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miércoles, 12 de enero de 2022

INVENTARIO GENERAL DE INSULTOS

A



Aborto.
Persona que llama la atención por su extrema fealdad. Producción rara, caprichosa o monstruosa de la naturaleza. Puede connotar merma intelectual que afecta a la inteligencia, en cuyo caso equivale a mentecato, necio total, que carece de seso, acepción no contemplada por el diccionario oficial, aunque es de uso corriente en la calle, donde cursa con "feto, mal hecho, mal parido, mal cagado, malogrado, que se quedó en agua de borrajas, o en cierne'" En cuanto a su etimología, deriva del verbo abortar, que a su vez procede del término latino oriri < aboriri = levantarse, nacer. El substantivo empezó a utilizarse a finales del siglo XVI, aunque el término "abortón" ya era utilizado en el XIII (Fuero viejo de Castilla, y Fuero de Navarra). El uso ofensivo de "aborto" ya se daba en el asturiano antiguo, lengua medieval en la que "albortón" tenía el valor semántico de feto de cuadrípedo; cosa mal hecha, o malograda; animal de desarrollo incompleto, y por extensión: persona deforme, tanto física como mentalmente.

Abrazafarolas. Vivalavirgen; variedad del Juan Lanas; sujeto irresponsable a quien lo mismo da ocho que ochenta. Tiene rasgos del adulador lameculos, del simplón y del donnadie; su conducta está dirigida a un solo fin: no molestar a quien considera su amo. Es voz descriptiva, ya que el análisis de la imagen que proyecta retrata gráficamente al individuo a quien se dirige. Tiene puntos de contacto con el borrachín, el juerguista y el calavera que harto de vino no gobierna sus pasos ni entendederas. Aunque no está recogido por los diccionarios al uso, es término muy difundido, sobre todo en tertulias radiofónicas de carácter distendido y deportivo. (Véanse también "Vivala-virgen, Juan Lanas").

Abundio. Ser más tonto que Abundio es paradigma de insensatez, cerrazón y cortedad de entendimiento. Parece que el personaje existió entre los siglos XVII y XVIII en Córdoba, donde protagonizaría alguna solemne tontería parecida a la de Ambrosio y su carabina*, aunque de naturaleza distinta, ya que a Abundio se le achaca el haber pretendido regar "con el solo chorrillo de la verga", con apenas agua, un cortijo, empresa descabellada, a no ser que pretendiera regar otros campos metafóricos con el aparejo citado, en cuyo caso distaría mucho de merecer la fama que el tiempo le ha asignado. Por otra parte, acaso nos encontremos ante el precursor del riego por goteo, y debiéramos levantarle un monumento. En su día pasó por loco insigne, diciéndose hoy de quien da muestras de imbecilidad que es "más tonto que Abundio, que en una carrera en la que corría él sólo llegó el segundo".


Acémila.
Animal; se dice por extensión del mulo de carga, en particular el macho; asno, sujeto rudo, primitivo y tosco. En tono jocoso, se predica de quien es tan fuerte como bruto, capaz de cargar con lo que fuere; especie de bestia de albarda. En los siglos de oro se decía del hombre disforme de cuerpo, y de muy escaso entendimiento. El médico segoviano, Andrés Laguna, en su Pedacio Dioscórides Ariazarbeo, (mediados del siglo XVI) emplea la acepción insultante del término en forma superlativa:

"No puedo tener la risa siempre que me acuerdo de un mozo torpe y dormilonazo, que tuve siendo estudiante en París, el cual una mañana (...) se fue derecho al hogar, adonde estaba un gatazo (...) y le plantó un palillo de azufre, por donde súbito le saltó el fiero animal al rostro y le rascuñó toda la cara, no sin grandes gritos del acemilazo...."

Más próximo a nosotros en el tiempo, el dramaturgo riojano Manuel Bretón de los Herreros, (mediados del siglo XIX), añade al término cierto matiz propio del zote:
 "¿Qué ha de llorar ni temer 
una acémila asturiana, 
sin miras para mañana 
y sin recuerdos de ayer?"

