O
Ogro. Gigante mitológico que se alimentaba de carne humana. Es voz procedente del latín orcus, voz con que se denominaba al dios de los infiernos, Plutón. En castellano se dijo antaño "huerco"; el Arcipreste de Hita, en su Libro del Buen Amor (primer tercio del siglo XIV) utiliza ya el término, y dos siglos después, Sebastián de Horozco lo emplea así:
En el hombre necio y terco
nadie fíe ni se enhote:
huya dél como del güerco,
porque de rabo de puerco
nunca sale buen virote.
Pero el castellano "ogro" actual pudo derivar directamente de la voz francesa ogre, muy en uso en el siglo XVI con el significado de "devorador de niños". Terreros recoge el término en su Diccionario, redactado a mediados del siglo XVIII. Por derivación del sentido: individuo de aspecto brutal, que impone por su apariencia descomunal e intimidadora; también sujeto perverso, capaz de cualquier ruindad e ignominia, a modo de bestia parda.
Onagro. Asno salvaje. Es variante del empleo ofensivo o humillante de voces como "burro, asno, jumento, pollino", y del resto de los solípedos, en cuya substitución se usa por cansancio de las mencionadas voces, para denotar originalidad en medios cultos. Como insulto es de uso reciente.
Orate. Loco, inconstante, desequilibrado; persona de poco juicio, moderación y prudencia. Algunos han defendido una etimología griega para este término: la voz oratés: visionario; más razonable es pensar que proceda de la voz valenciana orat: persona a quien ha dado un aire o "aura malsana" tornándola loca. La primera documentación en castellano aparece en Zaragoza, donde en 1425 se fundó una "casa de orates", u hospital para estos enfermos. Es voz de uso general en los siglos de oro, y muy usada en la escena. El toledano Francisco de Rojas emplea el término, que pone en boca de una desconcertada dama:
Ayer un amante orate
mi mano alabó por bella,
pero a cada dedo della
le dijo su disparate.
Y Tirso de Molina, coetáneamente, llama a la Corte, su Madrid natal, "Casa de orates", en una conocida comedia suya.
Ordinario. Individuo vulgar y chabacano, de poca estimación y calidad; persona plebeya o de ruin condición, que carece de educación y se comporta groseramente, sin importarle la bajeza con la que se conduce por la vida. El dramaturgo Antonio Mira de Amescua, en su comedia Galán, valiente y discreto, (primer tercio del s. XVII), utiliza así el término:
Un enfermo deliraba
y grande rey se fingía,
imperios y monarquía
en su locura gozaba.
Sanó, y alegre no andaba,
diciendo:...Gracias no doy
a quien me da salud hoy,
pues era rey soberano,
enfermo, y estando sano
un hombre ordinario soy.
Su matiz peyorativo pudo derivar de haberse llamado así al arriero o carretero que habitualmente conducía personas o mercancía de un lugar a otro, sujeto rudo, blasfemo y vulgar, especie de camionero de los siglos pasados.
Oveja negra (ser la). Llamamos así a quien difiere desfavorable o negativamente del resto de los componentes de una familia o grupo. El origen de este sintagma adjetivo parte de la confusión entre la palabra originaria, "arveja", y la hembra del carnero. La proximidad fonética entre los sonidos iniciales del término condujo a la errónea interpretación de un vocablo por otro, sobre todo cuando el término "arveja" empezó a caer en desuso, asimilándose en la mente del hablante con el de "oveja", más conocido y cercano a la experiencia rural. La arveja es voz que designa tanto al guisante como a la almorta. Ser la "almorta o arveja" negra es tanto como ser el garbanzo negro. Todo ello circunscrito semánticamente a las prácticas seguidas para decidir o votar premios y castigos, en cabildos y conventos. A fin de calificar a alguien, tanto moral como académicamente, los individuos con derecho a voto introducían en una bolsa negra un garbanzo, o una arveja; si la resolución era positiva, hacia el premio o hacia el "sí", la legumbre en cuestión era de color blanco; si se consideraba negativamente el asunto o persona, se introducía la arveja o garbanzo negro. Ser la arveja negra era tanto como distinguirse desfavorablemente. Hasta el siglo XVII se siguió en conventos, cabildos y congregaciones la costumbre de introducir en un tazón un haba, garbanzo o arveja negra entre el resto, que eran blancas. Quien sacaba la negra, pechaba, pagaba o se hacía cargo de la situación. Esta costumbre dio también origen a la frase "tocarle a alguien la negra, o tener la negra", o ser la oveja (arveja) negra.
P
Pájaro, pajarraco. Persona disimulada y astuta; hombre cauteloso y taimado, de turbios manejos y poco fiar. Como calificativo insultante u ofensivo se utiliza desde antiguo: "pájaro de mal agüero". Con ese valor semántico lo emplea Damián Cornejo, escritor de mediados del siglo XVII: "Quien entre tantas luces mendigase tinieblas, o tendrá la vista enfermiza y achacosa, o se precia de pájaro de mal agüero".
A veces forma frase en unión con otras palabras, en cuyo caso se diluye su significado, se toma ambiguo, y no se sabe si el pájaro en cuestión es de fiar, o no, como sucede con el sintagma "pájaro de cuentas, pájaro viejo, pájaro solitario", etc. En su terminación del femenino, "pájara, pájara pinta, pajarraca", equivale a mujer pública, o ramera.
Paleto. Zafio, capaz de desenvolverse bien sólo en el medio rural, debido a sus modales rústicos; sujeto sin pulir ni desbastar. Es de etimología latina, de pala = azada, por utilizarla las gentes del campo; también pudo provenir de la voz latina palla = capa que vestía el rústico para defenderse de la inclemencia del tiempo, a la que estaba siempre expuesto; en este caso, sería uso metonímico del término. Corominas escribe a este mismo respecto: "Paleto, "gamo" (por sus astas anchas), y de ahí "rústico, zafio"". Mal parecen avenirse gamos con cuernos anchos, con paletos o gente del campo.
Paliza. Persona importuna y muy pesada; coñazo. Es voz actual que describe la situación en que queda alguien tras haber soportado la tabarra de un latoso persistente, que se ha ocupado a fondo en el ejercicio de su arte.
Palurdo. Tosco, rústico, grosero. Es probable su relación con la voz francesa balourd, con el valor de "torpe, lerdo". Se documenta ya en el Diccionario de Autoridades, (primeras décadas del XVIII). Ramón de la Cruz utiliza el término a finales del mismo siglo como sinónimo de aldeano tosco, o paleto. Juan Valera, en el siglo XIX, lo emplea en el siguiente contexto, refiriéndose a Pepita Jiménez: "¿Cómo, pues, ha de entregar su corazón a los palurdos que la han pretendido hasta ahora...?".
Pamplina (-as). De su acepción principal: planta que se utilizó como comida para canarios y aves canoras enjauladas, derivó el calificativo de persona o cosa insignificante y de poca entidad y fundamento; sujeto amigo de cuentos chinos, de recados tontos, que actúa como correveidile. De las cosas sin fuste y descabelladas, o de escasísimo interés se dice que son pamplinas, nombre que también se da a quien se ocupa de ellas y de su difusión y conocimiento.
Panarra. Hombre muy simple, mentecato; persona que se abandona, floja de carácter. Es una especie de Juan Lanas, carente de voluntad. Ramón de la Cruz lo ve así, en uno de sus sainetes más celebrados:
El pobre es un panarra
que si le pido cuarenta
doblones también los larga.
No sabe decir "no", por lo que todos, con su mujer a la cabeza, se le suben a las barbas y le dan sopas con honda.
Pánfilo. Buenazo un tanto tontorrón, que se pasa en el ejercicio de la bondad. Covarrubias, bajo la voz pámphilo, escribe en su Tesoro de la lengua, hacia 1611: "(...) Comúnmente llamamos Pánfilo un moço de buen talle pero pasmado y que sabe poco".
Individuo desidioso, de escasos reflejos, tardo en reaccionar y en decidirse, lento, pausado, bobo. Es antropónimo de origen griego, cuyo significado, "amigo de todos", ha podido originar la acepción que aquí tratamos.
Panoli. Se dice de la persona que muestra excesiva candidez en el trato con los demás, pecando de confiado. Panoli equivale a tonto en muchos contextos, pero quitándole hierro al calificativo, ya que se trata de persona simple, de escasa voluntad y nula iniciativa, y de pocos recursos materiales y espirituales. En cuanto a su etimología, procede del sintagma valenciano pa amb oli = pan con aceite, comida antaño muy popular en España para merienda de niños y gente pobre, como soldados y estudiantes. En el Reino de Valencia, así como en el Condado de Cataluña, y buena parte de la Corona de Aragón, decir de alguien que es un pa amb oli, es tanto como enmarcarle entre las clases menesterosas y más indefensas.
Papanatas, papamoscas. Decimos que lo es el individuo cándido y crédulo en exceso, que presta atención y valora sin crítica cualquier manifestación; sujeto que apoya, cree y fomenta cosas en extremo novedosas llevado por cierto interés y preocupación en aparecer como persona que está al tanto de la última moda y de lo que se lleva. Nadie como él hace el ridículo, si quien lo observa pone alguna atención. En cuanto a su morfología, la palabra es un compuesto. Su primera mitad, "papa", del verbo "papar", alude al hecho de comer y tragar cosas blandas, sin masticar: da crédito a cualquier asunto sin haberlo sometido a crítica, o sin habérselo pensado dos veces, sin masticarlo ni digerirlo adecuadamente. En cuanto a la segunda parte del vocablo, "nata", alude a la crema de la leche, que se ingiere con facilidad. Habría un cruce semántico entre crema de los lácteos -alimento prestigiado-, y crema de las cosas -ser algo lo mejor de su especie-. El papanatas valora sobremanera todo cuanto se le presenta como novedad y progreso, sin pasarlo por el tamiz de su propio criterio. Es especimen emparentado con el snob, aunque éste es menos burdo; y con el papamoscas, persona impresionable, muy fácil de engañar, no ya por su escasa capacidad de pensamiento, sino por su holgazanería: el papamoscas es tan vago que no se molesta en cerrar la boca para evitar que por ella se paseen estos dípteros.
Páparo. Paparote. Hombre simple e ignorante que se pasma ante la más nimia cosa. Se utilizaba a principios del siglo XVII con el significado que hoy damos al término "papanatas". Tirso de Molina pone esto en boca de un criado:
(...) Al páparo, ¿quién le mete
en si yo soy alcahuete,
o no...?
Y en el XIX, Bretón sigue dando al vocablo el mismo valor semántico:
-Deja ilusiones ridículas,
por Belcebú.
¿Quién cree eso sino un páparo
cual eres tú...?
Paparote, papirote. Tonto el uno y bobalicón el otro. Alternan con la voz "tonto". (Véase "tonto de Capirote"). Es aumentativo de páparo: aldeano simple que entrando en la ciudad se queda maravillado, abobado y pasmado de cuanto ve y encuentra. Al paparote boquiabierto se le solía dar un golpe bajo el papo, o sopapo, con lo que se buscaba cerrarle la boca. Ese golpe recibía el nombre de papirote, de donde, confundiéndose ambos términos, vinieron a convertirse en sinónimos intercambiables.
Papatoste, papahuevos. Es miembro de la extensa familia de papanatas, papahuevos y papamoscas. Como ellos, es un alma cándida, que se pasa de blando, como el papandujo. Es término compuesto, siendo el segundo de los que integran el vocablo el que decide en cuanto a la significación del mismo. En este caso, "tueste o toste" son fritura de vianda, generalmente chorizo, de uso extendido en el principado de Asturias, de donde se fue extendiendo por el antiguo reino de León. El papatoste es un necio bonachón cuyo destino es comer y escuchar, y como dice el gracioso: "en ambos casos por un sitio le entra y por el otro le sale..." Del papahuevos podría decirse otro tanto: son primos hermanos.
Paquete. Petimetre; individuo que cuida demasiado de su imagen, siguiendo como un esclavo los dictados de la moda. Ir hecho un paquete es ir hecho un figurín, o a la última. El término deriva de paquet = paca o fardo pequeño muy bien envuelto, de donde pudo decirse lo de ser alguien un paquete: individuo atildado muy enfajado y presentado. Hay otra explicación de su etimología. De hecho, el término se recoge en el Diccionario de Voces Gaditanas, publicado en Cádiz (segunda mitad del XIX), donde se afirma que originó por la costumbre de cierto caballero local, muy elegante, de acudir al puerto cuando empezaron a llegar los "paquetes o paquebotes" de vapor ingleses, de tránsito de Gibraltar, diciendo para ponderar lo refinado y especial de su atuendo y vestuario que él recibía todas las cosas "por el paquete". El paquete es el paquebote, del inglés packboat. Bretón de los Herreros, coetáneo del término, le da ese sentido:
Ni a una dama
se le ha de hablar del Mogol,
de la guerra de los rusos,
de si vino el paquebot
de la Habana, de...: a las bellas
se las ha de hablar de amor.
Pardillo. Simple, rústico, pueblerino. Como el pinchabombillas o pinchauvas, el pardillo es un pringao a quien se engaña con facilidad. Se califica con esta voz al ingenuo, por su carencia de capacidad de crítica, y al primo, a quien todo parece bien. Parece que la equiparación de estos individuos crédulos y simples, con el pajarillo en cuyo sentido figurado se emplea el término, se debe a que el pardillo es ave fácilmente domesticable, y que se aviene a vivir en la jaula, donde regala con sus bien templados trinos a su amo. No es ave conflictiva, y se la contenta sin problemas. Asimismo, el simple y crédulo todo lo ve bien, y a todo se hace sin dificultad, como el pardillo.
Paria. Persona a la que se tiene por vil, excluyéndosela del trato con los demás, y de las ventajas de que goza la mayoría. Hoy llamamos "paria" con ánimo ofensivo o insultante a quien queremos humillar de manera grave, y mostrar desprecio grande. Es voz introducida en Europa por los portugueses a principios del XVII: pariá, adoptada de la lengua tamul, donde significa "el que toca el tambor", función considerada innoble, y relegada a los individuos de cierta casta india ínfima.
