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Macaco. Feo y deforme, como el mono de cabeza chata al que se alude, procedente de Angola, de donde el término es autóctono. Se utiliza en castellano desde la segunda mitad del siglo XVI, como voz ofensiva usada primero en Portugal. Su valor semántico no es uniforme, así, mientras que en Cuba, Chile y otras naciones americanas significa "persona muy fea y mal formada", en algunos puntos de España, como Bilbao, se da el calificativo a los mujeriegos y a los afeminados..., a pesar del contraste conceptual que hay entre ambos. También se predica de alguien, generalmente de un niño, que tiene gustos o pretende cosas no acordes con sus años, capacidad y condición, como sinónimo de "retaco", según me hace ver Juan Ramón Azaola.
Macandón. Maula, camandulero; sujeto astuto y haragán; persona vil, inútil y despreciable. Con el valor semántico de "individuo falso y embustero" se utilizaba el término a finales del siglo XV. Lucas Fernández, en su Farsa del Nascimiento pone en boca del pastor Bonifacio la siguiente retahila de insultos:
¡O(h), do(y) al diabro el bordión,
moxquilón y macandón!...
En cuanto a la voz insultante "moxquilón", era sinónima de holgazán: mozo fuerte, pero vago; rapazón travieso y holgazán; muchacho alto, fuerte y presumido que hace ascos al trabajo; sujeto amigo de fiestas y jolgorios. El macandón participaba de este universo haragán y calavera.
Macanero. Que cuenta patrañas y embustes; mitómano. Es derivado de la acepción argentina del término "macana": porra. En cierta carta dirigida por José Mª de Murga al Conde de Hervías, en 1869, (véase el Boletín de la sociedad Vascongada de Amigos del País), le dice aquél a éste: "La macana es una porra con la que los habitantes de las islas de la Sonda acostumbran a ablandar la mollera a sus enemigos".
Esta acepción derivó hacia un sentido figurado obsceno, según el cual "porra" equivale a pene o miembro viril. Así, decir o contar macanas era tanto como andar contando "chorradas". Macanero, sensu stricto "porrero", se convirtió en calificativo con el que señalar a los mentirosos crónicos que disfrutan esparciendo infundios, embustes y cuentos sin fundamento. En ese sentido es insulto muy despectivo, utilizado desde el siglo XIX.
Macarelo. Bravucón y pendenciero; camorrista. Puede ser galicismo, de maquereau = alcahuete, chulo de putas, rufián. Es término de uso en medios agermanados, entre clientes de prostíbulo. Su uso es relativamente reciente: finales del siglo XIX, aunque la Academia no lo incorporó al diccionario oficial hasta cumplido el primer cuarto del siglo pasado. (Véase también "macarra, macareno").
Macareno. Valentón de taberna; baladrón. Es termino derivado del término francés maquereau, en su acepción de chulo de burdel. Guapo, majo, pagado de sí mismo en cuanto al físico. Gonzalo de Céspedes y Meneses, en su Varia fortuna del soldado Píndaro recurre al término, en el primer cuarto del siglo XVII, seguramente, según el Diccionario de Autoridades, influenciado por el nombre del barrio sevillano de la puerta de la Macarena, ya que el pasaje de la obra donde aparece tiene ese horizonte.
Macarra, macarrón, macarronet. Los dos primeros son variedad de chulo de sí mismo, y más frecuentemente de putas, o rufián. Probablemente de la voz francesa maquereau, a través del término catalán macarró. Tiene también acepción popular de "guapo y valentón" que se dedica a pasear su palmito, del que presume, por plazas y tabernas. Tiene puntos de contacto con el bocazas o mojarreras, con el mojarrón y el fantasma. Es tipo peligroso, y ser tildado de tal equivale a ser equiparado con el bellaco y el rufián de otros tiempos. En ambientes prostibularios, "macarronet", voz mostrenca o falso galicismo, pero que Besses en su Diccionario de argot español da como originaria del catalán, es el chulo de su propia mujer, con cuyo cuerpo trafica, negocio muy en boga en la actualidad.
Magancés. Traidor alevoso; individuo ruín y perverso; persona aviesa y dañina, de la que conviene apartarse. Fue insulto gravísimo a finales de la Edad Media. En cuanto a su etimología, como tantos otros, procede de un personaje histórico medio legendario: el conde Galalón de Maganza o Maguncia, de quien se habla en la Historia de Carlomagno, traidor que puso a merced de los infieles al caballero Roldán, el de la Chanson, en Roncesvalles. Se documenta en castellano a mediados del siglo XIV, y fue término utilizado por los autores de los siglos de oro. La voz perdió virulencia y matices peyorativos a lo largo de los años.
Maganto. De aspecto macilento, apagado y triste; persona o cosa de apariencia enfermiza y deslucida. También se utiliza como sinónimo de ocioso, holgazán y vago. Es voz procedente del caló, aunque otros quieren que haya derivado del latín macer: flaco, débil. Se emplea frecuentemente en las novelas picarescas de los siglos XVI y XVII. Con el significado de holgazán y perezoso se emplea en Murcia y zona castellano-parlante de Valencia. En el Cancionero popular villenense, de Soler, se lee:
Los mocitos de hoy en día
son como el ungüento blanco,
que ni cura ni hace llagas.
¡Dios nos libre de magantos!
Majadero. Escribe Covarrubias: "Llamamos majadero al necio, por ser voto de ingenio, como lo es la mano del mortero a que se haze la alusión". Amén de esto, la comparación se basa en que la mano del mortero, o almirez, es machacona, como importuno es el necio. Poco cabe añadir, a no ser el hecho de que el majadero suele ser, además de tonto, porfiado y enredador. A esta nota de su personalidad alude el dicho arrefranado: "Anda el majadero de otero en otero, y viene a quebrar en el hombre bueno", dándose así a entender que a menudo paga el hombre cándido e inocente los yerros del necio y porfiado. Aunque en parte es culpa de su necedad y torpeza, como escribe Juan Rufo en Las seiscientas apotegmas, mediado el siglo XVI: "El segundo linaje (de) necios es el de los majaderos, gente que hace ruido, desenvuelta y bulliciosa".
Antes, Sebastián de Horozco, en su Historia de Ruth, usó el término en un pasaje plagado de insultos, dirigidos a cierto criado:
Este asno más se estiende
neceando
mientras más le están hablando.
¡Alto de ahí, majadero!
Hoy, en su acepción de sujeto necio y porfiado, sigue en vigor, aunque se oye más en los ámbitos de la familia y la amistad que en la calle.
Majareta, majarete, majaderete, majagranzas. De estos cuatro, el más grave es el primero, pues el majareta tiene perturbadas sus facultades mentales. Más que serlo se está, o lo vuelven a uno, puesto que "majar" es verbo entre cuyas acepciones está la de molestar, cansar, importunar. Fernández de Moratín, lo emplea de esta manera: "Entre los dos me majaban a sermones". En cuanto a "majarete", parece contracción de "majaderete", galanteador almibarado y cursi, amigo de decir lindezas a pesar de andar escaso de ingenio. Es un tipo simpático, pero a quien faltan diez minutos para caer en la ridiculez. Suele ir en compañía de otro para hacerse y reírse ambos las gracias, por lo que se dijo que no se verá nunca "al majaderete sin su compañerete". Salían a galantear pasada la siesta, o a ligar, como diríamos hoy. Este especimen abundó en el Madrid del Barroco. Del "majagranzas" cabe decir que es tipo antiguo en la literatura española. Muchos autores renacentistas, como Juan de Valdés, citan el refrán famoso que dice: "Mientras descansas, maja esas granzas". Dicho que también usa Cervantes. Al majagranzas, hombre necio que siempre está donde no debe, molestando e importunando, no hay que darle descanso, sino tenerlo ocupado para que no incordie. Por eso, incluso cuando descansa hay que ponerlo a majar granzas, es decir: granos de trigo sin descascarillar, porque cuando el diablo no tiene que hacer, con el rabo mata moscas.
Malaleche. Persona de permanente mal humor; sujeto mal intencionado y avieso; individuo de mala índole, que siempre anda buscando las vueltas a las personas o a las cosas. Se alude con este vocablo compuesto a la calidad de la leche que mamó de su madre el sujeto en cuestión...., y no a acepción más gruesa del término "leche". En su Cancionero, de 1496, Juan del Encina pone en boca del pastor Mateo la siguiente estrofa:
Yo te juro a San Pelayo
que cualquiera te deseche,
que nunca de buena leche
has mamado sólo un rayo.
Tener mala leche es tanto como tener mala índole, condición torcida, raíz borde desde el principio, adquirida con la leche que mamaron; antaño se dijo "leche" a la estirpe o ralea de la que uno desciende, siendo sinónimo de raza. En este sentido utilizó el término el poeta oriolano Miguel Hernández:
.. pueblo de mi misma leche,
árbol que con tus raíces
encarcelado me tienes,
que aquí estoy yo para amarte
y estoy para defenderte
con la sangre y con la boca
como dos fusiles fieles...
Amén de lo anteriormente expuesto, en algunos lugares de España, como Navarra, tener buena o mala leche es tanto como tener la suerte de cara, o propicia; o tenerla de espaldas o adversa. Un individuo con mala leche es tanto como alguien con mala estrella, a quien por no salirle nunca las cosas como él quisiera se muestra huraño y malhumorado.
Malandrín. Voz tomada del término italiano malandrino, a través del catalán del siglo XIV malandrí = bellaco, rufián. Su acepción primitiva, antes de adoptar el castellano el término, parece que fue la de "leproso", ya que malandria es término del bajo latín, tomado del griego melandrion, para significar una de las formas de esa enfermedad temible. Desde el siglo XVII ha mantenido el mismo significado de "persona perversa, maligna, dispuesta a hacer cualquier fechoría; bellaco". Ese uso tiene en el teatro menor, entremeses, pasos, sainetes, etc. Bretón, siempre al día de los insultos más populares de su tiempo -mediados del siglo XIX-, echa mano del término:
-¡Pobre Froilán!...
¡Funesta guerra civil!
-Le está muy bien empleado.
-Lo merece el malandrín.
Mala(n)ge(l). Esaborío, desabrido y sin gracia; malasombra; persona pesada y fastidiosa. Es término compuesto, en el que la voz "angel", segunda parte del vocablo, soporta la carga semántica: tener mal ángel es tanto como no tenerlo bueno, es decir, estar dejado del de la guardia, y haber caído en manos del demonio. Ese fue su significado primitivo; luego, perdido el hierro teológico, pasó a ser término de uso popular con el que se aludía al desgraciado, en sentido paralelo al que tiene mala estrella o mala ventura, y cuya compañía se consideraba nociva, por ser maleficio contagiable: de ahí su equiparación con gafes y malajes. Con el significado amplio de patoso, desmañado, antipático y desabrido se ha utilizado siempre en Andalucía, de donde irradió al resto del mundo hispanoparlante. Serafín y Joaquín Alvarez Quintero, en El traje de luces, hacen el siguiente uso del término:
Sombrón, aratoso,
granuja, malange(l),
te engañas si piensas
que vas a librarte.
Rico Cejudo, en su novelita María del Carmen, de principios de siglo, usa así el término, en el medio de la familia y la amistad: "Ese y na más que ése es er que a ti te conviene, malange..., afirmó señá Salú, la Garbansera".
Malapata. Malasombra; patoso y sin gracia; individuo desangelado y un poquito gafe. El cojo, por quien se dijo lo de malapata, tuvo antaño reputación de persona enfadosa, que por no estar a gusto consigo hace lo posible por que no lo estén los demás. De esa circunstancia surgieron, ya en la antigüedad clásica, dichos y sentencias en los que el cojo es protagonista negativo. El Refranero hace del cojo malapata un tipo astuto y ladino que emplea su ciencia y saber en incordiar y hacer daño. El humanista extremeño Gonzalo Correas, en su Vocabulario de refranes, (primeros lustros del siglo XVII) afirma que un diablo cojo sabe más que otro que no lo sea, porque si bien la cojera y mala pata no permiten andar largos trechos con los pies, si lo hacen con el pensamiento, que estando el cojo con el carácter agriado emplea para zaherir e importunar. Y Pedro Vallés, en su Libro de refranes copilado por el orden del a,b,c, (primera mitad del siglo XVI), dice del malapata o cojo, que quien es "cojo, y no de espina, no hay maldad que no imagina". Esta reputación no remitió con los tiempos; recuerdo haber escuchado a mi abuela Isabel Reyes, gaditana, decir siendo yo niño: "Dios nos libre del malapata cojo, del rojo y de uno que le falta un ojo", refiriéndose a un tío mío no bien quisto por ella, pero aludiendo al refrán. Y Alcalá Venceslada, en su relato Instinto animal, (cito por su Vocabulario Andaluz), hace este uso del término, que él adscribe a su tierra andaluza:
El animal más vivo
yo declaro y pregono que es ¡er chivo!,
que se deja la barba por entero
para no ser esclavo ni cautivo
de ningún malapata de barbero.
