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jueves, 3 de febrero de 2022

INVENTARIO GENERAL DE LOS INSULTOS



Ufanero, ufano.
Persona envanecida, presuntuosa y soberbia, que mira a otros por encima del hombro, creyéndose muy especial y distinta. Equivale a engreído, sin llegar a la arrogancia; sujeto contento consigo mismo, que se ve mejor de lo que ve a los que le rodean. Es voz usada en la Edad Media para calificar a quien se paga en exceso de sí mismo, y tiene a los demás en menos. En la Crónica General de España se lee:
               "Pagábase poco de vanagloria de este mundo, nin de mostrarse ufanero". El término fue perdiendo carga negativa, hasta convertirse en el siglo XVII en término para el halago más que insultar. Sin embargo, el sustantivo "ufanía" seguía teniendo el valor peyorativo de presunción, jactancia, vanidad. Como ofensa, "ufano" es voz que utiliza a menudo Sebastián de Horozco, (primera mitad del siglo XVI), en contextos donde significa ocioso, haragán, vago que presume de serlo:

¡Oh, cómo sabe el holgar!
Dezí(d), hermanos,
pues que estáis buenos y sanos
y en tiempos tan trabajosos
do son menester las manos,
¿por qué todo el día ufanos
os estáis y tan ociosos?


Uñilargo.
Ladrón; que tiene las manos muy largas, y un desmedido gusto por lo ajeno. Se dice del rateroaficionado, o descuidero, que roba si se presenta la ocasión. El crítico literario sevillano, Francisco Rodríguez Marín, en Azar y otros cuentos, echa mano del término, al parecer propio de aquella región andaluza: "...mandó llamar a un escribano que tenía fama de uñilargo, en son de consulta".
                Mi madre, Dolores Gomariz, canaria de origen gaditano, utilizaba así el término referido a cierto fulano zascandil y ladrón, en los años cuarenta: "a fulanito nunca faltará qué comer, porque como es uñilargo siempre arrebaña con algo..:".

V


Vacaburra. Persona, generalmente una mujer, de trato rudo y áspero ; individuo tosco, muy burdo e incluso brutal, que gusta de gastar bromas pasadas de punto pretendiendo hacer gracia. Se dice también de la mujer de aspecto descuidado, un tanto hombruno, metida en carnes, a quien no parece molestar su apariencia sucia y chabacana. Es insulto fuerte entre mujeres.


Vacilón.
Bromista pesado y guasón; sujeto que disfruta tomando el pelo a los demás; persona a la que le va el vacile: acción y efecto de cachondearse del prójimo. También se emplea en el sentido de individuo a quien le gusta chulearse, hacer ostentación vana de su palmito y figura. Es voz de uso reciente, acogida por la Academia en su diccionario hace pocos años.


Vago,vagoneta.
Ocioso, haragán y gandul; sujeto que anda de un lado para otro sin ocupación, oficio o cometido alguno. Hartzenbusch emplea así el término, mediado el siglo XIX:

No falta quien abrace
la descansada profesión de vago,
profesión de funesto desenlace...

Es voz de etimología latina, de la voz vacuus = vacío, desocupado. En cuanto al término "vagoneta" nada tiene que ver etimológicamente con el anterior; su empleo como sinónimo de vago sólo se explica por proximidad fonética, en un uso gratuito y festivo del idioma. Teniendo el hablante la sensación de que "vago" da para poco, añade dos sílabas más, acercándose al término vagoneta, sinónimo de carretilla entre los peones de albañil que se dedican a acarrear ladrillos, cemento y material a pie de obra, y cuya reputación de haraganes y vagos es grande. Contra la plaga de los vagos que llenaban las ciudades antaño se enactaron leyes que los compelían a trabajar so pena de destierro, de ser azotados en público, o condenados al remo y a galeras.

Vaina, vainípedo. Tonto, simplón, patoso; también, persona despreciable. Alcalá Venceslada la incluye en su Vocabulario Andaluz como término propio de aquella región, pero es común en la América hispanohablante, en Murcia y zonas castellanas del reino de Valencia. Vázquez del Río, en sus Memorias de un reclamo, escribe: "¡So vaina! ¿no viste que la ladrona de la madre se hizo la cojitranca?".