Pasmarote. Llamamos así a quien adquiere un aspecto ridículo por haber sido presa del asombro. Por ser el suyo embobamiento o arrobo pasajero no es demasiado ofensivo tildar a alguien de pasmarote, o pasmón. Cuando el sujeto afectado de tal embeleso o pasmo no consigue desembarazarse del estado de estupefacción, sino que se queda paralizado, sin capacidad de reaccionar, como clavado en el suelo, se pasa al estado de estafermo, pues no son términos sinónimos, aunque algunos autores los homologuen y confundan. Hartzenbusch lo utiliza con corrección en el siguiente pasaje: "... y cuando llega el momento y la tal persona me sale con un reparo que no se me había ocurrido, me quedo hecho un pasmarote, encajo una necedad y ciento en seguida".
Pasota. Sujeto que se aparta de la cultura y forma de vida tradicional y se mantiene al margen de la sociedad; pseudo-ácrata, falso anarquista, que se refugia en el vivir marginal y aparentemente abraza ideas contrarias a la cultura vigente, de la que vive y a la que no aporta nada, viviendo como un parásito, entregado al ocio, y haciéndole guiños a las drogas y a la pequeña delincuencia.
Patán, pataco. Aldeano, rústico, grosero, hombre zafio y tosco que no conoce modales. Antonio de Guevara, (primeros años del XVI), lo sitúa en el siguiente contexto: "Mucho me cae a mí en gracia que si uno ha estado en la corte y ahora vive en la villa o en la aldea llama a todos patacos, moñacos, groseros y mal criados...".
El término, surgido al parecer en tiempos del citado Antonio de Guevara, es un derivado de "pata". En idiomas como el italiano, el alemán o el francés, voces parecidas a "patán" tenían el valor semántico de soldado de a pie, o de infantería. Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua, (1611) dice que el patán es "el villano que trae grandes patas y las haze mayores con el calçado tosco". Desde entonces acá ha sido término muy utilizado, en parte porque fue personaje de teatro junto al gracioso o el galán, con el que el público estaba familiarizado: especie de payaso que recibía las bofetadas y hacía el ridículo. Amén de lo dicho, se correspondía con un personaje de la vida real: el campesino emigrado a la urbe, que escogía oficios característicos de su baja condición social: carromateros, cocheros, ordinarios, azacanes. Leandro Fernández de Moratín escribe: "Y sobre todo la mugre, el ruido, la conversación ronca de carromateros y patanes que no permiten un instante de quietud".
Patibulario. Sujeto de aspecto repulsivo que por su aviesa condición causa espanto; individuo malencarado que produce horror, recordando su aspecto a los reos que son conducidos al cadalso. Mesonero Romanos emplea así el término, mediado el siglo pasado: "...esos jovencitos alegres y bulliciosos son los que nos trasladan al lienzo los rostros patibularios, las sonrisas infernales?".
En cuanto a su etimología, deriva de la voz latina pati = padecer, con el sufijo propio de los diminutivos en "-ulus". Es de uso relativamente reciente: el siglo XVIII, documentándose ya el término en el Diccionario de Autoridades.
Patoso. Persona necia y falta de gracia, soseras. También, individuo torpe y desmañado, especie de manazas. El diccionario oficial dio acogida al término en la segunda mitad del siglo XIX con el valor de persona que presume de aguda y chistosa, no siéndolo; individuo inhábil o desmañado. Hoy se usa mayormente para calificar a quien carece de gracia, con la agravante de que estropea cuanto toca.
Pavo, pavitonto, pavisoso. Bobo, ingenuo; persona excesivamente crédula y bienpensada ; sujeto soso, desmañado y sin gracia. Pavitonto, necio, estúpido. Se dijo por la frase "estar en la edad del pavo", es decir: en época de merecer o de cortejo, aludiéndose a la conducta de ese animal. Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua, (1611), tiene esto que decir al respecto de ese animal: "...Conoze su hermosura y haze alarde de sus plumas (...)quando la hembra está delante, para aficionarla más. (...) Es muy amigo de la compañía y presencia de la hembra".
En cuanto al pavisoso, es un soseras desangelado y patoso, que carece de gracia y viveza.
Payaso. Persona poco seria, que no distingue las cosas importantes de las triviales, tomándoselo todo a chirigota; sujeto informal que aburre con su manía de hacer gracia, y su constante actitud histriónica. Se llamó antaño "payaso de circo", y es voz de origen italiano: pagliaccio. (Corominas remite a la voz "paja" como origen del término, aunque no substancia luego su insinuación, ni da explicaciones). En el Madrid de entre siglos hubo dos modalidades, ambas en el ya desaparecido Circo Price: los "toninos", que se limitaban a hacer un cúmulo grande de tonterías en la pista (especialidad de Tony Grice, famoso payaso de la época); y los "augustos" (por el payaso Augusto Magrini), que se dedicaban a tropezar y darse tremendas costaladas que hacían reir a los espectadores. Con la acepción descrita es voz de uso relativamente reciente. Hoy, tildar a alguien de "payaso", cuando no se inscribe en un contexto familiar o de amistad, puede ser insulto grave.
Pazpuerca, fazpuerca. Mujer grosera, de cara sucia y aspecto desaliñado. Su etimología es clara: del sintagma "faz puerca". Cervantes, (II Parte del Quijote) utiliza el término en el siguiente contexto: "Mirad qué entonada va la pazpuerca".
Pécora. Persona astuta, hipócrita y taimada, de intención aviesa. Se dice en especial de la mujer mala y viciosa. Es voz latina, tomada del nominativo del plural de pecus, pecoris: pecora = res o ganado lanar. Con el concurso del adjetivo "mala", significando "persona taimada" se utilizaba ya a principios del siglo XVIII, en que incorpora la palabra el Diccionario de Autoridades. El término tuvo un uso diferente en el XVII, también peyorativo, derivado de "pecorear" = salir los soldados a robar por su cuenta; y por extensión: vida airada, ociosa y libertina, propia de quien va de un sitio para otro sin más propósito que la diversión desarreglada. Seguramente de ese uso derive el sentido que la voz tiene hoy, de mujer excesivamente ligera, mala e innoble, entregada a la prostitución. También es probable que debamos buscar en este término la explicación que sigue exigiendo la voz "pícaro".
Pedante. Sujeto ridículo que alardea de erudición y conocimientos que no posee en el grado que él piensa; persona afectada en el hablar, y en el uso del léxico, utilizando a menudo palabrejas cuyo significado y alcance no domina, poniéndose a menudo en evidencia. El término se documenta en el primer tercio del siglo XVI, en que lo emplea Juan de Valdés en su Diálogo de la Lengua, diciendo que es voz de procedencia italiana. No tenía valor peyorativo, en esa lengua, como tampoco en el siglo XVII, en que Covarrubias se limita a definirlo así, en su Tesoro de la Lengua, en 1611: "El maestro que enseña a los niños". En el primer cuarto de ese siglo, Lucas Gracián Dantisco, emplea así el término, en su Galateo Español: "Engañaban luego a cuatro pedantes; mas llegaban luego los varones sabios y leidos, y decían: esta no es la doctrina de aquellos antiguos...".
No tardó en perderse el uso antiguo de esta palabra, relegándose a calificar a la persona que se complace de manera ridícula en adoptar poses de intelectual, haciendo inoportuno y vano alarde de un saber y ciencia que no posee. Es voz con futuro, toda vez que el sujeto al que describe es espécimen social en alza.
Pedazo de, cacho. La anteposición de este sintagma a términos humillantes u ofensivos, lejos de aminorar o disminuir su carga semántica multiplica las posibilidades del término al que se antepone: alcornoque, animal, bestia, burro, cabrón, imbécil, etc. Por lo general se utiliza en periodos exclamativos. Ramón de la Cruz, en muchos de sus más de trescientos cincuenta sainetes, utiliza a mediados del siglo XVIII el término: "¡Habrá pedazo de bestia!". Es uso extendido en casi todos los idiomas. Su porqué no está claro. Pudo haber originado del hecho de ser el término "pedazo" (parte de alguna cosa), usado por antonomasia en relación con el trozo de paño utilizado en los remiendos, o alusivo al trozo de cuero que se cosía en la suela del zapato para tapar agujeros. Estos empleos humildes y bajos contribuirían a hacer de la voz "pedazo + preposición de con valor indicativo de procedencia, origen o materia de que está hecho algo" una construcción léxica apropiada para rebajar o humillar a alguien o algo, mediante la disminución, acompañada de la connotación de desecho, desperdicio o sobras que tiene el término "pedazo", parte de algo ya no entero, roto y desechado. También se emplean otras formas léxicas, como "cacho, cachito ...", en cuyos casos o bien se quita hierro al insulto, acercándolo al ámbito de la familia o la amistad, o por el contrario se incrementa el poder despreciativo del insulto.
Pedorro, pedorrero, pedorrón. Persona que con excesiva frecuencia y sin reparo expele las ventosidades o pedos del vientre. Se dice generalmente de los viejos incapaces de controlar ese mecanismo, o que no les importa el hacerlo. Acompañado de "viejo" equivale a "gagá". La carga semántica negativa del término se agrava con el aumentativo "pedorrón", y cobra toda su crudeza y matiz despectivo en su forma femenina.
Pegote,pegotero. Persona que no se aparta de otra para comer a su costa, pegándose a ella para vivir de mogollón, llegando incluso a introducirse en casa de otro a la hora precisa de la comida o de la cena, haciéndose invitar. En ese sentido utiliza el término Quevedo, (primera mitad del siglo XVII): "Al sentarse a comer, mirará la mesa, y viéndola sin pegote, moscón ni gorra, echará la bendición".
Pejiguera. En sentido figurado, persona quisquillosa y pijotera; sujeto o cosa que sin traernos provecho sólo ofrece molestia y dificultad. Bretón de los Herreros usa así del término, refiriéndose a alguien que no hace más que recordarle lo que tiene que hacer, decir o recordar de continuo: "... sobre que no puedo olvidarme del canasto, ¡vaya que es pejiguera! ...".
Es palabra de uso familiar, todavía en uso en el sur y sureste de España. La acepción principal del término alude a la planta llamada duraznillo, de sabor picante. Con el significado de "dificultad y embarazo", recoge el término E. de Terreros y Pando en su Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes y sus correspondientes en las 3 lenguas francesa, latina e italiana, (segundo tercio del siglo XVIII), de donde lo tomó la Academia a principios del XIX para incorporarlo al diccionario oficial. Consideramos que el uso figurado del término no está suficientemente explicado por Corominas y el resto de los filólogos que han abordado el problema. Podría proceder de una derivación popular del latín persicaria = hierba o planta de sabor dulzón y flores inodoras que se empleó antaño como detersivo para tratar y limpiar heridas superficiales, operación que se hacía con escrupulosidad tediosa, y fastidioso cuidado, tanto que cansaba y aburría a quien recibía el cuidado y a quien lo prestaba. Se dijo primero de situaciones y cosas, pasando después a describir a ciertas personas incordiantes y pesadas.
Pelafustán. Holgazán; persona indolente y despreciable que merodea por el pueblo en busca más de beneficio que de oficio; pobre de solemnidad sin voluntad ni fuerza para salir de su miseria. Como los términos "pelagallos y pelagatos", es palabra compuesta, en este caso del verbo "pelar", y del substantivo fustán = tela gruesa de algodón con pelo por una de sus caras. El pelafustán pasa tanto tiempo tumbado con la manta encima que llega a pelarla. Las expresiones: "andar con la manta", "no quitarse la manta", "ser un manta", estan en relación con lo que decimos, cayendo de lleno en el ámbito de la holgazanería.
Pelagallos. Individuo sin oficio ni beneficio, a quien no se le conoce domicilio fijo, ni modus vivendi claro; hombre de muy baja condición social, que no se ocupa de cosas honradas, ni tiene interés en vivir de manera reglada. Es palabra compuesta, aludiéndose con el segundo término, "gallos" a los dos naipes primeros que da el banquero en el juego del monte, entretenimiento en el que pasa las horas:
Otros pelagajos
que tienen ya callos,
no burléys con ellos;
mejor es dexallos...
Pelagatos.
Hombre pobre y desvalido, a menudo despreciable; sujeto de muy baja condición social, que a su pobreza une villanía. El calificativo alude al bolsón donde se guardaba antaño el dinero, llamado "gato" por hacerse con la piel de ese animal: pelar el gato era registrarlo hasta el fondo en busca de algún maravedí que pudiera haber quedado en su fondo. Bretón de los Herreros utiliza el término en el siguiente contexto:
¿Tan mal fundado juzgas el derecho
de una rica al amor de un pelagatos
que no tiene ni viña ni barbecho?
Pelanas. Persona inútil y despreciable; pelagatos; individuo sin importancia, de condición social irrelevante; piernas. Es de probable construcción a partir de la voz "pelón, pelona": de escasos recursos, mísero, sumamente escaso, teniéndose in mente la idea de "pelado", de poco o ningún pelo. Mi padre, levantino, solía decir de quien no tenía recursos: "fulano es un pelanas por mucho que rasque o pele el forro de sus bolsillos".
Pelandusca. Puta, ramera. El Diccionario de Autoridades, (primer tercio del XVIII), aventura la idea de que pudo haberse dicho porque las mozas descarriadas que andaban sueltas por plazas y calles eran peladas como castigo a su disipación. Leandro Fernández de Moratín, (finales del XVIII) utiliza así el término: "...la han heredado en vida chalanes, bodegoneros, rufianes y pelanduscas...".
Es término en declive, ya que las palabras para designar a este tipo de mujeres es siempre numeroso y cambiante, queriendo cada época tener las suyas propias. Pellejos, pellejas, pendejos, peliforras, zorras, zorrones, pendones, pécoras, putones, rameras, pelanduscas, meretrices, prostitutas, busconas, esquineras, tiradas, olisconas, pajilleras, pindongas, fulanas, lagartas y lagartonas, manflas y soldaderas, yiras y yirantas, yeguas y vacas, trotacalles, volantusas, potajeras y piltrafas..., son sólo una pequeña parte de la inventiva popular para esta profesional del amor y de las ilusiones al detalle. Hay una legión más de nombres que la imaginación ha querido relacionar con el viejo y útil oficio del amor tasado, medido, contado y despachado al por menor.