En otro orden de cosas, mala o buena pata son expresiones que en Andalucía, Extremadura y el reino de Murcia tuvieron y tienen la connotación de malfario o buenaventura, respectivamente. Debido a ello, el cojo barruntaba desgracia, lo mismo que un tuerto. Pero independientemente de la tara física, la palabra "pata" ha significado en el uso irónico del término, "gracia, salero"; era palabra que se empleaba para conjurar el mal de ojo. En esa dirección va la frase, que emplea López Pinillos en su obra de pricipios de siglo Las águilas: "Un entierro, la bicha y ahora un gachó con el ojo más chindigo que hay en er mundo: ¡Pata, pata y pata!".
Malasangre. Individuo avieso. Persona que por su mala estirpe o ralea disfruta haciendo daño; sujeto de malos sentimientos. Castro, en su cuento o novela corta El mujeriego, (1930) sitúa el término en un contexto rural andaluz: "¿Que te parece a ti lo que ha dicho el capataz? ¿Verdad que el capataz es un malasangre...?".
Malasombra. Patoso. Que pretende ser gracioso, sin serlo. Pelmazo que gasta bromas pesadas. Se dice también de quien tiene malas intenciones, y es capaz de hacer daño de manera gratuita sin que ello le reporte ganancia. Lope de Vega utiliza el término en el sentido siguiente: "Suelen decir por encarecimiento de desdichados: Fulano tiene mala sombra". Con lo que se daba a entender que era persona antipática y desagradable, de difícil trato. La voz "sombra" se utilizó antaño como sinónimo de apariencia o aspecto, de ahí la costumbre soez de mostrar el enfado, en medios bajos y viles, diciendo a alguien:
"Me cago en tu sombra"; llegó a ser intercambiable con "persona", existiendo diversas creencias y teorías absurdas al respecto de su significado y trascendencia. Entre ellas, la peregrina idea de que a quien iba a morir en breve le abandonaba su sombra, o ésta no le obedecía y se tornaba mala. Es sabido que hasta tiempos relativamente cercanos se pensaba que los reos condenados a muerte, llevados al patíbulo, no proyectaban sombra sobre el suelo. Rafael Salillas, en el libro publicado a finales del pasado siglo, Hampa, atribuye el concepto de "buena o mala sombra" a la cultura gitana. El Padre Luis Coloma, en su novela Caín, emplea así el término: "¡Calla, calla esa boca, que merece picarse para los perros la lengua que tal dice de su padre...! ¡Te enseña eso el malasombra que te lleva a los clubs, que han de ser tu perdición y la mía!".
Malasombra, en nuestra opinión, podría ser creencia relacionada con el mundo del aojamiento y el entorno de los gafes. Se sabe que existen árboles cuya sombra puede matar a quien duerme bajo sus ramas, como cierta modalidad de olivo, de donde se pudo haber dicho lo de los gafes manzanillo, Que es como llaman en Andalucía al árbol citado.
Malauva. Persona de mala condición, de malas entrañas; malasangre; se predica también de quien tiene malas pulgas, y es de trato difícil; persona de la que, familiarmente, se dice que tiene sus días. Seguramente es un eufemismo que evita el término malsonante "mala leche". Álvarez Quintero, en La suerte, escribe:
"...ahora, por sierto, la corteja un malange que ha venío a la feria, que no se la merese. Ladrón, antipático, malauva".
También pudo decirse de quien al emborracharse tiene un comportamiento patoso, vil y miserable; sujeto que no tiene buen beber. "Hazerse alguien una uva" era tanto como emborracharse, ya en tiempos cervantinos.
Malcarado. Sujeto de aspecto repulsivo; mal encarado, sayón; persona que infunde temor por su apariencia. El poeta madrileño Juan Bautista Arriaza, a finales del siglo XVIll, usa así el término:
En esto, con su capa colorada
sale a la plaza un malcarado pillo,
puesto en jarras, la vista atravesada,
y escupiendo al través por el colmillo.
Malcontento. Bulle-bulle; persona inquieta y revoltosa, amiga de broncas y alboroto, que por todo muestra disgusto y a todo pone malas caras, siendo de difícil trato y contentamiento. Jerónimo Cáncer, en una comedia suya de la primera mitad del siglo XVII, escribe:
De vos estoy mal pagado;
y aunque quejoso me muestro,
no imaginéis, gran Señor,
que soy de los malcontentos.
Y a finales del XVIII, Jovellanos emplea las formas "malcontentadizo" y "malcontento" en contextos similares:
"En aquel teatro, sobre estar lleno de gentes melindrosas y malcontentadizas, hay muchos figurones y envidiosos".
En cuanto a "malcontento, descontento", el mismo autor escribe: "Tendremos el gusto de hacer muchas cosas útiles y buenas en beneficio de ese hermoso país, a pesar de los envidiosos y malcontentos".
Malcriado. Maleducado; que carece de educación adecuada; descortés e incivil, que no ha aprendido a comportarse en público, mostrándose antojadizo, caprichoso, arbitrario e insolidario. Se dice normalmente de niños y muchachos consentidos, de mala crianza. El jesuita del siglo XVII, Juan Martínez de la Parra, en su Luz de verdades, describe así a dos individuos de pésima conducta pública:
"Tan adelantados, por no decir tan atrevidos; tan iguales en todo, por no decir tan malcriados; tan llanos, por no decir tan groseros que apenas se podrá distinguir cuál es el padre y cuál el hijo".
Maldiciente. Malandrín que tiene por costumbre maldecir de todo; persona crónicamente descontenta y aviesa que anda buscando motivos de queja, blasfemando y jurando de continuo, sin encontrar cosa que sea de su agrado. Lucas Gracián Dantisco, en su Galateo Español (1582), hace la siguiente consideración al respecto de los maldicientes: "No se debe decir (...) mal de nadie, pues al fin cada uno se guarda del caballo que tira coces. Por esto, las personas cuerdas huyen de las lenguas de los maldicientes". También se dice del detractor, del malsín, de quien acusa por hábito. Lope de Vega emplea así el término:
Cuánto les debo, me acuerdo,
puesto que conozco yo
que algún maldiciente habrá
que no me tenga por cuerdo.
En la segunda mitad del siglo XVII, el Padre Juan Martínez de la Parra, en su Luz de verdades, verdadero best-seller de su tiempo, escribe: "¿Saben quién son estos áspides? Pues son los maldicientes (...), son los que, y las que, teniendo todo el día la boca llena de maldiciones, es boca del infierno la suya".
Ha sido término muy empleado antaño con intención crítica, de censura e insulto. Con ese ánimo lo utiliza Bretón de los Herreros mediado el siglo XIX:
Que hable y murmure un barbero,
eso es moneda corriente;
pero... ¡ser tan maldiciente
un ilustre caballero...!
Hoy es vocablo más literario que popular, fuera de uso como voz insultante.
Maldito. Persona de mala raíz, de condición miserable y ruín. Sujeto perverso, de intenciones dañinas y costumbres degeneradas. Es voz de muy antiguo uso en castellano, hallándose documentada en el Libro de Alexandre, extenso poema de 1240, atribuido a Juan Lorenzo Segura de Astorga, donde se lee:
La bestia maldita tanto pudo bollir,
que basteció tal cosa onde ovo a reir...
Y en el XVI, Sebastián de Horozco, en su Representación de la historia evangélica de San Juan, pone en boca de Isaac, el siguiente reproche:
Anda, maldito, de ahí,
que eres un engañador,
gran mentiroso y traidor.
Dos siglos más tarde el término seguía en vigor, con valor semántico similar. El canario Tomás de Iriarte, en las Fábulas literarias, usa así el término: "¿Desea usted vivir en una paz octaviana y aplacar a sus émulos? En manos de usted está. Deles el gusto de aburrirse; tiéndase a la larga; abjure de la maldita secta poética...".
En tono menos hiriente, más familiar, sin el hierro que la palabra tiene, ni su veneno, se empleó la frase "maldito de cocer": individuo enfadoso y liante, terco y apicarado, que pugna por salirse con la suya a sabiendas de que no le asiste la razón. También se empleó en tono de desprecio, expresión del enojo y el enfado que se siente por alguien. En ese sentido lo emplea Bretón, en la segunda mitad del siglo pasado:
-¡Ah, maldito de cocer!;
no me quiere para yerno
porque yo no soy marqués,
ni hacendado ni intendente...
Maleante. Persona pervertida y ruín, que se dedica a la mala vida, a malearse y malear a los demás. Vicente Espinel, en su Vida del escudero Marcos de Obregón, (primer cuarto del siglo XVII), escribe: "Llegóse cerca de mí un gran maleante, que los hay en Córdoba muy finos...". En el Vocabulario de Germanía, de Juan Hidalgo, (1609) el término tiene el valor semántico de burlador, persona fementida y perjudicial, que engaña y miente para reportarse ganancia a expensas de otro que es bobo.
Maleta, maletón. Como voz insultante tiene los siguientes significados procedentes del mundo de germanías: ramera que va acompañada en todo momento de su chulo o rufián; ladrón que para robar se hace encerrar previamente en un baúl o cofre, del que sale cuando el campo está despejado. En lenguaje figurado: chapucero, individuo que no desempeña bien su trabajo, generalmente referido a los malos toreros. A este uso último se refiere el cuplé de principios de siglo, creación de La Goya, letra de Tecglen y música del maestro Yust:
Me ha pretendido un maleta
y yo le he dicho que no;
que un hombre que no se arrima
para qué lo quiero yo.
El aumentativo sólo es aplicable a este último significado. En cuanto al origen de estos empleos significativos, debemos decir que se trata de usos metafóricos, caprichos del idioma o floreos verbales que nada tienen que ver con la etimología ni el valor semántico principal de esta voz.
Malfario. Gafe; malasombra, persona malhadada que trae desgracias, mala suerte e infortunio sobre los demás. En el sentido descrito emplea el término Serrano Anguita en La Petenera:
Sigue, Paco, tu camino,
porque contigo va ya
er veneno de mi sino:
¡Era mi fario verdá!
Rodríguez Moñino recoge en sus Cantos populares, las siguientes coplas:
Corre y merca un insensario,
y sajúmale ese cuerpo:
Mira que tienes mar fario.
Y en el sentido de malasombra, recoge el mismo autor esta otra copla:
Anda, que tienes mar fario:
que te fuiste con el otro
porque te subió el salario.
Según algunos, es voz de origen gitano, del caló fario = desdicha; según otros, es palabra flamenca, que se corresponde con "malasombra"; pero pudo derivar del término latino fatum = destino, voz de la que procede "malfadado o malhadado, malsinado; de mal sino", persona de mala estrella, nacida en mala hora o momento según los estrelleros horoscopistas renacentistas, bajo un signo (sino) adverso. Es voz ofensiva, temida en ciertos medios afines al mundo gitano y de los bajos fondos, donde el malfario se teme tanto como al mal de ojo. Por otra parte, el término pudo haber derivado por metátesis de farmalio, de donde "malfario", compuesto latino de malum facere = hacer daño, cuya forma primitiva aún se conserva en el habla andaluza, donde es común escuchar los compuestos "mar fario" y "güen fario" con el valor semántico de mala o buena suerte. En documentos latinos medievales aparece así el término:
"Mulier si fecerit malfairo viro suo cum homine altero cremetur cum igne...", es decir, que la mujer que hiciera malfario a su marido con otro hombre debe arder en el fuego; en el caso citado malfario es sinónimo de adulterio, pero el adulterio no trae malfario a quien lo comete, sino a quien es víctima de esa villanía.
