LA RESPUESTA .- Aproximadamente 78.000 representantes públicos, en su inmensa mayoría en el ámbito municipal (95 %)
•259 - Senado de España
•350 - Congreso de España
•54 - Parlamento Europeo
•74.008 - Alcaldes y concejales
•1.206 - parlamentarios autonómicos
•1.031 - diputados provinciales
•139 - responsables de Cabildos y Consejos Insulares
•13 - consejeros del Valle de Arán
Pero esos 78.000 no son otra cosa que la primera fila visible del drama de una España invadida de políticos parásitos prescindibles. Hay otros 400.000 políticos incrustados, directa o indirectamente, en el Estado, con puestos de trabajo, casi siempre como directivos, en las distintas administraciones, instituciones, empresas públicas, consejos de administración, cajas de ahorros, universidades, partidos políticos, aparatos sindicales y cientos de espacios más de la sociedad civil, que han sido ocupados por un poder político enfermo de ansiedad irrefrenable.Los expertos creen que de ese casi medio millón de políticos agarrados a las ubres públicas de España, sobran unos 350.000. Suprimiendo esa inmensa legión de familiares, amigos, enchufados y aprovechados del poder, España quedaría libre de un lastre insoportable, que hoy le impide avanzar hacia la solución de sus grandes dramas económicos y sociales.El ahorro que representaría prescindir de la legión inútil de los enchufados y aprovechados puede cifrarse en unos 28.000 millones de euros anuales, una cantidad más que suficiente para solucionar, de golpe, todos los problemas del déficit español. Pero las consecuencias de la inmensa masa de políticos existente no solo afectan a la economía, que no puede soportar ese terrible lastre, sino que dañan también aspectos como la ética pública, la organización de la sociedad y el funcionamiento de un Estado justo e igualitario, sin olvidar que el exceso de políticos propicia la corrupción, la arbitrariedad de los poderes públicos y la caída de los valores.La monstruosa clase política es ya identificada por los ciudadanos como un problema de gravedad y figura en las encuestas como el tercero para la ciudadanía, con tendencia a ocupar el segundo puesto, solo por detrás del drama del desempleo, del que también se culpa a la clase política.
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