Pelele. Persona simple e inútil, fácilmente manejable por su falta de personalidad; sujeto abúlico y sin carácter que va donde lo llevan y en todo se muestra obediente a lo que le dicen que haga. Palabra de uso tardío en castellano, de origen desconocido, aunque parece creación elemental del idioma, de formación expresiva. También pudo originar del entrecruzamiento de "lelo" con otro vocablo. No se documenta con anterioizdad a los años finales del siglo XVIII. El novelista Juan Valera, en su Pepita Jiménez, utiliza así el término: "No es mala pécora la tal Pepita Jiménez. Con más fantasía y más humos que la infanta Micomicona, quiere hacernos olvidar que nació y vivió en la miseria hasta que se casó con aquel pelele, con aquel vejestorio, con aquel maldito usurero, y le cogió ochavos".
Peliculero. Sujeto fantasioso y mitómano que se inventa historias y cuenta películas que nada tienen que ver con la realidad. Persona mentirosa, un tanto enredadora, pero nada peligrosa, ya que a estos individuos se les ve venir, tomándose un poco a guasa los infundios y producciones que fabrica su poderosa capacidad fabuladora, y sus fantasías.
Pellejo. Borracho, persona ebria. Es uso figurado: de pellejo u odre donde antaño se almacenaba el vino. Cursa con pendejo, y fue antaño insulto mayor que también se dirigía a la mujer de vida airada, sobre todo a las rameras de muy baja estofa. Con ese valor utiliza el término Quevedo, en el primer tercio del siglo XVII.
Pelma, pelmazo. Pesado y cargante, auténtico coñazo. Persona tarda y reiterativa en sus pensamientos y acciones. "Pelma" es posterior a "pelmazo". Con la acepción citada hace poco honor a su etimología grecolatina: pegma-pegmatos = compacto, pesado, solidificado. Su significado principal fue el de "emplasto", pues Alonso de Palencia, en su Universal Vocabulario, (finales del siglo XV) habla del pilostrum y lo traduce por "pelmazo a manera de ungüento que pela desde la rays los pelos". Es término de viejo uso en castellano, ya que se encuentra en Gonzalo de Berceo y en el Libro de Alexandre, obras del siglo XIII. A pesar de esto, parece vislumbrarse su significado actual en el empleo que de esta voz hace (primera mitad del siglo XIV) Juan Ruiz en su Libro de Buen Amor:
"Alafé", diz la vieja, "desque vos veyen biuda,
sola, sin compañero, non sodes tan temida:
es la biuda, tan sola, como vaca, corrida;
por ende, aquel omne vos ternié defendida:
este vos tiraría todos essos pelmazos
de pleitos e de fuerças, de vergüeñas e plazos".
Pelmazo, aquí, equivale a "lío, enredo, inconveniente, pega y coñazo", y está referido tanto a personas como a cosas, en sentido figurado, o por extensión. Ese significado básico tiene hoy. Así, cuando tildamos a alguien de pelmazo, tenemos in mente al pesado y cargante que viene a darnos la tabarra sin que podamos evitarlo. En este sentido es de uso no anterior a finales del siglo XVIII. Ramón de la Cruz escribe: "Vamos a la tertulia y , dejemos a estos pelmazos". También lo utilizaron los autores de canciones y copleros. Heredero de este uso es el cuplé La chula tanguista, que hizo famoso en 1924 La Bella Chelito (pseudónimo de la madrileña Consuelo Portella):
¿No habéis observado lo que pasa hoy
de noche en los soupers?
Van cuatro pollitos que no valen na, la gracia está en los pies.
(...) Van unos abuelos a la Pompadour
que gastan bisoñé
y, aunque son más pelmas que Muley Hafid,
abillan el parné.
Pelón. Se dice de quien no tiene medios ni caudal alguno; pobretón mísero lleno de deudas y cuitas, muy escaso de recursos; pobre de solemnidad. Se usa también en sentido figurado del verbo "pelar" en su acepción de despojar a uno de los bienes con engaño, arte o violencia; o desplumar, cuyo participio pasivo califica al jugador que lo ha perdido todo debido a la ludopatía que padece. Tirso de Molina, (primer tercio del siglo XVII) utiliza el término con el valor de persona tacaña, mezquina y avara, de escasos recursos, que se aprovecha de la gente a su servicio; así, pone en boca de un criado el siguiente parlamento:
...no gano
más que una triste ración,
y con ella veinte reales
de salario, aún no cabales,
porque es mi dueño un pelón.
En Méjico es voz despectiva, dicha en el medio campesino al peón, al bracero, al que vive de un jornal que no le alcanza para sacar adelante la familia.
Pelota, pelotilla, pelotillero. Adulador que se alinea siempre con quienes pueden favorecerle, sin importarle perjudicar a terceros. Baboso, y a menudo rastrero, el pelota sonríe, saluda de manera aparatosa a sus jefes y jefezuelos; es ducho en el arte de dar coba, halagos y embustes con los que ganarse la voluntad del adulado, y sus favores. Prototipo de pelota adulador fue cierto cortesano a quien Luis XIV de Francia preguntó: "¿Qué edad tenéis?", y contestó tras grandes reverencias: "Sire, la que a vuestra majestad guste que tenga...". También se dice pelota a la mujer pública, o ramera. Corominas (Diccionario Crítico Etimológico) deriva el término del latín pilula = píldora, por su forma. Nos parece que la explicación etimológica es otra, que relacionamos con la frase "estar alguien en pelota", que es estar en cueros, sin nada sobre la piel. Pelota deriva, pues, de la voz latina pellis = piel, de la palabra pellita, adjetivo latino que significa "cubierto de pieles, o hecho de pieles", como se hacían estos juguetes, las pelotas. De hecho, la voz más corriente en la Edad Media para denominarla era "pella". Juan Ruiz, en su Libro de Buen Amor, utiliza así el término:
Otorgóle doña Endrina de ir con ella folgar
e tomar de la su fruta e a la pella jugar.
De ahí deriva lo de "hacer pellas", hecho de no acudir al colegio el niño, yéndose al campo o a la calle. Siglo y medio antes, Gonzalo de Berceo, en los Milagros de Nuestra Señora, hace este uso de la palabra:
Fue pora la Gloriosa que luz más que estrella,
movióla con grant ruego, fue ante Dios con ella;
rogó por esta alma que traíen a pella,
que non fuesse iudgada secund la querella.
El recuerdo de la voz latina pellis, de la que también deriva "pellejo", o despectivo de "piel", está siempre presente en el vocablo. Cuando Quevedo, (primer tercio del XVII) equipara las voces pelota y ramera, lo hace habiéndose perdido la conciencia etimológica, el recuerdo del origen de la voz en cuestión, y dice que se llama así a las putas porque, como la pelota, pasan de una mano en otra. Sin embargo, no era así: en los siglos XVI y XVII, y como voz de germanía, se llamaba pelota a la prostituta porque acompañaba al pelote: su chulo o rufián.
Penco. Mujer despreciable, de ninguna estima social, que ha caido demasiado bajo; puta vieja. Es voz derivada del verbo "pencar": azotar el verdugo a un reo; cruzado a su vez, este término, con otra acepción del mismo: trabajar, apechugar con algo, cargar con alguna cosa material o moralmente. Fue insulto cruel, cuyo uso no se documenta con anterioridad a finales del XIX.
Pendanga. Mujer de mala vida; mala hembra, infiel a todos; puta buscona, y ratera de ocasión o descuidera. Francisco Santos, en Dia y noche de Madrid, (1666), escribe: "Haz reparo en aquel hombre macilento que está en aquel umbral de aquella puerta; era su hacienda muy florida, y por lo pericón se la han comido las pendangas deste lugar". (Véase también "pendón, pindonga").
Pendejo, peneque. Suele ir precedido de la voz "tío". Hombre cobarde y pusilánime, vago y amigo de chanchullos. Como el peneque, el pendejo suele ir borracho dando tumbos por las calles del pueblo, llevando tras de sí una comitiva de perros, niños y grandes lanzándole piedras o palos en medio de una lluvia de improperios. Es palabra derivada de la vieja lengua leonesa, del término peneque = tambaleante. Amén del uso descrito, es voz antigua para referirse, en una mujer, a los pelos del pubis, derivada del término latino pectiniculus; Francisco Delicado usa el término en este sentido, en su Lozana Andaluza (1528): "...vézanos a mí y a esta mi prima como nos rapemos los pendejos, que nuestros maridos los quieren ansí, que no quieren que parezcamos a las romanas, que jamás se lo rapan".
De este uso al de puta mediaba escaso trecho, sobre todo teniendo en cuenta la proximidad conceptual y fonética de "pellejo" en la acepción de "desperdicio, cosa residual y sin valor".
Pendón, pindonga. Persona, generalmente una mujer, de vida licenciosa, moralmente despreciable. Con anterioridad a nuestro siglo XX se llamaba "pendón" a la mujer muy alta y desvaida, de aspecto desaliñado y sucio. En cuanto a "pindonga", es mujer callejera que se dedica a deambular de un extremo a otro de la ciudad sin propósito claro. Se utiliza como voz substituta de puta, fulana, ramera o buscona, por ser menos ofensiva al oído. Su correspondiente masculino sería el "tío pendejo". Emilia Pardo Bazán utiliza así el término: "¿Hase visto hato de pindongas? ¡No dejarán comer en paz a las personas decentes...!".
Y antes, Bretón de los Herreros, tiene este diálogo escénico:
-No soy ninguna pindonga.
-¿Quién dice tal?- Me he criado
en buenos pañales, oiga...
Penseque. Irresponsable; improvisador excesivamente confiado; persona que se disculpa diciendo: "yo creía, yo pensé que..., esperaba...", y siempre presenta excusa tras sus equivocaciones y errores. También se dijo del necio que se lamenta por el mal éxito de sus asuntos o negocios que no ha sabido planear con anticipación, pagando a posteriori lo que no supo prever a priori. Como reza el dicho popular: "Penséque, Asneque y Burreque, todos tres son hermanos". Es personaje típico de la actitud improvisadora, de última hora, tan propia de la psicología hispana, que tiene esta copla popular antigua:
A Burreque y a Penseque
los ahorcaron en Madrid;
pero han debido dejar
muchos hijos por ahí.
Tirso de Molina, en El castigo del Penséque, aborda así a este personajillo:
Tú no sabes
la descendencia y parientes
del penséque, que en el mundo
tantos mentecatos tiene.
Por su parte, Quevedo, en El entrometido, la dueña y el soplón, escribe: "Está hirviendo ahí Penséque, aquel maldito que es discreto después, y advertido a destiempo".
Lope de Vega dice que "los padres de Penséque son Asneque y Burreque". Y así debe ser, dada la inconsciencia y cortedad de alcances de quien se lanza a la acción sin pesar sus pros y sus contras.
Percebe. Lelo y simplón, acepción que no hemos visto recogida en el diccionario oficial. De este marisco se come todo menos lo que el crustáceo trata de esconder en su concha. De esa circunstancia creen algunos que deriva el considerarlo tonto, y por extensión, a toda persona que con notable simpleza esconde la paja y muestra el grano. El término tuvo uso popular a través de tebeos y comics, que lo divulgaron como insulto leve; hoy se ha quedado anticuado, e incluso resulta ñoño e insulso.
Perdis. Sujeto de vida disoluta y licenciosa; calavera; hombre de poco asiento y de moral laxa; perdulario. Se utiliza a menudo en frases hechas, como "ser o estar hecho alguien un perdis". Es término derivado de "perder", con la carga semántica negativa de "perdido (moralmente)". La Academia acogió el término a finales del XIX, cuando ya la Condesa de Pardo Bazán le había dado uso literario en sus novelas. Hoy se utiliza como sinónimo de "calavera y perdedor", y como consecuencia de ese uso, término afín a desgraciado a quien siempre toca apechugar con algo, o pagar los platos rotos.
Perdonavidas. Bravucón y matasiete; jaquetón que presume de guapeza; baladrón que hace gala de sus pretendidas y nunca comprobadas hazañas y atrocidades; comehombres y bocazas. El jesuita José Francisco de Isla, en su novela satírica Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, (mediados del siglo XVIII), escribe: "Concurría diariamente (al juego de pelota) toda la gente ociosa del pueblo, entre ella uno de aquellos valentones y perdonavidas de profesión, que se erigen en maestros".
Un siglo después, Bretón, en una de sus deliciosas comedias, escribe:
Yo no soy hombre de puños,
como usted dice, ni jaque,
ni perdonavidas; pero
tengo bastante carácter
para obligarle a guardar
más respeto...
Perdulario. Vicioso incorregible; sujeto sucio y descuidado, tanto moral como físicamente. Covarrubias, dice que "es término vulgar que vale perdido", es decir, que se emplea con ese significado. Es palabra derivada del verbo "perder", empleada en sentido figurado, con connotación moral, y de viejo uso. Malón de Chaide (segunda mitad del XVI), la incluye en este contexto: "Pues Señor, ¿no véis que os ha gastado la hacienda?; ¿no véis que os ha ofendido, que es un perdulario...?".
Unas décadas más tarde, el dramaturgo toledano, Agustín Moreto, escribe:
Ya oí misa a buena cuenta.
¡Que sea yo tan perdulario
que nunca acabe un rosario...!
Hoy es voz en desuso, aunque todavía suena de vez en cuando con el sentido de sujeto embrutecido y de mala educación, seguramente por entrecruzarse el sentido de "verdulera, ordinario", con el de "perdido y tirado".
Perico el de los palotes. Ser más tonto que este personaje proverbial no resulta fácil, pero tampoco difícil. En el siglo XVI se llamaba así a un bobo que tocaba el tambor precediendo al pregonero, listo que se quedaba con los cuartos y sueldo de ambos, incluidas las propinas que el tonto iba recogiendo. Perico, más que tonto era bueno. No se sabe quién fue, pero debió existir. Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua (1611), tiene esto que decir: "Palotes.Troços de palos delgados, como los palillos del atambor. Perico el de los palotes, un bobo que tañía con dos palotes. El que se afrenta de que le traten indecentemente, suele dezir: Sí, que no soy yo Perico el de los palotes...".
