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viernes, 14 de enero de 2022

INVENTARIO GENERAL DE LOS INSULTOS

C



Cabestro.
 Cornudo, cabrón consentido a quien su mujer gobierna y manda. Es uso metonímico de la acepción principal: "ramal o soga de cáñamo con que se ata a la bestia para reducirla y controlar su movimiento". Es insulto muy corriente en los siglos de oro, que utiliza Quevedo en letrillas satíricas como ésta:
 
Tendrá la del maridillo,
si en disimular es diestro,
el marido por cabestro
y el galán por cabestrillo.

Cabezón, cabezota. Terco, obstinado; persona testaruda y porfiada, que no se apea del burro y permanece en sus trece, salga el sol por donde saliere. Es aumentativo de "cabeza: sujeto que tiene la cabeza muy grande y desproporcionada, también llamado “cabezorro, cabezudo". En los siglos de oro se empleó la voz "cabezudo"; Fray Luis de Granada lo emplea así: "...Pertenece al hombre no ser porfiado o cabezudo".
 

Cabra.
Decimos que está "como una cabra" a quien se conduce de forma alocada e inquieta, mostrando escaso sosiego. Covarrubias escribe en su Tesoro de la Lengua, (1611) este curioso y llamativo texto:
 
           Animal de mucho provecho... que con su fecundidad da los cabritos, la leche sabrosa y medicinal; su sangre expele el veneno; su piel, puesta sobre las heridas, las sana; nos viste y nos calza; su hiel clarifica la vista; su pulmón, puesto sobre la mordedura venenosa, atrae el veneno; sus cuernos quemados ahuyentan la serpiente; su pelo viste al pobre, y su carne harta al hambriento... (entre) los egypcios era símbolo del que tenía delicado oydo, porque oye mucho; y yo supe de una cabra que criava (a) un niño huérfano, y al punto que llorava venía del monte a darle de mamar. (...) Las cabras que no tienen cuernos dan más leche; y los cuernos quemados son buenos para sahumerios para las que tienen mal de madre.

Con estos antecedentes no es posible tenerlas por animal negativo; pesaron otras leyendas. Se llama "cabra saltante" a cierto fuego fatuo que vaga por el aire a ras de tierra, y que se relacionaba con este animal, por creérsele poseido por el diablo, ya que su carácter caprichoso y un tanto irracional las hace comportarse como el fuego fatuo. La tradición antigua equiparaba a la cabra con la ramera, por su propensión al deleite carnal. A su mala prensa contribuyó su olor nauseabundo y el hecho cierto de ser una plaga en los sembrados, royendo los pimpollos tiernos. El Refranero se muestra dividido: Por una parte proclama: "Quien cabras ha, bien pagará"; por otra, sentencia: "Si a tu vecino quieres mal, mete las cabras en su olivar". Está vista poco menos que como el caballo de Atila: "La cabra, cuanto roe abrasa". "Cabra en sembrado, peor que nublado". "Por do pasó, todo arrasó". "Cabras en viña, mejor es pedrisca". "Buena cabra, buena mula, buena mujer: muy malas bestias las tres", refrán en boga en tiempos pasados. En cualquier caso, decirle a alguien que "está como una cabra" no resulta tan ofensivo como acusarle directamente de estar loco. Cariñosamente se predica de quien realmente lo está, loco de atar o de remate.
 

Cabrito.
"Al cornudo primerizo llaman algunos cabrito". Es frase sentenciosa que escuché en el barrio sefardí de Jerusalén entre judíos turcos de procedencia española. También pude saber que "el casado mamantón va camino de cabrón". Covarrubias, por su parte, tiene esto que decir: "...es símbolo del moçuelo que apenas ha salido del casacarón quando ya anda en zelos y presume de enamorado y valiente...".
También se predica del cabrón, sujeto vil que consiente el adulterio de su mujer; pero no son equiparables, sin matices, uno y otro individuos. No hay cabritos con pintas, ni ignorantes de su suerte. Todos los cabritos lo son a su pesar y no encuentran lado bueno alguno en serlo. Tal vez el aspecto de falso diminutivo que tiene la palabra atenúe un tanto el peso y el rigor de su rotunda semántica. El autor de la novela picaresca Vida del escudero Marcos de Obregón, Vicente Espinel, escribe coetáneamente: "El que se casa viejo tiene el mal del cabrito, o se muere presto o viene a ser cabrón".
 

Cabrón.
Marido engañado, o que consiente en el adulterio de su mujer; llamamos también cabrón al rufián, individuo miserable y envilecido que vive de prostituir a las mujeres. En otro orden de cosas, se dice de quien por cobardía aguanta las faenas o malas pasadas de otro, sin rechistar; también de quien las hace. Es palabra tomada en sentido figurado, del aumentativo de cabra, cabrón, animal que siempre gozó de mala reputación por haber tomado su figura el diablo en los aquelarres, o prados del macho cabrío, para copular con las brujas en los ritos de estas reuniones nocturnas, teniendo acceso a las mujeres hermosas por delante, y a las feas por detrás. Es palabra de uso en castellano desde los orígenes del idioma, muy utilizada ya por Gonzalo de Berceo, en todas las acepciones que todavía le da el DRAE. En el Cancionero de obras de burlas provocantes a risa, el autor de un Aposento que se hizo en la Corte al papa Alixandre cuando vino legado en Castilla..., se utiliza así el término (s. XV):
 
Y el cabrón de miçer Prades,
descornado,cabiztuerto,
saco lleno de ruindades,
y otro tropel de abades,
en las cámaras del huerto.

Covarrubias, con la sencillez y claridad que caracteriza su entretenido Tesoro de la Lengua Castellana (1611), tiene esto que decir:
 
               Llamar a uno cabrón, en todo tiempo y entre todas las naciones, es afrentarle. Vale lo mesmo que cornudo, a quien su muger no le guarda lealtad, como no la guarda la cabra, que de todos los cabrones se dexa tomar (...); y también porque el hombre se lo consiente, de donde se siguió llamarle cornudo, por serlo el cabrón según algunos...

Siempre hubo grados entre cabrones. No es lo mismo, como advierte Camilo José Cela en su delicioso Diccionario, un cabrón ignorante de su condición, que un cabrón con pintas, consentidor e incluso alcahuete de su mujer. Cela razona así:
 
Cabrón consentido: el que aguanta marea por la razón que fuere; es más triste que el cabrón con pintas, más pudoroso que el cabronazo, y su noción coincide con la de cabroncillo o cabronzuelo.
Diego de Torres Villarroel, a modo de advertencia misógina y pesimista, advierte a los candidatos a marido, en su Ultimo sacudimiento de botarates y tontos, del siglo XVIII:
 
                "...Cásese y profese en el cabronismo, y comerá a costa de otro, que no hay vida más acomodada en el mundo que la de cabrón...".

Caco.
Ladrón, salteador de caminos; ratero. Se dice por el personaje mitológico del mismo nombre, hijo del dios Vulcano, medio hombre y medio sátiro. Su hazaña más sonada la protagonizó robando a Hércules mientras dormía parte de las terneras que éste a su vez había robado a Gerión. Funcionó primero como término de comparación, parecidamente a otro facineroso famoso, Gestas, el buen ladrón. Miguel de Cervantes pone en boca del Licenciado Vidriera las siguientes observaciones de este loco fingido: "Todos los mozos de mulas tienen su punta de rufianes, su punto de cacos, y su es no es de truhanes". Hoy se utiliza como substantivo, predicándose de los ladronzuelos de poca monta, aplicado especialmente a los que practican el escalo. Manuel de León tiene la siguiente copla:
 
La comida de la Venta
súpome puerca y cara,
porque el ventero era Caco
y la ventera era caca.

Cachivache. Trasto; hombre ridículo, mentiroso e inútil. merecedor de desprecio; churriburri. En cuanto a su etimología, es un compuesto de "cacho = pedazo", y "bache = cualquier cosa", con lo que se denota despectivamente aquello que ya no sirve para nada. Es a menudo utilizado en lugar de cacharro o trasto, tanto en la primera acepción de esas palabras, como en su sentido figurado insultante.
 

