INVENTARIO GENERAL DE LOS INSULTOS

L



Lacayo.
Servil y rastrero; tiralevitas, voz de su amo. Se dice por extensión de su acepción principal: criado de librea cuyo cometido principal es el de acompañar a su amo a pie, a caballo o en coche, obedeciéndole en todo, y siendo sus manos y pies. Entre las etimologías barajadas resulta curiosa la que hace derivar el término de una voz antigua occitánica, lecar, con el significado de "lamer". Se documenta el término en el siglo XV, en versos del poeta Alfonso Álvarez de Villasandino recogidos en el Cancionero de Baena. Con el significado de "mozo de espuelas", criado con librea que va junto a su amo, se usa en castellano a mediados del siglo XVI. Covarrubias da entrada en su Tesoro de la Lengua (1611) a la definición anterior, y cree que es término de procedencia alemana, introducida en España en tiempos de Felipe el Hermoso, esposo de Juana I, La Loca. Tirso de Molina emplea así el vocablo:

Agradecido un lacayo
dejando a solas sus dueños,
combatido de promesas,
importunado de ruegos,
me refirió por extenso
la patria de las dos damas.

En valenciano el término es alacayo, forma que se mantiene hoy en vigor, y que en nuestra opinión hace pensar en el artículo árabe "al-", lo que daría procedencia de esa índole al vocablo, tal vez a través del griego lakis: andador, porque el lacayo acompaña a pie a su señor, yendo éste montado. Sea como fuere, es voz desprestigiada, usada a menudo para calificar a los descastados y traidores a su clase, a los esquiroles que rompen las huelgas, y en general a cuantos parecen aliarse con sus enemigos naturales de clase. La politización del término ha desvirtuado su significado original, y hoy es claramente un insulto.


Ladilla.
Parásito, lapa; persona que se pega a otra para vivir a su costa. En la novela de Francisco López de Úbeda, publicada en 1605, la Picara Justina exclama: "¡Negra fue la hora; pegóseme como una ladilla!". La naturaleza venérea de este desagradable insecto contagia de negatividad el término, multiplicando la capacidad ofensiva del calificativo. Luis Vélez de Guevara (s. XVII), en su novela El Diablo Cojuelo, usa así el término:

Almorranas y muermo,
sarna y ladillas,
su mujer se las quita
con tenacillas.

Ladino. Taimado, astuto y disimulado; persona muy sagaz que normalmente se vale de todas las artes, buenas y malas, para salirse con la suya y alzarse con su propósito; hoy se usa en su lugar el término "maniobrero". Larra, (primer tercio del siglo XIX), escribe: "La reina es ladina, y aunque no está de su esposo enamorada, como se supone, sábele mal dosis tan cargada de celos...".
              En cuanto a su etimología, procede de "latino", referido a las lenguas romances, como el castellano. Salvo esa particularidad, el término ha experimentado a lo largo de su historia pocos cambios semánticos. Su uso original, a finales del siglo XIII, fue el de astuto y avisado, aunque sin carácter peyorativo. En la Crónica General de España, del siglo citado, su anónimo autor dice de cierto caballero musulmán: "Moro tan ladino que semejava christiano”. Su acepción moderna, como sinónimo de persona sagaz y astuta se da en el siglo XVI. El hecho de que se diera a la lengua hablada a finales del siglo XV por judíos y moriscos el nombre de ladino, en contraposición a las lenguas no latinas habladas en sus lugares de asentamiento final, como Grecia, Turquía, el Norte de África, etc., tras sus respectivas expulsiones, hizo que el término pasara a ser sinónimo de "judío", cargando así con la semántica negativa que injustificadamente recibieron los de aquella religión y raza. La equivocadamente supuesta rapacidad y cautela, astucia y manipulación de los judíos, que hablaban ladino, hizo que el término se cargara de aspectos negativos. De ahí que tildar a alguien de "ladino" era tanto como llamarle persona de poco fiar, con la que convenía guardar las distancias y tomar precauciones.

