La pesca al curricán, pesca a la cacea o trolling.- Es una modalidad de pesca que se basa en el arrastre del aparejo, se puede realizar tanto desde una embarcación como desde la orilla. Para mayor efectividad se realiza normalmente desde una embarcación. Estas difieren según el entorno en que se desarrolla la pesca ya que también se puede realizar en grandes embalses o lagos interiores o ríos. En la pesca al curricán se suelen utilizar cebos artificiales, coloridos, y articulados, con el fin de que sean muy atractivos para los peces, ya que al ser una técnica de pesca de arrastre se busca que este cebo artificial simule a la perfección la manera de nadar de un pequeño pez, que en realidad es un anzuelo en el extremo del hilo de pescar. Este tipo de pesca suele estar dirigida a peces depredadores. Con este aparejo se suelen usar tanto señuelos artificiales como naturales.
Es un arte de anzuelos, separados mediante largas varas (llamadas alas). Son llevados por una embarcación que navega a una velocidad variable, según las especies. En ambos lados de la embarcación, se colocan las varas afianzadas a la cubierta y a proa. En estás pueden llegar a ir hasta quince aparejos, que según el tamaño del curricán que portan, pueden ser de plástico, bambú o fibra de cristal. Cada curricán esta compuesto por un cabo largo de nylon o dacrón y de un sedal con anzuelos. En la actualidad, se utilizan cebos artificiales que simulan a un pescado. Hoy en día, estos cebos artificiales son pequeños pulpos de caucho o plástico de colores muy variados que llevan el anzuelo en el interior o bien cintas multicolores, adecuando el tono y la mezcla de éstas a la diferente luminosidad del día y trasparencias de las aguas superficiales. Cuando se captura alguna pieza, se aminora la marcha de la embarcación y por medio de la txista o gancho, se cobra la pieza que una vez en el buque, es rematada mediante un golpe de martillo en la cabeza. Este arte de pesca se practica desde la costa hasta donde lo permite el radio de acción de estas embarcaciones. Suelen ser mareas de doce a catorce días. Es la más antigua y utilizada por la mayoría de la flota vasca. Así es como funciona: los atuneros despliegan largas “perchas” con anzuelos por los dos lados (suelen ser pequeños pulpitos de plástico). Los atunes siguen la estela de los cebos camuflados y voraces muerden el anzuelo. Son izados a bordo a mano o con carretes.
Cebo vivo.-Las capturas son mayores pero requieren más tripulación. Los barcos tienen que pescar primero la anchoa o el verdel que utilizarán como cebo, y los mantienen vivos en los viveros de agua de mar que llevan. Tras localizar horas o días más tarde el banco de Bonito, el barco se sitúa encima de él. Los marineros entonces "macizan" el mar lanzando el cebo vivo junto al barco, al mismo tiempo que dirigen fuertes chorros de agua al mismo sitio para que parezca que el agua "hierve" por la cantidad de anchoas o verdel. También sirve para ocultar a los pescadores que lanzan al mismo tiempo las cañas con anchoas anzueladas. Los bonitos excitados por la comida, suben a la superficie lanzándose sobre los peces vivos o anzuelazos. Una vez capturados los rematan con un certero golpe de caco o "matxapeta" y se guardan en la bodega entre capas de hielo a la espera de ser desembarcados rápidamente en el puerto.