Cachondo, cachondo mental.
Sujeto rijoso, capaz de excitarse con el solo pensamiento y recuerdo de asuntos y situaciones lascivas que él recrea en su imaginación; persona que vive obsesionada por el sexo, y a quien todo se le antoja, de forma jocunda, diversión, pasatiempo y goce. También se dice de quien es en exceso burlón y divertido, haciendo chistes de cualquier cosa, y tomándose la vida a chirigota; persona informal, un tanto inconsciente, que sólo piensa en divertirse, y cuya conversación y tema principal siempre recae en lo mismo: la materia sexual. El término es transposición y empleo metafórico del calificativo "cachondo", de antiguo uso en castellano, con el valor semántico descrito de fulano dominado por el apetito venéreo. Covarrubias aborda así el asunto:
 
               Cachonda (...), la perra que está salida y se va a buscar los perros, en especial los jóvenes, que llaman cachorros(...). Y transfiérese a la mujer que incitada del calor de la luxuria se va a buscar los hombres mancebos y valientes, y otros cualquiera. Cachondez, aquel prurito y apetito venéreo.

En cuanto a la etimología, deriva del latín vulgar cattulus. Antonio de Nebrija, a finales del siglo XV, recoge el término con el valor semántico actual, aunque con especial aplicación a la perra en celo. Coetáneamente, el dramaturgo extremeño Torres Naharro, en su Comedia Himenea, recoge el vocablo en el siguiente pasaje del Introito y Argumento:
 
¿No sabes en quién quijera (quisiera)
hacer dos pares de hijos,
que me lo da el corazón?
En Juana la Jabonera,
que me haz mil regocijos.
Cuando le mezo el jabón
pellízcame con antojo,
húrgame allá no sé dónde,
sale después que se asconde
y échame agraz en el ojo.
(...) que creo que va cachonda.
Por la fé de Sant'Olalla
que la quiero abarrancar
si la cojo alguna vez.
Quizá si el hombre la halla
podrá sin mucho afanar
matalle la cachondez...

En su formación, se procedió de manera similar a la de las voces "verrionda, torionda", respectivamente cerda y vaca salidas, creándose "catuonda" o "catulonda", de donde surgió "cachonda", terminación femenina original, ya que el masculino fue un derivado posterior.
 
Cafre. Por extensión, se dice de quien a su condición de grosero y zafio une la de bárbaro y cruel, aunque predomina su naturaleza rústica y de patán. En ese sentido emplea el término, a mediados del siglo XIX, Bretón de los Herreros:
 
El que no baila es un cafre;
el que no canta, un caribe...

Su acepción principal es la de individuo de cierto pueblo indígena que habita en las costas del Cabo y Natal, en la parte oriental de África del Sur. Es voz de procedencia árabe, cafir, en cuya lengua significa "infiel".
 
Cagado, cagón. Metafórica y despectivamente se dice del individuo cobarde, carente de espíritu y de presencia de ánimo, que ante cualquier pequeña dificultad o mínimo peligro huye o vuelve la espalda. Se llama así al miedoso patológico, que se hace sus necesidades encima de puro miedo. Es término de uso antiguo en nuestra lengua. Cristóbal de Castillejo, (primera mitad del siglo XVI) lo utiliza así, refiriéndose a dos individuos que no quedan bien librados: "Al cabo, quedó cornudo, (el uno), y el otro quedó cagado"; y Covarrubias (1611), que emplea el término "cagón" para describir a la persona de poco ánimo, escribe al respecto del término "cagar" las siguientes notas curiosas que ofrecemos al lector para su entretenimiento:
Es una de las palabras que se han de escusar, aunque sea de cosa tan natural, por la decencia; de allí se dixo cagatorio, y por nombre más honesto, latrina. Cagón al de poco ánimo. Cagada el excremento. Cagalera, la corencia a cámara. Cagarrutas, el sirle del ganado.
La equiparación de "cagado" con medroso o cobarde, es propia del Renacimiento, no en vano el término "cagar" empezó a utilizarse hacia el siglo XV. El Cancionero de Baena recoge estos versos del poeta Álvarez de Villasandino, que escribió a finales del siglo anterior lo siguiente:
 
Señora, quien mea o caga
non se deve espantar,
aunque se syenta apalpar
por delante o por de çaga.

Cagarruta. En su acepción principal: "Cada una de las partes que componen el excremento del ganado menor". El naturalista A. Laguna, del siglo XVI, utiliza así el término: "La cagarruta de cabra, y en especial de las montesinas, bebidas con vino son útiles para la ictericia". En sentido figurado, y de implantación relativamente moderna, se predica del donnadie, mierdecilla, tirillas o zascandil que no va a ninguna parte.
 
Calamidad. Se dice, en su uso adjetivo, de la persona que no sirve para nada; sujeto incapaz, inútil y molesto. A mi abuela Isabel Reyes, gaditana, escuché decir: "Fulano es una plaga bíblica, una calamidad". También se dice de quien tiene ribetes de gafe, persona que acarrea desgracias, inconvenientes y sinsabores. En este sentido emplea el término Fernán Caballero, mediado el siglo pasado: "Todo me sale mal; está visto: soy una calamidad".
 
Calavera. Hombre de muy escaso juicio y asiento; persona alocada y viciosa. Joven irresponsable, de vida disoluta. Mariano José de Larra se remonta nada menos que a la Grecia clásica para buscar un ejemplar de esta especie, y escribe: "El famoso Alcibiades era el calavera más perfecto de Atenas". Coetáneamente, el médico y escritor Pedro F. Monlau, escribe El heredero o los calaveras parásitos, donde aborda al personaje degenerado y crapuloso que en la primera mitad del siglo pasado ya hacía estragos en las buenas familias.
 
Calientapollas. Mujer que permite besos, caricias y tocamientos, negándose, tras estos preámbulos, a culminar los juegos sexuales con el coito. Es término despectivo, aplicado a quien permite el magreo, dejando que se le meta mano, y luego no es consecuente con la situación de calentamiento creada. También se dice "calientabraguetas".
 
Callacuece. Mosquita muerta que las mata callando. Pudo haberse dicho del refrán antiguo que asegura: "Callar y cocer y no darse a conocer". Con lo que se quiere significar que uno debe estar en lo suyo, pero con una oreja puesta en lo de los demás, por si acaso. Por extensión, se dice de quien es hipócrita y taimado. Persona en cuya presencia no debe comentarse asuntos de importancia. También se llama así a "la ropa tendida", espía o soplón que puede andar al acecho sin apercibirse uno de ello.
 
Callo, callonca. Mujer jamona y muy corrida, que ha pasado por muchas manos. Pudo derivar de la voz "cellenca": puta barata y rastrera. También se dijo de la persona achacosa y llena de melindres que no se vale por sí y necesita ayuda, siendo incordio y pejiguera constante. En su acepción más habitual: mujer fea, adefesio, que nada tiene que ofrecer. Pudo decirse del valor semántico del término callo, con cuyo significado tiene cruce: dureza que se forma en la piel, costra reseca y vieja. En el sentido indicado, una mujer merecedora de tal comparación estaría en las antípodas de las peritas en dulce. Velázques de Velasco, en su obrita La Lena documenta así el término: "... como estas calloncas tienen la carne tan mal acostumbrada, dan literalmente lo que les queda a quien tiene paciencia para ensillarlas".
 
Calzonazos, calzorras. Se dice del hombre que carece de voluntad, condescendiente y flojo en exceso. Dominado por su mujer, y aterrorizado por la suegra, abdica de sus derechos como cabeza de familia y deja que aquéllas vistan los calzones, manden y dispongan. Fernán Caballero, a mediados del siglo XIX, pone en boca de una de sus protagonistas femeninas la siguiente frase, dirigida por ésta al marido: "¡Qué has de hacer tú, calzonazos!". También se dijo del hombre cobarde, que huye ante cualquier peligro, tal vez derivado de la frase arrefranada, utilizada ya por el autor de la Celestina, Fernando de Rojas (1499): "tomar alguien las calzas de Villadiego", es decir, huir con tal precipitación y prisa, presa del miedo, que no tuvo tiempo de calzárselas.
 