Ladrillo. Muermo. Persona aburrida y pesado, desangelada y soporífera; plomo o plomazo. Se aplica también a situaciones y cosas en las que el denominador común sea el aburrimiento y el bostezo, la desgana y el tedio. Es acepción que no recoge el diccionario oficial a pesar de estar mucho más viva y en uso en la calle que la de "ladronzuelo" que antaño tuvo en lenguaje de germanía, por afinidad de sonido.


Ladrón.
Individuo que hurta o roba. Es de etimología latina, de la voz latro = guardia de corps. Es término utilizado en castellano desde los orígenes del idioma. En el Poema de Mio Çid (redactado en el siglo XII) aparece en el siguiente contexto:

Pusiéronte en cruz por nombre en Golgotá;
dos ladrones contigo, estos de señas partes,
el uno es en paradiso, ca el otro non entró allá...

Cristóbal de Castillejo, en sus Coplas (primer tercio del siglo XVI), utiliza así el término:

Después de haber sojuzgado
a Cartago, a su senado,
en lugar de galardón
acusado por ladrón
en fin murió desterrado.

Resulta curiosa la evolución semántica del término a su paso al romance. En latín no tenía siempre sentido peyorativo, como tampoco en griego -lengua de la que desciende la voz latina-, donde latreio, latría equivalía a "servidor de los dioses, sirviente pagado". Debido a etimología tan favorable fue antropónimo, nombre de pila de muchas personas en la alta y baja Edad Media: Latro, en Aragón y otros puntos de España; y después, apellido ilustre: la Casa de los Ladrón de Guevera, seguramente por haber sido los fundadores de este linaje compañeros del rey, fieles y servidores de reales personas. Sin embargo, ya en el latín clásico tuvo una derivación semántica hacia el campo del bandidaje, del robo en cuadrilla, pasando luego a equivaler a "soldado de fortuna, mercenario", de donde derivaron las connotaciones actuales de esta voz.


Lameculos.
Pocos compuestos tan ofensivos como éste, ya que con tan soez y baja práctica se denuncia al adulador impenitente y servil. Modalidad político-sindical de este personajillo es el esquirol, de quien se cantaba:

Esquirol, esquirol,
que por mor de que él le vea
lameculo es del patrón.


También se llamó al lameculos "el lacayo lacayuno": mozo de espuelas en exceso servil, que se ponía a cuatro patas para que lo utilizara el señor de banqueta y subir más fácilmente al caballo, o al carruaje.

Lameplatos. Goloso y hambrón de escasos recursos, que se ve obligado a alimentarse de sobras. Es comilón y ansioso, como el lambistón. A veces, para poder satisfacer su gula se torna servil, adulador, lameculos y lampón. Tiene infinidad de variantes, siendo una de las más extendidas el término zamorano: "lambrucio", cruce de gorrón y alzafuelles o tiralevitas.


Lapa.
Gorrón que se caracteriza por la pesadez e importunidad con que se conduce para conseguir su propósito de vivir de mogollón; latazo, pelma, coñazo; persona insistente en exceso, que da la tabarra de manera continuada hasta conseguir sus fines. Se emplea en sentido figurado, teniendo in mente su acepción principal: "molusco gasterópodo en forma de caperuza que vive asido fuertemente a las rocas costeñas", ya que quien es una lapa se pega a su víctima sin que a ésta resulte fácil deshacerse de él. En ese sentido emplea el término, a mediados del siglo pasado, Bretón de los Herreros:

La amante doña Ruperta
se pega como una lapa
a don Tomás, su marido...

Se dice también de quien es muy tacaño y miserable, que se agarra como una lapa a su dinero, sin soltarlo, prefiriendo pasar necesidad a aflojar la bolsa.