Malmirado. Individuo descortés, de trato tosco y zafio, falto de urbanidad y carente de modales, que pone en ridículo a quienes se relacionan con él; persona desagradecida, que no mira ni repara en lo que debe. Covarrubias (1611) despacha el término diciendo que malmirado es tanto como poco advertido, o persona desconsiderada, que no tiene miramiento para con las cosas o personas. Agustín Moreto, en una de sus comedias, tiene esto que decir acerca del personaje, en el primer tercio del siglo XVII:
Cierto que es un malmirado,
viendo que somos aquí
huéspedes, y que por mí
le reciben por donado...
Como sinónimo de ingrato, que olvida los favores recibidos, funciona todavía en Andalucía y Castilla; el valenciano malmirat es heredero de este término, muy ofensivo antaño.
Malnacido. Indeseable; mala persona; sujeto desaprensivo e ingrato. Se dice también de quien traiciona a los de su círculo más íntimo: la familia y los amigos, desnaturalizándose y yendo contra su gente. Fue y es voz muy ofensiva, que no admite paliativos ni gracias, sino que se dice siempre con gran carga despectiva, de injuria fuerte. En algunos casos y contextos: hijo (de) puta.
Malqueda. Persona despreocupada, que queda mal por no poner diligencia en hacer honor a su palabra; sujeto informal que no cumple debidamente con los demás la cortesía que exige la vida en sociedad y las reglas de urbanidad.
Malquisto. Aborrecible y odioso; persona que por su aspereza o maledicencia no es aceptada o admitida por nadie en su compañía o círculo de amistad porque no la sufren junto a sí, ni soportan. En cuanto a su etimología, se trata del antiguo participio pasivo del verbo "querer", empleado antaño sin la compañía del adverbio: "No hay cosa tan quista commo la humillddança", escribe en la primera mitad del siglo XIV rabí Sem Tob de Carrión, quien también derivó un substantivo: "malquista" = antipatía. A finales del XV Nebrija emplea la forma con adverbio: "bienquisto y malquisto", con el significado de "bien amado o mal amado, bien visto o mal visto, bien reputado o mal reputado". En tiempos de Cervantes, "malquistar" era tanto como enemistar o mirar a alguien con malos ojos. Rodríguez del Padrón, en su obrita Siervo libre de amor, de mediados del siglo XV, utiliza así el término:
Alegre del que vos viese
vn día tan plazentera,
e que dezir vos oyese:
¿Ay alguno que me quiera?
Y ninguno vos quisiese.
Malquisto de vos en quanto
paso la desierta vía,
amadores con espanto
fuyen de mi compañía...
Gabriel del Corral, en La Cinthia, obra del siglo XVII, emplea el término como ofensa, incluyéndolo entre otros insultos:
Tu deidad desacreditan,
Amor, tan baxos respetos,
malquisto con humildades,
y cobarde con desprecios.
Santa Teresa de Jesús cuenta en su Vida que al principio era muy "malquista" de las demás monjas. Y Cervantes pone esto en boca de Don Quijote: "Volviéndose Don Quijote a Sancho, le dijo: ¿Qué te parece cuán malquisto soy de encantadores?".
Malsín. Chismoso y mal intencionado, que intenta perder a otros con tal de ganar él con ello. Delator, espía y calumniador, que se gana la confianza de los demás para conocer sus faltas y denunciarlas luego. Juan del Encina, a finales del siglo XV en su Cancionero, usa así el término:
¡Calla, calla ya, malsín,
que nunca faltas de ruyn...
Cristóbal de Fonseca, en su Tratado del amor de Dios, a principios del XVII, escribe: "Conviene defender nuestras orejas de las lenguas de los malsines y aduladores".
Es voz hebrea, de malsín = denunciador, derivada a su vez de lashon = lengua, pues el malsín se va de ella y cuenta cuanto a otro no conviene que se sepa. Se documenta la palabra en Nebrija. Hoy es de uso frecuente entre los judíos de origen turco o griego que habitan en Jerusalén, en cuyas calles hemos podido escucharla de labios de sefardíes, judíos descendientes de españoles arribados al Mediterráneo oriental a finales del siglo XV, tras la expulsión. Fue de uso muy frecuente en la España de los siglos de oro, seguramente por estar al día las denuncias de elementos conversos al tribunal de la Inquisición, donde se dirimían estos asuntos político-religiosos. Era insulto grave, y afrenta que solía exigir reparación.
Mamahuevos, remamahuevos. Soplapollas; mamón que lo chupa todo. Es voz formada a partir de "mamar": realizar la felación; y "huevo": cojón. No conocemos documentación escrita del término, por ser vocablo de creación reciente.
En cuanto a los elementos del compuesto, la voz "huevo" la emplea en el siguiente contexto erotizado Ventura de la Vega, en Retaguardia, mediados del siglo XIX:
La mujer de culo en popa
dos agujeros presenta
para que elija el cipote
el que mejor le parezca.
Como nadie de los huevos
una linterna se cuelga,
fácil es equivocarse; pero sale igual la cuenta.
(Véase también el término "mamón"). Mamarracho. Llamamos así a las personas informales e indignas de aprecio. Es forma en vigor desde finales del siglo XVIII. La forma antigua del término es "momarracho, moharrache", del árabe muharrag = bufón, persona que anda siempre embromando; esta etimología se cruza con la de Momo, figura mitológica relacionada con el escarnio, la risa y la mofa. De esta última condición procede su vinculación con el mundo del carnaval, del disfraz y de la máscara. Aparte de ser insulto que afecta a la condición moral de la persona, también tiene vertiente ofensiva en lo que respecta al físico. Se llamó antaño momarrache a hombres o mujeres de figura deforme o ridícula. Covarrubias recoge así el término, en su Tesoro de la Lengua (1611):
"El que se disfraza en tiempo de fiesta con hábito y talle de zaharrón; y por la libertad que en un tiempo tenían de decir gracias, y a veces lástimas, les dixeron momarraches".
Mameluco. Necio, insensato y bobo. También se dice del individuo de aspecto feroz, que no razona, sino que entra por las bravas, sin tratar de explicarse, ni dejar que se expliquen los demás. En La picara Justina, de Francisco López de Úbeda (1605), la protagonista se encara con cierto individuo, a quien dice: "Dígame, mameluco, ¿cómo se ha atrevido a venir a mi casa, que nacen Roldanes de la noche a la mañana...?".
Poco tiene que ver este mameluco con el soldado que servía en los ejércitos de los sultanes egipcios. Sólo guarda de él el nombre: estos guerreros dejaron un recuerdo de fiereza y brutalidad grandes, pero también de gente desprovista de voluntad, como su etimología, "esclavos", ponía de manifiesto. En este sentido recogen el término los escritores del siglo XIX. Bretón lo emplea así, en su teatro:
¡Persiga Capricornio al mameluco
que sin pasiones vegetar te manda
cual si fueras de mármol o de estuco!
Era insulto frecuente en tiempos de nuestros abuelos; en parte por guardar relación con el término y concepto de "eunuco", o guardián castrado de los harenes turcos.
Mamerto. Idiota o imbécil. Es insulto de uso moderno. También se dice del gorrón que mama de continuo, en el sentido de que vive de prestado o de mogollón; mamalón. No parece atinada la teoría según la cual derivaría de los pueri mamerti, o mamertinos, que en tiempos preclásicos eran dedicados al dios de la guerra, Mameros, por las tribus sabelias de Italia central, a los que cumplidos los veinte años se condenaba al destierro..., "conducta estúpida propia de idiotas e imbéciles", ya que a esa edad es cuando podían dedicarse al dios de la guerra de manera efectiva. Sea como fuere, los diccionarios al uso no incluyen el término siquiera.
Mamón. Sujeto indeseable y despreciable. Es voz procedente del latín mammare, pero con sexualización del sentido y corrupción del significado. Montado ejemplifica el uso al que aludimos, en su Parodia cachonda de El Diablo Mundo (cito por Cela, Diccionario del Erotismo): "¿Quién es Jove? ¿Do está? ¿Quién se la mama?"; quien lo hace es el mamón, o chupón. A pesar de lo grueso del insulto, "mamón" por inversión de sentido, se utiliza en plan afectivo y cariñoso en ámbitos de la amistad, en cuyos contextos pierde toda fiereza, y equivale incluso a lo contrario: "machote, tío grande", etc. Es lo mismo que sucede con "hijo (de) puta".
Mamporrero. Inútil, tonto, maricón. Es término que al insulto une el ridículo del individuo de quien se dice o predica. La acepción principal del término es la de persona que dirige el pene del caballo cuando éste va a montar a la yegua, ayudándole así a encontrar con facilidad el órgano reproductor de ésta para copular.
De la bajeza de esta ocupación nació su semantismo negativo, ya que no se necesitan muchas luces ni entendimiento para llevar a cabo una operación que el animal mismo puede desempeñar sin dificultad. Lo de "maricón" vino por el contexto, manipular con la mano la porra u órgano del macho. La etimología es obvia: palabra compuesta de mano y porra. La primera no tiene dificultad de entendimiento, y en cuanto a la segunda, está empleada en sentido metafórico: la porra es el órgano que para la generación tiene el macho. Véase un uso festivo de la palabra en cuestión, en el siguiente Epitafio a una dueña, que se ha atribuido a Quevedo, como tantas obras y opúsculos de cariz semejante:
Aquí descansa en eternal modorra,
cumplido de su vida el postrer plazo,
la astuta cazadora cuyo lazo
jamás pudo evitar humana zorra.
Murió de un fuerte golpe que en la morra
le dio furioso un atrevido abrazo,
que era justo muriese de un porrazo
quien vivió de dar gusto a la porra.
Mandria. Tonto, haragán, egoísta y cobardón; sujeto pusilánime, apocado y tímido. El término llegó procedente de Italia, donde significa "rebaño", siendo su primera documentación esta estrofa de uno de los Romances de Germanía publicados por Juan Hidalgo (último tercio del siglo XVI):
No es posible a tal hombre
quererle mujer del hampa,
porque, ¡vive el alto Coime!,
que me pareze una mandria.
El personaje en cuestión no era merecedor del interés de la mujer citada, por ser él un cobarde notorio, de nula presencia de ánimo, incapaz de hacerse valer o respetar por otro: una mandria. De éstos hay un millón en la literatura picaresca española, y en los medios hampescos de los siglos áureos. En cuanto a su etimología, es probable su procedencia del griego mandra= redil o establo. Lo ofensivo del calificativo estriba en que asimila a quien se le aplica con gente borreguil, sin personalidad ni carácter, que se limita a cumplir órdenes y a seguir a los demás, como el Vicente del dicho: que va donde va la gente. Un mandria es un don nadie, una especie de gilipuertas rezagado, y si se nos disculpa: un mierda.
Manfla, manflota. Fulana; barragana o manceba; querindonga o mantenida con la que se tiene trato ilícito frecuente. Es voz de germanía que también se empleó para denominar el lugar donde se reúnen para su oficio las rameras. Recoge el término Juan Hidalgo, en su Vocabulario de Germanía, publicado en Barcelona, en 1609, pero que incluyen romances anteriores a esa fecha:
Que con la ganancia
desta manflota
compraré a mi rufo
espada y cota.
Con la ganancia
deste burdel
mercaré a mi rufo
espada y broquel.
En esta manflota
no se gana un pan:
mal para la puta,
peor para el rufián.
Polo de Medina, en sus Ocios del Jardín, mediado el siglo XVII, escribe:
Serás, oh Venus, mi manfla;
yo seré, Venus, tu cuyo:
serás deste Marte, marta
que le abrigues aun porjulio.
En cuanto a la etimología, Corominas parece desechar la voz del caló, procedente del sánscrito, manapá = bella y seductora; a finales del siglo XVI los gitanos ya dominaban en buena parte el mundo hampón, como atestigua Cervantes, y su jerga podía haber sido utilizada por la jerigonza agermanada que constituía la lengua de los pícaros, los rufianes y las putas del momento.
Manga ancha (tener o ser alguien de). Persona que disculpa con facilidad y excesiva indulgencia sus propias faltas y las ajenas; dícese también de aquellos confesores que ponen poca penitencia. Probablemente se alude a las mangas de los hábitos monacales. Variedad simpática de estos individuos es la llamada frigilis putilis, mujer que se justifica con suma facilidad, disculpando sus faltas con ligereza. José María Sbarbi cuenta en su Diccionario de Refranes, Adagios y Proverbios la siguiente graciosa anécdota: "Confesábase una mujer, y reprendiéndole el cura porque no se apartaba de la vida licenciosa que traía, se excusó ella con las palabras: "...como somos tan frígilis..." (queriendo decir "frágiles); a cuya excusa replicó el confesor: "...como somos tan pútilis...", remedando a la confesada". Es calificativo que se aplica a quienes ponen excusas e inconvenientes inverosímiles e infundados.