Camaleón.
Persona que cambia de parecer según las circunstancias; veleta que muda de opinión y de bando siempre que con ello se reporte interés o beneficio. Se dice de la persona inconstante, débil de carácter, a quien puede hacerse variar de ideas con facilidad. Se emplea en sentido figurado, en atención a que el animal a que se alude muda el color de su piel de acuerdo con las circunstancias medioambientales en que se encuentra. Los naturalistas antiguos aseguraban que cada pasión imprimía a la piel de este lagarto una tonalidad diferente. Así, cuando está alegre, su piel es verde esmeralda con listas parduzcas y negras; cuando tiene miedo, su piel se torna de color amarillo pálido; si se irrita, la piel se vuelve oscura, amoratada. De este animal se dijo también que se alimentaba del aire, por la costumbre que tiene de exponer la lengua al exterior durante un tiempo, hasta llenarla de hormigas y pequeños insectos que luego traga. Covarrubias afirma en su Tesoro de la Lengua, (1611) lo siguiente:
 
                Es el camaleón símbolo de hombre astuto, disimulado y sagaz, que fácilmente se acomoda al gusto y parecer de la persona con quien trata para engañarla. Sinifica también el lisonjero y adulador, que si lloráis llora, y si reís ríe, y si a mediodía claro dezís vos Que es de noche, os dirá que es assí, porque él vee las estrellas. Este tal merecía que se las hizieran ver realmente.

Camandulero, camándula.
Bellaco; hipócrita y embustero, que trae mucha trastienda; sujeto que con el cuento aspira a vivir sin dar golpe. Francisco Santos, el autor costumbrista de Periquito el de las gallineras,(segunda mitad siglo XVII), pone en boca del protagonista las siguientes palabras: "¿Por qué había yo de sustentar a un hipocritón camandulero, todo ejemplos y documentos...?".
En cuanto a la etimología y antigüedad del término, el lector debe saber que la camándula era una especie de rosario con tres decenas de cuentas, que solían llevar los frailes de la orden religiosa del siglo XI: la Camáldula, por el nombre de la ciudad italiana, Camaldoli, en la Toscana, donde al parecer se fundó. Por alguna razón todo cuanto rodeó al término se contaminó de carga negativa, connotando "hipocresía y doblez". Ese valor peyorativo tiene ya a finales del siglo XVI, y Tirso de Molina, fraile él mismo, da a esta palabra el significado de "hipocresía".
 
Campanero. Individuo que tiene el vicio solitario; masturbador compulsivo; sujeto patológicamente tímido que deseando el trato con mujeres no se atreve a contactar con ellas, rehuyendo su trato por apocamiento de carácter, y accediendo a masturbar a otros. Es insulto de uso reciente, que juega con el significado metafórico de "campana": pene. Repicar o tocar la campana son frases equivalentes a masturbarse. Cela, en su Diccionario del erotismo documenta el contenido semántico de la frase citando un Epigrama de B. Baldoví, que dice:
 
Repicando la campana
el monago de San Blas,
murió de muy mala gana:
no nos la tocará más

Canalla. Hombre vil, ruín y despreciable; perro. Procede del italiano canaglia, o más probablemente del catalán canalla, voz que ya se utiliza en aquella parte del Reino de Aragón en el siglo XV. Es vocablo renacentista, surgido a lo largo del primer cuarto del siglo XVI, documentándose ya en Torres Naharro. Sebastián de Covarrubias, hombre siempre pintoresco en sus apreciaciones, tiene esto que decir, en su Tesoro de la Lengua:
 
          Díxose canalla de can, perro, porque tienen éstos la condición de los perros que salen al camino a morder al caminante, y le van ladrando detrás, pero si buelve y con una piedra hiere a alguno, ésse y todos los demás buelven aullando y huyendo.

Fernán Caballero ofrece el siguiente uso del término: "Te prohíbo de una vez para siempre que hables con ese canalla cuya reputación anda en lenguas de todo el pueblo...". Es ofensa grave, e insulto que no tolera la persona a quien inmerecidamente se le dirige. Se cuenta del político de finales del siglo XIX, Antonio Maura, que en la tertulia privada que celebraba en su casa, se hablaba cierto día de un personaje que siempre estaba criticándole, y ante las disculpas de don Antonio, un contertulio amigo le dijo, no atreviéndose a pronunciar el calificativo en toda su crudeza, por lo fuerte de la palabra: 

            "Es Vd. muy generoso, Señor, pero sepa que fulano es un canallita.. ". A lo que Maura, burlón y sonriente, replicó: "¿Por qué el diminutivo, amigo mío, por qué...?".

Canco.
Caderas anchas en la mujer, en sentido figurado, ya que canco se llama a la olla de boca más bien estrecha y de panza muy abombada. Por extensión, también “marica, afeminado". García Lorca lo utiliza en su Oda a W. Whitman, de Poeta en Nueva York:
 
Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades,
de carne tumefacta y pensamiento inmundo,
madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño
del amor que reparte coronas de alegría.
Contra vosotros siempre, que dáis a los muchachos
gotas de sucia muerte con amargo veneno.
Contra vosotros siempre,
Faeries de Norteamérica,
Pájaros de la Habana,
Jotos de Méjico,
Sarasas de Cádiz,
Apios de Sevilla,
Cancos de Madrid,
Floras de Alicante,
Adelaidas de Portugal.
¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!

El término, uno de los muchísimos que existen para denominar al "puto o maricon", puede ser procedente del caló; como originario de esa lengua gitana lo tienen, entre otros, el autor del Vocabulario Andaluz, Alcalá Venceslada. También es probable que su uso provenga, en sentido figurado, de la acepción que esta palabra tiene en la América hispanohablante, sobre todo en Chile, Bolivia y Perú, procedente del mapuche, lengua de los indios araucanos: vasija de barro, especie de olla de greda de culo muy ancho; maceta para criar flores; nalga, o caderas anchas de mujer. En sentido figurado se diría del culo del marica, que éste mueve al modo de las mujeres para hacerse notar.
 
Candongo. Astuto y remolón, lisonjero y adulador; sujeto holgazán que con zalamerías y engaños esquiva el trabajo; persona perezosa que se da buenas mañas para eludir sus obligaciones. Se documenta en el Diccionario de Autoridades (primer cuarto del siglo XVIII). Es término, de origen incierto, que siempre ha tenido la connotación de pícaro o chulo, individuo gracioso del que nada bueno se sigue. Hoy es voz en desuso incluso en Murcia, donde tuvo amplio desarrollo hasta mediados del siglo XX. El periodista y escritor del siglo XIX, Antonio Flores, en su graciosa obra Ayer hoy y mañana, lo utiliza en su acepción principal: "¡No eres tú mal candongo, dijo el parroquiano..".
 
Canijo. Enclenque, flojo, de aspecto enfermizo y débil; persona achacosa, extenuada, enteca y muy fatigosa. Es de etimología latina, de la voz cannicula, diminutivo de canna = caña. En Aragón, el sinónimo natural de canijo es "encañado". Corominas piensa en otro origen, también latino: la voz canicula = perrita, por el hambre que estos animales pasan (dice el filólogo citado en su Diccionario crítico). Es voz de aparición tardía: mediados del siglo XVIII, aunque a principios del siglo precedente el Inca Garcilaso utiliza el verbo "encanijarse".
 
Cantamañanas. Sujeto irresponsable y pesado, mezcla de donnadie y zascandil, que llevado de su osadía e inconsciencia es capaz de comprometerse a cosas que a todas luces es incapaz de realizar. Parece voz de creación caprichosa. No obstante esto, debemos reseñar que durante los siglos XVII y XVIII se solía usar la palabra "mañana" (adverbio de tiempo) para mostrar disentimiento y desacuerdo, o la contrariedad que alguna cosa producía. Así, cuando a uno se le pedía hacer lo que no quería, respondía: "Mañana harélo", a lo que se le replicaba: "Ya cantó mañana", que es tanto como decir que no lo quiere hacer, ni lo hará nunca. Otra explicación que se nos ocurre estriba en la expresión "Cantarlas claras" que denota atrevimiento y descaro por parte de quien habla; es variante de "cantar a alguien las cuarenta". Ambos usos, documentados, pudieron entrecruzarse e interferirse en el semantismo de "claras del día, o amanecer", y "claras", con el sentido de lisas y llanas. Así, un cantamañanas es un individuo no exento de osadía, pero inane o vacío de conocimiento, que canta ya de mañana porque no le espera ocupación alguna durante el día, y está a verlas venir.
 