Lata, latazo, latoso. Pesado, coñazo, pelma; persona o cosa aburrida y cansada. El Diccionario ideológico, de Casares, escribe: "Discurso, conversación u otra cosa cuya prolijidad causa disgusto cansancio". Parece que no tiene que ver con la lata de hojalata, al menos en origen. Eso defendió Dámaso Alonso, afirmando que la expresión "dar la lata" se difundió hacia el último tercio del siglo pasado en el medio rural, en cuyo ámbito significó antaño "dar de palos, dar de garrotazos", ya que en los medios aludidos "lata" equivale a "varapalo". Lata y varapalo han servido para apalear a la gente, es decir: para darles la lata. De ese origen participa también el término sinónimo "paliza", ya que quien cansa con su machacona presencia, conversación o manía termina por ser menos sufrible que un varapalo.

Lebrastón. Lebrato grande; de esa acepción derivó el calificativo despectivo aplicado al sujeto cobarde pero astuto y sagaz, que sólo se ocupa de su medro a espaldas de los demás, sin importarle pasar por encima de ellos. Covarrubias (1611) dice que "liebrastón" es liebre pequeña.

Lebrón. Hombre tímido, encogido y cobarde. La Pícara Justina, de López de Úbeda (1605) tiene esto que decir: "Y sepan todos como mi marido Santolaja, si fue moscón, le picó en las mataduras, y aunque celibato le bregó a coces la barriga al muy lebrón...".
             La liebre tuvo una valoración contradictoria en el mundo clásico: por un lado, se consideró que era animal cobarde, asustadizo y de poco fiar, seguramente por la velocidad con que era capaz de huir; por otra, que se trataba de una criatura astuta, taimada y miserable que en cualquier momento podía hacer alguna de las suyas, seguramente por su capacidad de dormir con los ojos abiertos.


Lechuguino.
Muchacho imberbe que ya quiere galantear a las mujeres, para lo cual se esfuerza en aparentar más años que los que tiene. En el teatro del siglo XIX aparece a menudo como tipo un tanto ridículo, pero que cae en gracia a las mujeres. Tiene además, a lo largo de aquel siglo y principios del XX, la connotación de individuo remilgado, petimetre y elegante que se preocupa únicamente de enamorar a las mujeres, generalmente sin esperar recoger los frutos de esa conquista. Pisaverde que se ocupa en acicalarse y componerse, siguiendo en todo los dictados de la moda. Mesonero Romanos recuerda sus tiempos de juventud de la siguiente manera:
                          ¡Qué tiempos aquellos para las muchachas pizpiretas en que el lechuguino bailaba la gavota de Vestris y no se sentaba hasta haber rendido seis parejas en las vueltas rápidas del vals...!
En tiempos cervantinos, sin embargo, sólo se entendía por lechuguino el plantel que nace de la simiente de la lechuga.

Legañoso. Pitañoso, pitarroso, legañil; persona afectada de legañas, humor procedente de la mucosa y glándulas de los párpados y que se cuaja en el borde de los ojos entorpeciendo la visión y dando a quien lo sufre un aspecto miserable y un tanto repulsivo. Bretón de los Herreros emplea así el término, mediado el siglo XIX:

¿Cómo gozar de las tintas
rosadas, verdes o azules
con que el sol viste los campos
y colorea las nubes
si miope y legañoso,
dando aquí y allá de bruces
no ves siete sobre un asno...?

Era voz empleada a finales del siglo XVI; Oudin la incluye en su Tesoro de las dos lenguas francesa y española, de 1607. En cuanto a la etimología de legaña o lagaña, nada hay definitivo salvo el hecho de que se trata de un vocablo pre-románico, tal vez del vasco lakaiña. El erudito Vallés, médico de Felipe II, emplea el término en la segunda mitad del siglo XVI.


Lelo, alela(d)o.
En un sainete de Ramón de la Cruz, dos castizas madrileñas se dicen la una la otra, después de recibir un sobresalto:

- He quedado lela...
- Y yo aún estoy asustada.