Mangante. Ladrón; sinvergüenza y desaprensivo que da sablazos. Persona despreciable, sin oficio ni beneficio, que se dedica a mendigar y a pedir, y que si no obtiene fruto con esas actividades no duda en robar. Es voz procedente del caló mangar = pedir, mendigar. Tiene abreviatura popular: "manguis".
Mangonero, mangón. Chalán; individuo ocioso y entremetido; sujeto enredador que gusta de mangonear, tratando de mandar y disponer en personas y cosas que no son de su incumbencia, metiéndose en asuntos que ni le van ni le vienen. Es término de estirpe latina, utilizado bajo distintas formas a lo largo de la Edad Media, siempre con connotaciones negativas, y en situaciones y contextos donde prima el engaño, la burla o la vida holgazana y poco clara. Tuvo a finales del siglo XIX un uso literario entre los autores dedicados al realismo regionalista. Así, en Andalucía, Luna, en El Cristo de los gitanos, hace el siguiente brindis:
Por todos los flamencos, mangones y gitanos,
yo levanto mi caña de vino jerezano.
Mangorrero. Tipejo inútil y despreciable; persona o cosa de nula importancia. Su primera acepción, documentada a finales del siglo XV en textos de Nebrija, es la de "cuchillo con mal mango, o mangorro". Por extensión se predicó de cualquier cosa, e incluso de personas. Es de uso peyorativo en todos los casos.
Manso. Cornudo; hablando de maridos o novios, consentidores en que su pareja reciba galanteos y favores de otros hombres. Se dice del cabrón de condición apacible, pobre de espíritu, dominado por la mujer que hace y deshace tanto en su vida como en la propia de ella. Se alude a las reses que en las plazas de toros salen a devolver al animal dañado a los chiqueros, asociación que permite llamarlos también "cabestros".
Iglesias de la Casa, en su Venus picaresca, (segunda mitad del siglo XVIII), emplea así el término:
¿Admiraste del marido
que, sin renta, y holgazán
sale al Prado tan galán
como un Adonis lucido?
Pues mira, esto ha conseguido
por ser mando de la villa,
o, en buen romance, cabrón:
"porque no se da morcilla
a quien no mata lechón"...
Manta. Persona torpe y holgazana, sin oficio ni domicilio conocidos, que anda de un sitio a otro en busca de no se sabe qué. Del hecho de llevar estos individuos consigo la manta con que arroparse derivó el calificativo. De forma peyorativa se aplica a también a holgazanes y vagos con vocación de maleantes. Se aplica también (despectivamente) a los que ejercen su afición (o profesión) de manera desganada, deficiente, o a un bajo nivel, en particular a los deportistas.
Marica. Es término habitual en los siglos XVI y XVII. Cervantes lo utiliza para referirse al hombre afeminado. Deriva del diminutivo de "María". Francisco de la Torre, en uno de sus Epigramas, lo retrata así:
A tu gobierno extendido
nada el marido replica;
el sexo va confundido,
tú eres, Marica, el marido,
y tu marido, el marica.
Es probable que, como escribe Camilo José Cela en su Diccionario del Erotismo, el marica de los siglos de oro no tuviera que ver con la práctica de la homosexualidad en su fase más dura, sino que se tratara de individuos flojos de carácter, fácilmente subyugables por la esposa o los amigos, con ciertos resabios y amaneramientos femeniles. Su valor semántico, antaño, sería como el de nuestros mariquitillas de hogaño, que en el sentido sexual de la frase, amagan pero no dan.
Maricón, marión, maricona. Aumentativo de marica. Hombre, afeminado o no, que busca para el goce sexual la compañía de otro hombre, adoptando actitud pasiva o de puto tomante. Invertido; sodomita. Si bien hoy es insulto, ofensa grave y palabra gruesa, hasta mediados del siglo XIX era menos virulento. Covarrubias, (1611) lo define así, en su Tesoro de la Lengua: "El hombre afeminado que se inclina a hazer cosas de mujer, que llaman por otro nombre marimaricas; como al contrario dezimos marimacho la muger que tiene desembolturas de hombre".
Cervantes, y el teatro de los siglos de oro, utilizan el término "marión". Quevedo, que lo hubiera utilizado en toda su crudeza de haber sido ese el caso, se limita a equipararlo al que hoy tiene la voz "afeminado" ; Tirso de Molina, sin embargo, parece equipararlo a puto y cobarde:
-Dejad de tañer el muerto,
pues eres pandero vivo.
-¿Quién te mete en eso, chivo?
-Dalas, carretero tuerto,
y callen los mariones.
"Maricón" no era todavía insulto grueso en la primera mitad del siglo pasado; Bretón de los Herreros, en su comedia Marcela, o ¿a cuál de las tres? (1831) lo utiliza como achaque leve, haciendo exclamar a uno de los protagonistas, referido a cierto individuo con ademanes feminoides: "¡Qué enfadoso maricón!", sentido que todavía conserva entre los hablantes hispanoamericanos. En cuanto a la voz "maricona", no la hemos escuchado en contextos en que se aplique a la mujer desviada, tortillera o lesbiana, sino al hombre que se pasa de rosca en el ejercicio de la mariconería: maricón superlativo, o el no va más en lo que a ser maricón se refiere; también se llama así al mariconazo afectado, que exagera su condición de bardaje o sodomita paciente; pervertido que se insinúa a los hombres, e incluso se mete con ellos para tentarlos.
Marimacho. Mujer que se comporta como un hombre, y que a menudo tiene los gustos de éste, pareciéndolo en su corpulencia y modo de conducirse. Es contracción de "María y macho". Pedro Felipe Monlau, médico de mediados del siglo XIX, y autor de un Diccionario etimológico, dice: "Hay algunas marimachos, o mujeres hombrunas, de costumbres masculinas, voz ronca, etc.".
Es término utilizado ya en el siglo XVI, y poco después por Lope de Vega, en La Serrana de la Vera, donde dice:
Lindo talle, hermosa moza,
si marimacho no fuera...
No tenía antaño la connotación de lesbianismo que hoy conlleva, sino únicamente el de hembra fiera, desenvuelta en las cosas de los hombres, y de aspecto masculino; no parece que se quisiera ir más lejos. En la primera mitad del XVIII, Diego de Torres y Villarroel, en su Barca de Aqueronte, dice de cierta dama que "volvióse marimacho y brotó un par de bigotes como un tudesco". Sobre el espinoso asunto de la homosexualidad femenina, que con tanta desenvoltura abordó el mundo clásico, la sociedad europea en general, y española en particular, corrió un conveniente velo, de modo que no hay referencias literarias excesivamente claras sobre la materia. No se consideraba, por otra parte, cosa ofensiva, sino melindres propias del sexo débil a las que, como en casi todo lo que con él se relacionaba, se le concedía poca importancia. Era insultante recordarle a una mujer lo poco femenino de su aspecto, y mentarle los bigotes o los descomunales bíceps. Hoy, sin embargo, es grave ofensa, pero menos injuriosa que bollera o tortillera*, voces que descarnadamente ponen sobre la mesa la cuestión de la homosexualidad femenina.
Mariol. Marión. Sodomita; maricón o puto que en la relación homosexual adopta la actitud del tomante. Procede del término catalán homófono, y éste del patronímico femenino "María". Covarrubias (1611) recoge esta voz con un significado diferente. De que se utilizaba en el siglo XVII tenemos constancia por un manuscrito de cierta Descripción de Argel, escrita en el primer tercio de ese siglo, que todavía aguarda publicación, y donde cautivos, moros y cristianos de aquella ciudad emplean el término como sinónimo de bujarrón.
Marioneta. Fantoche; títere; persona que carece de opinión y actúa y se conduce en función del criterio de los demás. También se dice del sujeto que falta a su palabra, o varía caprichosamente las condiciones de algún compromiso. Es galicismo moderno, con el valor de "títere". El matiz peyorativo de su significado se entiende en sentido figurado de la acepción principal. Es término cuyo empleo está cayendo en desuso a favor de la voz "títere".
Mariposa, mariposón. Maricón, sobre todo en la forma aumentativa del término; también se dice de quien es veleta y cambiante, que va de una ocupación en otra, desempeñando muchos oficios diferentes en poco tiempo; persona promiscua, que muda de relación de pareja con gran celeridad, incapaz de comprometerse seriamente en sus relaciones afectivas. Se dice en sentido figurado, teniéndose in mente la costumbre de ese insecto de posarse sobre diversas flores en poco tiempo. Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua (1611), le da otro significado:
Mariposa es un animalito que se cuenta entre los gusanitos alados, el más imbécil de todos los que puede aver. Tiene inclinación a entrarse por la luz de la candela, porfiando una vez y otra, hasta que se quema. (...) Esto mesmo les acontece a los mancebos livianos que no miran más que la luz y el resplandor de la muger para aficionarse a ella, y quando se han acercado demasiado, se queman las alas y pierden la vida.
Mariquita. Hombre afeminado y cobarde, que se comporta con la pusilanimidad y remilgos de una mujer. No está claro su grado de coincidencia semántica con los términos "maricón o marica". Le gusta comportarse como una mujer, porque en el fondo se siente femenino, y como tal mujer que se siente busca al hombre, y no como un hombre busca a otro, en el caso del homosexual puro. Los autores no se ponen de acuerdo a la hora de encauzar al personaje en cuestión. En el siglo XIX estaba visto como una mezcla de conductas, todas ellas negativas. Así, Bretón de los Herreros, autor muy representativo del momento, escribe:
¡Y a tu amo
que es un loco, un mariquita,
libertino y jugador,
tanto agasajo...!
Marmitón. Galopín, pícaro de cocina o paje de escoba; muchacho sucio, desaliñado y generalmente sin familia; aprendiz de mendigo y acompañante de ciego o lazarillo. Estebanillo González, en el prólogo a la novela picaresca del mismo nombre, escribe (1646):
Criado de un Secretario,
marmitón de una Eminencia,
barrendero y niño Rey
de un Príncipe de la Iglesia.
El término fue popular incluso a mediados del siglo pasado, en que Antonio Flores, gran conocedor de la vida pequeña, de las peripecias del pueblo llano, muestra a uno de estos pinches de cocina apicarados y crueles: "Los marmitones de las casas de la grandeza y los demás criados que iban a la plaza, no volvían tan pronto como el vecino honrado".
Es voz derivada de "marmita", olla o perol grande con tapadera, donde se cocinaba el gran plato único de las comidas de otro tiempo: los guisotes, potajes y cocidos.
Maromo, maromero. Rufián, chulo de mancebía; chorbo, mozo que hace compañía a una mujer. En la América hispanohablante se dice del volatinero y acróbata; de donde por extensión: persona informal y poco constante, veleta que muda de opinión y partido con facilidad.
Marquesa, marquisa, marquida. Ramera; puta de mancebía; garduña o coima. Es voz de germanía que hizo fortuna en tiempos de Cervantes. Hoy, y desde hace mucho tiempo, está en desuso. En La Picara Justina, (1605) su autor, el médico López de Ubeda, escribe: "¿Pues de qué le sirve a la pícara pobre hacerse marquesa del Gasto si luego han de ver que soy Marquesa de Trapisonda y de la Piojera, y Condesa de Gitanos...?".
Marrajo. Astuto, taimado, que esconde o encubre su dañina intención, esperando ocasión propicia para asestar su golpe, o realizar su mala acción. Con este significado emplea el término Quevedo, en su Cuento de cuentos: "El padre, que era marrajo, lloraba hilo a hilo y venía en éstas y estotras...". Como término para la ofensa o el insulto se emplea en sentido figurado, teniendo al fondo el semantismo o significado principal de la palabra "marrajo": toro o buey que arremete siempre a golpe seguro; también, cierto pez parecido al tiburón. En ambos animales, lo más sobresaliente de su carácter es la astucia y el arte con el que consiguen engañar a su presa, una vez ganada su confianza. Pudo haber generado el término en hablas del hampa; al menos, su primera documentación en nuestra lengua se da en un romance de esa naturaleza, del que se hace eco el Vocabulario de germanías de Juan Hidalgo, entre los siglos XVI y XVII:
Desde mi tierna edad
he seguido lo germano,
encargado de marquisas (chulo de putas)
que me palmaban el cairo (le entregaban el dinero),
estafando jorgolinos (compinches de rufianes),
y brechando los marrajos, (trucando los dados).