Adefesio. Persona ridícula, que va extravagantemente vestida; también, sujeto que se permite dar consejos, hablando sin ton ni son, y sin que nadie le haya pedido parecer, siendo sus consejos descabellados y fuera de lógica; que va hecho una facha. Por lo general se admite como etimología el sintagma latino ad Ephesios, alusivo a la epístola paulina a los ciudadanos de aquella ciudad del Asia Menor. No hay dificultad en eso, pero sí en el significado y porqué de la frase. En el Viaje de Turquía, su probable autor Cristóbal de Villalón, (mediados del siglo XVI) emplea así el término: "Para mi tengo, (Pedro) que eso es hablar ad efesios, que ni se ha de hacer nada deso, ni habéis de ser oydos".
           Ese es su uso más corriente en los siglos XVI y XVII, en los que "hablar adefesios" es tanto como hablar por hablar, decir tonterías, o sacar la lengua de paseo sin ton ni son. Juan Valera, en su novela Pepita Jiménez, (segunda mitad del siglo XIX) da este otro uso al término: "Pues qué, me digo: ¿soy tan adefesio para que mi padre no tema que, a pesar de mi supuesta santidad (...) no pueda yo enamorar, sin querer, a Pepita?".

Agrofa. Ramera, puta buscona. Forma jergal para nombrar a este tipo de mujeres golfas y perdidas en los siglos de oro (XVI y XVII). Juan Hidalgo, en su Vocabulario de Germanía (1609), así como en Romances de Germanía, da cuenta del uso que el vocablo tenía en su tiempo, y trae el siguiente par de versos donde usa el término:

"Guarte de agrofas coimeras
 que buscan nuevos achaques".

Aguafiestas. Sujeto que perturba cualquier diversión; malasombra que incomoda y molesta; metepatas que impide que otros disfruten de la fiesta, cayendo como un jarro de agua fría sobre las ganas de regocijo de los demás. Es término compuesto, en el que el verbo soporta la base del significado, ya que aguar equivale a frustrar, turbar o interrumpir una ocasión festiva, jocunda y alegre. Se tiene in mente la acción de aguar el vino, bebida propiciadora de alegría y diversión, acción que contribuye a rebajar sus efectos, dando así al traste con las posibilidades de regocijo. Alonso J. de Salas Barbadillo, en La hija de la Celestina, (principios del siglo XVII), usa así el verbo aguar: "Si el vino se estima en cuanto es puro, generoso y vivificante, ¿para qué aguarlo y volverlo zupia... (inútil y despreciable)?".
            Sebastián de Covarrubias utiliza esta palabra en el sentido que aquí expresamos. Hoy sigue en uso. Puede llegar a ser insulto grave en su acepción de gafe, persona por cuya mera presencia se van las cosas al garete.


Alcornoque.
Individuo bruto y desmañado; sujeto zafio, de gran tosquedad y rudeza. El poeta romántico Ventura de la Vega, (mediados del XIX), utiliza el vocablo en su acepción insultante: "¡Hombre, Zapata es un alcornoque...!". La acepción peyorativa de "alcornoque" en su sentido figurado estaba presente en el nombre mismo del árbol, puesto que el sufijo latino "-occus" alude a la tosquedad de su corteza, y por extensión a la de los individuos de quienes se dice o predica.

Alfeñique. Persona quejumbrosa, delicada de cuerpo y de ánimo apocado, remilgado y redicho, que busca paliar lo menguado de su aspecto con lo atildado de su apariencia. (Véase también "melindres"). Gaspar Melchor de Jovellanos, (finales del siglo XVIII) entiende así el término: "¿Será más digno de tu gracia, Arnesto, un alfeñique perfumado y lindo, de noble traje y ruines pensamientos...?".
          Se emplea en sentido figurado, teniendo presente el significado o acepción principal, que es el de "pasta de azúcar cocida y estirada en barras retorcidas". En cuanto a su etimología, procede del árabe fanid = dulce de azúcar, golosina que solía darse a los niños enclenques o enfermizos, de salud precaria según Covarrubias en su Tesoro de la Lengua (1611), quien amparándose en Diego de Urrea asegura que "al que es muy delicado dezimos comúnmente ser hecho de alfeñique". Hoy apenas tiene uso, pero se sigue escuchando en ámbitos familiares, con ánimo más caritativo y compasivo que insultante.