Uno de los ingredientes semánticos de este calificativo, básicamente ofensivo, es el aturdimiento, que cuando es pasajero, el lelo es sólo un alelado temporal. Lo grave es cuando no se recupera de ese estado, y queda lelo, es decir: pasmado para siempre. El lelo es sobre todo un fatuo, de muy lento entendimiento. Ese contenido semántico le da el Diccionario de Autoridades, (primer cuarto del siglo XVIII), que es cuando se testimonia la palabra por vez primera en forma escrita. Este hecho hace que sea demasiado tardío su uso para que proceda, como quieren algunos, del término griego lalos = bobo. ¿para qué recurrir a idioma tan culto para crear palabra que tenía ya cien posibles maneras de realizarse? Más acertado parece Corominas, en su Diccionario Crítico, cuando afirma que es término de creación expresiva, parecida al francés gagá, o al catalán babau. En el refrán de las Aventuras de don Procopio en Paris, cuplé estrenado en 1907 en el Kursaal Central, por la Fornarina (la madrileña Consuelo Vello Cano), se lee:

Y luego, al colocarse todas en fila,
don Procopio, alelado, igual decía:
"Comprendo que estén locos
con la machic,
que es el baile de moda
que baila toda la gente chic".

Lenguaz, lenguaraz. En sentido figurado, persona que tiene la lengua muy larga; deslenguado e impertinente que dice necedades y se muestra atrevido en el hablar; desvergonzado que no mide el alcance de sus palabras ni es consciente de la gravedad que a menudo supone la incontinencia verbal. El autor de la novela picaresca Guzmán de Alfarache (1599), Mateo Alemán, escribe: "Costal de malicias, embudo de chismes, lenguaz en responder, mudo en lo que importa hablar...". (Véase también "deslenguado").

Leño. Familiarmente, se dice de la persona necia y torpe, de poco talento y ninguna habilidad; zoquete, tarugo. Covarrubias (1611) corrobora esta acepción, en su Tesoro de la Lengua: "Al que tiene poca habilidad y discurso dezimos ser un leño". Y antes que él, Juan Rufo , en Las seiscientas apotegmas, a finales del siglo XVI, describe así a estos zoquetes: "Los necios se reducen a tres géneros: los unos son verdaderamente leños, porque discurren poco y hablan menos".
              Es voz latina, de lignum, trozo de árbol cortado, o tronco sin desbastar. De esta condición ruda y no tratada derivó el sentido figurado del término: persona no cultivada, necia y torpe, especie de bruto sin desbastar, o trozo de madera sin pulir.


Lerdo.
Pesado y torpe en el andar; dícese más comúnmente de las bestias; en lenguaje figurado, tardo y torpe para comprender o ejecutar una cosa; en germanía, sujeto sin valor, individuo cobarde. Todas las definiciones le caben a este individuo. Fernández de Moratín, (finales del siglo XVIII), en una de sus obras no dramáticas, incluye el término en el contexto que sigue: "Los postillones, del todo execrables: lerdos, sordos, embusteros, estafadores a no poder más:" El lerdo es siempre bobo, sucio o descuidado. El término se documenta por primera vez en castellano hacia la primera mitad del siglo XIV, en el Libro de Buen Amor, del Arcipreste de Hita, donde se lee:

Lunes antes del alva comencé mi camino,
fallé cerca el Comejo, do tajava un pino,
una serrana lerda, dirévos qué me avino:
cuidós casar comigo como con su vezino.

¿Por qué era lerda la serrana de quien habla Juan Ruiz? Por su falta de seso, ya que "dejó lo ganado, por lo que está por ganar", actitud propia de los bobos mentecatos, de los lerdos. Cuenta Melchor de Santacruz, en su Floresta Española (1574):

Un caballero preguntó a un escudero: "¿Vuestro hermano es vivo?".
Respondió: "No, señor, sino lerdo".