Acompañaba al pregonero cuando éste se disponía a ejercer en la plaza del lugar. Son muchos los casos en nuestra historia literaria donde se describen situaciones parecidas. El tonto, con su tambor, a veces con otro instrumento como el cornetín, imitaba al pregonero, quien trataría de desembarazarse de él ante la risa y regocijo de todos. Las figuras del pregonero, y la de Perico el de los palotes, a falta de tonto oficial, solían ser utilizadas para sacar mofa y hacer irrisión. Recuérdese el pregón de Codos (Zaragoza), donde se echa mano de un pregonero, a falta de toro, para que disfrazado de este animal sea corrido por los vecinos: el toro fingido era un pregonero.
Perillán. El calificativo proviene del toledano Pedro Julián, o Perillán, militar que vivió hacia el siglo XIII. Este caballero tuvo un capricho curioso: ser, a su muerte, enterrado en alto para que nadie pisara su tumba, que puede verse todavía en la capilla de Santa Eugenia de la catedral toledana. Al parecer, esta cautela excesiva, o prevención, fue vista como rasgo de agudeza de ingenio, tanto que la gente dió en llamar "perillán" a todo aquel que mostraba viveza de ingenio rayana en la astucia, e incluso la picardía. Por eso, al mañoso y sagaz, a quien toma todas las precauciones posibles en el manejo de sus negocios o en la forma de conducirse por la vida, llamamos perillanes. También al pícaro y astuto, por extensión. El término no se documenta por escrito hasta el primer cuarto del siglo XVIII, en el Diccionario de Autoridades, donde llega ya muy desvirtuado de lo que debió ser su significado primero, ya que le añade la nota de vagabundo, por ser ésa una de las peculiaridades del pícaro literario, que tiene poco que ver con el astuto personaje que originara el vocablo.
Peripuesto. Lechuguino, pisaverde, petimetre; sujeto que se acicala, viste y adereza con afectación y excesiva delicadeza, sin tener en cuenta motivo ni ocación, gustando de lucirse siempre con lo mejor de sus galas. Hartzenbusch ve así al personaje, mediado el siglo XIX, referido a cierta dama:
¡Qué peripuesta sale!
¡Disposiciones famosas
para echarse encima el sayo
burdo y quedarse pelona!
En cuanto a su etimología, es voz compuesta del prefijo "peri-", con el valor semántico proposicional de "alrededor, en torno", y el calificativo "puesto" con el valor de "dispuesto, preparado", aludiéndose con ello a que estos individuos no dejan detalle al olvido cuando de adornarse ellos se trata. Corominas afirma ser de uso relativamente moderno, y da como fecha de primera documentación la del año 1884, equivocadamente, ya que el dramaturgo antes citado murió en 1880 y ya empleaba a menudo el término en sus comedias.
Perogrullo. Pertenece a este apartado de tontos Pedro, el de las verdades que saltan a los ojos. Es tipo interesante, que llenó los Siglos de Oro con voluminosos informes, memoriales y sesudos estudios de lo evidente. Este Perogrullo, que a la mano cerrada llamaba puño, existió. En un curioso libro de J. Godoy Alcántara, Ensayo histórico etimológico filológico sobre los apellidos castellanos, se lee que Pero Grullo aparece como testigo en escrituras de compra venta entre los años 1213 y 1227, como vecino de Aguilar de Campóo. Era coetáneo y convecino suyo un tal Pedro Mentiras. Ambos hombres tuvieron reconocimiento popular, el uno como tonto, pero incapaz de decir falsedad alguna; y el otro como todo lo contrario. Hernán Núñez, se ocupa de él en 1551, y Cervantes, en el capítulo LXII de la II Parte del Quijote pone en boca de Sancho las siguientes palabras: "Bueno, par Dios, -dijo Sancho-, esto yo me lo dijera, no dijera más el profeta Perogrullo".
Sea como fuere, en La pícara Justina (1605), de Francisco López de Ubeda, se afirma que Pero Grullo fue asturiano; y continúa el autor diciendo, abundando en la noticia, que sus paisanos viven todavía atentos a la profecía que les hiciera, de que llegaria el día en que bajaría por el río una avenida de toneles de vino de Rivadavia (Orense). Francisco de Quevedo, en su Visita de los chistes, cita las siguientes profecías y aseveraciones de Pero Grullo:
Si lloviere, habrá lodos,
y será cosa de ver
que nadie podrá correr
sin echar atrás los codos.
El que tuviere, tendrá.
Será casado el marido;
(...) las mujeres parirán
si se empreñan,
y los hijos que nacieren
de cuyos fueren, serán.
Volaráse con las plumas,
andaráse con los piés;
serán seís dos veces tres,
por muy mal que hagas la suma.
Algunas de las verdades de Pero Grullo anduvieron en coplas, como las que recogió Rodríguez Marín en sus Cantos populares españoles:
Si quieres que las damas
tras de ti anden,
cuando vayas andando,
ponte delante.
Señal será si hablas
que tienes lengua;
y que si muelas tienes,
no estés sin ellas.
Y es cosa clara
que si vas al espejo
verás tu cara...
Personajes perogrullescos ha habido en la historia española muchos. Sobresalió el cordobés Lucas Valdés Toro, autor de un opúsculo titulado Tratado en el que se prueba que la nieve es fria y húmeda, obra publicada en su ciudad natal, en 1630, y de la que hay ejemplar en la Biblioteca Nacional de Madrid.
Perro. Persona desidiosa y haragana; sujeto degradado, a quien anima mala intención. Es término afín a grosero, holgazán, sucio, malintencionado y cachondo o rijoso. Con estas notas semánticas se utiliza en Andalucía, Extremadura y Murcia. Se dice también del individuo indigno y vil, dándose a quien se quiere afrentar o mostrar desprecio. Antaño se calificó así a quienes no profesaban la religión de uno: "perro luterano, perro protestante, perro judío, perro moro, perro infiel...”. Como término insultante, de ofensa grande, e ignominioso lo utiliza Quevedo en La fortuna con seso, (primer tercio del XVII), donde lo acompaña de otros calificativos denigrantes: borracho, vago, etc. Independientemente de su uso como substantivo, para denominar al can, su uso insultante se remonta a la Edad Media. Su empleo como insulto se debió a que el término "perro" estaba desprestigiado entre la gente de valía, que preferían la palabra "can", caso de los autores importantes de la época: el anónimo juglar o juglares que redactaron el Cantar de Mio Çid, Gonzalo de Berceo, el Libro de Apolonio, Alfonso X el Sabio. De hecho, el término era frecuente en contextos negativos de carácter popular, unas veces como apodo denigrante, otras en calidad de insulto. En la colección de cuentecillos y fábulas mandada traducir por Alfonso el Sabio, a mediados del siglo XIII, Calila e Dimna, se lee: "Los homes viles son aquellos que se tienen por abastados con poca cosa, et alégranse con ello, así como el perro que (ha)lla el hueso seco e se alegra con él".
A cargar de sentido peyorativo el término contribuyeron factores ajenos a la naturaleza de este animal. El término "can" era prestigioso en la Edad Media: hubo perros malos, pero nunca canes ruines. El can acompañaba al señor en sus cacerías..., el perro, al pastor en su trabajo. Siendo el mismo animal, la palabra era distinta: la voz "can" estaba rodeada de la solemnidad aristocrática de su nombre latino, y del noble al que servía; la otra, estaba contaminada de la miseria y villanía del campesino y de la obscuridad de su etimología. Sin embargo, se impuso perro por razones lingüísticas: "can" carecía de femenino, de diminutivos, aumentativos, despectivos. Al heredar "perro" el arco de significación del término "can", y conservar el suyo propio, la palabra se convirtió en término de uso ambiguo: A la nobleza del can cazador que acompañaba a su señor, se unía a principios del siglo XVI la carga semántica negativa del perro de pastores, del perro urbano abandonado, con sus enfermedades y miserias. El can era cristiano y noble, de sangre limpia y estirpe clara; el perro era moro, judío, y luego incluso hereje, animal sucio, de obscuros orígenes, y de ocupación villana. El romancero refleja esta situación:
A ese perro mal nacido a
quien ya mostró el turbante,
no fío yo dél secretos,
que en baxos pechos no caben.
Petardo. Tipo aburrido y carente de atractivo. En su acepción principal: "tubo cargado de pólvora, o morterete que se hace estallar", es voz que se utiliza en castellano desde el siglo XVII. En sentido figurado es de uso muy posterior, tal vez cruzado con el significado de "estafador, mal pagador" que también tuvo el término antaño. No es descabellado, para explicar la acepción de la voz como insulto, comparar los significados de petardo y cohete. En efecto, mientras el primero se limita a estallar a ras de suelo, haciendo sólo un gran ruido, el segundo sube hasta el cielo, donde deja una estela y un dibujo de luz pirotécnica. Ser un petardo es ser algo sordo, sin brillo, estruendoso y mate, un tipo aburrido, al fin; en cambio, el otro elemento de los fuegos de artificio está cargado de notas o semas positivos.
Petimetre. Persona que exageradamente cuida de su aspecto exterior y compostura, de acuerdo a dictados de modas. Es voz francesa, de petit-maître= señorito, introducida en España en el siglo XVIII coincidiendo con la mudanza del gusto en la Corte tras el cambio de dinastía. Mesonero Romanos documenta el término: "Por los años de 1789 visitaba yo en Madrid una casa en la calle Ancha de San Bernardo: el dueño de ella tenía una esposa joven linda, amable y petimetra".
Don Ramón de la Cruz, saca a relucir el término en sus sainetes o estampas madrileñas, haciendo que uno de los personajes del pueblo exclame exultante:
¡Qué chusca y qué petimetra
es la prima de don Blas...!
Hacia 1780, la tonadillera la Caramba había puesto de moda la siguiente canción:
Un señorito muy petimetre
se entró en mi casa cierta mañana
y así me dijo al primer envite:
¿Oye usted, quiere usted ser mi maja?
El término se debatía entre el insulto y el halago, entre la ofensa y la adulación. Dependía mucho de las situaciones y los personajes; después de la francesada las cosas cambiaron, y habiendo caído en desgracia todo lo relacionado con el pueblo gabacho, también siguieron la misma suerte los viejos gustos. El petimetre pasó a ser visto como un pisaverde, un lindo, un figurín. Hoy, aunque el término está en desuso, aún se oye en ámbitos y tertulias de gente semiculta y snob para quienes parece sinónimo de "niño pitongo."
Petulante. Insolente, descarado; sujeto que actúa con jactancia, vanidad y osadía en su manera de conducirse con soberbia y desenvolvimiento; persona presuntuosa en extremo a quien puede el orgullo. Es término procedente del verbo latino petere = aspirar a algo. Luis de Góngora lo utiliza así, en 1621:
Al tronco Filis de un laurel sagrado
reclinada, el convexo de su cuello
lamía en ondas rubias el cabello,
lascivamente al aire encomendado.
Las hojas del clavel, que habíajuntado
el silencio en un labio y otro bello,
violar intentaba, y pudo hacello,
sátiro mal de hiedras coronado;
más la envidia interpuesta de una abeja,
dulce libando púrpura, al instante
previno la dormida zagaleja.
El semidios, burlado, petulante,
en atenciones tímidas la deja
de cuanto bella, tanto vigilante.
Picaño. Pícaro y holgazán; sujeto de muy poca vergüenza, que anda siempre andrajoso, y a la que salta. Es palabra de uso frecuente en el siglo XV, aunque se generaliza en el XVI, con el triunfo de la novela picaresca, y de los modos de vida del picaño. Tanto es así que alguien exclama, exultante: "¡Oh vida picaril; trato picaño...!". Sebastián de Horozco, (primera mitad del XVI), emplea el término en su Representación de la historia evangélica de San Juan:
¡Oh de la casta vellaca,
si te apaño...!
Saquéte de ser picaño,
que andavas roto y desnudo,
y dite un sayo de paño...
El término se utilizaba todavía en el siglo XIX, como muestran estos versos de Bretón de los Herreros:
Pero... aquí, para inter nos,
confiéseme usted, picaña,
que a uno de los dos engaña...,
si no es que engaña a los dos.
Pícaro, picarón, picarona. Sujeto de bajísima condición social, falto de honra y carente de vergüenza, cuyo comportamiento es a menudo ruin y doloso; cínico con vocación de parásito, que vive rozando la legalidad, y cae a menudo en la pequeña delincuencia. Cervantes, en La ilustre fregona, al hablar de cierto muchacho que deja su casa paterna, escribe:
"...pasó por todos los grados de pícaro hasta que se graduó de maestro en las almadrabas de Zahara, donde es el finibusterre de la picaresca. ¡Oh, pícaros!, ¡oh pícaros de cocina, sucios, gordos y lucios; pobres fingidos, tullidos falsos, cicateruelos de Zocodover, de la plaza de Madrid, vistosos oracioneros, esportilleros de Sevilla, mandilejos de la hampa, con toda la caterva innumerable que se encierra debajo deste nombre: Pícaro; bajad el toldo, amainad el brío, no os llaméis pícaros si no habéis cursado dos cursos en la academia de la pesca de los atunes".
Fernández de Navarrete (primer cuarto del XIX), en su Colección de viajes y descubrimientos, escribe: "...Y lo que es peor es el ver que no sólo siguen esta holgazana vida los hombres, sino que están llenas las plazas de pícaras holgazanas que con sus vicios inficionan la Corte".
Para entonces, la figura del pícaro tenía más de tres siglos de historia. El término aparece escrito en 1525, asociado al oficio principal que tuvieron estos pillos: "pícaro de cozina que es tanto como pinche". En una obra de la primera mitad del XVI, de E. de Salazar, Carta del Bachiller de Arcadia, se lee: "Cuando Dios llueve, ni más ni menos cae el agua para los ruines que para los buenos; y cuando el sol muestra su cara de oro, igualmente la muestra a los pícaros de corte que a los cortesanos".