Vándalo.
Gamberro, salvaje; sujeto incivil que disfruta destrozando propiedad pública y transgrediendo las normas de convivencia; sujeto desalmado y montaraz incapaz de respetar el orden establecido. Se dijo en alusión a cierto pueblo bárbaro arribado a España al filo del siglo V, estableciéndose en Andalucía, de donde pasaron al Norte de África tras haber destrozado cuanto hallaron, y haciéndose notar por el furor con el que redujeron a ruinas los monumentos que encontraron a su paso. Es término de uso relativamente reciente: primera mitad del siglo XIX.

Vanílocuo. Sujeto engreído que no dice sino tonterías y sandeces, hablando siempre en vano y fanfarronamente; hablador insubstancial; individuo que junta palabras sin propósito. Utiliza el término el poeta Juan de Mena en el siglo XV, en su Laberinto de Fortuna, aunque alterando el sentido del compuesto "locuo", del verbo latino loquor = hablar, por el de loco, demente: vaníloco.


Vano, vanidoso.
Persona presuntuosa y arrogante; sujeto casquivano y vanaglorioso que se ufana de continuo por cosas de poca entidad. Es voz latina, de vanus = hueco, vacío, y se utiliza en castellano desde los orígenes del idioma. El humanista cordobés Ambrosio de Morales, en su obra Antigüedades de las Ciudades de España, (mediados del siglo XVI) utiliza el término como sinónimo de arrogante, inútil y presuntuoso: "No les contentaba nada de esto a sus soldados, y mofaban de la vana altivez de su capitán”.
              En el siglo XVIII, el fabulista canario Tomás de Iriarte da al término el sentido de vaciedad, inanidad, falta de solidez y consistencia, mera apariencia externa hueca, como son las personas que se ufanan y pagan en exceso de sí mismas:

Mas luego que del viento
el ímpetu violento
una caña abatió, que cayó al río,
en tono de lección dijo la rana:
"Ven a verla, hijo mío",
por defuera muy tersa, muy lozana;
por dentro toda fofa, toda vana...

Veleta. Persona inconstante y mudable, que no se atiene a la palabra dada ni se determina a seguir el camino previamente marcado por ella misma; individuo incumplidor y de poco fiar, capaz de cambiar de idea en cualquier momento. En su uso figurado es voz utilizada por las grandes plumas de los siglos XVI y XVII. Lope de Vega caracteriza así a cierta dama: "Si, como el fundamento era valor, no fuera la mujer veleta que a cualquier viento se mueve...".
               Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua, (1611) emplea el término con el sentido que hoy tiene: "...moverse a todo viento como veleta, ser inconstante". En cuanto a su etimología, es italiana, de la voz veletta = papahigo, vela pequeña, o banderola, que se pone al tope de los mástiles, sobre la gabia. En castellano se designó así a la vela que señalaba la dirección en que sopla el viento, de ahí que se la llamara también, en italiano y valenciano, mostravento. Aplicado a la persona voluble es evidentemente un uso figurado fácil de aplicar.

Verde. Obsceno, procaz. Aplicado a la persona de edad, ser verde equivale a conservar inclinaciones galantes o apetitos carnales impropios de los años; viejo rijoso y lascivo. El autor de la Vida de Cristo, Cristóbal de Fonseca, (finales del siglo XVI), escribe asombrado ante las ganas de trote y bullicio de cierto hijo espiritual o de confesión, enfermo y achacoso, que sigue tras las faldas a pesar de todos los pesares: "¡Que haya llovido Dios sobre vos tanta gota, tanta hijada, tanto corrimiento, tantos dolores, y que todavía estéis verde...!".
               Quevedo, en una de sus coplas hirientes, Desmiente a un viejo por la barba, lo descubre y ridiculiza por haberse teñido la barba para parecer joven:

Viejo verde, viejo verde
más negro vas que la tinta,
pues a poder de borrones
la barba llevas escrita.

Del viejo verde se ha hecho burla en escena en todas las épocas. De ahí que el Diccionario de Autoridades, cuando da acogida al término, escriba: "El que tiene acciones y modales de mozo, especialmente en materias alegres", y que la expresión "darse alguien un verde" equivalga a echar una cana al aire. El verde es el color de la juventud, de la mocedad y lozanía, años que se recuerdan con melancolía. Gonzalo Correas escribe en su Vocabulario: "Cantares y cuentos colorados: los deshonestos".
               La aplicación del verde a estas materias no es reciente, aunque también el rojo sirvió para calificar obras o espectáculos escabrosos en el XVIII, como recoge el Diccionario de Autoridades (1791): "Palabras coloradas: las que sin ser oscuras tienen alguna alusión a la obscenidad".