El autor juega con la polisemia del término "vivo", estando la gracia en que el escudero toma la palabra como sinónimo de agudo e ingenioso o listo, mientras que el señor la toma literalmente, como antónimo de muerto. Unas décadas después Cervantes, en su novela ejemplar La Gitanilla, emplea así el término:
                                  No hay gitano necio ni gitana lerda: que como el sustentar su vida consiste en ser agudos, astutos y embusteros, despabilan el ingenio a cada paso, y no dejan que críe moho en ninguna manera.
En cuanto a su etimología, parece que es término procedente del griego lordós = corvado, inclinado, a través de la voz latina luridus, lordus, con el valor semántico de "sucio, lento, pesado, de entendimiento difícil y tarda comprensión".


Libertino.
Persona entregada al libertinaje; sujeto lascivo y libidinoso, calavera y golfo, cuya ocupación única parece ser la de entregarse a todo tipo de placeres. Es criatura literaria muy afín al gusto romántico, que exaltó su conducta, para ser duramente criticada más tarde en la escena, que hace de él una especie de demonio desalmado, perverso, seductor y miserable. En cuanto a su etimología y antigüedad, aparece en el Universal Vocabulario de Alonso de Palencia (finales del siglo XV), con valor semántico relativo a los libertos o esclavos emancipados, valor que tuvo el término hasta el siglo XVIII. A finales de esa centuria, por influencia del francés, se tildó así a quien observaba conducta desenfrenada en lo concerniente a la moral y a la religión. Jovellanos, escribe: "¿Cerraremos las puertas a un pueblo entero de corazones fervorosos para negar la entrada a un solo libertino...?".


Lila.
Tonto, fatuo. El "lila" es tonto del culo, por menear esa parte de la anatomía al andar amblando, meneando el culo; no es necesariamente tonto de la cabeza, aunque puede estar un poco tocado también en esa parte. Es voz de formación onomatopéyica, en imitación del balbuceo lil-lel propio de estos fatuos un tanto afeminados. Corominas cree que es término variante de "lelo”, pero no resulta fácil probarlo, ni filológica ni semánticamente. Hay que tener además en cuenta la voz del caló “lilo” = loco, extravagante, sujeto a quien da por hacer tonterías o comportarse de manera desafiante y rebelde.

Lilanga, lilaila. Lila, bobalicón, tontaina. Seguramente de la voz árabe filali, alusivo a los tejidos que se hacían en la ciudad berberisca de Tafilelt, en el siglo XVI. En sentido figurado, "lilaila" comparándose el primor de aquella tela con el carácter flojo y afeminado de algunos hombres, y su aspecto ridículo al adornarse con tanto perifollo. El tejido llamado "filali", (Primor), la flor "lila" (delicadeza) y el encuentro de consonantes alveolares laterales (afectación), son elementos que tomados en conjunto determinan el sentido y significado del término: Individuo flojo, un poco tonto, afectado en el habla y amanerado en el porte. El sonido de un término siempre tiene algo que ver con él. En cuanto al término "lilaila", está asimismo participado del rastro semántico de "astucia, bellaquería, tonterías". Bretón usa el término, a mediados del XIX:

-Ni aquí vino original,
sino copiado a la letra
de otro diario... -¡Bah, bah!
Lilailas.

Al aprendiz de "lilaila" (ladronzuelo bellaco) se llama lilador en el mundo del hampa: especie de señuelo para pescar incautos, primos y pringaos.

Lilipendo, lilipendón. Imbécil. No se conocen detalles de este término insultante. Puede ser una combinación de lilo y pendón, aunque no existe evidencia documental para afirmarlo. Este individuo tiene mucho en común con el gilí y el gilipollas, por lo que no es descabellado pensar que en origen hubiera existido un término "lipendo", hoy desaparecido, del que habría derivado el que nos ocupa. Desconocemos usos escritos de esta palabra, por otra parte no arcaica, hoy algo en desuso.