Como los siglos de oro confundieron miseria con vicio o disipación moral, el pícaro no podía ser bueno, sino visto siempre con prevención. Era el parado de su tiempo, de difícil redención ya que carecía tanto de padrinos como de oficio. Estaba condenado a la mendicidad, a la vida pordiosera, al vagabundeo a la intemperie en pos de una faltriquera, a la caza de la pitanza diaria. Era un buscón en una época que no arrojaba desperdicios aprovechables a la basura. En cuanto a su etimología, es asunto que está por dilucidar, aunque parece que debe aceptarse su derivación del verbo "picar", dado el oficio más frecuente entre ellos, el de la cocina; "picar" dió la voz pícaro, como "papar" dió el término "páparo"; el primero es sujeto avispado, que corta un pelo en el aire, pillo listo, aunque desafortunado, a quien no acompaña la suerte. El segundo, el páparo, es el hombre simplón y necio que ante cualquier pequeña cosa se asombra y admira. De estos páparos antiguos vendrían los papanatas modernos, (véanse ambos términos).
El pícaro, tipo descarado, de cuestionable actitud ante la religión y la vida, es una de las creaciones literarias de las letras españolass; pero no es personaje de ficción: la realidad de su existencia inspiró el nacimiento del género. Tan poderoso influjo dejó que Gómez de Tejada, poeta y religioso del siglo XVII, dice de ellos: "Solas dos suertes de personas hallaron con entera satisfacción paz y contentamiento: una, la de los pícaros, que nada tienen, nada desean; otra...".
El pícaro, sujeto realista, hace su propia composición de lugar, y se resigna. Es un tipo que degenera poco a poco, desde el dramatismo inicial de la absoluta miseria, al desenfado y descaro que supone aceptar su destino. Todo le da igual. Este antihéroe pasó de ser término ofensivo e insultante, a serlo de valoración positiva: el pícaro no es tonto, sino ingenioso, y ríe aunque de la sima donde ha caído no puede salir por su propio esfuerzo, y nadie le tiende una mano. Da lástima, porque el personaje es valioso; pero... ¡había tantos en aquella condición...! En cuanto a picarón, y picarona, de uso actual, conservan las notas de astucia e inclinación hacia la marrullería y el engaño. Carlos Arniches, en Las campanadas, ya en nuestro siglo, haciéndose eco de una copla popular, emplea así el término:
Las Animas han dado,
mi amor no viene.
Alguna picarona
Los letristas de cuplé, desde finales del siglo XIX intercambian el término con voces como pillo, granuja, aprovecha(d)o, etc. En el Tango del Morrongo, de G. Giménez, estrenado en el Eslava, por María López, (1901 ) Guillermo Perrin y Miguel de Palacios escriben:
Yo tengo un minino
de cola muy larga,
de pelo muy fino.
Si le paso la mano al indino
se estira y se encoge
de gusto (...)
y le gusta pasar aquí el rato,
¡Ay arza, que toma,
qué pícaro gato...!
Pichabrava, pollabrava. Versión masculina de la ninfómana; individuo hiperactivo en la cama, que se recupera en seguida, pudiendo llevar a cabo sucesivos coitos; individuo itifálico o tentetieso, que siempre tiene ganas de yacer con mujer; hombre lujurioso y lascivo, rijoso, que en presencia de la hembra se inquieta y alborota, poniéndose en seguida cachondo, como una moto, o a cien. Es antónimo de "pichiruche" y de "pichafría".
Pichafría, pollafría, pollaboba. Hombre excesivamente flemático o tranquilo en cuanto al sexo, que mira los asuntos relacionados con esa actividad de manera distante, sin sentirse concernido; impotente, o que puede permanecer durante muchos meses ayuno de trato y actividad carnal. Es antónimo de pichabrava.
Pichiruche. Persona insignificante y de la que se habla con menosprecio; pollafloja, que en sus relaciones con la mujer experimenta eyaculación precoz. Es insulto grueso,extendido en parte de la América hispanohablante, y de uso muy común en Chile. Sin embargo, es voz de origen andaluz, formada a partir de voces como "picha", (variante familiar de "pene") y "ruga" (arruga, pliegue desordenado de la ropa). En sentido figurado, el pichiruche es una especie de impotente e incapaz, tanto en su vida social como en la privada.
Picio. Persona de extremada fealdad, más feo que el Bu. Comparar a alguien con Picio es tanto como manifestarle desprecio y repulsa por su aspecto físico. José María Sbarbi, en su Gran Diccionario de Refranes (finales del XIX) afirma que el personaje existió. De hecho, los andaluces añaden a la primera parte de la comparación la siguiente coletilla: "Más feo que Picio, a quien le dieron la extremaunción con caña, por el susto que tenía el cura en el cuerpo de verlo". Parece que fue zapatero en un pueblo granadino, Alhendín, de donde se mudó a vivir a Granada hacia el primer cuarto del XIX. La fealdad le sobrevino tras haber sido condenado a muerte por fechorías que había llevado a cabo en Santa Fe, y hallándose en capilla recibió la noticia del indulto, lo que le causó tan fuerte impresión que perdió el pelo del cuerpo, incluidas cejas y pestañas, se le deformó la cara, llenándosele de tumores. Sbarbi asegura haber hablado con personas que conocieron personalmente a Picio y tuvieron amistad y trato con él, quienes le relataron que no pudiendo Picio sufrir el desprecio generalizado se retiró a Lanjarón, de donde también tuvo que marcharse porque nunca acudía a la iglesia por no quitarse el pañuelo con que cubría su horrorosa calva; vuelto a Granada murió al poco, datando de entonces la segunda parte del dicho, porque se negó el cura a escucharle en confesión al no ser capaz de acercársele lo suficiente como para oírle.
Piernas. Patoso y tonto; zascandil que se compromete a cosas que no puede realizar; donnadie. También –y es acepción que da el diccionario oficial- hombre que presume de galán y bien formado, es decir: cachas, pero en sentido un tanto peyorativo. Persona sin autoridad ni relieve; títere.
Pijo. Persona o cosa insignificante, de nula entidad; sujeto tonto y ridículo, generalmente hombre joven, niño pijo = niñato. También puede aplicarse a individuos del sexo femenino; en este sentido emplea el término Juan Marsé, en Ultimas tardes con Teresa, donde hace exclamar al muchacho: "¡Niña-pijo, ¡qué buena estás...!". Hoy se emplea como calificativo que acompaña al pollo pera o pollo bien, hijo de papá que no tiene en la vida otro problema que el de pasar el tiempo. Detrás de todas estas acepciones subyace la base semántica del término, o su primera acepción: miembro viril, que contamina su ámbito significativo con matices peyorativos, despectivos y altamente insultante.
Pijotero. Quisquilloso, antojadizo, pejiguera; que se fija en detalles tontos y hace observaciones meticulosas de cosas de poca entidad e importancia, mostrándose cuidadoso y pesado en cosas nimias. También se dice de quien es mezquino y cicatero, miserable y ruin.
Pillo, pillete, pillín, pilluelo, pillastre, pillabán. Pillo es tanto como pícaro, sujeto sin crianza, que carece de modales; individuo desvergonzado, sagaz y astuto. Deriva del verbo "pillar" en la acepción de coger, hurtar, robar, a través del italiano pigliare. Se documenta en el Diccionario... de E. de Terreros, (finales del XVIII). En cuanto a "pillín, pillete, pilluelo", son voces que introduce el Diccionario de la Academia un siglo después. "Pillastre" procede del valenciano, y tiene su propia historia; y en cuanto a "pillabán", es término usado en Asturias y León con el valor de "granuja, golfillo". El poeta romántico J. Espronceda, (primera mitad del siglo XIX), registra así el término "pillo":
...ora forman en torno de él corrillos,
ora le sigue multitud de pillos.
El término ganó en popularidad a partir de finales del siglo pasado. En 1905 aparece en las letras de cuplés como La gatita blanca, que cantaba Julia Fons, con música del maestro Amadeo Vives y letra de Jacinto Capella:
Un gatito madrileño,
que es un pillo de una vez,
me propuso que al tejado
me saliera yo con él.
Piltrafa, piltraca. Hombre acabado, vencido por el vicio y la mala vida; alcóholico impenitente sin fuerza ni voluntad para redimirse. También se dice de la mujer pública de ínfima categoría entre las de su gremio; putón rastrero, pendón y zorrón muy bajo. Lope de Rueda, al comienzo de su paso El rufián cobarde, (primera mitad del siglo XVI) pone en boca del lacayo Sigüenza las siguientes palabras: "Pase delante, señora Sebastiana, y cuéntame por extenso, sin poner ni quitar tilde, del arte que te pasó con esa piltraca disoluta, amiga dese antuviador de Estepa, que yo te la pondré de suerte que tengan que contar nacidos y por nacer de lo que en la venganza por tu servicio hiciere...".
Es voz de germanía, que deriva de piltra = cama, en esa misma jerigonza, toda vez que la cama es el taller u obrador de putaraçanas y pilinguis, por usar dos sinónimos separados por medio milenio de distancia léxica.
Pinchabombillas. Desgraciado; mierdecilla. Persona sumamente irrelevante, de ninguna consideración social, y carente en modo extremo de recursos. También se le llama "pinchaglobos", para dar a entender de forma despectiva lo poco valioso de su tiempo u ocupación. Es voz compuesta, siendo de interés el término primero de la composición: pinchar. (Véase también "pinchauvas").
Pinchauvas. Sujeto sin importancia, que carece de posición económica y social. Colga(d)o. Es voz expresiva de creación paralela a pinchabombillas, tomando, ambos términos compuestos, su parte significativa principal de la voz "pinchar", que por sexualización del sentido equivale a copular. Pinchar a una mujer es eufemismo por poseerla. El pinchauvas llega tan lejos en su insignificancia que ni siquiera tiene compañera con la que yacer.
Pindonga, pingo, pingajo. Pindonga, mujer despreciable. Es de uso figurado, del latín pendere = colgar. Fernández de Moratín, en La escuela de los maridos, (primer tercio del XIX), utiliza así el término: "Pero, ¿cuál es más admirable, el descaro de la pindonga o la frescura de este insensato?".
Posteriormente, Emilia Pardo Bazán, escribe: "¿Hase visto hato de pindongas...? ¡No dejarán comer en paz a las personas decentes...!".
De pindonga se dijo pindonguear: deambular ocioso, callejear sin rumbo ni propósito. Y de pingo se dijo "poner el pingo", en el sentido de dar la nota, ponerse en ridículo, darse alguien a conocer de forma desvergonzada y grosera. Bretón de los Herreros, inscribe el término en el siguiente contexto: "¡Es mucho cuento, el río de Madrid! Sobran puentes, sobran pingajos, sobran lavanderas, sobran meriendas, sobran bodegones, sobran garrotazos...: Sólo falta allí una bagatela..., ¡el puente!".
Pinta (tener mala, ser un). Rastro o huella que el hecho de llevar mala vida, física o moralmente, deja en algunas personas; aspecto o facha por donde se conoce la calidad buena o mala de una persona o cosa. Con este significado empieza a utilizarse el término en el siglo XVI. Mateo Alemán, en su Guzmán de Alfarache (1599) lo emplea para hablar del aspecto de personas o cosas, y Cervantes hace intercambiables pinta y fisonomía o aspecto de la cara. Hoy se emplea peyorativamente, de modo que no se usa tanto para aludir a quienes tienen buena imagen, o pinta, como a los que la tienen mala y deleznable; de ese uso deriva el hecho de que a menudo "pinta" equivalga a insulto. Fue uso extendido a partir de los siglos XVIII y XIX. El dramaturgo Hartzenbusch, dice de cierto individuo de mala catadura moral: "...es un sujeto cuya pinta no ofrece grandes garantías...”. Un siglo antes, el Padre Isla, en su Fray Gerundio de Campazas, al referirse a una mesonera insinúa que "tenía pinta de ser una buena pieza, que sabía vender bien sus agujetas...". Buena pieza, y "pinta" son voces ambiguas cuyo sentido final depende de elementos suprasegmentales, de la voluntad y ánimo del hablante, de sus tics y del énfasis que ponga al pronunciar la palabra, y guiños de que la acompañe.
Piojoso. Persona miserable y mezquina. Es el sentido que ha tenido el término literariamente desde finales del siglo XV. Bretón lo utiliza así, en el XIX: "¿Cómo se entiende? ¡Piojosa!, la intrusa eres tú, que vienes a comer la sopa boba a título de cuñada de un primo tercero".
Covarrubias afirma en su Tesoro de la Lengua (1611), que llamamos piojoso "al que es muy malaventurado y escaso (...) y al entremetido, que es como piojo en costura". En el Calila e Dimna, (s. XIII) aparece por primera vez en castellano el término: Fábula del piojo y la pulga. Desde la Antigüedad, hasta tiempo reciente, ser piojoso era desgracia que daba lugar a la pthiriasis: el cuerpo se llenaba de costras purulentas. En una persona afectada, la puesta de un piojo podía llegar a los dieciocho mil huevecillos a lo largo de la vida del insecto. El médico portugués del siglo XVI, Amato Lusitano, cuenta el caso de un enfermo que puso a todos sus criados en la tarea de despiojarle y no daban abasto. Ser tildado de piojoso era insulto grave por el ámbito terrorífico que evocaba. Hoy el término ha perdido virulencia como insulto, pero sigue siendo ofensivo, por lo que denota de despreciativo y humillante.
Pipiolo. Inexperto y novato; tontito. Término seguramente derivado del verbo "pipiar": dar voces las aves cuando aún están en el nido, y el substantivo familiar y ñoño para aludir a la orina del niño: "pipi", procedente del italiano, en cuya lengua significa bebé, (de pipiu: órganos genitales del bambino). La terminación de diminutivo en "-ulus, -ulo" incide sobre la palabra para acentuar su significado. Es término que la Academia incorporó hacia 1880 al diccionario oficial, y en la actualidad ha experimentado una rehabilitación en cuanto a su uso. También cabe pensar en un diminutivo en "-olus" de "pipí, repipi".