Cantimpla (-s). Se dice de la persona callada, que parece prudente hasta que habla, momento en el cual muestra toda su simpleza y condición de bobo que ríe sin sentido y dice obviedades o perogrulladas. Es término muy utilizado en la región Rioplatense (Argentina), pero que pudo haber originado en España, donde existió antaño, al menos en el Levante, un "tío Cantimplas" (no tiene que ver con el cómico mejicano Cantinflas), que para ir a pescar a la Albufera de Valencia se ceñía dos cantimploras a los costados.
 
Cantonera. Puta callejera; esquinera que hace la carrera tomando como base de operaciones las bocacalles, a fin de tener doble posibilidad de ser vista por quienes solicitan su servicio. El término, de uso antiguo en castellano, lo explica de diferente manera Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua:
 
                ...Y de allí se dixo cantonera la mujer enamorada, porque siempre procura la casa en lo postrero de la calle, al cantón, para que los que entraren o salieren en su casa se traspongan luego sin atravessar toda la calle.

Según esto, cantonera vendría de "casa del cantón", burdel o mancebía, y las mujeres que allí trabajaban recibirían el nombre de cantoneras, y también el de mujeres enamoradas. Un siglo antes, en el Cancionero de amor y de risa, se incluyen los siguientes versos de Rodrigo de Reinosa (c.1480):
 
Respondió enojada
Isabel de Herrera:
N'os toméis conmigo,
que no soy quienquiera,
que hoy ha veinte años
que soy cantonera.

Francisco de Quevedo hace esta comparación, en La vida del Buscón (1626):
 
                    Y todo lo juraba por su conciencia, aunque yo pienso que conciencia de mercader es como virgo de cantonera, que se vende sin haberle...

Coetáneamente, A. de Rojas Villandrando, en El viaje entretenido, explica así el nombre de la diosa Flora:
            ...fue una cantonera que dejó por heredero de su hacienda al pueblo romano, y por esto fue tenida por diosa de las flores, haciéndole las fiestas florarias o laurencias...". De hecho, la reputación de esta diosa latina le vino por lo licencioso de su fiesta, entre el veintitrés de abril y el tres de mayo.


Capón.
Descojonado, capado, castrado; eunuco o espadón, término éste procedente del griego spao = extirpar los testículos. Es ofensa frecuente en el teatro y la novela de los siglos áureos, tan deshonrosa como la de cabrón. Sebastián de Covarrubias recoge en su Tesoro de la Lengua (1611), esta anécdota:
 
           Motejáronse un capón y un confesso; éste le dixo: "¿Cómo le va a su pájaro de V(uessa) M(erced) sin cascaveles?". El capón le respondió: "¿Cómo al vuestro, sin capirote?", motejándole de retajado (circunciso).

En cierto soneto atribuido a Quevedo (primer tercio del siglo XVII): Capón que quiere agradar damas, se lee:
 
           ¿De qué sirve, capón, enamoraros, y en las justas de amor entremeteros con rocín que en afrenta ha de poneros y al primer apretón ha de faltaros?

Coetáneamente, el valenciano J. Alonso de Maluenda, en una de sus Glossas, tiene estos versos curiosos, alusivos al castrado:
 
Yo sé un capón que dessea
ser más valiente que un gallo,
(...) pues por más que cacarea,
si tiene pico, no alas;
que es escopeta sin balas,
y sin huevos es nidal...

Es voz antigua, documentada en el Libro de Apolonio, rey de Tiro, (siglo XIII.). Covarrubias habla de esta bárbara costumbre:
         Usávase en los palacios de los reyes y grandes señores servirse de hombres castrados, que pudiessen andar entre las mugeres sin peligro (...). Ciro, según refiere Xenofonte, escogió para la guarda de su esposa eunucos, acumulando muchas razones, por las quales se persuadía ser más a propósito que otro ningún género de hombres. (...) También se introduxo capar las mugeres; y dizen aver sido el inventor dello Andromio o Andrómito, rey de Lidia, para mayor vicio y continuo uso dellas. (...) Ay que sin necesidad capan a los niños para venderlos o aprovecharse dellos afeminándolos; y esta es gran maldad.
 

Capullo.
Individuo introvertido y palurdo, que estando muy encerrado en sí mismo se va abriendo conforme se le brinda amistad, o se le da confianza. No hay acuerdo al respecto de la clase de capullo a que se alude: el de la flor, botón vegetal que se va abriendo poco a poco hasta mostrar la belleza que encerraba; o el prepucio, piel móvil que cubre la cabeza o bálano del pene, y que al abrirse muestra la parte interior de la punta del miembro viril. Parece, sin embargo, que el capullo al que se refiere el insulto nada tiene que ver con las flores. Un capullo es una especie de "punta de polla", "cabeza de pijo", "chorra", "carajo", etc. En este caso es uno más de los recursos expresivos del lenguaje en torno a un vocablo al que tanto partido para la ofensa se le ha sacado siempre: el pene. Cela, que no se ocupa en su Diccionario del Erotismo de la voz capullo como término insultante o despreciativo, recoge una graciosa copla que dice haber escuchado siendo muchacho:
 
Porque una vez no atiné
lo proclamas con orgullo.
Otra vez me colgaré
un farol en el capullo
y en cada huevo un quinqué.


Caracol.
En sentido figurado se dice de quien es lento y parsimonioso en exceso, y también de quien es sucio y vil. Atendiendo al hecho de que es animal cornudo, baboso y que se arrastra, algunos tienen este vocablo como el más grave insulto e insufrible ofensa, ya que con una sola palabra se le puede tildar a alguien de cabrón, adulador servil, y lacayo lameculos. Por esto se dijo aquella frase con que se censura a los maridos complacientes, y a todos los que hacen la vista gorda o miran hacia otra parte ante situaciones o hechos que no debieran consentir: "El buen caracol quitóse de enojos, trocando por cuernos un día sus ojos".
Quevedo, atendiendo a los cuernos de este molusco gasterópodo, da al término categoría de cabrón, poniendo en boca de una moza recién casada la siguiente estrofa:
 
Y si a mi marido, algunos
maridísimos de bien,
yo sé que al sol han de hallarse
caracoles más de seis.

Caraculo. Persona inexpresiva, carente de personalidad. Es término de desarrollo popular, aunque con matices más hirientes que sus análogos "carapapa, carapimiento, carapito, carapolla", y así ad infinitum.
 
Caradura, carota, cara. Individuo descarado y cínico, capaz de mentir con desparpajo y soltura, negando la evidencia sin pestañear; sinvergüenza, fresco y grosero; a "carota" (término catalán = "máscara"), el castellano dio un matiz despectivo. En cuanto a "cara", vale aquí lo dicho en las voces "jeta, morro". Tener mucha cara: tener rostro. M. Melado hace esta divagación filosófico-etimológica: "La vida es cara y dura, pero a veces la cara es más dura que la vida". Quiere explicar así el origen de la expresión, como sinónimo de persona descarada, atrevida e impúdica. En el siglo XIX a estos individuos se los llamó "cara de vaqueta", por la dureza del material: cuero de ternera curtido y adobado, calificando así al sujeto sinvergüenza, que no acusa las injurias que recibe, y que acepta sin inmutarse cualquier imputación, por dura que ésta sea. Ramón de la Cruz, observador de la vida y costumbres del Madrid popular del siglo XVIII, en sus sainetes usa a menudo el término:
 
Bien sé,
que debe un buen bastonero
tener perfecta noticia
de personas y deseos,
tener cara de vaqueta.

Carajo a la vela. Es más tonto que un carajo corriente, e incluso que un carajote. Bobo en grado sumo. Cela, en su delicioso Diccionario del Erotismo, cita la Parodia cachonda de El Diablo Cojuelo, de Alejo de Montado:
 
Allí un carajo a la vela
da un grito descomunal
porque tiene purgaciones
y ve estrellas al mear.

Carajote. Carapijo tonto y bobo, carente de gracia. A su sosez natural se une cierta malasombra. Es un tipo cachazudo, muy lento de reflejos, y de entendimiento tardo. En cuanto a su etimología, es uno de los muchos derivados o hijos léxicos que ha dejado la voz "carajo", no aceptada todavía por los diccionarios al uso.
 
Carantamaula. Persona mal encarada; individuo muy feo que, como Picio, asusta a los niños por su aspecto horrible. Es voz compuesta procedente de "carátula"= máscara; y de "maula" = sujeto perezoso, que no cumple con sus obligaciones, gandul y holgazán, tipejo inutil, cobarde y despreciable. El femenino de carantamaula fue, en tiempos cervantinos, la voz "carantoña": mujer de aspecto horrible, muy mal encarada, y lleno el rostro de afeites; vieja que quiere aparentar una lozanía que no tiene.
 