Lilo, liló, lililó, liloi, lilón, lililón. Loco, extravagante. El femenino de este término, procedente del caló, es lillí. Todas estas formas del término, como también el de "lila", pueden haber experimentado algún roce o cruce con la voz lilao, palabra que utiliza ya Quevedo en el sentido de "ostentación vana en el habla o el vestido y porte", pues al lilo le gusta llamar la atención bien por su atuendo o bien por su discurso. (Véase también: "lilanga, lilaila").

Lirón. Dormilón, y por extensión: holgazán. Se dice en alusión al roedor que pasa el invierno durmiendo, escondido bajo tierra en estado de letargo, adormecido. Tirso de Molina emplea el término en la primera mitad del siglo XVII:

¡Que me durmiese yo en pie!
¿Hiciera más un lirón?
Pero..., ¿qué es de mi frisón...?
Maniatado le dejé.

Se llamaba así, de entrada, al criado, siervo o escudero, por suponerse que éstos estaban siempre dispuestos a zanganear en ausencia del amo.


Listo, listillo.
Sujeto diligente y agudo, siempre dispuesto a hacer cualquier cosa para mostrar su habilidad y presencia de ánimo; sujeto sagaz, inteligente y avispado. Covarrubias (1611) escribe en su Tesoro de la Lengua: "Púdose haber dicho del alistado, por la diligencia que está dispuesto a poner en lo que su capitán le ordenare...", en cuyo caso significaría "dispuesto, alerta y preparado". Aunque es aceptable que provenga del participio pasivo del verbo latino legere = leer, resultando la voz "leido" como sinónimo de instruido, culto, inteligente, nada se sabe con seguridad en cuanto al origen del término, que en castellano no se empleaba con anterioridad a 1604, en que lo usa el murciano Ginés Pérez de Hita en su obra Guerras civiles. Cervantes, sólo un año después, emplea así la voz, en el Quijote: "La rueda de la fortuna anda más lista que una rueda de molino". Por antífrasis, la palabra "listo" puede convertirse en insulto. Pasarse de listo es caer en la tontería; como también tomar a los demás por más tontos de lo que son. El "listo" exagera su propio ingenio en detrimento del ajeno. Es el típico descubridor del Mediterráneo, que toma por invento o hallazgo propio lo que otros hace tiempo saben. Listo famoso es el protagonista de "la docenica del fraile". El origen de la historieta, que tomo de J. Mª Iribarren (El porqué de los dichos), es como sigue: Un fraile lego entró en una huevería con la intención de comprar una docena de huevos para distintas personas, por lo que quería que se los despacharan por separado. Y dijo: "Para el padre prior, media docena -y apartó seis-; el padre guardián me encargó un tercio de docena -y agregó cuatro a los seís anteriores-; y para mí, que soy más pobre, un cuarto de docena-". Dicho esto se marchó con los trece huevos de su peculiar docenica del fraile, ejemplo perfecto del "listo" a que nos referimos. También tuvo fama de "listo" el capitán Araña, Aranha o Arana, que a todos embarcaba y él se quedaba en tierra. El personaje existió en la primera mitad del siglo XVIII, cuando se necesitaba reclutar marinería para luchar en América. El lo hacía, pero una vez levadas anclas saltaba a tierra so pretexto de que tenía que seguir completando nuevas tripulaciones..., con lo que se libraba de la travesía y peligros de la guerra. Son numerosos los "listos" en el refranero español. Hacer que otro cargue con el muerto, o apenque con nuestra parte del trabajo, es constante histórica. Hay muchos que inventan ocupaciones a la hora de llevar a cabo sus obligaciones, como se cuenta del galgo de Lucas, que cuando salía la liebre se ponía a mear.

Litri. Presuntuoso y fachendoso, que adopta actitudes chulescas creyéndose importante, superior a quienes lo rodean; gallito que siempre tiene que sobresalir y hacerse notar, aunque para ello tenga que emplear malas artes. Es término muy oído en Andalucía. El autor de Las águilas, el escritor realista José López Pinillos (Pármeno), emplea la palabra en el siguiente contexto del andalucismo cerrado: "...con más jumos y más fachenda que tú, no lo pare madre. ¡Arrastrao, litri, bitongo, bainípedo! (...) ¡Mira que eres litri, soso y tabardillo...!".