En el Diccionario de Autoridades del primer tercio del siglo XVIII, significa como hoy: "cauto, astuto, y difícil de engañar". En ese sentido lo emplea el sainetista Ramón de la Cruz:
¡Qué serio y qué avinagrado
es este hombre! Yo no sé
cómo siendo tan marrajo,
consiente que su mujer
tenga cortejo; y el caso
es que desde que lo tiene,
la mira con más agrado
sin duda debe de ser
gran peso una mujer, cuando
algunos maridos buscan
quien les ayude a llevarlo...
Marrano. Sujeto sucio y desaliñado; persona que procede con vileza. Es insulto intercambiable con el de "cerdo, puerco, cochino, gorrino o guarro". No está clara su etimología, como substantivo alusivo al animal; como tal es de uso antiguo en nuestra lengua, remontándose a los orígenes del idioma, hacia el siglo X, en que aparece en escrituras leonesas de compra-venta. Cree Corominas que se trata de una de las voces del fondo prerrománico, pero no resulta descabellado atribuirle origen árabe, en cuya lengua mahran equivale a "cosa prohibida". Amén de lo dicho, conviene tener en cuenta otras connotaciones de tipo étnico-religioso que convirtieron este calificativo en sinónimo de tornadizo, converso, judío o morisco que abrazaban el cristianismo de manera insincera, para eludir la expulsión. Como el marrano solía volver de manera oculta a la práctica de su antigua fe, ser tachado de tal adquirió tintes peligrosos, ya que una acusación de esa naturaleza acarreaba, hasta la desaparición del tribunal del Santo Oficio, afrontar la cárcel, e incluso la pena capital. Cree Covarrubias (1611), erróneamente, que el término nació del hecho de pedir los judíos y moriscos, como condición para su conversión, se les concediera merced de no tener que comer cerdo o marrano, no tanto por cumplir con la ley mosaica o coránica, cuanto por la repugnancia que decían les causaba la carne de este animal. De esta singularidad nacería el llamarles con el nombre del animal que aborrecían, vituperio que les sería asignado por sarcasmo a estos cristianos nuevos. El insulto se generalizó a partir del Renacimiento, y se extendió por Europa, donde se llamaba "marrano" a todos los españoles, para zaherirlos tachándoles de judíos o cristianos nuevos. En este sentido se documenta en la comedia cervantina, La casa de los celos, donde Roldán insulta a Bernardo tachándolo de cristiano nuevo, de sangre poco limpia, de converso:
¡Oh cuerpo de San Dionís,
con el español marrano!
Amén de esto, el término experimentó cierto cambio semántico, y se tildó de marrano a quien se quería humillar o despreciar. Téngase en cuenta que en el sur de Francia se llamaba gourret al judío, es decir: "gorrino, lechón". En el norte de Italia, se les tildaba de ghinoùj a= cerdito; en las Baleares, el término "chueta", judío converso local, proviene de xuia = carne o chuleta de cerdo. No sorprende que en castellano se echara mano de esta palabra ya en época temprana, en torno al siglo X-XI, en que todavía no existían las voces sinónimas de "cochino, guarro, o cerdo". De cualquier forma, y afortunadamente, este tipo de insulto ya no tiene lugar.
Marrullero. Adulador que echa mano de todo tipos de halagos, fingimientos y zalemas para liar, embaucar y enredar con astucia a la gente; liante de buenas palabras, que pone su pico de oro al servicio de tramas inconfesables. Fernández de Moratín dice lo siguiente de un individuo de esta calaña: "Labriego más marrullero y más bellaco no lo hay en toda la campaña...". Corominas, en su Diccionario Crítico Etimológico, deriva el término del verbo "arrullar, adormecer al niño". Pero también pudiera pensarse en el verbo marullar, marullear = haber marullo en la playa, y por extensión: "rumores, alboroto de gente, alteración de los ánimos", con un sentido último de enredar y revolverlo todo para mejor realizar el engaño o marrullería. El marrullero no sólo se lleva el gato al agua con buenas palabras y adulaciones, sino que si esto le falla recurre a procedimientos menos suaves, sin emplear nunca la violencia, pero sí provocando el caos, el barullo y la marrullería o situación de engaño y trampa, en los escenarios de su actividad.
Mastuerzo. Majadero; hombre necio y torpe. Creen algunos que pudo haberse dicho por la planta del mismo nombre, masturtium, herbácea muy picante, de tallos torcidos y divergentes, parecida al berro, y como éste de uso en ensaladas. Sin embargo la etimología es otra: del término "nastuerzo", nariz torcida, que aparece ya en el libro de la Caza de Aves del Canciller López de Ayala, (segunda mitad del siglo XIV):
"mestuerzo". La atracción entre consonantes nasales "m, n" es frecuente en castellano; véase el caso actual de "mindundi(s), nindundi(s)". Como insulto no es término que registren los autores de los siglos de oro; Covarrubias en su Tesoro de la Lengua (1611), se limita a decir que el "mastuerço" es una hierba conocida con el nombre latino de nasturcium, porque su insufrible olor hace a quien lo huele torcer el gesto o morrillo, y ladear la nariz, dando al rostro aspecto avieso y ridículo. De esta planta escribió Plinio en el siglo I, que provocaba el estornudo.
Matacandiles. Barragana o manceba de clérigo. En la Segunda parte del Lazarillo de Tormes (1620), de Juan de Luna, se emplea así el término: "Afeáronme el caso diciendo era un hombre que no tenía sangre en el ojo, ni sesos en la cabeza, pues quería juntarme con una piltrafa, escalentada, matacandiles y finalmente mula del diablo, que assí llaman en Toledo a las mancebas de clérigos".
Era insulto entre las del gremio. Hoy lo gráfico y expresivo de este término compuesto suscita en nosotros una leve sonrisa, sobre todo si se entiende, como en la época, que "matar" significa apagar el fuego de la lujuria, y candil...: el humilde foco de esa llama perturbadora del deseo. Estas profesionales estaban a la voz y obediencia del cura o del fraile que requerían su servicio.
Matasiete. Fanfarrón, rufián; espadachín y bravucón que se precia de guapo y valiente, tratando así de meter el miedo en el cuerpo a quienes se relacionan con él. Juan Ruiz de Alarcón, dramaturgo del primer tercio del siglo XVII, tiene esta bonita forma de utilizar el vocablo:
Ya se salen de Segovia
quatro de la vida airada,
el uno era Pedro Alonso,
Camacho el otro se llama;
el tercero es Jaramillo,
y Cornejo es el que falta:
todos quatro matasietes
valentones de la fama.
También se da este nombre a los que presumen de lo que obviamente no pueden ser (véase la voz "enano"); a éstos se les da este nombre con retintín o antífrasis, para reírse de ellos. Se utilizaba en tiempos de Cervantes, y era término popular entonces. Quevedo. en tono festivo burlesco, introduce así el término:
Hallóse allí Calamorra,
sobre fino matasiete
bravo de contaduría,
de relaciones valientes.
Juan Hidalgo, en su Vocabulario de Germania (1609), recoge el siguiente uso:
Puse pies en polvorosa
y del peligro afuféme,
dexando mi hembra a cargo
de un temerón matasiete.
Hoy es voz en desuso, pero no el personaje, que ha sobrevivido en el lenguaje de algunos cuentos para niños, donde conserva valor despectivo.
Maula. En sentido figurado y género femenino, se dice de la persona que paga mal y tarde; individuo tramposo y marrullero, que deja de cumplir con sus obligaciones a las primeras de cambio; individuo taimado, bellaco y vil, en quien no es recomendable confiar. Mesonero Romanos emplea así el término:
"Pero... ¿adónde está Juanilla?; ¿y el cadete? ¡Ah, buenas maulas!"
Su acepción principal es la de "engaño, triquiñuela, cosa despreciable". Su utilización primitiva fue como substantivo con el valor de "astucia y marrullería". En ese sentido utilizó Quevedo la palabra, hacia el primer cuarto del siglo XVII. E. Terreros (s. XVIII), en su Diccionario Castellano con las Voces de Ciencias y Artes..., lo define así: "Uno que es sagaz, astuto, artificioso y mal pagador". Su etimología es de naturaleza onomatopéyica, por imitarse el maullido del gato. Hoy es voz relegada a las hablas marginales, y su uso ha decaído mucho tanto en el lenguaje escrito como en el hablado.
Mazacote. Pesado, tardo, estúpido; hombre molesto e importuno. Es término insultante, y empleado en sentido figurado, ya que se tiene in mente la acepción principal de esta palabra: mezcla compuesta de piedras menudas, cemento, arena y hormigón. Covarrubias sólo recoge esta acepción de "argamasa", pero pocos años después, el cordobés Luis de Góngora, en sus romances burlescos, emplea el término en sentido figurado, aunque haciendo juego con el famoso poeta renacentista Macías el Enamorado:
Dexad caminar al triste
Macías o Mazacote
a la ausencia y a los zelos
componiendo un estrambote.
Meapilas, measalves. Santurrón, beato; persona hipócrita que se da golpes en el pecho y entona el "yo, pecador...", pero cuya conducta no está de acuerdo con su pretendida piedad. Es voz compuesta, de uso despectivo, en la que el término "pila" alude a la del agua bendita, a la entrada del templo, usada para persignarse o santiguarse quien entra en el lugar sagrado. El verbo "mear" no está, lógicamente, empleado en sentido literal, sino en el sentido figurado: lo que mea el santurrón es el agua bendita de tanto tomarla. También se alude indirectamente a la costumbre de beber ese agua ciertos enfermos, a quienes se la receta algún santero o curandera. En cuanto al measalves, es, como el meapilas, un beato hipócrita que se pasa la vida rezando la salve, oración mariana por excelencia, siendo una mala persona que no tiene caridad con el prójimo. El verbo "mear", en este caso, está empleado de la misma forma que en los compuestos peyorativos "chupatintas, cagatintas, meatintas...".
Mediopolvo. Sujeto macilento, escuálido, de aspecto miserable y enfermo; canijo al que no se le considera capaz de heroicidad alguna en la cama, de donde deriva su etimología el nombre: no tener alguien un polvo completo..., es decir, ser incapaz de satisfacer plenamente a una mujer. El término, empleado entre gente rastrera, se lo he escuchado a Sara Montiel, la cantante y actriz, referido a cierto político conservador de renombre.
Meliloto. Persona insensata y abobada. Persona necia cuya presencia estorba. Pudo decirse "meliloto" con la acepción de "bobo" de esta planta leguminosa cultivada como forraje para pasto de bestias, en un uso metonímico. No obstante esto, el famoso médico y humanista segoviano Andrés Laguna, del siglo XVI, en sus anotaciones a Dioscórides afirma decirse melilotos a los bobos y personas insensatas, porque esta planta "está compuesta de facultades contrarias, porque juntamente reprime, resuelve y madura". Pero es una explicación a posteriori, ya que en su tiempo el término en cuestión estaba muy extendido.
Melindroso, melindres. Seguramente uso figurado derivado de la voz "melindre": especie de cinta muy estrecha. Por extensión se dijo del individuo amanerado, que afecta excesiva delicadeza y refinamiento en el trato, porte y acciones de la vida diaria. Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua, (1611) da esta otra explicación: "Melindre: un género de frutilla de sartén hecha con miel; comida delicada y tenida por golosina. De allí vino a sinificar este nombre el regalo con que suelen hablar algunas damas, a las quales por esta razón llaman melindrosas".
Pero siempre fue más utilizado el masculino que el femenino. Se usa en la expresión "ser alguien un tío melindres", raramente "una tía". Luis de Ulloa, instructor del hijo bastardo de Felipe IV, don Juan José de Austria, y escritor de la primera mitad del siglo XVII, recoge así el término:
Las necias melindrosas y tusonas,
las no limpias, las gordas, las busconas (...)
que hacen mella en un diamante...