Carapapa. Carajote o bobalicón, soso y esaborío o desabrido; caraculo. Persona cargante por la inanidad de su conversación, capaz de "aburrir a un fraile". Es término expresivo y popular, utilizado antaño como sinónimo de inexpresividad y falta de ángel en el rostro. Hoy es voz desusada.
 
Carapijo. Carapolla y tontorrón un poco borde, capaz de ponerse en ridículo en una reunión de bobos. Es insulto equivalente a una mezcla, a partes iguales, de "carajote" y "caraculo".
 
Carca. Forma abreviada y jergal de "carcunda", individuo enemigo de innovaciones, con entrecruzamiento de la voz "carcamal", y el recuerdo del substantivo "carcoma". Carcunda es calificativo que se dio antaño a los carlistas, facción monárquica adscrita a las pretensiones sucesorias del hermano de Fernando VII, D. Carlos Mª Isidro, contraria a que Isabel II reinara. Hoy se dice del individuo con ideas políticas conservadoras. Pretende ser calificativo ofensivo e insultante, asociado con "viejo y reaccionario". Despectivamente se dá a la gente de orden, tildándose, a quien en ideas políticas o sociales ha anclado. Como en tantos otros usos lingüísticos, fue Benito Pérez Galdós quien primero echó mano del término con carácter ofensivo e insultante.
 
Carcamal. Persona vieja y decrépita, llena de achaques y malos humores. Antaño fue voz ambivalente; el poeta José Zorrilla pone en boca de una de sus criaturas dramáticas la siguiente frase: "Mi tía es un carcamal que necesita reposo". Sin embargo Antonio Flores, coetáneamente, utiliza el término con carga negativa: 

        "Lo único que me extraña es que, siendo un carcamal como yo, quiera hacer el galán de comedia".

En cuanto a la etimología, cree Joan Corominas (Diccionario Crítico Etimológico) que pudo haber derivado de una variante de cárcamo, en el sentido de carroña, de donde también se diría "viejo achacoso", y de allí: carcamal. En el siglo XVIII ya tenía ese valor semántico. A América llegó el término, convirtiéndose en "carcamán": persona decrépita. En el vascuence vizcaino, karkano se llama a la caja de muertos. Este cúmulo de cosas, como fermento lingüístico puede haber dado lugar a la creación del término "carca" (véase), como diminutivo de carcamal.
 
Carcunda. Es lo mismo que "carca". Persona reaccionaria y retrógrada en el sentido etimológico de la palabra: que va hacia atrás. El carcunda tiende a la nostalgia; es un sentimental de la política, que querría abolir lo nuevo y restablecer las formas del pasado. Es término tal vez procedente del gallego-portugués corcunda, en el sentido de "avaro, egoista, mezquino, corto de miras y estrecho de mente", pero véase también lo que decimos en la voz "carcamal". Nació como calificativo político en el Portugal convulso de principios del siglo XIX, donde hubo dos partidos: constitucionalistas y absolutistas, o malhadados y carcundas. Estos últimos, también llamados miguelistas, eran los partidarios de volver a las situaciones antiguas..., es decir: los carcas o reaccionarios, los carcundas. Se documenta con el significado moderno, en las novelas del escritor murciano Selgas Carrasco, de mediados del siglo pasado.
 
Carroza, carrozón. Viejo; persona anticuada; maricón maduro. Tiene puntos de contacto con el carca y el retrógrado. Es término de creación reciente, surgido por diversos cruces léxicos y conceptuales a niveles un tanto inconscientes, que funcionan por oposición:
 
progresista / ultraconservador
coche / carroza
joven / viejo
carne joven / carroña
sufijos -oso, -uzo, etc.

Todo lo cual habla de antes y después, situándose el hablante entre los segundos. El término catalizador de ese enjambre de ideas e intuiciones es la voz "carroza", paradigma de cosa pasada y vieja, aparatosa e inútil. Con esta voz se cruza la de "carroña" o carne corrompida, con que se alude al carcamal que desea gozar de los verdes racimos de la juventud.
 
Cáscara amarga (ser alguien de la). En el Diccionario de Autoridades, del primer tercio del siglo XVIII, se dice del individuo valentón y bocazas que se pasa la vida provocando y armando gresca. El término experimentó cierto cambio semántico durante el siglo XIX, en que se dijo de los individuos que abrigaban ideas avanzadas; por extensión, se predicó de los progresistas, con lo que el término se politizó. El escritor de la segunda mitad del siglo pasado, Julio Nombela, en sus Impresiones y recuerdos, escribe:
              Los amigos con quienes pasaba mi abuelo las primeras horas de la tarde en el café que frecuentaba, eran de la cáscara amarga, como llamaban entonces a los progresistas.
El término no estaba connotado positivamente; se entendía por cáscara amarga el individuo de vida licenciosa y excesivamente libre, de quien nada bueno cabía esperar, y que gastaba su tiempo en conversaciones tan largas como inútiles, de las que sólo se sacaba los pies frios y la cabeza caliente.

Casquivano. Ligero de cascos; persona que se toma las cosas con excesiva alegría; cabezahueca. Leandro Fernández de Moratín emplea así el término, a principios del siglo XIX: "...A pesar de eso hay quien me llama pedante y casquivano, animal y cuadrúpedo".
Es insulto compuesto, en el que la voz "casco" está tomada en su antigua acepción de "cabeza, cráneo". En tiempos cervantinos se utilizaba el sintagma ofensivo "cascos luzios", con el valor semántico de "hombre de poco seso". Y Sebastián de Covarrubias escribe en su Tesoro de la Lengua (1611):

               "Casco sinifica algunas vezes el huesso de la cabeça que encierra dentro de sí el celebro, comúnmente dicho sesos...".

En cuanto a la segunda parte del compuesto, "vano", está tomado en su acepción de "huero, vacío".
 

Cateto.
Pueblerino, rústico, patán. El DRAE recoge el término con el valor de "lugareño y palurdo". Es voz de origen andaluz y etimología obscura. Rubén Darío parece ser el primero en utilizar el término en el lenguaje escrito, a principios del siglo XX. Joan Corominas en su Diccionario Crítico ve relación entre el cateto andaluz y la voz portuguesa pateta: persona necia, idiota y loca; también descubre concomitancias con la voz "pateto", especie de patoso. Es voz de uso frecuente, que se oye más en Andalucía que en el resto del mundo hispanohablante. La popular canción de los años sesenta, El Porompompón, incluye la siguiente estrofa:
 
El cateto de tu hermano
que no me venga con leyes,
que pa eso yo soy gitano
y tengo sangre de reyes...

No es insulto grave, ya que no afecta a la inteligencia ni a la moral, limitándose a calificar formas de vida.
 
Cazurro. Malicioso y malpensado; persona reservona y de pocas palabras; sujeto tosco, basto y zafio, un tanto marrullero, grosero e intratable. En el libro de las Partidas, de Alfonso X el Sabio (siglo XIII), se lee:
 
            "... las palabras que se dicen sobre razones feas e sin pro, que no sean fermosas nin apuestas al que las habla (...) son e llaman caçurras, que son viles e desapuestas, e non deben ser dichas a hombres buenos, quanto más dezirlas ellos mesmos, e maiormente el rey".

Es de etimología tal vez pre-romana, y voz de uso antiguo en contextos peyorativos; con esa connotación se emplea en documentos navarros del siglo XII, siendo del gusto de Gonzalo de Berceo y los demás autores medievales, que dan al término un valor semántico de "grosero, desvergonzado y ruín". Juan Ruiz aconseja al enamorado que quiera tener éxito:
 
Non uses con vellacos nin seas peleador,
non quieras ser caçurro nin seas escarnidor,
nin seas de ti mismo e tus fechos loador,
ca el que mucho se alaba de sí es denostador.

Covarrubias escribe, en su Tesoro de la Lengua (1611):
 
                   ...palabras caçurras son las que no se pueden pronunciar sin vergüença del que las dize y del que las oye, como nombrar el miembro genital (...) y otros vocablos semejantes, que los villanos suelen hazer la salva.