Lloramigas. Lloricón que llora intermitentemente, o a migajas: de ahí su nombre. Como el "llorica"* es persona de poca presencia de ánimo, flojo de carácter, que busca atención y mimos. Cursa con "blandengue y mierdecilla", aunque tiene su propia entidad como insulto, utilizado con fuerza despectiva mayor que "llorica o lloricón".


Llorica.
Persona pusilánime y de carácter muy flojo, que rompe a llorar fácilmente y con frecuencia, por motivos nimios. En algunos círculos de vida callejera moderna se le llama también "lloreras". Tiene cierta leve conexión con el mariquita. Mierdecilla cruzado con llorón y quejica.

Loca del Ferrol. El dicho completo, es como sigue: "¿Hay otra más loca que yo...? ¡Sí: la loca del Ferrol!". Se alude con ello a un hecho histórico que tuvo lugar en aquella ciudad gallega. Tres campesinas fueron a ver a sus maridos tras haber sido éstos ajusticiados en la horca, a principios del siglo XIX, Disputaban acerca de cuál de ellos estaría en mejor lugar, en el cielo, en el purgatorio o en el infierno. Una de ellas, un tanto descreida, contestó, según dice el epígrama:

A sus maridos colgados
de la horca, fueron ver
viudas de tres finados
de los que ahorcaron ayer.
Una de ellas, del Ferrol,
dijo al verlos: "Mal por mal,
mejor está mi Pascual,
que al fin, está cara al sol".

¿Por qué mereció, en el dicho, el calificativo de "loca"...? No lo sabemos. Más que loca parece optimista, acostumbrada a ver el lado bueno de las cosas, incluso cuando éstas muestran una realidad tan dura como la del relato.


Loco.
Demente; que ha perdido el juicio; persona disparatada y temerariamente imprudente. Es insulto liviano, raramente ofensivo por su uso indiscriminado, habiendo sido aplicado a todo tipo de conducta excesiva, tanto vituperable como digna de alabanza. Es loco todo aquel que reacciona por encima de lo normal, llevado por la pasión del momento, o por el empeño y celo que pone en sus cosas. Hay locos de amor y de odio, de celos y de envidia, de devoción y de rabia; locos de atar y locos desatados; locos furiosos y locos taciturnos, silenciosos, tímidos y escondidos; locos egregios, mezquinos y miserables. Tanto loco en verdad, que si no se dice otra palabra, el calificativo pierde referencia y sentido. Un loco a secas, no existe: sólo existen los locos por algo, de algo y para algo. En cuanto a su etimología, no hay seguridad; parece que no es término latino. Cree Corominas (Diccionario Critico Etimológico) que procede del adjetivo árabe alwaq, cuyo femenino plural es láuq, láuqa = tonto, demente, insensato. Es voz presente en castellano desde el origen del idioma. Gonzalo de Berceo, en los Milagros de Nuestra Señora, primeras décadas del siglo XIII, la emplea así:

Cuidábanse los omnes que con seso quebraba,
no entendien que todo Satanás lo guiaba;
quando por aventura en algo açertaba,
por poco la gent loca que non lo adoraba.
En sus Proverbios morales (s. XIV), escribe Shem Tob de Carrión:
Ca sy non fuesse loco
non usaría así,
conosçiendo algún poco
deste mundo e de sí.

Y en las Coplas que hizo Guevara de mal dezir contra una mujer, en pleno siglo XV, recogidas en el Cancionero de obras de burlas, se lee dirigidas a cierta mujer despreciable:

De la muerte figurada
vuestro talle mucho toca,
fea, vieja, necia y loca,
flaca, bruxa y desdonada.