La Lubina al curricán Desde Embarcación.- Es Esta modalidad es una las más conocidas y practicadas para pescar lubinas. También es la más fructífera y cuenta con muchos y apasionados incondicionales. Para simplificar, diremos que esta técnica consiste en imprimir velocidad a un señuelo artificial para que imite a un pececillo. El movimiento viene dado por la acción del motor que impulsa nuestra embarcación, con la que recorreremos los tramos costeros donde creamos que se encuentran nuestras presas. Los aparejos pueden trabajar en superficie o a cierta profundidad, según lo que estimemos conveniente, y las lubinas pueden picar, asimismo, en superficie o casi a ras de fondo. Aunque ocasionalmente estos serránidos salgan a mar abierto, como sucede cuando, persiguiendo a los bancos de anchoa o de sardina, se alejan a distancia significativa de la costa y se encuentran con mucha profundidad bajo sus aletas, esto no es lo habitual. Las lubinas rondan las aguas que definen el relieve costero, la franja litoral que les es propia, y evitan zonas que excedan los cien metros de profundidad. Esto quiere decir que, para cacear lubinas en embarcación, no debemos nunca alejarnos de los aledaños costeros, a no ser que repasemos unos bajíos poco profundos incluso a cierta distancia del litoral Este aspecto es quizás el más importante. Saber dónde buscar a las lubinas, cuya pesca, por lo demás, no resultará ni muy complicada ni muy técnica con esta modalidad.
El equipo.- Comenzaremos por la embarcación. No existe un tipo de embarcación a priori mejor o peor, pero lo ideal es que, la que utilicemos, reúna una serie de requisitos impuestos por el uso que vamos a darle y por los lugares donde faenaremos. Para empezar, ésta debería tener poco calado, ya que trabajaremos sobre zonas de escollera, libraremos bajíos y barras, o nos enfrentaremos con rocas apenas sumergidas, cuyas inmediaciones gusta rondar a las lubinas. En este escenario, la embarcación debe ser muy maniobrable y capaz de sortear todas las dificultades que hallaremos en forma de peñas o bancos de arena. El hecho de que a nuestro pez le gusten las zonas de corrientes y turbulencias, nos obligará a que la embarcación con la que la persigamos reúna condiciones muy marineras, por lo que una carena “cómoda”, diseñada para enfrentarnos con el oleaje, resulta más que aconsejable. Asimismo, conviene que posea un potente motor que nos saque de apuros lo que podría ocurrir en nuestro afán por capturar a la intrépida lubina. Pero, repito, todo depende de la zona que queramos batir, pues, por ejemplo, muchos aficionados realizan grandes capturas con un bote a remo, valiéndose tanto de señuelos artificiales, como de peces vivos, que pasean en zonas querenciosas para la lubina.
Por tanto, si disponemos de una embarcación de gran calado con prestaciones de tipo crucero familiar, o incluso de un velero, cuya quilla y características imposibilitan navegar pegados a tierra, busquemos a las lubinas que se encuentran a cierta distancia de la costa, que también como las meigas haberlas haylas. Y si no las encontramos en la superficie, seguro que damos con ellas en las zonas de promontorios sumergidos, con cierto conocimiento del relieve submarino y aparejos que trabajen cerca del fondo. No obstante, no debemos ocultar el hecho de que, generalmente, cuanto más pegados a la costa y sus rompientes, mayores serán las ocasiones de sorprender a la lubina. Pero en este caso, conviene extremar la prudencia y nunca arriesgar lo más mínimo. En la navegación costera, el mayor peligro lo constituyen las piedras, la tierra, todo lo que no sea agua y pueda mandarnos a pique. En la mar, sin barco no somos nada.
Por eso, para este tipo de pesca, debemos conocer el litoral palmo a palmo, estudiar las cartas hasta memorizarlas y no dejarnos llevar por el afán de poner nuestro aparejo donde no podemos llegar, por muy bueno que nos parezca “ese recorrido lleno de rocas y espuma” que ruge frente a nuestra proa. Decíamos que también son muy provechosos los bajíos un poco alejados de la costa, donde el fondo es repentinamente menor y pasa, por ejemplo, de muchos metros a una veintena o una treintena. Estos lugares suelen ser muy concurridos por las lubinas, sobre todo si presentan repliegues rocosos y sinuosidades donde puedan aguardar a los peces de paso. Con ayuda de los modernos aparatos de navegación o si conocemos a la perfección las marcas podemos rastrearlos sirviéndonos de peces artificiales tipo sinking (señuelos ahogados) que nos proporcionarán excelentes capturas. Por mucho que la lubina coma muy a menudo en superficie, no es menos cierto que, a considerable profundidad, se muestra quizás más confiada y pica con decisión, máxime durante el invierno. Y ya metidos en la técnica y el material, conviene recordar los cambios a mejor que se han producido en los últimos años.