En cuanto a la etimología, se dijo "cazurro" del toscano caço = verga, miembro viril, y de ésta palabra se dijeron todas las demás voces cazurras, etimología errada, dado lo antiguo de su empleo en castellano. El Diccionario de Autoridades, (primer cuarto del siglo XVIII) suaviza así su contenido semántico: "Cerrado y de pocas palabras; retirado de la comunicación humana, y con el semblante triste, macilento". Con ese valor ha llegado hasta nuestro tiempo, entendiéndose por cazurro el sujeto introvertido y silencioso, un tanto malhumorado y con cara de pocos amigos. En Aragón se entiende por tío cazurro al solterón viejo que vive en casa de un hermano o sobrino, especie de machucho que se ha hecho a la soledad y la misantropía. Hoy se tiende a hacerlo sinónimo de palurdo, paleto malicioso y desconfiado.
 
Cebollo, cebolludo, cebollino. Persona basta, sumamente ordinaria y tosca, que a esas notas de carácter une la condición física de ser gruesa en exceso, de cuerpo abultado y un tanto retaca. Sujeto torpe, de gran rudeza, que no sabe estar ni guardar las apariencias. Su empleo como sinónimo de ignorante y zafio está relacionado con la fama que tuvo la cebolla de afectar negativamente a la razón y al sentido, acrecentando la parte animal del hombre: su capacidad reproductora, tornándole cachondo, pero bobo. En lo relacionado con "cebollino", es voz que formó parte antaño de un sintagma ofensivo: mandar a alguien a escardar cebollinos era tanto como enviarlo a la mierda, o a hacer puñetas. También se dijo "cebolludo" a quien tiene gustos ramplones y viles.
 
Cegajoso. Legañoso, que de manera habitual tiene los ojos cargados y llorosos. Es voz de uso muy antiguo, que utiliza a menudo Gonzalo de Berceo en el primer cuarto del siglo XIII. Diego Gracián, humanista del siglo XVI, utiliza así el término:
 
         "Los lisonjeros de Dionisio, cuando estaba él cegajoso, hacían que se caían unos sobre otros..., fingiendo estar ellos también cegajosos".

Cegato, cegatón.
Muy corto o escaso de vista. Utiliza el término el maestro Gonzalo Correas, en su Vocabulario de refranes, en el primer cuarto del siglo XVII.
 

Cencerro.
Se dice de la persona alocada, ruidosa y desatinada. En León, mujer de vida excesivamente ligera, y de cuya honestidad u honradez se sospecha. En el siglo XVI se dijo "cencerros" a los hombres parlanchines, impertinentes y bulliciosos, y a las mujeres excesivamente parleras y ventaneras, que gustan de ser vistas, oidas y notadas. Hoy se emplea familiarmente, en ámbitos de la amistad, en la frase "estar como un cencerro", que significa no regir alguien bien, estar tocado o mal de la cabeza.


Cenizo, ceñiglo.
Como el cenutrio, es un gafe; sujeto que arrastra mala estrella y contagia su mal fario a quienes se relacionan con él. En su principal acepción, es nombre de planta también llamada "ceñiglo, o verga de pastor", de hojas cenicientas. En algunos sitios se ha utilizado para extraer de ella la sosa. Proliferan en estercoleros y tierras viciosas, entre plantas espinosas y de aspecto sucio. Esta circunstancia hace que Juan Ruiz, en su Libro de Buen Amor (primer tercio del siglo XIV), diga de cierta serrana sucia:
 
Nunca desque nasçí, pasé tan grand peligro
de frío: al pie del puerto falléme con vestiglo,
la más grande fantasma que vi en este siglo,
yeguarisa trefuda, talla de mal çenniglo.

Pero amén de lo dicho, el término en cuestión deriva de "ceniciento" (de color ceniza); en algunos sitios se dijo "cenízaro". Sánchez de Arce, en la segunda mitad del siglo XVI, sitúa esta planta en un contexto o ambiente negativo, hablando de ciertas tierras malas donde sólo se crían "abrojos, cardos, espinas y ceñiglos", plantas todas ellas de aspecto ceniciento, polvoriento y sucio, cuya presencia no barrunta cosa buena, ni da lugar a esperar buena ventura. En general, se predica o dice del individuo que trae a los demás mala sombra o suerte desastrada y adversa. Esta acepción tiene que ver con su parentesco con la voz "ceniza", símbolo de muerte, aniquilación y espanto.

Cenutrio. El término se emplea hoy, en la calle, con la acepción principal de "persona boba y torpe". Es voz de creación expresiva, a partir del substantivo "ceniza", de la familia de los cenizos y cejijuntos, cejudos o ceñudos. Su valor semántico es el de individuo torvo, hosco y avinagrado, cuyo malhumor de fondo puede estar provocado por dolencias de tipo gastrointestinal. De aspecto sombrío y actitud pesimista, se muestra derrotista ante los acontecimientos de la vida, tratando de contagiar esta visión a cuantos con él conviven o se relacionan. Es voz heredera del contenido semántico que tenía antaño la palabra "ceñudo": Sujeto que muestra enfado, disgusto o pesar sin causa determinada; persona que frunce el ceño, encapotando las cejas para denotar enojo o gravedad y seriedad necias. Tiene puntos de contacto con el gafe, y puede, en un momento dado, dar el mal de ojo o fascinación. Cargado de energía negativa, el cenutrio esparce por doquier su profundo resquemor y enfermiza melancolía.
 

Ceporro.
Se dice del individuo rudo, basto, de poco ingenio. En su acepción principal, el término alude a la cepa vieja que, no dando ya fruto, se arranca para leña; también significa resto de tronco o tocón de árbol talado o muerto. En sentido figurado se dijo de alguien que duerme tan profundamente que no sería fácil despertarlo, acepción en la que se cruza con el modorro. El ceporro suele ser un niño, con lo que al resto de sus peculiaridades se unió la inocencia que se supone en la corta edad. Las bases semánticas de la palabra son, pues: infancia, tendencia a dormir de manera exagerada y profunda, simpleza. De ahí que no tardara en sumarse a estas cualidades un cúmulo de significados, una gama de acepciones como las que siguen:
 
-Incapaz de sacramentos (el bebé sólo puede recibir el bautismo).
-Cabeza de tarro (sólo tiene volumen, pero está hueca).
-Media cuchara (bebé enclenque que come poco, pero está gordo).
-Tolondro.

De todos éstos se dijo que dormían como ceporros. Pero como se limitan a dormir no les queda tiempo para tonterías, por lo que el ceporro, de natural bienintencionado, resulta inofensivo.
 
Cerdo. Este porcino, con sus análogos "puerco, guarro, cochino, marrano", animal de bellota, ha recibido tantas bendiciones y piropos por parte de unos, como improperios y vejámenes por parte de otros. A ese estado de cosas ha dado lugar la definición y descripción que del animal se hace:
          Animal inmundo y sucio que se ceba y engorda para que sirva de mantenimiento. Tiene la cabeza grande, el hocico largo y en la extremidad redondo, rodeado de una carne ternillosa y dura, con que hoza, cava y levanta la tierra o suciedad. Las orejas son muy grandes y puntiagudas, y tiene cubierto de cerda todo el cuerpo.
Junto a estas referencias, en sentido figurado se dice cerdo al hombre desaliñado y sucio, grosero y vil. La palabra es de uso tardío, ya que aparece escrita por primera vez en el Diccionario de Autoridades, en el primer cuarto del siglo XVIII, de creación eufemística en su día, cuando "puerco" "marrano" y "cochino", preexistentes, se convirtieron en voces malsonantes que no era de buen tono utilizar en público. De hecho, no conocieron el término los grandes autores del Siglo de Oro, como Cervantes o Góngora. Tampoco el Refranero lo recoge hasta entrado el siglo XVIII, en que se acuñan algunos como los que siguen: "El cerdo no quiere rosas; dale aguas cenagosas"; "el cerdo no sueña con rosas, sino con bellotas". (Véanse además: "animal de bellota", "puerco", "cochino", "marrano").
 