Ambladora. Ramera; mujer que mueve lúbricamente el cuerpo para llamar la atención de los hombres; mujer que contonea su cuerpo, haciendo al andar movimientos afectados con hombros y caderas. El verbo y sentido del que deriva el término lo ilustran en cierta Canción a una mujer que traía grandes caderas, Antón de Montoro, (mediados del siglo XV):

"Gentil dama singular, (...)
mesuráos en vuestro amblar,
que por mucho madrugar
no amanece más aína.
Las nalgas baxas, terreras,
mecedlas por lindo modo,
poco a poco, y no del todo
el traer de las caderas;
y al tiempo del desgranar
que el hombre se desatina,
mesuráos en vuestro amblar
que por mucho madrugar..."

El verbo en cuestión pasó a denotar el meneo peculiar que toma el cuerpo al hacer el amor, tornándose por ello en voz obscena, apartada del uso decente; y ambladora se convirtió en sinónimo de "jodedora", puta, mujer cualquiera.

Ambrosio (carabina de). Individuo simple, un tanto bobalicón, que adoptando actitudes de fiereza se ve en seguida que no es capaz de llevar a cabo sus bravatas. Ser alguien o algo "la carabina de Ambrosio" es tanto como no servir para cosa alguna. Suele añadirse, para expresar el colmo de la inutilidad, la circunstancia o coletilla: "colgada de un clavo". La frase originó por cierto tonto eminente que cargaba la carabina con cañamones y sin pólvora, por lo que naturalmente, metido a atracador nadie se lo tomaba en serio. El personaje es histórico: un labriego sevillano de finales del siglo XVIII, a quien no yéndole bien las cosas en el campo quiso probar fortuna echándose al monte. Debido a su buen natural tuvo que dejar el bandidaje, y de vuelta a su pueblo la gente hizo chanza de él, y lo tomó a chirigota, naciendo el dicho. "Ser la carabina de Ambrosio" se empleó en el sentido de no servir algo o alguien para mucho. Ambrosio no era tonto, sino incapaz de hacer daño; se pasó siendo bueno, y eso casi siempre acarrea reputación de bobo; enseñaba los dientes, pero no mordía; amagaba, y no daba.

Amorfo. Que no tiene forma reconocible; contrahecho o deforme. Es término muy ofensivo y humillante dirigido a mujeres, en cuyo caso connota carencia de cintura o cuello, cuerpo masivo y amazacotado, sin atractivo físico. Con el significado descrito es término de uso reciente, muy hiriente cuando dicho a chicas con propensión a la obesidad. Entre sus usos escritos recientes, reseñamos el siguiente chiste publicado de manera particular, y sin firma (Feria del Libro,1995):
 
               A cierto marido aburrido y hastiado de su mujer, le dice ésta, queriendo iniciar un mood romanticoide: "Paco, dime algo cariñoso, dime algo con amor...", y éste, que no sale de su asombro al ver a la foca de su parienta en plan tan cursi, le espeta lo siguiente: "¡Amooorfaaa...! ".

Analfabestia. Se dice de la persona sumamente tosca y embrutecida, que a su ignorancia de cosas elementales, como la lectura o la escritura, une espíritu cerril y zafio. Se usa con ánimo de insultar, siendo calificativo humillante y denigratorio, sobre todo dirigido al individuo cuyo aspecto y conducta parecen hacerle merecedor del improperio. Es voz de formación reciente, compuesta de "analfabeto: sujeto que desconoce el alfabeto", y "bestia"

Analfabeto. Persona poco instruida, que ignora el alfabeto. Es de etimología latina, a través de las dos primeras letras del alfabeto griego "alfa, beta" + la partícula negativa an-. Es voz usada a principios del siglo XVII sin carga ofensiva, ya que el acceso a la lectura estaba a la sazón poco generalizado. Hoy es voz insultante, siendo su contenido semántico el de "sujeto ignorante y zafio, incapaz de entender las cosas, y carente de sensibilidad, delicadeza y finura". La proximidad entre los sonidos de las dos sílabas últimas y el vocablo "bestia" dio lugar al compuesto mostrenco "analfabestia".


