy, sin que lo culto del vocablo le hurte fiereza o quite hierro. Un sodomita es un maricón redomado, cuya querencia, para mayor deshonra del sujeto en cuestión, es hacia los niños.

Soleche. Estúpido, embobado. Seguramente voz tomada del caló solche, lengua de los gitanos, donde significa "soldado". Es de uso reciente en ámbitos hampescos y de la mala vida. Algunos quieren que derive de la frase "so leches, siendo "so" monosílabo restante del término "señor o seor". Equivaldría a llamarle a alguien "tío leches", en el sentido de "donnadie", y también con el valor despectivo de "malaleche, malasombra".


Sonado.
Persona anormal, de capacidad mental disminuida; grillado, pirado, ido de la cabeza. Se dice de los boxeadores que tras una carrera profesional larga han recibido multitud de golpes en la cabeza, desbaratándoles el cerebro, que empieza a no regir bien. Se predica, asimismo, de quien no coordina ni logra gobernarse a sí mismo por el uso de estupefacientes limitadores de la actividad cerebral. Por extensión: zombi.

Sonajas. Donnadie; antiguamente: sacapelotas, persona sin importancia alguna; mierdecilla. Es voz de formación contemporánea, en la que posiblemente se tenga in mente el término "sonado", del que sería a su vez una derivación despectiva. Por otra parte, hay quien opina que es voz formada a partir del verbo "sonajar" = alejar, apartar, mantener lejos a alguien, que M. J. Llorens, en su Diccionario Gitano incluye entre las voces formadas por influjo del caló español. En esa acepción, el sonajas sería un pobre diablo cuya presencia siempre estorba o compromete, y que conviene mantener lejos.

Sonso. Aunque el término comparte la etimología de "zonzo" , su significado es un tanto diferente. El "sonso" es sosote e insubstancial, como aquél, pero añade a esa particularidad el hecho de ser un ingenuo exagerado, rayano en la tontez. Se tilda de "sonso" al muchacho tan tímido que se muestra incapaz de dirigir palabra alguna a la muchacha que le gusta. También se aplica al adulto de ojos inexpresivos, taciturno y silencioso. A los peces que se dejan pescar con facilidad se les da el calificativo de "sonsos", en la América hispanohablante, porque aunque advierten el peligro son incapaces de reaccionar. De sonso se dijo "ser sonso como la mierda de pava", que no sabe a cosa alguna, ni huele a nada; es dicho generalmente de las mujeres desangeladas y pasmarotas, defectos al que se suma un hecho desfavorable: ser poco agraciadas.


Soplapollas.
Es variante caritativa de "gilipollas", insulto cuya fiereza atenúa. Este compuesto estrambótico del verbo "soplar" y del substantivo "polla" = pene, admite distintas modalidades, todas ellas formadas a partir del ámbito sinonímico de las partes componentes de la palabra. Así se oyen las formas: "soplapijas, soplapitos, soplapijos, inflapollas, hinchapollas, soplapichas...", con una variante simpática e inesperada, de esas que salen por los cerros de Ubeda: soplagaitas, de matices graciosos por lo inesperado de la salida. En el fondo late un contenido erótico, aunque desvirtuado de los usos antiguos del verbo soplar = tener energía sexual, o potencia.
          A pesar de lo dicho, cabe la posibilidad de que sólo se trate de un recreo verbal, de un juego de vocablos al amparo del patrón de todas estas voces, que es el gilipollas.


Soplón.
Chivato; acusica y delator; sujeto que se va de la lengua por conveniencia suya, sin importarle el daño que pueda reportar con su conducta a un tercero. Es voz derivada del verbo "soplar", en su acepción de sugerir, acusar en secreto y cautelosamente, delatar. Lope de Vega, en su Entremés del letrado, pone en boca del rufián Perote (¡atención al nombre!) la siguiente explicación, al respecto de ciertas voces de la jerga hampesca:

Garfio (llaman) al corchete; a las esposas, guardas;
a los presos antiguos, abutardas;
al alcalde, prior; torno al portero;
herrador de las piernas, al grillero;
a los tres ayudantes, monacillos;
abanico, al soplón; trampa, a los grillos...

Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua, (1611) registra así el término: "Soplar a la oreja es dar aviso secretamente de alguna cosa, de donde se dixeron soplones a los malsines". El toledano Agustín Moreto emplea coetáneamente el término:

...un alguacil y un soplón
me andan de noche buscando,
con intento de que yo
confiese culpas ajenas.

Soseras. Persona sin ángel, esaboría y sonsa. Se dice tanto de hombres como de mujeres, ya que es calificativo sin género. (Para el sufijo en -eras, y su valor despectivo véase "rareras").

Soso, sosaina. Persona sin gracia, que crece de viveza en acciones y palabras. Es voz de etimología latina, del término insulsus = falto de sal. En el primer tercio del siglo pasado utiliza el vocablo José de Espronceda, referido a la vida aburrida y monótona:

Yo no soy
para una vida tan sosa,
tan mecánica.
En Cuba se utiliza también "sosera".


Sueco (hacerse el).
Se dice del individuo que se hace el olvidadizo a la hora de satisfacer una deuda; persona que mira hacia otra parte cuando se le recuerda que debe pagar o hacer honor a alguna obligación adquirida. En el Diccionario geográfico popular, de Vergara Martín, se lee la siguiente estrofa alusiva al personaje:

Dos súbditos pierde España
cuando se presta dinero:
el que lo da, se hace inglés;
y el que debe, se hace sueco.

Aunque hay otras explicaciones, parece que con el sueco en cuestión se alude a los ciudadanos de ese país nórdico cuyos marineros, al llegar a puertos andaluces para cargar vino o aceite, adoptaban a finales del siglo pasado caras de circunstancias cuando se les dirigía la palabra, diciendo a todo que sí y que no, indistintamente, y sin saber a qué se oponían o a qué se negaban. No parece, pues, razonable que el sueco de que se habla esté relacionado con el mundo del teatro latino, cuyos actores cómicos se hacían los despistados o sorprendidos, calzaban el soccus, y ponían cara de circunstancia. Esta es tal vez explicación excesivamente traída por los pelos.

Suripanta. Vicetiple, corista, mujer de reputación dudosa y despreciable. Es voz inventada. Martínez Olmedilla, en su libro Los Teatros de Madrid, cuenta que Eusebio Blasco, libretista fecundo, fue el autor de la siguiente estrofa:

Suri panta la suri panta,
macatruqui de somatén;
sun fáribun, sun fáriben,
maca trúpiten sangarinén.

Era parte de los cantables de un coro en griego ficticio, con el que se entronizaba el género bufo en España, en 1866. Aquel año se estrenó en el Teatro Variedades de Madrid El joven Telémaco, con música del Maestro Rogel, y con F. Arderius como primer actor. Fue uno de los éxitos más apoteósicos de la escena en su tiempo, sobre todo porque salían por primera vez una serie de señoritas ligeras de ropa, cantando, gesticulando y enseñando una pierna. Tal fue la acogida y favor dispensados a la obra que el público se sabía de memoria aquello de las suripantas..., dando ese nombre a las doce coristas que con casco helénico en la cabeza, y coraza, cantaban en escena el extravagante verso. De esa época data el llamar a las mujeres de teatro, primero, y a las de vida airada después: suripantas. De la misma estrofa se extrajeron otros términos, como "macatruqui", para indicar onomatopéyicamente qué es lo que se suele hacer con las suripantas.