Y Lope de Vega, que da el calificativo tanto a hombres como a mujeres, confiere al término cierto matiz insultante, si bien no excesivamente ofensivo:
No te quiero decir cosas
que a un viejo parecen mal,
desta regla universal
de feas y melindrosas.
Es decir, de ambas tal vez deba el hombre huir. La voz principal, de donde deriva el sentido figurado de "melindroso, melindre", se documenta por primera vez en los escritos de Santa Teresa de Jesús, quien escribió, para aleccionar e instruir a sus monjas, en su obrita Modo de visitar los conventos: "... la manera del hablar que vaya con simplicidad y llaneza (...), que lleve más estilo de ermitaños y gente retirada, que no ir tomando vocablos de novedades y melindres, creo los llaman, que se usan en el mundo".
El melindroso atiende más al porte externo que a la limpieza y aseo. Tiene mucho de la personalidad del figurín, siendo una especie de petimetre espiritual. Se pirra por un saludo bien elaborado, y por la observancia meticulosa del ceremonial cortesano, y sin embargo puede llevar varios meses sin haber visto de cerca el agua y el jabón.
Membrillo. Chivato, soplón, acusica; también, sujeto zafio, iluso y medroso que va por la vida dándoselas de señor. He escuchado el término en contextos donde significa "comecoños"; no me sorprende, pues el membrillo, llamado en latín "cotonium"; "codoño" (en valenciano), era utilizado en la Antigüedad como sinónimo del órgano sexual femenino, cuya forma parece asemejarse a la de este fruto. El "comecoños" antiguo tenía que ver con el individuo a quien la pobreza material llevaba a comer esta fruta áspera y tosca por no poder acceder a otra mejor y más cara.
Melón. Registra el diccionario oficial entre las acepciones de esta palabra, la siguiente. "Figurado y familiarmente, persona torpe y bellaca". Lo de torpe se entiende, lo de bellaca, no. En los contextos que hemos manejado para extraer los semas o notas negativas del melón, nunca aparece maldad ni ruindad digna de mención, y sí merma de ingenio y sobra de cabezonería o tozudez. Con el melón se alude a la cabeza del individuo que merece ser tildado de tal, gorda y huera, voluminosa y desprovista de seso. La cabeza de estos individuos torpes y tontos tiene forma aproximada a la de esa cucurbitácea, siendo además, dado lo romo de su entendimiento, cabezas fingidas, puesto que no piensan ni dan muestra de tener seso dentro.
Memo. En una de las primeras ediciones del Diccionario de la Real Academia, la de 1729, se lee al respecto de "memo": "El uso regular desta voz es en la frase "hacerse memo", que es lo mismo que fingirse tonto...".
Es en el texto anterior donde por primera vez parece documentarse por escrito esta palabra, aunque evidentemente llevaba ya muchos años en el uso oral. Su acepción actual es la de "tonto, simple y mentecato". En cuanto a su etimología, se ha querido ver en ella un derivado del término latino mimus= bufón. Pero parece que no es así. Al menos, Corominas cree que el término es de creación expresiva, por aliteración, imitando la repetición de la consonante nasal "m...m..:, propia del alelado o atontado que no acierta a saber lo que dice ni cómo decirlo. Su alcance semántico es muy despectivo, tanto en el romance castellano como en las demás lenguas románicas, siendo el calabrés mimiu = ignorante, abotargado y mentecato, el que más se acerca al uso que la palabra tiene en el castellano actual. La memez, como la necedad, es irremediable, como afirma el refrán: "Quien memo marchó a Roma, memo retorna". Y es que estas criaturas no tienen arreglo.
Mendrugo. Individuo rudo, tonto, zoquete. Algunos quieren que proceda, el término, del verbo latino manducare = comer; otros, como el autor del Diccionario Critico Etimológico, Corominas, creen que se trata de término de origen incierto en cuanto a su etimología. La palabra aparece usada en el siglo XIV con las acepciones de "pedazo de pan duro que se desecha o se da de limosna al mendigo", y de "hombre necio y de cortos alcances. En el habla de Sanabria mendrugo equivale a holgazán; y en medios dialectales santanderinos se llama así al hombre tosco y de escaso saber. (Véase también "zoquete").
Mentecato. Fatuo, tonto, falto de juicio o privado de razón; persona de flaco entendimiento. Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua (1611) define así al personaje: "Falto de juyzio; del latino mente captus". El sintagma latino mente captus alude al hecho o circunstancia de no poseer alguien en regla todas sus funciones mentales por estar tocado o cogido de la cabeza. La palabra empezó a utilizarse en castellano hacia mediados del siglo XVI, y de ella se hacen eco autores como Cervantes, en el Quijote, o Cristóbal de las Casas en su poco conocido Vocabulario de las dos lenguas toscana y castellana. Calderón de la Barca, en su comedia Los dos amantes del cielo, (segunda mitad del siglo XVII), usa así el término:
Cautivó un moro a un gangoso,
y él bien o mal, como pudo,
se fingió en la nave mudo (...),
(y) cuando el moro le vio
defectuoso, le dio
muy barato. Estando fuera
del bajel: "Moro -decía-,
no soy mudo, hablar no ignoro".
A quien oyéndolo el moro
desta suerte respondió:
"Tu fuiste gran mentecato
en fingir aquí el callar,
porque si te oyera hablar
aun te diera más barato".
Como ejemplo de mentecatez ponen algunos al ánsar o gansa de Cantimpalo (Segovia), que salía al camino a recibir al lobo, exponíendose al peligro de manera insensata. Su falta de juicio es manifiesta, como ya se hizo notar en tiempos cervantinos.
Mequetrefe. Hombre entremetido, bullicioso y de ningún provecho. Bernardino de Rebolledo, emplea el término en la primera mitad del siglo XVII:
Fui en Francia prisionero;
en Brabante, libertado;
en Holanda, mequetrefe;
en Yngalaterra, guapo.
Coetáneamente Quevedo, en su Cuento de cuentos (1626), dice de alguien que decide darse a la mala vida: "...el otro hermanillo, que se venía al husmo, se hizo mequetrefe y faraúte del negocio...". El término, no empleado antes del siglo XVII, fue siempre malsonante, insulto u ofensa. En un romance de germanía de ambiente hampesco, (primer tercio de aquel siglo), se lee:
De Granada, patria mía,
avrá salí algunos meses;
travesuras fueron causa,
no las diré por ser leves.
No diré que di de palos
a un pícaro mequetrefe,
ni que açoté a la Escalona,
ni que estafé yo a la Pérez.
Aunque se ha propuesto media docena de desarrollos etimológicos, entre ellos el aceptado por la Real Academia: del árabe mugatraf = orgulloso y petulante, lo más probable es que se trate de voz de origen portugués, compuesta de meco: libertino, calavera; y trefe: revoltoso, inquieto, malicioso.
Merluzo. Bobo, incauto, infeliz a quien resulta fácil engañar y sorprender. Es voz creada a partir del sentido figurado de merluza: "borrachera". El merluzo, como el borracho, se comporta como un tonto bobalicón. Independientemente de esto, la merluza tuvo fama adicional de pez voraz y gregario, que cae fácilmente en la red, pescándosele a lo largo de todo el año, por lo que por derivación se dijo que ser un merluzo es tanto como ser ingenuo. Otros atribuyen el sentido insultante de "merluzo" a su aspecto y mirada una vez pescado este pez: ojos abiertos desmesuradamente, sin expresión determinada. Tener ojos de merluza era como carecer de expresividad o encanto. (Véase también "besugo").
Metepatas. Persona importuna, que se mete en asuntos que no son de su incumbencia ocasionando trastornos a quienes sí están implicados en ellos; también recibe el nombre de metomentodo. Procede de la frase "meter la pata" = intervenir en alguna cosa con importunidad. En la obra de Romualdo Nogués, Cuentos, dichos, anécdotas y modismos aragoneses (1881), se lee: "Meter la pata es dicho ofensivo para los hijos de Sestrica (Aragón), y tanto que no se les podría dirigir mayor insulto. Proviene esto de que en el referido pueblo hacen correr a las caballerías el día de San Antón alrededor de la imagen del santo, empeñándose los que las guían en que metan una pata por debajo de las cuerdas". Es el "meterete" argentino: sujeto entrometido y zascandil capaz de asistir a bodas y entierros de personas con las que nada tiene que ver. (Véase también "malapata").
Metesillas y Sacamuertos; metemuertos. Persona de poca estimación social, digna de desprecio por su talante murmurador y su disposición permanente al chismorreo. Se dice de alguien entrometido e importuno, que se dedica a difundir todo tipo de habladurías sin miramiento hacia la honra y fama de terceros. Tiene su origen en el mundo del teatro, ya que a estos individuos se les encarga introducir, sacar o retirar enseres y parafernalia que la función requiere. Tienen también el cometido de figurantes, sirviendo para hacer bulto, formar comparsa, dar recados y entregar cartas. El metemuertos, o racionista, retiraba asimismo los muebles del estrado cuando se pasaba de una escena a otra, con lo que cumplía. El resto del tiempo lo dedicaban a críticas y comentarios maldicientes. Calderón de la Barca utiliza así el término, en su acepción insultante de servidor oficioso y lameculos, de crítico impertinente, de poca cosa o nulidad social:
¡Vive Dios, que fue contigo
Macías niño de teta,
un metemuertos Leandro,
y Píramo un alzapuertas!
Como acepción adicional, el Diccionario de Autoridades da para "metemuertos" el de persona agorera, que sólo cuenta desdichas y penalidades, acarreando desgracias sobre quien le escucha.
Meticón. Persona entrometida y bulliciosa que arde en deseos de enterarse de vida y milagros ajenos, metiéndose en asuntos que no son de su incumbencia. (Véase también "metomentodo, entrometido").
Metomentodo. Sujeto meticón y entrometido; persona bulliciosa e imprudente que se mete donde no la llaman, haciendo el ridículo, malogrando a menudo el curso natural de las cosas; cocinilla que mete sus narices en asuntos de la casa, incordiando a su mujer e incluso al servicio. Tiene alguna afinidad con el cargante o pejiguera, que está siempre encima de los demás incordiando, aunque sin mala fe ni propósito avieso. Es voz muy similar a "metepatas", aunque menos hiriente. José Nogales, en El puente de las Animas (Nº 496 de Blanco y Negro) pone la siguiente expresión en boca de un lugareño andaluz, harto de un muchacho meticón: "¡Nos ha fastidiao el crío metementó...!".
Mezquino. Miserable, escaso, tacaño rayano en la avaricia, ruín. En ese sentido emplea el término Sem Tob, rabino de Carrión, a mediados del siglo XIV, en cuyos Proverbios morales se lee:
Cuydando que más largo
algo (= haber) (h)a su vezino,
tiene todo su algo (=riqueza)
por nada, el meçquino.
Es de origen árabe, de miskin = indigente, adjetivo derivado del verbo sákan = humillarse, ser pobre. Es evidente su uso metafórico, ya que con esta acepción se alude también a la miseria moral. Con este sentido aparece en el Lazarillo de Tormes (1554), siendo su uso normal a lo largo de los siglos de oro: "Mas también quiero que sepa vuessa merced que con todo lo que adquiría y tenía, jamás tan avariento ni mezquino hombre no vi...".
Entre los sentidos que tuvo el término en la Edad Media está el de "poca cosa, pequeño, diminuto, menudencia o insignificancia". Así aparece en la obra del Infante don Juan Manuel, El Conde Lucanor: "La formiga, que es tan mezquina cosa, ha tal entendimiento, y face tanto por se mantener...".
También connota condición de "infeliz, desgraciado, desventurado y triste". Pero a esa carga semántica se ha impuesto su uso como ofensa e insulto. Covarrubias (1611) en su Tesoro de la Lengua, emplea así el término: "... algunas vezes se toma por el hombre miserable y apretado, que teniendo para sí y aun para los otros, no osa comer, y vive con gran miseria".
Mierda, merdón. Hombre despreciable; sujeto que no cumple su palabra y carece de seriedad y autoestima; persona sin credibilidad, que carece de importancia social alguna; hombrecillo encanijado y carroza que pretende ridículamente esconder su mezquina y ruín condición. Es uno de los insultos más fuertes en todos los idiomas. Entre los sefardíes de origen turco y griego que hoy habitan en Israel, he escuchado en forma de adagio o sentencia: "Si a la voz de merda un home non responsa, non es home o es sordo, o morto es que non oye".