Cernícalo.
Persona muy bruta; ignorante extremado, de quien se puede abusar sin dificultad, ya que es de natural manso a pesar de su rudeza. Su acepción principal alude a este ave de rapiña, la más extendida en España, conocida y temida porque suele rondar palomares y pajareras para ver de llevarse alguna pieza. Son pájaros ruidosos y osados, capaces de correr cualquier riesgo con tal de asegurar la pieza que se han propuesto cazar. Sin embargo, son asimismo muy domesticables, tanto que con el cernícalo se entretienen los muchachos, haciéndoles venir a tomar la carne directamente de sus manos. Hallar similitudes entre el hombre muy ignorante y pacífico u obediente, y el cernícalo, sólo es posible a partir de una condición que tienen en común: se dejan tratar sin dificultad, y no resulta difícil engañarlos.
 
Cerril. Persona grosera y rústica, tosca e inculta. Se toma en sentido figurado, teniéndose in mente el adjetivo que antaño servía para referirse a las bestias montaraces y al ganado mular o caballar no domesticado o asilvestrado, así como a los toros cuando son enteros. Fray Luis de León utiliza el término, aplicado a las mujeres: "Unas hay cerriles y libres como caballos, y otras resabidas como raposas...". Hoy se emplea a menudo para denotar a la persona que no atiende a razones y se cierra en banda ante cualquier opinión o iniciativa que no sea la suya, o a la que está habituado; se toma asimismo como sinónimo de cerrojo.
 
Cerrojo. Se dice de la persona basta e ineducada que al mismo tiempo es cabezota y cerrado de mollera; individuo torpe, de entendimiento bloqueado, incapaz de aprender. Es mezcla de cerril y tocineras: sujeto torpe y tonto, a la par que cabezón.
 
Chafallón. Chapucero y torpe; persona que en su oficio hace las cosas de manera tosca e indelicada. Del verbo "chafallar": reparar torpemente, parchear, echar remiendos. Es también voz que se aplica a los escritorzuelos que se limitan a reescribir lo escrito por otros haciendo refritos.
 
Chafalote. Llamarle a alguien así es tanto como tildarle de "pijo, polla, chorra, capullo" y el largo et cetera de sinónimos de esta particular parte de la anatomía masculina. Se utiliza en sentido figurado, teniéndose in mente la acepción principal del término: cuchillo ancho con que los guanteros raspan las pieles. Es término utilizado predominantemente en Argentina, donde se dice de la persona ordinaria, de modales groseros. Algunos quieren sea aumentativo de chafallo, remiendo tosco con que se remediaba un roto o un descosido, sin importar el color del tejido al que se incorporaba. En Panamá y otros puntos de América Central, es sinónimo de desaseado, mal vestido.
 
Chala(d)o. Alela(d)o; falto de seso o juicio. Participio pasivo del verbo chalar, voz procedente del caló, lengua gitana en la que significa "irse". Es de uso tardío, ya que se documenta por primera vez en los Cantes Flamencos, de Demófilo, (segunda mitad siglo XIX). El cambio semántico, de ido a loco, se haría mediante una confusión entre la palabra "chalao" = ido, y otro término también del caló: chaslao = loco. Como en el caso de "pirarse", voz gitana que también significa "irse", chalarse experimentó un cambio semántico en la misma dirección: volverse loco. Es corriente asociar esta locura con el trastorno producido por la pasión amorosa; de hecho, en esa dirección va el dicho que afirma: "chalao y enamorao, los dos caen a un lao". En el cuplé La mujer moderna, de 1919, se lee:
 
Pero ahora me tiene chalá
un atleta extranjero muy rubio...

Y otro cuplé muy posterior, La chula de ayer y hoy, creación de Mercedes Serós, estrenada por esta cupletista en 1932 (música de Luis Barta y letra de Alvaro Retana), se usa así el término:
 
Quiere hoy la chula ser peliculera,
tener un piso con calefacción y,
enamorada de un galán de cine,
ya no quiere nada con un chulapón.
¿Verdad que sí? ¡Chalás que son!...

Chanflón. Persona ordinaria, tosca, grosera y basta, poco cuidadosa de su aspecto, y de apariencia desaliñada y sucia. Entre los insultos con que Quevedo distingue a ciertos caballeros en su Vida del Buscón, cita a los chanflones: "Caballeros hebenes, hueros, chanflones, chirles". En los siglos de oro equivale también a "mequetrefe, embrollón, chusco y chapucero".
 

Chapuza, (-s) chapucero.
A la obra manual de poca importancia, hecha sin arte y mal acabada, se llama chapuz; y chapucero, a la persona que las hace. El plural "chapuzas" es despectivo, creado a imitación de "manazas, bocazas", etc. El término chapuz y chapuza se documentan en castellano a finales del siglo XVII, y "chapucero", a principios del mismo siglo en la obra de Del Rosal, Origen y etimología de todos los vocablos originales de la lengua castellana (1601). Diez años más tarde recoge el término Covarrubias, en su Tesoro, pero equivocadamente: "...el herrero que haze clavos de cabeça redonda…” definición desacertada que enmendaría en parte el Diccionario de la Academia, en el primer tercio del siglo XVIII. Cree Corominas, en su Diccionario Critico Etimológico, que el término procede de la voz francesa antigua y dialectal chapuis. Sea como fuere, su valor semántico, tal como se ha entendido siempre, se ajusta al de esa voz, connotándose con esta palabra "la falta de arte, profesionalidad y esmero" que se pone en la elaboración de una cosa, o el arreglo de otras. Jovellanos, en la segunda mitad del siglo XVIII, utilizó muy a menudo el término, en parte porque se quejaba del grado de impericia a que se había llegado en España en la práctica de los oficios: "¿Y por qué habrán buscado un pintor chapucero, habiéndole aquí el mejor que se halla hasta las puertas de Madrid...?". Ramón de la Cruz, pone en boca de una criada estas palabras:
 
-Señora, dice mi ama
que usté es una chapucera,
y que está muy mal lavada
la escofieta...

Chaquetero. Oportunista y cínico pronto a cambiar de bando si pintan bastos en el que milita. Se dice también de quien se sube al carro del vencedor, desertando de las banderas que servía, olvidando amigos; arribista. Se dice también de quien deja un partido o credo para abrazar otro. Antaño a esta actividad innoble se la denominaba "cambiar de casaca". Es villanía antigua, documentada a mediados del siglo XVI. La frase pudo haber originado en tiempos de la Reforma Protestante y sus guerras de religión. Católicos y luteranos vestían casacas de colores diferentes, pero con forro cambiado, es decir: el forro de la casaca protestante era del color de la casaca católica, y viceversa. Como deserciones y traiciones eran frecuentes, a quien se pasaba a la causa contraria le bastaba con volver la casaca del revés, a fin de prevenir al antiguo enemigo de sus intenciones de abrazar su causa. Cambiaban de casaca como hoy se cambia de chaqueta, y al truhán que lo hace se le llama de esta generosa manera.
 
Charrán. Sinvergüenza y tramposo; pillo, tunante, mala persona capaz de traicionar a sus amigos, a quienes puede hacer alguna jugarreta y gastar malas pasadas. Corominas cree que puede proceder de la voz del árabe vulgar sharrani = malvado, aunque por su tardía aparición (segunda mitad del siglo XIX) pudiera derivar de "charro". No obstante lo dicho -y siguiendo igualmente a Corominas- no es descartable una etimología vasca: del término txarr = malo, defectuoso, que parece lo más razonable, toda vez que en el vascuence de diversos puntos de Vizcaya existe la voz "charrán" como sinónimo de "diablo", según Resurrección María de Azkue en su Diccionario Vasco-Español-Francés (1905).
 
Chicha ni limonada, o limoná (no ser alguien ni...). Donnadie. Se dice de la persona inútil, que no vale para cosa alguna; sujeto insubstancial, sosote y pelma, a quien no se le conoce habilidad alguna. La frase funciona con valor adjetivo. La chicha de que se habla es la bebida resultante de la fermentación del maíz tostado, piña y panocha en agua azucarada, que se toma mucho en América Central y del Sur. En cuanto a la limonada es, como el lector sabe, un refresco sin alcohol, muy popular ya en tiempos de Lope de Vega y Cervantes. El porqué de la expresión adjetiva está en que no ser ni una cosa ni otra es tanto como no ser nada.
 