Animal.
Como insulto suele acompañar a "burro", a modo de reforzamiento: "Burro animal", con lo que la ofensa multiplica sus posibilidades. Como en el caso de "bruto"* o "cafre"*, se apela a la irracionalidad de la conducta de aquél a quien se dirige. Son numerosos los refranes, frases hechas y proverbios donde la voz "animal" puede encontrarse formando parte de los mismos: "El mayor mal de los males es tratar con animales".
         Por su parte escribe Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua, (1611): "...Vulgarmente solemos decir animal al hombre de poco discurso". El calificativo afecta más a la conducta que al entendimiento. Un individuo merecedor de ser tildado así puede ser persona de largo discernimiento, y quedarse corto en una actividad concreta de la vida de relación, como el juego o el amor.

Animal de bellota. Es forma atenuada de llamar a alguien "cerdo". Con el predicado "de bellota" se quita hierro o fiereza al cochino marrano merecedor del calificativo. Otros piensan que la voz "animal" sube de tono tornándose más ofensiva e hiriente, ya que entra en el terreno del "cerdo", cuyo mundo evoca. En este caso, a la persona sobre la que recae el insulto se le tilda de muy baja y ruín en su proceder. (Véase "cerdo").


Arpía.
Persona perversa y de genio endemoniado; fiera sucia y cruel. Es calificativo fuerte, dirigido exclusivamente a mujeres. Su uso en castellano data de principios del siglo XVI, desde entonces con significado casi idéntico al que hoy tiene. Diego de Funes, (siglo XVI) se refiere a ellas como "robadoras", causadoras de males con sus manejos e intrigas. Pedro Calderón de la Barca (mediados siglo XVII) las convierte en lo peor de su especie, lo peor que se puede ser en cada caso:

Si habla de flores, soy áspid;
si de fieras, basilisco;
si de aves, soy arpía;
si de peces, cocodrilo.

A lo largo de los siglos XVIII y XIX equivalió a mujer de mala condición; en nuestro siglo es tanto como bruja e incluso demonio. No sorprende esta visión. Las arpías o harpías, eran monstruos fabulosos, hijos de Neptuno y la Tierra, sumamente voraces, con rostro de mujer, cuerpo de buitre, garras en pies y manos, y para completar la imagen: unas grandes orejas de oso. En tiempos de Miguel de Cervantes eran tenidas por bestias aladas, rapaces e insaciables, símbolo de usurpadores y usureros, de quienes por malas artes aspiran a hacerse con las haciendas ajenas, o de aquellas mujeres que a cambio de sus favores arruinan y desbaratan las casas de los ricos de poco seso. También se dijo, y se dice, de las rameras que despluman a quienes de ellas se encaprichan, sentido en el que emplea el término Cristóbal Suárez de Figueroa, en El pasagero (primer cuarto del siglo XVII): "...como corrupción de la República me apestaban el gusto estas inmundas harpías, estas infames tusonas...".

Arrabalero. Persona que en su porte y lenguaje da muestras de ordinariez y grosería. Se dice teniendo in mente la acepción principal del término: habitante de los arrabales de la ciudad, o suburbios, por entenderse equivocadamente antaño que en los barrios bajos la gente tenía menor delicadeza en el trato, e inferior calidad humana. Ya en tiempos de Cervantes, y antes en los del emperador Carlos V, se decía que quienes poblaban esa parte de la ciudad en los extramuros, eran "gente común y de bullicio, que por más libertad de su trato viven fuera...". Los arrabaleros, pues, tuvieron ya entonces fama de ruidosos, levantiscos y de conducta montaraz y desarreglada. Hoy es insulto liviano, mezcla de los contenidos semánticos de voces como "ordinario, tosco y desvergonzado". Se dice en particular de las mujeres, por suponer que conviene a ellas una mayor finura en el trato, llamando más la atención, en ellas la carencia o ausencia de modales. Suele abreviarse en "rabalero, -a", aféresis de "arrabalero", aunque no es lo más corriente.