Pira, pirante. Golfo, ladrón y sinvergüenza. Son voces jergales, gitanismos cuyo uso va en declive, Su significado básico se da en la frase hecha "darse el piro, pirarse", cuyo sujeto es el pirante, pira o pirao. También tiene connotación de estar alguien loco, "pirao de la cabeza", sujeto cuyo cerebro se ha dado el piro y no rige la cabeza. (Véase "pirado").
Pirado, pirao. Seguramente del caló pira, pirarse, pirar = salir huyendo, escapar. Es voz gitana tomada del sánscrito phirna. El término lo documenta en castellano E. de Arriaga en su Lexicón etimológico, naturalista y popular del bilbaino neto, a finales del pasado siglo: "Anda pirao de casa". Al principio de su vida semántica fue sinónimo de pillo y pillete. Su significado básico es hoy el de persona un tanto chalada, pirada de la cabeza, ida del seso, que tiene desalquilado el último piso, o desocupada la azotea..., sentido figurado para aludir a la vacuidad de su cerebro. Cabeza hueca, y también de chorlito.
Pirantón, pirandón. Del caló "pira" (Véase la voz "pirado"). Su contenido semántico emana de otra acepción de "pira": huelga. Se dice del individuo que gusta ir a huelgas, mítines, manifestaciones y algaradas, en parte porque así evita tener que trabajar o "dar el callo". Está relacionado con la expresión catalana familiar: "tocar el pirandó", largarse, no querer saber nada. En Andalucía tiene también el significado de mujeriego y juerguista, persona muy corrida y sinvergüenza. El novelista Arturo Reyes, en El lagar de la viñuela, obra de ambiente sevillano, escribe: "Gran pirandón en que Dios puso tanta vista, tanto olfato y tanta gramática parda...".
Y los hermanos Álvarez Quintero, en su delicioso juguete escénico Los marchosos, utilizan así el término, refiriéndose a cierto individuo: "Pirandón y calavera es como no hay en Sevilla cuatro. Un trueno, una bala perdía".
Pirujo. Persona de poca monta y escasa consideración social, que dice tonterías, y anda esparciendo embustes y patrañas; sandio. Suele acompañarse, para reforzar el sentido, de la voz "tío, tía", y es de uso mayoritario en Andalucía y Murcia.
Pisaverde. Persona presumida y algo afeminada, que se ocupa sólo de su imagen física, de acicalarse, perfumarse y reinar en el ocio, deambulando todo el día por la ciudad en busca de galanteos. Hombre vano, que hace afectación de elegancia, y que a menudo carece de fortuna. Es término que empieza a utilizarse muy a finales del siglo XVI. Cervantes lo hace así: "Este su grande retraimiento (el de Isabela), tenía abrasados y encendidos los deseos no sólo de los pisaverdes del barrio, sino de todos aquellos que una vez la hubiesen visto".
Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua (1611), pone una nota simpática al abordar el término: "Este nombre suelen dar al moço galán, de poco seso, que va pisando de puntillas por no rebentar (...) La metáfora está toma da del que atraviesa en algúnjardín (...) que por no hollar los lazos va pisando de puntillas".
Pitañoso, pitarroso. Legañoso (véase). En cuanto a su etimología, derivan de la voz pistanna = pestaña, emparentada con el vascuence pitar = legaña, de donde las voces castellanas, utilizadas ya por Alfonso el Sabio en el siglo XIII, "pitarra, pitaña", y de ahí: pitañoso, pitarroso, que tiene las pestañas afectadas por un acúmulo de legañas, entorpeciendo así la visión, dando a los ojos aspecto enfermizo, ya que corre por ellos un humor blando. Son voces de uso corriente a lo largo de los siglos de oro, con matiz ligeramente insultante, aunque descriptivos de la realidad.
Pitongo, niño. Pollopera, niñato; joven redicho y remilgado de familia bien, hijo de papá, presuntuoso y un tanto gilipollas. También se dice "bitongo", en cuyo caso equivale a niño zangolotino, que siendo ya crecidito y apuntándole sobre el labio superior el bozo se quiere hacer pasar por niño. En algunas partes de Andalucía, aplicado a muchachas, tiene un matiz positivo; en ese sentido utiliza el término González Anaya, en La oración de la tarde, hacia el primer cuarto del siglo. "Mira, aquí, en este carmen tan bonito, floreció la niña bitonga a quien tú quieres".
Plasta. Coñazo; pejiguera, sujeto sumamente pesado; persona muy latosa, que con su insistencia saca de quicio. Tiene alguna relación semántica o de sentido con la acepción principal que da al término el diccionario oficial: "masa blanda; cosa aplastada, imperfecta y sin proporción". En sentido figurado de la definición anterior se creó paralelamente el significado de "coñazo, pelma, latazo", que no recoge la Academia ni los diccionarios al uso. Es voz reciente, que se escucha mayoritariamente entre hablantes en edad escolar.
Plepa. Persona o cosa cargada de defectos, tanto en lo físico como en lo moral. Corominas, en su Diccionario Crítico... cree inverosímil la etimología aportada por García Soriano en su Vocabulario del dialecto murciano, (primer tercio de siglo). Sin embargo, es digna de crédito, si se tiene en cuenta que la primera documentación escrita del término, en el teatro de Bretón de los Herreros, es bastante posterior a la francesada, momento histórico en el que empieza su uso. Parece que, en efecto, surge del compuesto francés plait pas. A principios del XIX hubo en Sevilla un intendente francés encargado de comprar caballos para el ejército de ocupación, a quien la gente le llevaba sus animales. El francés los examinaba cuidadosamente, aceptando unos y rechazando otros. Respecto a éstos últimos, los descartaba con un lacónico y enigmático plait pas, que en castellano significa "no me gusta". Así, la voz "plepa" se introdujo en castellano con el significado negativo de "caballo defectuoso", que luego se hizo extensivo a personas y cosas.
Plomo, plomazo. Atendiendo a la naturaleza de este mineral, y en sentido figurado y familiar, se dice de quien es muy pesado y molesto, pelmazo y pejiguera o plasta. Como insulto leve, se documenta en el teatro de los siglos XVIII y XIX. Bretón de los Herreros hace exclamar a uno de los personajes harto de soportar la prolijidad pesada de su compañero:
Pollo bien. Joven presumido, atildado, pollopera, currutaco y moderno, de familia con dinero y estudios. Es versión contemporánea del petimetre del XVIII, del pisaverde del XIX, del elegante de tiempos de nuestros abuelos y del niño pitongo de nuestros padres. Aunque se dice con ánimo de insulto, quien lo recibe no se siente ofendido, sino halagado en el fondo, pues queda en el ánimo de uno y otro el hecho de que serlo no está nada mal. (Véase también "pollopera").
Pollopera. Niñato, pollo bien. Palabra compuesta; en cuanto a la primera, "pollo", es el mozo de pocos años, bien parecido y formado. Una damisela se expresa así, en cierta obra dramática del siglo XIX, perpleja ante la cantidad de jóvenes bien puestos entre los que escoger:
Respecto de la segunda parte del vocablo: "pera" es la renta vitalicia, el destino o la posición aventajada y lucrativa que permiten una vida descansada. Un pollo pera es, pues, un joven con el futuro solucionado: una perita en dulce, a decir de nuestras abuelas. Esa seguridad ante el destino que le da al joven tanta confianza en sí mismo, caracteriza al personaje, haciendo del sujeto en cuestión un individuo indolente, que tiende a la vagancia y al dulce ocio, convirtiéndose en un paseante en corte en busca de aventuras. El pollopera con poco talento no tarda en convertirse en niño pitongo, última parada para llegar a la condición de perfecto gilipollas en forma de mozalbete educado y bien vestido. Como en el caso del "pollo bien", un pollopera se siente envidiado, a pesar de que se le dirige el calificativo en son de ofensa.
Porcaz. En Asturias, se dice de la persona sucia, grosera y descortés. El término habla de suciedad física y evoca tachas morales, suciedades que afectan al cuerpo y al espíritu, pues la persona a quien conviene el calificativo es de aspecto sucio, y a la vez de espíritu ramplón y conducta descortés. Hay cruce con el adjetivo "procaz".
Portera. Sujeto chismoso, un tanto enredador, especie de cocinilla social que mete sus narices en asuntos que no son de su incumbencia; persona zafia, de gustos ramplones y groseros, de ningún interés. Es término que emplea a menudo Pío Baroja, junto con el de "hortera", con el que existe cruce semántico evidente. La frase de Miguel Boyer -ex ministro de Economía con el primer gobierno socialista-: "España es un país de porteras", documenta el término, y lo pone en su acepción insultante moderna.
Presumido, presuntuoso. Persona jactanciosa y vana, que presume tanto con motivo fundado como sin causa. Sujeto afectado, remirado, que tiene de sí mismo una idea exagerada. Tiene puntos de contacto con el pagado de sí mismo, orgulloso y soberbio, que mira por encima del hombro a cuantos con él conviven o se relacionan. Ruiz de Alarcón, mediado el siglo XVII, pone en boca de una dama estos versos:
Leandro Fernández de Moratín, muy a finales del siglo XVIII, tiene esto que decir, a cierto petimetre pedante: "Usted es un erudito a la violeta, presumido y fastidioso hasta no más". En cuanto al "presuntuoso", es un presumido en grado patológico, a quien le puede el orgullo y la soberbia.
Primavera. En medios achulados, se dice del ingenuo, cándido e iluso; persona sin malicia a la que resulta fácil engañar por su falta de viveza o ingenio; primo. Es voz seguramente formada a partir de esta palabra última: de primo, primavera, en construcción paralela a "rarera, sosera", creados a partir del positivo "raro, soso, primo", con ánimo despectivo.
Primo. Inocente a quien se engaña con facilidad; persona incauta que se deja explotar. Por lo general se utiliza dentro de la frase "hacer el primo", donde equivale a dejarse embaucar. Es sinónimo de términos jergales modernos como "pringao, primavera". Dada la cantidad y modalidad o diversidad de tontos y bobos en circulación, el número de primos y voces similares para describir a estos infelices, es enorme. Joaquín de Entrambasaguas, en Estudios dedicados a don Ramón Menéndez Pidal, dice que el término, en su acepción de "incauto", viene en una obra de Bretón de los Herreros ya con el significado que la Academia dio a esta voz en 1852: "hombre simplón y poco cauto". Y en cuanto a la frase "hacer el primo", asegura que es anterior, por encontrarse en la correspondencia epistolar entre el infante don Antonio, el presidente de la Junta de Gobierno, y el general francés Joaquín Murat con ambos representantes de la autoridad en tiempos de la francesada. El general encabezaba así las cartas al infante: "Señor primo, señores miembros de la Junta... ", para a continuación lanzar amenazas y exigencias de obligado cumplimiento…, terminando las cartas con esta tranquilizadora despedida: "Mi primo; señores de la Junta: pido a Dios que os tenga santa y digna gracia". En Madrid no tardaron en conocerse estos formulismos, y en hablar la gente de que el infante y la Junta hacían el primo con el general francés. Parece razonablemente documentada la explicación de Entrambasaguas, que aceptamos. El término, en el sentido de persona incauta y simplona, versión décimononica del pringao de nuestros días, se documenta, como Entrambasaguas apuntaba, en este pasaje cómico de Bretón de los Herreros:
Pringa(d)o. Implicado a su pesar en algún asunto sucio; persona un tanto simple, aunque no carente de malicia, que se ve envuelta en fregados por no haber tomado precauciones; individuo un tanto memo, al que involucran en un asunto feo, que termina por pagar el pato, y salir imputado. Es participio pasivo del reflexivo "pringarse": verse envuelto indebidamente en un negocio turbio. Fernández de Moratín, a horcajadas entre los siglos XVIII y XIX, hace este uso del término:
Prostituta. Mujer que se prostituye para vivir de su cuerpo; puta, ramera. Es participio pasivo del verbo latino prostituere: exponer o abandonar a una mujer a la pública deshonra, corromperla y abajarla. La palabra "prostituta" aparece como tal en el Universal Vocabulario de Alonso de Palencia, (1490), donde se lee: "Prosedas, quiere Plauto que sean las mundanarias que están sentadas ante sus boticas para yazer con quien a ellas veniere; dizense prostíbulas, o prostitutas".
Siempre se mantuvo como término culto, ajeno al vocabulario popular, no siendo recogido por el diccionario oficial hasta principios del siglo XIX. De los numerosos términos que tiene el castellano para nombrar a las mujeres que comercian con su cuerpo, "prostituta" es seguramente el más aséptico y menos hiriente, porque al remitir a la profesión u oficio se tiene de quien la practica la idea de una profesional o trabajadora del amor. Los otros términos son ofensivos por incidir más en la persona que en el tipo de negocio que desempeña o trae entre manos. Son legión, de la "a" a la "z", los vocablos que se ocupan de la prostitución.
Puerco. Cochino, persona desaliñada y sucia; hombre grosero, ruin y venal, que carece de cortesía y crianza. Del término latino porcus. Es una de las palabras más antiguas, (primera mitad del siglo XI), siendo desde entonces hasta el XVII término generalizado para designar al cerdo. Covarrubias (1611) tiene estas cosas que decir, acerca del animal en cuestión:
Del puerco no tenemos ningún provecho en toda su vida, sino mucho gasto y ruido, y sólo da buen día aquel en que le matamos. Muy semejante a este animal es el avariento, porque hasta el día de su muerte no es de provecho. El puerco dizen a ver nacido para satisfazer la gula, por los muchos bocadillos golosos que tiene. Unos son domésticos, que llamamos puercos o lechones; otros salvajes, dichos puercos monteses o javalíes.