Verdulera.
Mujer desvergonzada, grosera y raída. En el siglo XVI se decía "verdureras" a las vendedoras de verduras en plazas y mercados; ya entonces tenían fama de gente ordinaria y ruín, que por ganarse un cliente eran capaces de organizar grandes zapatiestas, poniéndose unas a otras de hoja de perejil. Quevedo utiliza el término tal como hoy lo empleamos: verdulera, por disimilación ante la proximidad de sonidos parecidos "ver-du-re-ra". Jovellanos, (finales del XVIII) se queja de la condición embrutecida y zafia de la población de su tiempo: "Otras naciones traen a danzar sobre las tablas los dioses y las ninfas, nosotros los manolos y las verduleras".
               Es insulto todavía muy en uso, normalmente dirigido por mujeres a las de su mismo sexo, denotando zafiedad, ordinariez, ramplonería y desvergüenza, todas ellas notas que se presumieron antaño en las que vendían en los cajones de los mercados de pueblos y ciudades.

Verriondo. Del término latino verres = verrón, o verraco: cerdo en celo. Por extensión, se dice del hombre cachondo, siempre excitado sexualmente, que no sabe poner freno a su apetito. También se utiliza en femenino, en cuyo caso vale tanto como puta, ramera, tirada. El término se documenta en el primer cuarto del siglo XVII, en la Segunda parte del Lazarillo de Tormes sacada de las crónicas antiguas de Toledo, de H. de Luna:
               Uno de la Orden de San Francisco me dijo que si le quería hacer la caridad de llevarle su hato hasta el convento; díjele con alegría que sí, porque eché bien de ver que no me engañaría como había la verrionda.

Víbora. Sujeto que con malas intenciones y peores ideas aguarda cauteloso el momento de llevar a cabo su traición, venganza o mala acción. Es voz de uso antiguo en castellano, encontrándose en algunas de las primeras creaciones literarias de nuestra lengua. Su empleo como insulto se basa en la reputación de este reptil. Covarrubias tiene esto que decir en un pasaje de su Tesoro de la Lengua, (1611) que no tiene desperdicio:
               Escriben della que concibe por la boca, y que en el mesmo acto corta la cabeça al macho apretando los dientes, o por el gusto que recibe o por el desgusto que teme recebir después al parir de los vivoreznos, los quales, siendo en número muchos, los postreros que han tomado más cuerpo y fuerça, malsufridos y cansados de esperar, rompen el pecho de la madre. (...) Es comparada a ella la mujer que en lugar de regalar y acariciar a su marido, le mata; y de aquí nació que quando a las tales en pena las incuba, echan con ellas una bívora, una mona, un perro. De la bívora ya hemos dicho que mata al macho; la mona al hijuelo, brincándole y apretándole; el gallo pelean el padre y el hijo sobre tomar la gallina; y ni más ni menos, los perros por comer la carne (...). A la mujer que es brava de condición dezimos que es una bívora.
               Con estos antecedentes, llamar a alguien así era tanto como hacerle gran agravio, por darse cita en este reptil villanías y bellacadas como la ingratitud, la traición y la hipocresía. Nicolás Fernández de Moratín, en La Petimetra, dice "que es víbora enfurecida, despreciada; una mujer".

Viceversa. Sujeto desorientado y perplejo, que muestra gran indecisión ante cualquier cosa. Se dice de quien no sabe qué pensar, a qué carta quedarse, o en qué partido militar; que ignora si sube o baja, si va o viene. Parece que el uso de este adverbio, como insulto, se debe al historiador de la primera mitad del siglo XIX Modesto Lafuente, que solía referirse a sus compatriotas como tipos anómalos de conducta contraria a sus propios intereses, todo lo cual resumía en una palabra diciendo: "España es el país de los viceversas", y eso eran los españoles. Desde entonces, para llamar a alguien "ilógico y contradictorio" se le aplica el calificativo en cuestión. Es también aplicado a la persona inestable y mercurial, a los veleta que cambian de opinión con facilidad y frecuencia, a los vivalavirgen, y a todos aquellos a quienes lo mismo da ocho que ochenta.