Arrastracueros, o rastracueros. Rico ostentoso; persona que hace alarde de riquezas, pasando por las narices de todos lo granado de su condición económica. Advenedizo a la riqueza, nuevo rico y snob. Sin embargo, el primer sentido del término fue todo lo contrario: persona mísera, que arrastraba su desnudez material y moral. (Véase rastracuero).

Arrastra(d)o. Rastrero; sujeto vil y despreciable, capaz de vender su alma al diablo; individuo que ha perdido todo resto de dignidad, y carece de honra o estima social alguna. También se dice del pícaro, tunante o bribón; persona perversa e infame, capaz de toda villanía. Juan Valera usa así el término, en la segunda mitad del siglo XIX: "Mira, arrastrado; mira al teólogo ahora, y en vez de burlarte quédate patitieso de asombro".

As. Sorprenderá al lector encontrar entre insultos, injurias e improperios un término como éste, hoy laudatorio y positivo, sinónimo de número uno, de campeón y de hombre triunfador y de éxito. Pero no siempre fue así. El término ha sufrido un desarrollo semántico opuesto al sentido que tuvo antaño. En los siglos de oro, tachar a alguien de "as" era tanto como llamarle asno. Covarrubias escribe en su Tesoro de la Lengua (1611): "Entre gente plebeya, cuando dicen: Sóis un as, se entiende estar la palabra truncada, decirle asno."
De hecho, ésa es la acepción más antigua de "as", y así se mantuvo hasta el primer cuarto de nuestro siglo. El término tiene, amén de lo expuesto, otro uso en los ámbitos de la prostitución: el as de bastos, otra forma de llamar al pene; y el as de oros, al trasero: "Que en teniendo yo estos naipes me sobra el resto de la baraja.. ", se lee al pie de un dibujo que muestra a un sodomita paciente siendo penetrado por un "dante" (sujeto que en el acto de la sodomía toma el papel activo), en un juego de cartas erótico.


Asno, asnejón.
Se dice de la persona ruda y de muy poco entendimiento; burro; animal; sujeto ignorante y primitivo. Es voz latina: asinus = asno, documentado ya hacia el año 1000. En cuanto a "asnejón", aumentativo despectivo muy usado en la Edad Media, es de creación paralela a "salvajón, alimañón, acemilón". Lucas Fernández (siglo XV), emplea así el término:

-¡Oh qué gentil badajada!
(...) Pues, sabéys, don bobazo, bobarrón...
-¡Oyste, asnejón!
Pues peygayuos a mi hato.

El mundo antiguo lo relacionó con zafiedad, rusticidad y simpleza, en contextos despectivos en el ánimo del hablante, que tuvo de él una visión negativa por el tamaño de su órgano genital y apetito sexual desenfrenado. A esto se unió la costumbre egipcia de representar al hombre necio, de servil condición, con figura humana rematada en cabeza de asno. La rudeza de su trabajo, su supuesta obsesión lasciva lo asemejaron al campesino que nunca salió de su entorno y no aprendió gran cosa. El mundo romano creó el dicho asinus fricat asinum: "un asno frota a otro asno", para tildar de pedante, pretencioso o ignorante a quienes entre sí se dedican lindezas. A lo dicho se une su fama de terquedad. En el sentido de persona ruda y de poco entendimiento utiliza el término Sebastián de Horozco, (primera mitad del siglo XVI) en un Entremés Que hizo el autor a ruego de una monja:

Pregonero: Asnos ay que bestias son.
Villano: Si, pardiós,
de aquesos ay más de dos.

El mismo autor, en su Teatro Universal de los Proverbios, glosa así el dicho "Con aqueste asno viejo compraremos otro nuevo":

Cuando el viejo rico muere,
que está con moza casado,
esto es lo que ella requiere,
pues con su hacienda adquiere
otro mozo y estirado.
Notorio es esto en concejo
y a decirlo así me atrevo,
que ella, viendo el aparejo,
dice: Con este asno viejo
compraremos otro nuevo.