Que el puerco era insoportable en la cochiquera, zahurda o pocilga adjunta a la casa, era cosa que andaba en cientos de refranes: "Casa sin ruidos: puerco en el ejido"; "puercos con frío y hombres con vino, hacen gran ruido". A partir de la fecha citada, el uso en sentido figurado de "puerco" para designar a la persona desaseada y sucia, forzó la creación de un substituto, incorporándose así al léxico la palabra "cerdo", quedando la voz "puerco" relegada a ámbitos marginales. Como insulto, esta voz ha dado infinidad de derivados: "porcachón, porcallón y porcal", formadas a partir del substantivo latino porcellus = lechón, de donde arranca el ilustre apellido de los Porcel de Murcia, y otros muchos. Torres Naharro, en su Comedia Himenea (primeros años del siglo XVI), pone en boca de un criado, dirigidas a una criada, las siguientes palabras:
Y en el Galateo Español, manual de buenas costumbres escrito en 1582, de Gracián Dantisco, un caballero dice a cierto hombre que regoldaba mucho en público, preciándose de ser ello costumbre sana: "Señor mío, vuesa merced vivirá sano, pero no dejará de ser un puerco".
Puñetero. Individuo de trato difícil y aviesas intenciones; sujeto torvo y de ruin condición, que en cualquier momento puede asestar su golpe, bien de hecho o bien de palabra. A pesar de lo extendido de su uso no ha sido recogido el término por los diccionarios al uso. En un inventario aragonés de principios del XV, entre las cosas que se mencionan hay "hunos punyetes de oro bermellos, con rivés de oro en el cerco". El encargado de hacer tan trabajosa y concienzuda labor era ciertamente un "puñetero". Sin embargo, no parece que el término ofensivo homófono tenga esa etimología. En el Universal Vocabulario, en latín y en Romance, de Alonso de Palencia, (finales del siglo XV), "puñeta" significa "masturbación", y el puñetero, persona que se entregaba a este vicio o servía a otros en tan ruín menester. En su Arte de las putas, Nicolás Fernández de Moratín, incluye los siguientes versos:
Aparte de éste, tuvo también otro uso léxico, ya que se llamaba así al cargante y pesado que andaba siempre fastidiando y aburriendo a los demás, es decir: "haciendo la puñeta, o puñeteando". El mismo autor citado hace este otro uso del vocablo:
Este significado de persona incordiante es el que ha tenido mayoritariamente, y sigue teniendo, en España. Finalmente, creen otros que se llamó "puñetero" a quien siempre andaba jurando y lanzando baladronadas, toda vez que "¡puñeta"! fue antaño imprecación grosera, utilizada en la calle como exclamación de disgusto.
Puta. Mujer que comercia con su cuerpo, haciendo de la cópula carnal un modo de vida. Como tal oficio siempre existió y tuvo pingües beneficios; pero no siempre estuvo igualmente denostado. El mundo antiguo en general no concedió excesiva carga negativa al arte de fornicar por interés, aunque ello dependía de la puta misma: en el medio griego clásico no era lo mismo una hetaira, cortesana de cultura, porte y belleza, que una auletride o tocadora de flauta en los banquetes o simposya, a la que se le podía pasar la mano por el cuerpo mientras ejercía. Es voz muy antigua en castellano. En un manuscrito del siglo XIII, aparece el término en el siguiente consejo o mandato bíblico: "No tomarás mujer puta". El término, de origen latino, ya tenía las connotaciones ofensivas de hoy: "ramera, meretriz", y en lo posible se evitaba pronunciar tal palabra, que se rehuía por malsonante e hiriente a los oídos; sin embargo, Gonzalo de Berceo, en los Milagros de Nuestra Señora, (primer tercio del siglo XIII), utiliza la forma popular "putanna" = putaña:
Antón de Montoro, en una copla que hizo a cierta mujer que era gran bebedora, se expresa así a mediados del siglo XV, sin pelos en la lengua, como se acostumbraba antaño:
El siglo de oro de las putas parece que fue desde 1450 a 1550, al menos en la vida literaria española. Dos grandes obras de nuestra literatura las consagran: La Celestina, de Fernando de Rojas, a escala popular, en la ciudad de Toledo; y La Lozana Andaluza, de Francisco Delicado, a escala más refinada, en el medio cortesano y curial de la Roma del Renacimiento. De esta obra extraemos el siguiente catálogo de maneras de llamar a las putas:
Pues déjáme acabar, que quizá en Roma no podríades encontrar con hombre que mejor sepa el modo de cuantas putas hay, con manta o sin manta. Mira, hay putas graciosas más que hermosas, y putas que son putas antes que mochachas. Hay putas apasionadas, putas estregadas, afeitadas, putas esclarecidas, putas reputadas, reprobadas.
Hay putas mozárabes de Zocodover, putas carcaveras. Hay putas de cabo de ronda, putas ursinas, putas güelfas, gibelinas, putas de simiente, putas de botón griñimón, nocturnas, diurnas, putas de cintura y de marca mayor. Hay putas orilladas, bigarradas, putas combatidas, vencidas y no acabadas, putas devotas y reprochadas de Oriente a Poniente y Setentrión; putas convertidas, repentidas, putas viejas, lavanderas porfiadas que siempre han quince años como Elena; putas meridianas, occidentales, putas máscaras enmascaradas, putas trincadas, putas calladas, putas antes de su madre y después de su tía, putas de subientes e descendientes, putas con virgo, putas sin virgo, putas el día del domingo, putas que guardan el sábado hasta que han jabonado, putas feriales, putas a la candela, putas reformadas, putas jaqueadas, travestidas, formadas, estrionas de Tesalia. Putas abispadas, putas terceronas, aseadas, apuradas, gloriosas, putas buenas y putas malas, y malas putas. Putas enteresales, putas secretas y públicas, putas jubiladas, putas casadas, reputadas, putas beatas y beatas putas, putas mozas, putas viejas y viejas putas de trintín y botín...
Ya en XVI, el toledano Sebastián de Horozco, en el Cancionero de amor y de risa, hace el siguiente alegato Contra la multitud de las malas mujeres que hay en el mundo, en la más clara tradición misógina:
Covarrubias, (1611) se despacha diciendo que es puta "la ramera o ruín muger. Díxose quasi putida, porque está siempre escalentada y de mal olor (...)." Etimología equivocada, desconociéndose de dónde proceda el término a no ser que se trate de una abreviación de la voz latina "reputata" = tenida por, de donde la frase "ser mujer reputada o tenida por ramera".
Siempre fue ofensa grave, sobre todo desde finales del XV a finales del XVII. Recuérdese que los asuntos del honor llenaron de sangre la vida española, y dotaron de mil argumentos a los autores teatrales. El honor se centra, en la época, en la conducta de la mujer, especie de depositaria de la honra familiar. Moreto, el dramaturgo toledano de mediados del siglo XVII, tacha a alguien de hijo de puta mediante metáforas en las que pescar = tener un hijo, y el anzuelo = pene con el que se engendra. El aludido se defiende devolviendo el insulto de manera directa; véase el pasaje:
En el siglo XVIII se vió todo con mayor amplitud de miras. También el Refranero abordó el personaje de forma desenfadada, sin el hierro que la literatura moralista puso en el asunto. Así, son numerosos los refranes que comprenden o salvan a la puta, o ramera: "Veinte años puta, y uno santera: tan buena soy como cualquiera"; "Puta a la primería: beata a la derrería"; "Puta temprana: beata tardana"; "Veinte años de puta, y dos de beata: cátala santa"; "A la mocedad, ramera; a la vejez, candelera"..., y así ad infinitum. Pero no historiamos aquí el viejo arte de Afrodita, diosa que llevó a las putas al templo para que se prostituyeran en su divino beneficio; ni siquiera hacemos un recorrido por toda nuestra literatura. Sólo queremos dar una idea ligera de la carga peyorativa que el término llevaba consigo, y lo que de ofensivo, injurioso e insultante tenía el improperio en cuestión. De hecho, "puta" se encuentra entre las cinco palabras mayores, así llamadas antaño las más injuriosas, ofensivas e insultantes, siendo las otras: sodomita, renegado, ladrón y cornudo. Tres de ellas tienen que ver con el sexo, tabú con el que siempre anduvimos a vueltas.
Puto. Bardaje o sodomita paciente. El término se emplea en las Coplas del Provincial (siglo XV). Su acepción principal es la de "individuo o sujeto de quien abusan libertinos y degenerados, gozando con esa indignidad como goza hombre con mujer". Sebastián de Horozco, en el Entremés que hizo a ruego de una monja parienta suya, hace el siguiente uso del término, (primera mitad del siglo XVI):
Bernal Díaz del Castillo, en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, dirige el calificativo a los indios bujarrones y putos, dados a este pecado nefando; y Juan de Arguijo, en sus Cuentos (finales del XVI), relata la siguiente historieta: "Un cura de una aldea enojado con un villano del lugar, díjole con cólera, entre otros baldones: "Sóis un puto". Dió voces el aldeano: "¡Séanme testigos que me descubre la confesión".
Cursa con maricón, como dejan ver los versos del poeta murciano del siglo XVII, Polo de Medina:
Fue antaño insulto grave, altamente ofensivo; hoy está en desuso, confundido a veces con el putero, elemento que está en las antípodas del maricón.
Plomo, plomazo. Atendiendo a la naturaleza de este mineral, y en sentido figurado y familiar, se dice de quien es muy pesado y molesto, pelmazo y pejiguera o plasta. Como insulto leve, se documenta en el teatro de los siglos XVIII y XIX. Bretón de los Herreros hace exclamar a uno de los personajes harto de soportar la prolijidad pesada de su compañero:
¡Oh Dios mío...! ¡Qué plomo!
Hay bastante..., ¡Vamos!
Pollo bien. Joven presumido, atildado, pollopera, currutaco y moderno, de familia con dinero y estudios. Es versión contemporánea del petimetre del XVIII, del pisaverde del XIX, del elegante de tiempos de nuestros abuelos y del niño pitongo de nuestros padres. Aunque se dice con ánimo de insulto, quien lo recibe no se siente ofendido, sino halagado en el fondo, pues queda en el ánimo de uno y otro el hecho de que serlo no está nada mal. (Véase también "pollopera").
Pollopera. Niñato, pollo bien. Palabra compuesta; en cuanto a la primera, "pollo", es el mozo de pocos años, bien parecido y formado. Una damisela se expresa así, en cierta obra dramática del siglo XIX, perpleja ante la cantidad de jóvenes bien puestos entre los que escoger:
Cierto es que en este Madrid
hay mil riesgos, mil escollos,
y es muy desigual la lid,
con una legión de pollos.
Respecto de la segunda parte del vocablo: "pera" es la renta vitalicia, el destino o la posición aventajada y lucrativa que permiten una vida descansada. Un pollo pera es, pues, un joven con el futuro solucionado: una perita en dulce, a decir de nuestras abuelas. Esa seguridad ante el destino que le da al joven tanta confianza en sí mismo, caracteriza al personaje, haciendo del sujeto en cuestión un individuo indolente, que tiende a la vagancia y al dulce ocio, convirtiéndose en un paseante en corte en busca de aventuras. El pollopera con poco talento no tarda en convertirse en niño pitongo, última parada para llegar a la condición de perfecto gilipollas en forma de mozalbete educado y bien vestido. Como en el caso del "pollo bien", un pollopera se siente envidiado, a pesar de que se le dirige el calificativo en son de ofensa.
Porcaz. En Asturias, se dice de la persona sucia, grosera y descortés. El término habla de suciedad física y evoca tachas morales, suciedades que afectan al cuerpo y al espíritu, pues la persona a quien conviene el calificativo es de aspecto sucio, y a la vez de espíritu ramplón y conducta descortés. Hay cruce con el adjetivo "procaz".
Portera. Sujeto chismoso, un tanto enredador, especie de cocinilla social que mete sus narices en asuntos que no son de su incumbencia; persona zafia, de gustos ramplones y groseros, de ningún interés. Es término que emplea a menudo Pío Baroja, junto con el de "hortera", con el que existe cruce semántico evidente. La frase de Miguel Boyer -ex ministro de Economía con el primer gobierno socialista-: "España es un país de porteras", documenta el término, y lo pone en su acepción insultante moderna.
Presumido, presuntuoso. Persona jactanciosa y vana, que presume tanto con motivo fundado como sin causa. Sujeto afectado, remirado, que tiene de sí mismo una idea exagerada. Tiene puntos de contacto con el pagado de sí mismo, orgulloso y soberbio, que mira por encima del hombro a cuantos con él conviven o se relacionan. Ruiz de Alarcón, mediado el siglo XVII, pone en boca de una dama estos versos:
Conócete, presumido
confiado, vuelve en tí;
que el seguirte yo hasta aquí,
no Amor, sino fuerza ha sido.
Leandro Fernández de Moratín, muy a finales del siglo XVIII, tiene esto que decir, a cierto petimetre pedante: "Usted es un erudito a la violeta, presumido y fastidioso hasta no más". En cuanto al "presuntuoso", es un presumido en grado patológico, a quien le puede el orgullo y la soberbia.
Primavera. En medios achulados, se dice del ingenuo, cándido e iluso; persona sin malicia a la que resulta fácil engañar por su falta de viveza o ingenio; primo. Es voz seguramente formada a partir de esta palabra última: de primo, primavera, en construcción paralela a "rarera, sosera", creados a partir del positivo "raro, soso, primo", con ánimo despectivo.
Primo. Inocente a quien se engaña con facilidad; persona incauta que se deja explotar. Por lo general se utiliza dentro de la frase "hacer el primo", donde equivale a dejarse embaucar. Es sinónimo de términos jergales modernos como "pringao, primavera". Dada la cantidad y modalidad o diversidad de tontos y bobos en circulación, el número de primos y voces similares para describir a estos infelices, es enorme. Joaquín de Entrambasaguas, en Estudios dedicados a don Ramón Menéndez Pidal, dice que el término, en su acepción de "incauto", viene en una obra de Bretón de los Herreros ya con el significado que la Academia dio a esta voz en 1852: "hombre simplón y poco cauto". Y en cuanto a la frase "hacer el primo", asegura que es anterior, por encontrarse en la correspondencia epistolar entre el infante don Antonio, el presidente de la Junta de Gobierno, y el general francés Joaquín Murat con ambos representantes de la autoridad en tiempos de la francesada. El general encabezaba así las cartas al infante: "Señor primo, señores miembros de la Junta... ", para a continuación lanzar amenazas y exigencias de obligado cumplimiento…, terminando las cartas con esta tranquilizadora despedida: "Mi primo; señores de la Junta: pido a Dios que os tenga santa y digna gracia". En Madrid no tardaron en conocerse estos formulismos, y en hablar la gente de que el infante y la Junta hacían el primo con el general francés. Parece razonablemente documentada la explicación de Entrambasaguas, que aceptamos. El término, en el sentido de persona incauta y simplona, versión décimononica del pringao de nuestros días, se documenta, como Entrambasaguas apuntaba, en este pasaje cómico de Bretón de los Herreros:
A las mesas no me arrimo
donde robando se juega.