En Andalucía y Extremadura se utiliza la forma del aumentativo despectivo merdón como sinónimo de cobarde, hombre para poco, pusilánime y flojo. Es voz de etimología latina, de merda = porquería, inmundicia. Es de uso muy antiguo, documentada ya en los orígenes del idioma. Si bien es uno de los vocablos tabú de nuestro tiempo, en los siglos de oro se utilizó con desenvoltura. El médico de la real familia López Pinciano, en el siglo XVI escribe: "sería más ridícula si fuese más fea: como uno que recibiendo olor malo dijo: "O es una mierda o asa torreznos".
Mierdecilla. Persona encanijada y hampona, sin importancia social o económica alguna; sujeto despreciable, aunque inofensivo e inocuo. Es muy despectivo, e incluso cruel, puesto que se dirige a personas hundidas en su propia miseria, o envueltas en la de los demás. También se le llama "comemierda". Ambos son calificativos recientes groseros, de uso en medios agermanados y de la mala vida. Hemos podido escuchar la siguiente seguidilla:
Llamadme ustedes mierda,
no mierdecilla,
que a las veces lo chico chiquillo,
más recio humilla.
Mindango. Sujeto astuto y gandul; camandulero y buscavidas. En Murcia y zonas aledañas al viejo reino se dice del individuo socarrón y vivalavirgen, despreocupado y holgazán, que a su condición de parásito une la de persona falsa, despreciable e hipócrita, que esparce infundios y crea enemistades. En diversas partes de España es variante de pindonga o pendanga: ramera, mujer que vive a salto de mata. En cuanto a su etimología, nada hay definitivo; algunos quieren que proceda del cubano "manguindó": fulano que anda ocioso y vive de gorra. El término citado pudo derivar de voces afroamericanas, aunque según otros el origen del término sería gitano.
Mindundi (-s). Voz de creación reciente con el significado de donnadie, mierdecilla, cantamañanas o zascandil. En puntos de Murcia y Almería equivale a sujeto sin oficio ni beneficio; pillete gandul e indolente que merodea por plazas y mercados sin rumbo ni destino claros. En cuanto a su etimología, se ha pensado en la voz latina minutus = menudo, menguado, de donde también derivaría minuendus = que debe ser rebajado; sujeto merecedor de humillación y desprecio. La peripecia filológica de las voces latinas no resultan de fácil explicación, sobre todo teniendo en cuenta la escasa vida que mindundi(s) tiene en la lengua hablada, y su inexistencia o escasísima presencia en el lenguaje escrito. También se oye "nindundi", seguramente por atracción del pronombre indeterminado "ninguno" = nulo, sin valor, nadie. No es descartable una procedencia andaluza para el término: del vocablo "mindín" = joven presumido a quien gusta lucirse, siendo un mierda sin oficio ni beneficio; es voz procedente de "minda" = minga, polla, pijo o pene, con lo que un mindundis sería una variedad del "carajo a la vela".
Miramelindo. Individuo amanerado, que cuida en demasía de su aspecto externo. Especie de "lindo don Diego", o de "mírame y no me toques", este precursor del petimetre y abuelo del pisaverde es hombre superficial y un tanto afeminado cuyo tiempo ocioso dedica al espejo, el sastre y los afeites. Más que insultante fue voz despectiva dirigida al hombre que se comporta, en los cuidados cosméticos y del atuendo, como una mujer. Alcalá Venceslada, en su Vocabulario Andaluz, recoge la palabra como propia de aquella tierra, que documenta así: "Y con esa postura de miramelindo, zapato de polilla y pisar con ponleví, es el furor de las damas...".
El término se toma en sentido figurado, por la acepción principal que tiene: planta, también llamada balsamina, de largos tallos llenos de zarcillos trepadores, de hojas de color verde muy brillantes; es planta muy fragante, que se usó como medicinal, gozando de predicamento por la belleza de su porte.
Mochales. Loco, chiflado; familiarmente, persona que ha perdido el juicio, o la chaveta (clavo o tornillo). En cuanto a su etimología, pudo decirse de la voz "mocho": romo, sin punta, lo contrario a agudo, posiblemente del vascuence motz = sin filo, feo, corto de talla. Suele acompañarse de la palabra "tío". En cuanto al plural, véase lo que decimos en "vivales". En el conocido cuplé ¡Ay, Tomasa!, de principios de siglo, el letrista Fidel Prado emplea así el término:
Y él me dice entonces: "¡Chacha!,
es que te usas un vaivén
que ti tomo por la jaca
del tiniente coronel".
Y como está el pobre
mochales por mí,
me mira mu tierno
diciéndome así:
¡Ay Tomasa, ay Tomasa!,
yo no sé lo que me pasa
que me tiés desjarretao...
Alcalá Venceslada, en su Vocabulario Andaluz, dice que es voz propia de su tierra, del término "mocha"= reverencia que se hace inclinando exageradamente la cabeza muy servilmente.
Mocoso. Muchacho poco avisado que presume de hombre hecho y derecho; ignorante. También se dijo antaño de la persona necia y despreciable, que no merece estima. Baltasar Gracián, (primera mitad del siglo XVII), escribe en su Criticón: "Advierta el otro presumido de bachiller, y conózcase que es un rapaz mocoso que aún no discurre ni sabe su mano derecha".
Antes, Cervantes, en el Quijote, da al término el significado de persona o cosa de poca monta y ninguna importancia: "Por que vea vuestra merced, señor don Lorenzo, si es ciencia mocosa lo que aprende el Caballero que la estudia y profesa".
También se utilizó antaño en son de censura o desprecio hacia el niño malmandado y desobediente, que se atreve a contestar a los mayores, criatura producto del mimo y el consentimiento. Bretón emplea así esta acepción:
O bien con necio cariño
halagan todos sus gustos,
y de un mocoso rapaz
hacen un rey absoluto.
Mocosuena. Que ha oído campanas sin saber dónde suenan; persona que atiende más al sonido de las palabras extranjeras que a su significado. Se dice también del individuo que no sabe por dónde va, ni parece que le importe. Sujeto que llamándose músico no sabe ni solfeo ni armonía, tocando de oído y cantando de la misma manera, como los cantautores de nuestro tiempo.
Modorro. Individuo que une ignorancia a torpeza; sujeto de apariencia sonámbula, que permanece dormido de pie. La palabra está formada a partir del substantivo modorra, "sueño pesado". Covarrubias escribe en su Tesoro de la Lengua (1611): "El que está con esta enfermedad soñolienta, que saca al hombre de sentido, cargándole mucho la cabeza. Algunas veces se dice del hombre muy tardo, callado y cabizbajo. Díxose "modorro" del nombre latino morio (a su vez del griego) moros: fátuo, estólido...".
Pero es seguramente etimología equivocada, desconociéndose su origen, a no ser que sea la voz vascuence mutur = taciturno, que llora con facilidad y hace pucheros, voz residual de las lenguas prerrománicas de España, conservada en el lenguaje pastoril. El autor del Libro de Buen Amor, Juan Ruiz (primera mitad del siglo XIV) utiliza la forma afín amodorrido, y en las Coplas de Mingo Revulgo, mediado el siglo XV, se lee:
¿Sabes, sabes, el modorro
allá dónde anda a grillos?
Burlanse los moçalvillos
que andan con él en el corro.
Para Antonio de Nebrija, modorro equivale a "bobo"; "modorrón, modorro, amodorrado" son frecuentes en el teatro renacentista como sinónimos de necio. Bartolomé de Torres Naharro, en su Comedia Himenea, (principios del siglo XVI), usa así el término:
Muy modorro sóis, amigo,
porque yo me sé guardar
de los peligros mundanos.
Como el ceporro o ceporrón, el modorro duerme con facilidad, y una vez traspuesto no es fácil despertarlo, ya que sestea como un bendito. Es individuo de buen contentar, apacible y manso, incapaz de disputas o bizarría alguna, lo que anima a quienes lo rodean a meterse con él, ante la convicción de que no responderá de forma brusca. Esta fama de bondad a ultranza le hace aparecer como persona simple y noblota, apariencia ayudada por su torpeza y evidente ignorancia de gentes y cosas.
Modrego. Persona desmañada y torpona. Es cruce de modorro con borrego, lo que da como resultado un individuo carente de habilidad o gracia. Su primera documentación escrita aparece en el Diccionario de Autoridades (primer cuarto del siglo XVIII).
Mojarrilla, mojarras, mojarreras. Persona poco seria, con muchos pájaros en la cabeza, que siempre anda alegre y con ganas de chanza, haciendo gracias y burlas. Cree Corominas que derivó de "mojarra", pez pequeño parecido al besugo, tan resbaladizo y ágil que se escapa de entre los dedos. No acertamos a ver la relación, sobre todo cuando no sería difícil hacer derivar el término de la voz "moharrache, moharracho" que tienen carga semántica afín al significado de mojarrilla: vivalavirgen, charlatán e inconsciente, siempre de jarana y con ganas de broma. De hecho, el actual "mojarras" y "mojarreras" están en esa línea de los bocazas presuntuosos y boquirrotos.
Mojigato. Individuo que afecta falsa humildad y mansedumbre para engañar o confiar a la posible víctima a quien se pretende confundir. Es palabra compuesta por dos sinónimos del mismo animal felino: "mojo y gato". Se quiere poner de manifiesto con esta repetición enfática la apariencia mansurrona de estos sujetos que en cuanto se da uno la vuelta aprovechan para llevar a cabo su traición o trastada. Fernández de Moratín gustaba de sacar a este personaje a escena:
Vamos, es menester
no hacerse la mojigata,
no mentir, no aparentar
perfecciones que te faltan.
Es palabra desusada en castellano, aunque todavía viva en valenciano, como herencia de la vieja lengua aragonesa, donde al parecer surgió el término hacia el siglo XVI.
Momia. Antaño se dijo, despectivamente, de quien era enjuto y seco en exceso, uniendo a esa condición la de sobradamente moreno de piel, tanto que parecía mestizo. En sentido figurado, persona de mucha edad, muy delgada y fea. En esta acepción última es voz popular que cursa con "pergamino".
Monstruo. Como insulto, afecta tanto a lo físico como a lo moral. Así, llamamos monstruo a la persona mala, cruel y perversa; y también al individuo deforme, extremadamente feo, que contradice con su existencia el orden natural de la naturaleza. En ambos sentidos se utiliza desde el siglo XIV. En cuanto a su etimología, proviene del latín monstrum = monstro; así se llamó en castellano hasta entrado el siglo XVII, en que César Oudin lo recoge bajo la forma actual en su Tesoro de las dos lenguas francesa y española. Juan de la Cueva, en El infamador, (primera mitad del siglo XVI), usa así el término:
¿Quieres, si en algo te dejó agraviado,
le corte un brazo o una pierna quiebre,
o a bofetadas le deshaga el rostro,
de suerte que la deje hecha un monstro?
Es la forma que recoge en 1611 Covarrubias en su Tesoro de la Lengua:
Monstro es qualquier parto contra la regla y orden natural, como nacer el hombre con dos cabeças, quatro braços y quatro piernas; como aconteció en el condado de Urgel, en un lugar dicho Cerbera el año 1343, que nació un niño con dos cabeças y quatro pies; los padres y los demás que estavan presentes a su nacimiento, pensando supersticiosamente pronosticar algún gran mal y que con su muerte se evitaría, le enterraron vivo. Sus padres fueron castigados como parricidas, y los demás con ellos. He querido traer sólo este exemplo por ser auténtico (...) Y Herodoto, en el libro 7 de sus Historias, cuenta que quando el exército de Xerxes passó a Europa, parió una yegua de las que en él iban una liebre, y por ser la yegua animal belicoso, y la liebre tímido y cobarde, fue pronóstico del vencimiento y huyda de un tan grande exército.
Hoy el término ha perdido fiereza, y se toma en sentido de "prodigio y maravilla", que también tuvo antaño. Así, en el lenguaje familiar decimos que fulanito o menganito son unos monstruos "que han aprobado la oposición, o encontrado trabajo", cosas peliagudas, dignas de mención, o de ser mostradas.