Cuando yo era niño las embarcaciones caceaban sin ayuda de aparatos, lo que exigía un profundo y nunca mejor dicho conocimiento de los fondos, e impedía aventurarse en zonas no conocidas, lo que restringía mucho el radio de acción de pesca. Al no existir el GPS (Global Position Sistem) ni las sondas digitales, el aficionado y el profesional descubría y registraba los accidentes del fondo y las mejores zonas para la pesca como mejor podía. Lo más apreciado eran las cartas de pesca, una especie de mapas artesanales que los pescadores confeccionaban con esmero, en los que se recogían las características de los fondos sobre los que se habría de faenar. Estas marcas, como se las denominaba, se señalaban mediante la intersección de puntos sobresalientes en la costa. Así, por ejemplo, se tomaba como referencia la punta de un monte con otro, o con una ermita costera, etcétera. De esta forma, sin conocer como ahora la longitud y la latitud, se registraba o se hallaba el punto de pesca buscado. “El monte del León, con el picacho roto, y el campanario de Villaparda”, ya teníamos la marca para situar la embarcación sobre el bajío fructífero. Y mediante una sonda compuesta por una plomada y un largo cabo, se podía saber la profundidad del fondo. Para conocer la composición de éste, en la plomada se añadía un pegote de sebo u otra sustancia, a fin de que se adhiriese algo de arena, algas, grava o aquello que supuestamente conformaba el lecho marino. A bordo no se utilizaban cañas, sino que nos apañábamos con aparejos de mano o chambeles, empleando.
grandes cucharillas metálicas ondulantes y plumas y, si pretendíamos pescar cerca del fondo, un lastre de ¼ kg. para mantener el señuelo a la profundidad adecuada. Cuando el pez picaba, el patrón mantenía la embarcación con el motor a ralentí, (o la ponía al pairo cuando se caceaba a vela). Entonces se cobraba el hilo (0.60/0.80) a mano hasta tener la lubina cerca y, una vez con la cabeza del pez fuera del agua pegada al costado del bote, te inclinabas por la borda para prenderlo metiendo los dedos bajo las agallas. Una vez así sujeto, sólo restaba echarlo dentro. No, no estoy hablando de la prehistoria, sino de unos pocos años atrás. Sin embargo, en la actualidad, el aficionado dispone de la ayuda inestimable de las modernas sondas digitales, que nos permiten saber cómo es el fondo, a qué profundidad se encuentra, su relieve y composición y hasta si existen peces en las inmediaciones. También podremos conocer la temperatura del agua, las corrientes, velocidad de la embarcación y, en algunos modelos, se incluyen funciones de identificación de especies.
Los sistemas de navegación por satélite han marcado una revolución, comparable a lo que supuso la brújula en la antigüedad. Con un simple GPS portátil a precios muy módicos podemos conocer la posición de nuestra embarcación con una exactitud inverosímil hace unos pocos lustros. Estos aparatos también ofrecen aplicaciones para la navegación automática mediante el uso de plotters gráficos o sus múltiples displays de datos de navegación e, incluso, funciones excepcionales para identificar y retener localizaciones concretas en situaciones apuradas, como las que se producen cuando un tripulante cae al agua, terror ancestral de los hombres de la mar. Los toscos aparejos de mano o chambeles, han dejado paso a unas cañas, cortas y robustas pero flexibles no confundir con las de altura o de curricán pesado-, diseñadas específicamente para este tipo de pesca desde embarcación. Los gruesos sedales de antaño han sido sustituidos con éxito por otros mucho más finos y que, en combinación con la caña y el freno del carrete, minimizan el peligro de rotura pese a su mayor fragilidad inicial. Con todo esto la pesca gana en deportividad, aunque hay que reconocer que, eso de saber cómo es el fondo y qué secretos esconde, que el océano deje de ser un medio insondable, le resta un poco de misterio, algo de encanto.
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