Ni la codicia me ciega,
ni me gusta hacer el primo.
Pringa(d)o. Implicado a su pesar en algún asunto sucio; persona un tanto simple, aunque no carente de malicia, que se ve envuelta en fregados por no haber tomado precauciones; individuo un tanto memo, al que involucran en un asunto feo, que termina por pagar el pato, y salir imputado. Es participio pasivo del reflexivo "pringarse": verse envuelto indebidamente en un negocio turbio. Fernández de Moratín, a horcajadas entre los siglos XVIII y XIX, hace este uso del término:
-¿Y está todo...?- Lo que falta
don Claudio os lo pagará,
que yo no me pringo en nada.
Algunas décadas después, Bretón de los Herreros escribe:Y cuidado con pringarte,
como Simón, si no quieres
ir al infierno a buscarle.
Prostituta. Mujer que se prostituye para vivir de su cuerpo; puta, ramera. Es participio pasivo del verbo latino prostituere: exponer o abandonar a una mujer a la pública deshonra, corromperla y abajarla. La palabra "prostituta" aparece como tal en el Universal Vocabulario de Alonso de Palencia, (1490), donde se lee: "Prosedas, quiere Plauto que sean las mundanarias que están sentadas ante sus boticas para yazer con quien a ellas veniere; dizense prostíbulas, o prostitutas".
Siempre se mantuvo como término culto, ajeno al vocabulario popular, no siendo recogido por el diccionario oficial hasta principios del siglo XIX. De los numerosos términos que tiene el castellano para nombrar a las mujeres que comercian con su cuerpo, "prostituta" es seguramente el más aséptico y menos hiriente, porque al remitir a la profesión u oficio se tiene de quien la practica la idea de una profesional o trabajadora del amor. Los otros términos son ofensivos por incidir más en la persona que en el tipo de negocio que desempeña o trae entre manos. Son legión, de la "a" a la "z", los vocablos que se ocupan de la prostitución.
Puerco. Cochino, persona desaliñada y sucia; hombre grosero, ruin y venal, que carece de cortesía y crianza. Del término latino porcus. Es una de las palabras más antiguas, (primera mitad del siglo XI), siendo desde entonces hasta el XVII término generalizado para designar al cerdo. Covarrubias (1611) tiene estas cosas que decir, acerca del animal en cuestión:
Del puerco no tenemos ningún provecho en toda su vida, sino mucho gasto y ruido, y sólo da buen día aquel en que le matamos. Muy semejante a este animal es el avariento, porque hasta el día de su muerte no es de provecho. El puerco dizen a ver nacido para satisfazer la gula, por los muchos bocadillos golosos que tiene. Unos son domésticos, que llamamos puercos o lechones; otros salvajes, dichos puercos monteses o javalíes.
Que el puerco era insoportable en la cochiquera, zahurda o pocilga adjunta a la casa, era cosa que andaba en cientos de refranes: "Casa sin ruidos: puerco en el ejido"; "puercos con frío y hombres con vino, hacen gran ruido". A partir de la fecha citada, el uso en sentido figurado de "puerco" para designar a la persona desaseada y sucia, forzó la creación de un substituto, incorporándose así al léxico la palabra "cerdo", quedando la voz "puerco" relegada a ámbitos marginales. Como insulto, esta voz ha dado infinidad de derivados: "porcachón, porcallón y porcal", formadas a partir del substantivo latino porcellus = lechón, de donde arranca el ilustre apellido de los Porcel de Murcia, y otros muchos. Torres Naharro, en su Comedia Himenea (primeros años del siglo XVI), pone en boca de un criado, dirigidas a una criada, las siguientes palabras:
Pues si alcanzarte pudiera,
por eso que agora dices
te cortara las narices,
¡doña puerca escopetera!
Y en el Galateo Español, manual de buenas costumbres escrito en 1582, de Gracián Dantisco, un caballero dice a cierto hombre que regoldaba mucho en público, preciándose de ser ello costumbre sana: "Señor mío, vuesa merced vivirá sano, pero no dejará de ser un puerco".
Puñetero. Individuo de trato difícil y aviesas intenciones; sujeto torvo y de ruin condición, que en cualquier momento puede asestar su golpe, bien de hecho o bien de palabra. A pesar de lo extendido de su uso no ha sido recogido el término por los diccionarios al uso. En un inventario aragonés de principios del XV, entre las cosas que se mencionan hay "hunos punyetes de oro bermellos, con rivés de oro en el cerco". El encargado de hacer tan trabajosa y concienzuda labor era ciertamente un "puñetero". Sin embargo, no parece que el término ofensivo homófono tenga esa etimología. En el Universal Vocabulario, en latín y en Romance, de Alonso de Palencia, (finales del siglo XV), "puñeta" significa "masturbación", y el puñetero, persona que se entregaba a este vicio o servía a otros en tan ruín menester. En su Arte de las putas, Nicolás Fernández de Moratín, incluye los siguientes versos:
No me olvido de ti, pulida Fausta,
que apenas a Madrid recien venida
te pegaron espesas purgaciones
y escarmentada evitas los varones
siendo, cual vieja o fea, puñetera.
Aparte de éste, tuvo también otro uso léxico, ya que se llamaba así al cargante y pesado que andaba siempre fastidiando y aburriendo a los demás, es decir: "haciendo la puñeta, o puñeteando". El mismo autor citado hace este otro uso del vocablo:
¿Ves aquellos que andan cabizbajos y lentos,
que murmuran de todos, sean malos o buenos,
y que hacen lo contrario que nosotros hacemos?
Pues esos, no lo dudes, todos son puñeteros.
Este significado de persona incordiante es el que ha tenido mayoritariamente, y sigue teniendo, en España. Finalmente, creen otros que se llamó "puñetero" a quien siempre andaba jurando y lanzando baladronadas, toda vez que "¡puñeta"! fue antaño imprecación grosera, utilizada en la calle como exclamación de disgusto.
Puta. Mujer que comercia con su cuerpo, haciendo de la cópula carnal un modo de vida. Como tal oficio siempre existió y tuvo pingües beneficios; pero no siempre estuvo igualmente denostado. El mundo antiguo en general no concedió excesiva carga negativa al arte de fornicar por interés, aunque ello dependía de la puta misma: en el medio griego clásico no era lo mismo una hetaira, cortesana de cultura, porte y belleza, que una auletride o tocadora de flauta en los banquetes o simposya, a la que se le podía pasar la mano por el cuerpo mientras ejercía. Es voz muy antigua en castellano. En un manuscrito del siglo XIII, aparece el término en el siguiente consejo o mandato bíblico: "No tomarás mujer puta". El término, de origen latino, ya tenía las connotaciones ofensivas de hoy: "ramera, meretriz", y en lo posible se evitaba pronunciar tal palabra, que se rehuía por malsonante e hiriente a los oídos; sin embargo, Gonzalo de Berceo, en los Milagros de Nuestra Señora, (primer tercio del siglo XIII), utiliza la forma popular "putanna" = putaña:
Fue durament movido el obispo a sanna,
diçié: nunqua de preste oí atal hasanna.
Disso: diçít al fijo de la mala putanna
que venga ante mí, non lo pare por manna.
Antón de Montoro, en una copla que hizo a cierta mujer que era gran bebedora, se expresa así a mediados del siglo XV, sin pelos en la lengua, como se acostumbraba antaño:
Puta vieja, beoda y loca,
que hazéis los tiempos caros,
esso (lo mismo) me da besaros
en el culo que en la boca.
El siglo de oro de las putas parece que fue desde 1450 a 1550, al menos en la vida literaria española. Dos grandes obras de nuestra literatura las consagran: La Celestina, de Fernando de Rojas, a escala popular, en la ciudad de Toledo; y La Lozana Andaluza, de Francisco Delicado, a escala más refinada, en el medio cortesano y curial de la Roma del Renacimiento. De esta obra extraemos el siguiente catálogo de maneras de llamar a las putas:
Pues déjáme acabar, que quizá en Roma no podríades encontrar con hombre que mejor sepa el modo de cuantas putas hay, con manta o sin manta. Mira, hay putas graciosas más que hermosas, y putas que son putas antes que mochachas. Hay putas apasionadas, putas estregadas, afeitadas, putas esclarecidas, putas reputadas, reprobadas.
Hay putas mozárabes de Zocodover, putas carcaveras. Hay putas de cabo de ronda, putas ursinas, putas güelfas, gibelinas, putas de simiente, putas de botón griñimón, nocturnas, diurnas, putas de cintura y de marca mayor. Hay putas orilladas, bigarradas, putas combatidas, vencidas y no acabadas, putas devotas y reprochadas de Oriente a Poniente y Setentrión; putas convertidas, repentidas, putas viejas, lavanderas porfiadas que siempre han quince años como Elena; putas meridianas, occidentales, putas máscaras enmascaradas, putas trincadas, putas calladas, putas antes de su madre y después de su tía, putas de subientes e descendientes, putas con virgo, putas sin virgo, putas el día del domingo, putas que guardan el sábado hasta que han jabonado, putas feriales, putas a la candela, putas reformadas, putas jaqueadas, travestidas, formadas, estrionas de Tesalia. Putas abispadas, putas terceronas, aseadas, apuradas, gloriosas, putas buenas y putas malas, y malas putas. Putas enteresales, putas secretas y públicas, putas jubiladas, putas casadas, reputadas, putas beatas y beatas putas, putas mozas, putas viejas y viejas putas de trintín y botín...
Ya en XVI, el toledano Sebastián de Horozco, en el Cancionero de amor y de risa, hace el siguiente alegato Contra la multitud de las malas mujeres que hay en el mundo, en la más clara tradición misógina:
Putas son luego en naciendo,
putas después de crecidas,
putas comiendo y bebiendo,
putas velando y durmiendo...
Covarrubias, (1611) se despacha diciendo que es puta "la ramera o ruín muger. Díxose quasi putida, porque está siempre escalentada y de mal olor (...)." Etimología equivocada, desconociéndose de dónde proceda el término a no ser que se trate de una abreviación de la voz latina "reputata" = tenida por, de donde la frase "ser mujer reputada o tenida por ramera".
Siempre fue ofensa grave, sobre todo desde finales del XV a finales del XVII. Recuérdese que los asuntos del honor llenaron de sangre la vida española, y dotaron de mil argumentos a los autores teatrales. El honor se centra, en la época, en la conducta de la mujer, especie de depositaria de la honra familiar. Moreto, el dramaturgo toledano de mediados del siglo XVII, tacha a alguien de hijo de puta mediante metáforas en las que pescar = tener un hijo, y el anzuelo = pene con el que se engendra. El aludido se defiende devolviendo el insulto de manera directa; véase el pasaje:
-¿Hubo ruegos hacia el padre
que te pescó sin anzuelo?
-Hubo el ladrón de tu abuelo
y la puta de tu madre.
En el siglo XVIII se vió todo con mayor amplitud de miras. También el Refranero abordó el personaje de forma desenfadada, sin el hierro que la literatura moralista puso en el asunto. Así, son numerosos los refranes que comprenden o salvan a la puta, o ramera: "Veinte años puta, y uno santera: tan buena soy como cualquiera"; "Puta a la primería: beata a la derrería"; "Puta temprana: beata tardana"; "Veinte años de puta, y dos de beata: cátala santa"; "A la mocedad, ramera; a la vejez, candelera"..., y así ad infinitum. Pero no historiamos aquí el viejo arte de Afrodita, diosa que llevó a las putas al templo para que se prostituyeran en su divino beneficio; ni siquiera hacemos un recorrido por toda nuestra literatura. Sólo queremos dar una idea ligera de la carga peyorativa que el término llevaba consigo, y lo que de ofensivo, injurioso e insultante tenía el improperio en cuestión. De hecho, "puta" se encuentra entre las cinco palabras mayores, así llamadas antaño las más injuriosas, ofensivas e insultantes, siendo las otras: sodomita, renegado, ladrón y cornudo. Tres de ellas tienen que ver con el sexo, tabú con el que siempre anduvimos a vueltas.
Puto. Bardaje o sodomita paciente. El término se emplea en las Coplas del Provincial (siglo XV). Su acepción principal es la de "individuo o sujeto de quien abusan libertinos y degenerados, gozando con esa indignidad como goza hombre con mujer". Sebastián de Horozco, en el Entremés que hizo a ruego de una monja parienta suya, hace el siguiente uso del término, (primera mitad del siglo XVI):
Mas yo te juro a San Bras,
nunca me pagué jamás
de ser puto ni ser lladre,
porque me eché con tu madre.
Bernal Díaz del Castillo, en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, dirige el calificativo a los indios bujarrones y putos, dados a este pecado nefando; y Juan de Arguijo, en sus Cuentos (finales del XVI), relata la siguiente historieta: "Un cura de una aldea enojado con un villano del lugar, díjole con cólera, entre otros baldones: "Sóis un puto". Dió voces el aldeano: "¡Séanme testigos que me descubre la confesión".
Cursa con maricón, como dejan ver los versos del poeta murciano del siglo XVII, Polo de Medina:
A puto el postrer, Apolo le seguía,
y a voces le decía:
Detente, fugitiva de mis ojos,
mira que vas descalza y hay abrojos.
Fue antaño insulto grave, altamente ofensivo; hoy está en desuso, confundido a veces con el putero, elemento que está en las antípodas del maricón.
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