Vidaperdurable. Persona sumamente pesada, que se eterniza contando algo. Alcalá Venceslada, en su Vocabulario andaluz, documenta así esta expresión adjetiva: "Mi prima, hablando, es vidaperdurable: no se marchó hasta las once". Se alude al individuo que puesto a hablar o hacer algo es tan prolijo que aburre a quien le escucha. El origen de la expresión tiene que ver con el rezo del rosario, al final del cual se decía el credo, siendo las últimas palabras de esa oración, antes de llegar al amén: .”.. y en la vida perdurable...”. Cuando se dice de alguien que es vidaperdurable se asegura del sujeto en cuestión que es tipo aburrido cuyo discurso va para largo.

Vil. Hombre bajo y soez, de ruin casta y ninguna estima. Se aplica a la persona desleal, al traidor probado. Siempre fue ofensa grave, e insulto serio. El dramaturgo Ruiz de Alarcón utiliza así el término en el siglo XVII:

En vencer está la gloria,
no en matar;
que es vil acción
seguir la airada pasión,
y deslustra la victoria
la villana ejecución.

Procede del término latino vilis = cosa sin valor o muy barata. Es palabra de uso antiguo en castellano, desde Gonzalo de Berceo y el resto de los autores medievales, hasta nuestro tiempo.

Villanchón. Villano rufián y rústico; sujeto vil y rudo, tosco y grosero. Fue voz muy despectiva antaño. Sebastián de Horozco, en su Cancionero, (mediados del siglo XVI), glosa un refrán que dice: "A fuerza de villanchón, hierro en medio". Y definiendo el vocablo afirma que se trata de un "villano agestado y reforzudo". Calderón de la Barca, en El Alcalde de Zalamea, pone en boca del capitán que anda buscando a la hija del alcalde, estos versos, acusándole de querer esconder a su hija:

Vive Cristo, que con aquesse intento
no he dexado cocina ni aposento
y no la he encontrado:
sin duda el villanchón la ha retirado.


Villano.
Individuo de la plebe o estado llano, en contraposición a hidalgo o caballero. Por extensión, sujeto rústico, grosero y descortés, ruin e indigno de consideración social. Se contraponía antaño a la voz y concepto de hidalgo. Mientras el hidalgo fue considerado persona moralmente superior, el villano era tenido por patán, paleto, hombre necio carente de intelecto. Antaño las connotaciones de tipo social y económico eran las más sobresalientes; hoy se alude con esta palabra a aspectos morales e intelectuales del individuo. Es voz procedente del término latino villa = casa de campo, encontrándose entre las de más antiguo uso. Gonzalo de Berceo la utiliza en sus Milagros de Nuestra Señora, primer tercio del siglo XIII:

Alzaron arzobispo un calonge lozano,
era muy soberbio, e de seso liviano,
quiso eguar al otro, fue en ello villano,
por bien non selo tovo el pueblo toledano.

Ese fue el valor semántico que tuvo a lo largo de la Edad Media, y que se mantuvo durante el Renacimiento y siglos de oro. Juan de la Cueva, en El infamador, (segunda mitad del siglo XVI), lo emplea así :

¿Estás en ti? Agora entiendo y creo
que has perdido el juicio. Di, villano,
¿qué mujer hay que pida mi deseo
que no le tenga luego de mi mano?

Y Lope de Vega, (primeras décadas del XVII), en su Fuenteovejuna, da al vocablo el uso que hoy tiene:

-Que os he de matar, creed,
en ese potro, villanos.
¿Quién mató al Comendador?
-Fuente Ovejuna, señor.

Vilordo. Tardo, lento, perezoso. Procede de la misma voz francesa que dió "palurdo": balourd. Era de uso común en el siglo XVII. Covarrubias acoge el término en su Tesoro de la Lengua, (1611) añadiendo la nota de "tonto", y adscribiéndolo a la palabra francesa lourd. El Diccionario de Autoridades le asigna a principios del XVIII su significado actual, aunque hoy es palabra arcaica, caida en desuso. Se encuentra formando frase en la locución adverbial "estar vilordo", que es tanto como "estar en vilo, pasmado", de uso entre hablantes del cono sur, en la América hispana.

Viva Cartagena. Sujeto mediocre y ramplón, pero avispado. Es probable que el origen de la expresión esté en la ciudad murciana a que se alude. Parece que cuando se representó allí la ópera Marina, del Maestro Arrieta, (último cuarto del siglo pasado), al tenor se le escaparon una serie seguida de gallos que escandalizaron al público, que estando ya a punto de patear y silbar la representación, el cantante, con gran presencia de ánimo dio unos pasos hacia las candilejas, y mirando al público de frente gritó con todas su fuerzas: "¡Viva Cartagena!", con cuya ocurrencia se ganó al auditorio, que trocó insultos en aplausos. Desde entonces se utiliza la frase para adjetivar al mediocre que no haciendo las cosas bien salva el expediente mediante procedimientos un tanto indignos.