Era insulto corriente en tiempos de Lope de Rueda, (primera mitad del siglo XVI) en cuyos pasos de El Deleitoso, un paje moteja así al simplón: "¡Mira el asno! Por decir la vendedera dijo la buñolera!"; años después, Juan de Timoneda, en su Sobremesa y Alivio de caminantes, cuenta lo siguiente:

Fue convidado un necio capitán (...) a comer; y después de comido alabóle el señor al capitán un pajecillo que traía, muy agudo y gran decidor de presto. Visto por el capitán, dijo: "¿Ve vuestra merced estos rapaces cuán agudos son en la mocedad?, pues sepa que, cuando grandes, no hay mayores asnos en el mundo". Respondió el pajecillo al capitán: "Más que agudo debía ser vuestra merced cuando muchacho".

Entrado el siglo XVII, Cervantes pone en boca de Sancho lo siguiente: "Digo que en todo tiene vuestra merced razón, respondió Sancho, y que soy un asno".
            En el Lazarillo de Manzanares, (1620) J. Cortés de Tolosa, se muestra escueto, pero fulminante, en el uso del calificativo: "Erase un padre, y este padre tenía un hijo, y este hijo era médico, y este médico era un asno...".

Asqueroso. Como voz ofensiva e insulto, se dice de la persona que por su aspecto físico o conducta moral causa repugnancia en quien la trata. Es término de procedencia latina: eschara = lleno de costras, y antes del griego esjara: pústula causada por quemadura. Covarrubias habla de otra voz también griega, aisjos= "sórdido, sordidez", y hace el siguiente comentario, en su Tesoro de la Lengua (1611): "Porque toda cosa suzia da horror y asco". El término es muy antiguo en castellano, y lo utilizó el anónimo autor medieval del Libro de los Reyes de Oriente, aunque no en sentido ofensivo, sino con el de persona que no siente fácilmente asco o repugnancia:

La Gloriosa diz: dármelo, varona,
yo lo banyaré, que non so ascorosa...

En los siglos de oro su uso es frecuente en ambos sentidos: individuo que da asco; pero también persona que fácilmente siente repugnancia por cualquier pequeña cosa. Andrés Bello, el polígrafo venezolano profesor de Simón Bolívar, (primera mitad del siglo XIX) usa así el término:

...De su seno
las apestadas naves vomitaron
asquerosos cadáveres cubiertos
de contagiosa podre.

Hoy es insulto generalizado, que se aplica a la persona molesta, fastidiosa y pesada. No tiene uso ni contextos claros; el hablante escoge situación y caso en que debe aplicarlo, caprichosamente. También se dice exclamativamente: "¡Qué asco de tío!"; "¡Vaya tipo asqueroso!"; "¡Caray con el asqueroso de mierda!"..., y así ad infinitum.

Astroso. Sujeto vil y despreciable, capaz de llevar a cabo bajezas y traiciones; también, persona desaseada, desastrada y sucia. En ambos sentidos empleó ya el término el autor del Libro de Apolonio, (siglo XIII):

Por amor el astroso de sallir de laçerio
madurgó de manyana e fue poral çiminterio;
aguzó su cochiello por fer mal ministerio,
por matarla rezando los salmos del salterio.

Se dijo también del mezquino, desgraciado y miserable, sentido que da al vocablo Sem Tob de Carrión en sus Proverbios Morales, (mediados siglo XIV):

Quando las tus cobdiçias ganas por ser mintroso,
por muy sabio te priçias,
e tyenes por astroso al que non quier engaño...

En la acepción de persona desastrada, desaliñada, que descuida su aspecto importándole poco la imagen que proyecta, utiliza el término Cervantes: "Dice la historia que era grandísima la atención con que don Quijote escuchaba al astroso caballero de la Sierra...".
           Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua (1611), añade una tercera acepción, la de persona sin ventura:

...aquel en cuyo nacimiento concurrieron muchas estrellas en su favor para subir a gran estado, muere desdichado. Y desastrado, al que no tiene ningún astro que le favoreciesse y vive toda su vida miserable, abatido, y sin que nadie en vida ni en muerte haga caso dél.

Es su acepción más antigua, uso que da a este vocablo Gonzalo de Berceo. De esa acepción tomó su significado el término "desastre": infelicidad, descalabro y desorden. San Isidoro de Sevilla, (libro X de sus Etimologías, siglo VII) dice que astrosus es aquel que ha nacido bajo una mala estrella: malo sidere natus.

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