A pesar de su posible etimología árabe, debemos decir que existe una voz latina tardía con el significado de "mochuelo": uluccus, de donde el italiano dialectal derivó locco = estúpido, imbécil, torpe y desorientado, de donde pudo haber derivado la voz que comentamos. En cualquier caso la cuestión de su etimología no está dilucidada; no sorprende la perplejidad que en 1611 expresa Covarrubias en su Tesoro: "La etimología de este vocablo tornará loco a qualquiera hombre cuerdo...".
                          El término tuvo infinidad de usos predicativos. No sólo se alude con él a quien desvaría, sino que también se utiliza para calificar situaciones y personas. Al enamorado; a quien padece del mal de los celos.
Cervantes, al final del Quijote, antes de colgar su péñola de la espetera, muerto el héroe, escribe:

Yace aquí el hidalgo fuerte
que a tanto extremo llegó
de valiente, que se advierte
que la muerte no triunfó
de su vida con su muerte.
Tuvo a todo el mundo en poco;
fue el espantajo y el coco
del mundo en tal coyuntura,
que acreditó su ventura,
morir cuerdo y vivir loco.

Uno de los usos frecuentes del vocablo se refiere al maricón escandaloso que no puede ni quiere esconder su condición. En este caso se usa la forma del femenino: "loca", voz también aplicada a la puta ruidosa. Cela, (Diccionario del erotismo), cita esta quintilla de la Venus picaresca:

Toda vez que me disputa
la cáscara que a mi boca
dar no quiere pan, ni fruta,
tema, al fin, parar en... loca
si otro lo suyo disfruta.

Longuí. Persona muy cándida e inocente, tanto que, sin serlo, parece boba. Como en el término procedente del caló, longarés, el apocamiento y pobreza de espíritu del longuí puede ser fingido para mejor embaucar a quien se proponen desplumar, de donde pudo venir la expresión "hacerse el longuis": aparentar inocencia para dar el timo, como el de la estampita o el tocomocho. Es voz utilizada a menudo por los autores de vodeviles y cuplés. En el chotis de Antonio Rincón, Colón 34, letra de Eduardo Montesinos, la cantante Manolita Rosales (1925) hizo célebre la siguiente estrofa:

Un señorito longui, con guante y botines
y un cuello largo que pa(r)ecía un ascensor,
quiso llevarme al hotel Palace
para bailar eso que llaman el fox trot.

El término tuvo también otra acepción, derivada de una etimología latina, el superlativo longuisimus = muy largo. De "luengo" se dijo la expresión adverbial "a luengas", con el valor semántico de "con gran tardanza, a muy largo plazo"; hacerse el longuis es tanto como demorar una cosa ad kalendas graecas, no pagar nunca; hacerse el loco.


Lunático
Loco cuya demencia se presenta a intervalos coincidentes con las fases de la luna; así, cuando ésta se encuentra en creciente se ponen furiosos y destemplados; y cuando en menguante, se muestran pacíficos y razonables. Un escritor del siglo XVII, fray Fernando de Valverde, utiliza el término en ciertos comentarios que escribe al Evangelio: "También los lunáticos y paralíticos venían a su presencia en busca de remedios". Covarrubias , en su Tesoro de la Lengua, (1611) tiene esto que decir:
            "Estar la luna sobre el horno", se dize del loco cuando está con furia,que ordinariamente es en luna llena, y allí se toma horno por la cabeça del hombre, que es como una hornaza, y entonces le hiere de lleno. Por esta razón se llamaron lunáticos los faltos de juyzio, que con los quartos de luna alteran su accidente.
Es palabra de uso antiguo en castellano. A quien por mal influjo de la luna pierde momentáneamente el juicio también se ha llamado: "alunado", voz que aparece en el Libro de Alexandre, (primera mitad del siglo XIII):

Pesó el Criador que crió la Natura,
ovo de Alexandre sanna e grant rancura;
dixo: este lunático que non cata mesura,
Yol tornaré el gozo todo en amargura.

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