Viva la Pepa. Fresco, indolente, vago y despreocupado. Es frase que funciona con valor adjetivo, levemente ofensivo o insultante, aplicándose a la persona que como el vivalavirgen muestra excesiva tranquilidad ante asuntos que debieran inquietarle. El origen parece claro. Desde 1814, y años posteriores de aquel siglo, "Viva la Pepa" equivalía a Viva la Constitución de Cádiz, jurada el día de San José (19 de marzo) de 1812. Tras el grito patriótico, algunos desencantados agregaban la coletilla: "...y el pan a dos cuartos". Se daba con esto a entender la tranquilidad con que algunos veían pasar los mayores males sin pestañear, siempre y cuando a ellos no les afectara ni les faltase cosa alguna. De este uso pasó a aplicarse al caradura, fresco y cínico, o al vago que sólo piensa en fiestas, que mostraba su indiferencia y desánimo, o daba a entender así que algo o alguien no iba con él, o le tenía sin cuidado.

Vivalavirgen. Persona indolente y despreocupada, a quien todo parece darle igual. Describe la personalidad de estos individuos una nota de su carácter: la irresponsabilidad. Son como aquél que gritaba: "Si sale con barba, San Antón, y si no, la Purísima Concepción". Los merecedores de este apelativo se muestran dignos herederos del célebre pintor de Orbaneja, de quien habla Cervantes en la segunda parte del Quijote:
               ...un pintor que estaba en Ubeda, que cuando le preguntaban qué pintaba, respondía: lo que saliere. Y si por ventura pintaba un gallo, escribía debajo: este es gallo, porque no pensasen que era zorra.
Es expresión que ha sufrido a lo largo de los tiempos grandes cambios semánticos. Antaño tuvo carga significativa positiva. En tiempos de Cervantes el vivalavirgen era un "hombre sencillo y candoroso, aunque con ribetes de bobo". Cuenta José María Iribarren, en su extraordinaria obra El Porqué de los Dichos, que había tenido ocasión de leer en la revista Alrededor del Mundo la siguiente explicación del dicho: cuando las costas americanas eran atacadas por los piratas ingleses y holandeses, en los siglos XVI y XVII, los españoles armaron a los indios, recién bautizados, y los pusieron a montar guardia en las costas. Cuando los corsarios arribaban a las playas, salían ellos y los atacaban al grito de "¡Viva la Virgen"; como los ataques no eran cosa de todos los días y estos indios se pasaban la mayor parte del año indolentes, la expresión se hizo sinónimo de vago y regalón, o amigo de la vida holgazana. El mismo Iribarren se mostró reacio a aceptar esta tesis, de la que él se hizo eco sólo por haberle caído en gracia.
Otra explicación da a la frase origen marinero: a finales del siglo XIX, en su libro Viaje de circunnavegación de la corbeta Nautilus (1895), su autor, Fernando Villaamil, tiene esto que decir al respecto:
               Llámase a bordo "Viva la Virgen" al marinero conceptuado el más torpe de la tripulación. Proviene el nombre de que antiguamente, al formar la marinería para cantar número en las guardias, el que tenía el último, en vez de cantarlo exclamaba: ¡Viva la Virgen!; luego se aplicó este apodo al descuidado que llegaba tarde a formar.


Vivales.
Aprovechado y sinvergüenza; fresco y pretencioso. Se dice del vividor y desaprensivo que únicamente está atento al negocio rápido y al chanchullo. En cuanto a su etimología, es derivado de "vivaz". El plural está en función peyorativa, como en el caso de "mochales, bobales", propio de la formación de los despectivos mediante este procedimiento.


Vividor
Persona que sólo atiende a su propia conveniencia e interés, mirando por su comodidad, despreocupándose de los demás. Pérez de Montoro, en su Obra Poética, tiene estos versos:

Por que a vivir os enseñen,
si quisiereis vivir largo,
buscad unos vividores,
que no hai pocos en palacio.

También se dice de quien vive al día, despreocupado por completo del futuro, y haciendo honor al viejo tópico del carpe diem.

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