Morcón. Persona gruesa y pequeña, como el bamboche, de aspecto sucio, desaseado, dejado y flojo, que se asemeja al embutido a que se alude: especie de morcilla con pringue que chorrea. En el antiguo reino de Murcia también se tilda a este morcón, de "morcillón, o morcillas". Es descriptivo despectivo, más hiriente que insultante, ya que no se predica de quien no reúne las condiciones para hacer verosímil la atribución.
Morlaco. Individuo resabiado que finge ignorancia; sujeto disimulado, que se hace el tonto. Es término tomado del italiano, lengua en la que significa "hombre rústico, patán". Deriva en última instancia de "habitante de Morlaquia", comarca eslava de las montañas dálmatas, donde los hombres tienen esa reputación. Quevedo, en una de sus jácaras, emplea así el término, (primer tercio del siglo XVII):
No muy chico dijo Andrés
que aquí no somos morlacos;
entre bobos anda el juego,
no sino huevos asados.
Y el autor y homónimo de su obra, Estebanillo González, la emplea así: "Regalábase mi amo a costa ajena; que es gran cosa comer de mogollón y raspar a lo morlaco..." ...es decir: haciéndose el tonto, como quien no quiere la cosa, de bobilis bobilis, sin que nadie lo advierta. Así actúa el morlaco, que podría alistarse perfectamente en el batallón de los tontos fingidos.
Moro. En su acepción principal: individuo natural del Norte de África, donde estuvo antiguamente la Mauritania. Es voz de etimología latina, del término maurus. En sentido ligeramente peyorativo de marido en extremo celoso cuyo ideal o lema es "la mujer, la pierna quebrada y en casa", es de uso relativamente reciente, posiblemente de origen literariomusical: de la ópera de Verdi, Otelo, estrenada en 1887, que a su vez recoge el drama de William Shakespeare, de los primeros lustros del siglo XVII. Estas obras, pasadas por el tamiz y conciencia romántica, convirtieron al personaje protagonista, negro de tez, en moro celoso. De hecho, "marido posesivo, español y moro" han sido voces sinónimas de machista, cuyo valor semántico conserva aún hoy.
Moromurcio. También "moromusa". Persona bruta e insociable; compuesto de "moro", en el sentido popular de desconfiado y celoso, y de la voz de germanía "murcio", ladrón, ratero a pequeña escala, del verbo "murciar", de donde también se dijo murciano, pero sin aludir a los naturales del hermoso y antiguo reino de Murcia. Digamos aquí que a esta voz se debe la confusión del legendario cartel que algunos dicen haber sido expuesto en la Puerta de Alcalá de Madrid, donde según la creencia se leía: "Prohibida la entrada a gitanos, murcianos y gente de mal vivir"; pues bien, los murcianos a que se alude son los ladrones y rateros en general, y no los naturales de aquella región levantina.
Morral. Como substantivo, procede de la voz "morra": parte superior de la cabeza. El término "morral" alude al talego o saquillo con pienso que cuelga de la cabeza de las bestias para que éstas coman mientras caminan o trabajan. Llamárselo a alguien, mediante sinécdoque, es tanto como tacharle de bestia que come de él. En forma adjetiva, se dice del hombre zote, necio y grosero. Como tal insulto o voz ofensiva aparece por primera vez recogido en el Diccionario de Autoridades, hacia el primer tercio del siglo XVIII.
Morro (tener mucho o poco). Equivale a morrudo u hocicudo, de bezo colgante. Como el lector sabe, el morro es el saliente que forman los labios abultados y gruesos. Tenerlo exageradamente grande es tanto como ser bestia, y mientras más grande sea, más bestia se es. Si es tan grande que su poseedor se lo pisa al andar, el grado de brutalidad o bestialidad es superlativo. Parece que la voz es resultado de evolución compleja. En principio podría proceder del neogriego moure = cara; sin embargo, también el alemán dialectal utiliza la voz murre = semblante malhumorado, o término despectivo para aludir a la boca abultada o ajetada. En las lenguas provenzales, como la de Oc, morre equivale a hocico, y como "morro", era frecuente ya a partir del siglo XII. También en el genovés müro = jeta del puerco, aunque también puede ser la cara del hombre cuando es excesivamente grande; mientras que en dialecto sardo decir morro es tanto como decir hocico. Como se ve, el campo semántico del término es siempre negativo, en el sentido de que evoca el ámbito animal, y sirve para expresar grados de bestialidad. Amén de lo expuesto, no existe en nuestro castellano rastro o evidencia lingüística de usos similares a los apuntados. Como substantivo en función adjetiva e intención ofensiva, es expresión de uso relativamente reciente, limitado en su empleo al lenguaje familiar o callejero entre adolescentes y gente joven. Substituye a "cara dura", a "tener mucha cara", a poseer excesiva manga ancha. Es asimismo intercambiable con "jeta", "ser un jeta", "tener mucha jeta".
Mosca. Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua (1611), dice lo siguiente al respecto de este substantivo en uso adjetivo: "Al hombre que es pegajoso, que no le podemos echar de nosotros, solemos llamar mosca". Sujeto pesado, molesto e importuno; persona impertinente y pelmaza, llamada así por el zumbido que hace este insecto pasando y repasando junto a las personas sin que éstas sean capaces de librarse de su incordio y pesadumbre. El poeta José de Espronceda (primera mitad del siglo XIX), usa así el término:
No soy yo
mosca nunca; en mi vida
la he estorbado para nada...
Mosca cojonera. Sujeto insufrible que en su pertinaz insistencia en salir adelante con su propósito da el coñazo, incordia y revuelve Roma con Santiago, causando desazón, molestia e inquietud en quien lo padece y aguanta.
Moscamuerta, mosquitamuerta, mátalascallando. Persona de ánimo aparentemente apocado y genio apagado que, no obstante lo apacible de su disposición y mansedumbre de su carácter trama a espaldas de todos, conspira y maquina a fin de hacer prosperar su causa y beneficio, sin importarle urdir acechanzas; sujeto hipócrita que finge hasta el final, siendo descubierto cuando ya es tarde para su víctima; matalascallando. Es calificativo con solera en la tradición hispánica. Mateo Alemán, en su Guzmán de Alfarache, (1599), escribe: "¿...Sois vos el que me alababan; la mosca muerta, el que hacía del fiel, del que yo fiaba mi hacienda...?".
Y Quevedo, algunas décadas después, usa el término de esta manera:
Andaba de mosca muerta,
aturdido de facciones,
con sotanilla y manteo,
el carduzador Onofre.
Moscardón. Hombre impertinente y no desprovisto de picardía, que molesta de forma machacona y pesada. Agustín Moreto, en una de sus comedias de enredo, hace este uso del término:
-¿Qué es esto? ¿Ya despachados
no quedan los moscardones?
Siempre son los pobretones
soberbios y porfiados.
Dos siglos más tarde, Bretón equipara al moscardón con el moscón y el moscatel que revolotean en torno a las casadas para convertirse en sus galanes:
Hay marido tan idiota
que no sabrá lo que vale
su mujer mientras no vea
en torno de ella un enjambre
de moscardones que le hagan
rabiar de celos aparte.
Moscatel. Hombre pesado e importuno con las mujeres que corteja o pretende cortejar. Lope de Vega, que de lances de amor entendía más que nadie, y también de celos y amoríos apasionados, utiliza mucho el término, casi siempre en boca de damas:
Busque un nuevo moscatel
a quien con celos engañe;
que ya a mí no hay qué me dañe,
si no es la lástima dél.
Moscón. Sujeto importuno, pesado y pelmazo que da constantemente la lata con el mismo tema, y termina saliéndose con la suya y lograr lo que persigue, murmurando sin cesar entre dientes aquello que sabe que va a molestar a quien lo escucha; individuo que con terquedad y astucia consigue lo que se propone, fingiendo a menudo ignorancia, o haciéndose el tonto. El poeta romántico José Espronceda, pone en boca de cierta damisela, en la primera mitad del siglo XIX, las siguientes palabras dirigidas a un galanteador pesado que de repente se queda mudo:
Mocito, ¿usted ha perdido
el habla? ¡Vaya moscón!
El moscón era el terror de las damas madrileñas de finales del XVIII y principios del XIX. Juan Eugenio Hartzenbusch emplea así el término, en el siguiente diálogo entre una joven y su amiga:
-¿Viene mi ama con él?
-¡Si tal. -¡Maldito moscón!,
aguardaré a que la deje
sola...
Es voz caída en desuso, aunque se oye todavía en el ámbito huertano del campo de Murcia y zonas limítrofes con aquel antiguo reino.
Mostrenco. En sentido figurado se dijo del hombre que carece de casa, oficio, señor o asiento alguno; y por extensión, se llamó, y aún hoy se llama así, al simple que carece de amo. El mostrenco tiene notas connotativas de individuo grueso, pesado, ignorante y tardo en el discurso, que requiere mucho tiempo para recoger sus ideas. Pero la primera acepción del término alude a la res perdida cuyo dueño se desconoce, y que si no apareciere antes de transcurrido un año de haber sido pregonada, pasa a la hacienda del rey, de los conventos, comendadores o personas que tuvieren privilegio de tal naturaleza. El encargado de tales pregones era el mostrenquero, documentado a finales del siglo XIII. De ese uso y costumbre derivan las voces "mestengo, mesteño o mestenco" = cosa perteneciente a la Mesta. Por influjo del latín monstrare, se dijo "mostrenco". En La Celestina, de Fernando de Rojas (1499), "hacerse mostrenco" significa "hacerse vagabundo".
Motolito. Persona a la que se engaña fácilmente por ser poco avisada y falta de experiencia. Es sinónimo de tonto. Sin embargo, dada la existencia de la expresión "vivir de motolito" = mantenerse de mogollón o a expensas de la hacienda ajena, hace de este personaje un tonto fingido (véase "tontos fingidos"). Era voz muy usada en los siglos XVII y XVIll. La recogen tanto el Diccionario de Autoridades (1729), como el de la Academia de finales de aquel siglo. El autor de La pícara Justina, Francisco López de Ubeda,(1605) recoge así el término: "Esta era la pieza que él hacía asomadiza a las pollas, que es treta de motolitos y feos mostrar el vellocino de oro para que les tengan amor".
Muermo. Persona aburrida, repugnante y deprimente, amén de pesada y coñazo. Se emplea en sentido figurado, por extensión de la acepción principal del término: enfermedad de las caballerías y bestias en general, transmisible a los hombres, uno de cuyos efectos es la respiración difícil y entrecortada, los ronquidos y ruidos guturales hechos al hablar, de modo que resulta insufrible estar junto a ellos, tanto por el rezongar continuo como por el moqueo asqueroso constante.
Muerto. Persona de carácter apagado, fúnebre y desvaído que con su sola presencia colma de aburrimiento y pesadez el ambiente. Individuo cargante y plomo; sujeto insoportable por su capacidad para aburrir. La expresión "quedar uno con el muerto" tuvo originariamente que ver con este tipo de cadáveres metafóricos, más que con los reales, y significó "tener que aguantar uno la presencia insulsa y deprimente de alguien". De ese significado se pasó al actual de "cargar con la culpa", o el moderno de "comerse uno el marrón".
Muñeco. Joven afeminado e insubstancial; se dice también de la persona de escasa valía que pretende cosas por encima de sus posibilidades; donnadie; que no tiene dignidad y merece desprecio. Es término frecuente a principios del siglo XIX, y muy del gusto de sainetistas, periodistas y comediógrafos. El personaje que se firmaba El Soldado Píndaro escribe: "...Voto al Sol que estos ninfos muñecos de la Corte piensan que en viendo a un hombre con un gabán pardo, no hay más de hermanear y echar un vos redondo".
Y Bretón, en una de sus comedias de sabor costumbrista, utiliza así el término:
Para que otro muñeco
no venga a hacer cucamonas
a mi hija, en un convento
la tendré mientras celebra
sus desposorios...
En su acepción principal es voz de finales del siglo XV En sentido figurado, su uso es posterior. Hoy es término muy despectivo y humillante en el ámbito de la chulería nocturna, y entre matones, ambientes en los que hemos escuchado el término acompañado de "comemierda", con el valor de sujeto sin dignidad ni hombría; mamarracho. Últimamente hemos podido escuchar su empleo en contextos políticos subidos de tono; así, quien fuera figura importante del socialismo, García Damborenea, se expresa al respecto de otro socialista de pro, el valenciano Ciscar: "...es un muñeco de ventrílocuo que tienen los socialistas para decir tonterías...".
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