Chiflado.
Loco o débil mental. Seguramente del término "chiflar" con el valor semántico de silbar , cruzado con otra acepción del mismo verbo: mofarse de algo o de alguien. Covarrubias apunta en su Tesoro de La Lengua, hacia la dirección correcta, a la hora de entender el origen del calificativo:
          (Chiflar), muchas veces es señal de hacer burla y escarnio de alguno, del cual decimos que le chiflan los muchachos...
Es decir, individuo estrafalario, de aspecto cómico, que lleva tras de sí una turba de rapaces insultándole e incordiándole por su conducta y maneras de loco. Chiflado es tanto como sujeto motejado de orate y fatuo, tomado a chifla, mofado. Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, en El traje de luces, emplean así el término:
 
             Aquí no hay más lezna que usté, ni más cascarrabias que usté, ni más chiflao que usté, que con er toreo clásico está perdiendo la chaveta

El militar y escritor canario de la segunda mitad del siglo XIX, Nicolás Estévanez, en Fragmentos de mis memorias, al hablar de cierto capitán llamado Sanz, escribe equivocadamente:
             Era uno de los tipos más notables del antiguo Ejército. Había servido en Filipinas, y él fue quien nos importó la chifladura, la enfermedad y el nombre, pues ambas. cosas de él proceden. El mismo confesaba no estar en su juicio.
 
Chinche. Individuo pesado, porfiado y polémico en extremo; tijeretas cargante y enojoso. Se emplea en sentido figurado, aludiéndose al insecto del mismo nombre, que pica y chupa la sangre de su víctima. Ramón de la Cruz, en uno de sus divertidos sainetes, utiliza así el término, en el siglo XVIII:
 
-¿Has tomado algo?- Muy poco;
lo dejamos para luego
que se nos vaya esta chinche,
por el gusto de que estemos
todas juntas.

Era voz muy ofensiva en el siglo XVII. Por otra parte, este insecto hemíptero de cuerpo aplastado tenía reputación ambivalente. En tiempos cervantinos se utilizaba en farmacia: "majadas y metidas en la canal de la orina remedian la dificultad del orinar", aseguraba el Dr. Andrés Laguna en el siglo XVI; eran asimismo remedio eficaz contra las fiebres intermitentes: "Siete chinches metidas en la cáscara de una haba y tragadas antes del paroxismo aprovecha a las cuartanas; sin el tal hollejo tomadas, son útiles a las mordeduras del áspide".
 
Chinchorrero. Individuo mentiroso y fantasioso, que anda siempre con embustes y patrañas; persona impertinente y pesada, cuentista y chismosa. Deriva el término de la voz "chinche" y su verbo "chinchar". Parece razonable Covarrubias en su Tesoro (1611), quien da esta etimología: del italiano cianciorrero, de ciancie: patrañas, mentiras y burlas.
 

Chiquilicuatro, chiquilicuatre.
Zascandil, donnadie, mequetrefe. Persona de ningún interés y de importancia social nula, con el que no se cuenta; pelanas. Hoy se le conoce con el despreciativo nombre de "mierdecilla". Era insulto corriente en el siglo XVIII, en Madrid. Lo utiliza a menudo en sus sainetes Ramón de la Cruz:
 
-Usted va después.- No quiero:
y sepa el chiquilicuatro
que la tropa es lo primero
en todas partes.

La terminación en "-e" es valenciana, y se utiliza mucho en aquel antiguo reino y su zona de influencia, hasta Orihuela y Murcia, donde la hemos escuchado en contextos y ámbitos sociales de toda índole, siempre aplicado a personas de muy escasa entidad.
 
Chirimbaina. Chisgarabís, vaina, persona sin reputación ni estima; donnadie, meticón y bullicioso, que inicia polémicas y luego escurre el bulto. El término es de principios de siglo; González Anaya, en su obrita Los naranjos de la mezquita, de hacia 1930, emplea el término: "¿Qué dices? ¿Ese cabrito, ese chiporro, ese chirimbaina de Argote? -rugía ama Generosa-".
 
Chirrichote. Necio; individuo básicamente tonto. Covarrubias creía que el vocablo originó en la forma de pronunciar el latín los clérigos franceses que peregrinaban a Santiago, quienes en vez de decir "kirie...", pronunciaba "chirrie...", de lo que se reían todos ante el "chirrichote" o chirriar de los kiries que se armaba. De lo que Covarrubias explica se deduciria una etimología de naturaleza onomatopéyica, de imitación del sonido; pero parece que el término es de creación expresiva, mediante la repetición de la "ch". En cuanto al contenido semántico, es el de "necio y presumido" que sigue teniendo en la Mancha, y que le da Quevedo en el siguiente pasaje:
 
             Saltó el licenciado y díjole gentil chirrichote, dándole una moza como mil relumbres hija de sus padres, más rubia que las candelas, que no sabe lo que se tiene, y hácese de pencas.
 
Chisgarabís. Persona inquieta, de ninguna entidad social; culo de mal asiento; entremetido y bullicioso, de escasa estatura y malas trazas y figura. Castro y Serrano, en sus Cartas trascendentales, lo emplea así:
 
           Un chisgarabís sin oficio y sin fortuna arranca brutalmente del seno de sus padres a una pobre muchacha enloquecida...

Chivato.
Acusica y soplón. En cuanto a su etimología, nada hay definitivo; al parecer deriva de "chivar", con el valor semántico que el término tiene tanto en la América hispanohablante como en Andalucía y la Maragatería, donde cursa con "molestar, hacer daño, fastidiar, engañar", valores semánticos relacionados con el carácter arbitrario e irascible del cabrito o chivato, circunstancia que también dio lugar al verbo "cabrearse, cabrear". Hay asimismo cruce semántico con "gibar", por proximidad fónica de las palatales iniciales "g, ch". Otros proponen que derive de un término caló equivalente a "persona que habla más de lo que debe, o que se va de la lengua"; o del verbo de esa misma lengua, chivar = envolver, comprometer. Es voz muy ofensiva, sobre todo en ambientes carcelarios y del hampa.
 
Chocho. Se dice de quien sabe poco, y se comporta como un niño de pecho. En lenguaje familiar, persona que por un amor exagerado se vuelve medio boba. En algunos lugares es voz con la que se alude al viejo cabrón que todo lo consiente con tal de recibir alguna caricia o arrumaco de la mujer que ama. También se llama, a estos últimos: "chotos", "viejos chochos" y "chochones", que son los cabrones pasados de rosca en lo que toca a su capacidad de aguantarindignidades.
 
Chorizo. Ratero, ladronzuelo. Es término procedente del caló chorí= muchacho que hurta con arte, dándose maña en substraer cosas de poco valor. Se utiliza como substantivo y adjetivo. Es voz que aunque confinada a ámbitos suburbiales, de uso entre gentes del hampa menor, ha cobrado un protagonismo y actualidad inusitados merced a acontecimientos políticosociales que han disparado su uso por los medios de comunicación.
 
Chorra (ser un...). Es tanto como ser un "tío pija, un carajo a la vela, tonto en extremo, huevón (véase también "chafalote"). Como sinónimo de pene, no recogido por el DRAE, tiene que ver con una de las acepciones de "chorrear": Salir el líquido lentamente y goteando, en alusión muy gráfica a la salida del semen del órgano masculino. También puede ser palabra de creación expresiva, o incluso aféresis de "pichorra", a su vez forma aumentativo-despectiva de "picha". En la acepción de "ser tonto" que el sintagma tiene, el verbo está íntimamente relacionado con el substantivo "chorrada", que no es sino "dicho o hecho propio del chorra, del badulaque o imbécil". Hacer el chorra, y serlo, son en la práctica la misma cosa. Hacer el chorra es no actuar cuando se supone que debería hacerse, o intentarse al menos. Es un chorra involuntario, y lo hace, el protagonista de la siguiente jota citada por Cela en su Diccionario:
 
Mientras tú estás en la cama
con las teticas calientes,
yo estoy bajo tu ventana
con la chorra hasta los dientes

Choto. Es el cabrito que mama, y en sentido figurado y rufianesco, "viejo desdentado que por ser impotente y no querer sin embargo dejar el trato carnal con mujeres, se aviene a satisfacerlas empleando labios y lengua". En femenino, el término experimenta un cambio semántico en la expresión "estar como una chota", que es tanto como estar como una cabra, o completamente loca.
 

Chulo.
Mezcla de rufián, pícaro, valentón de taberna y bocazas. También se dijo del individuo que se conduce a sí mismo con gracia, desvergüenza y desparpajo barriobajero, distinguiéndose por la afectación y guapeza de su indumentaria o atuendo. Parece que es término de procedencia italiana, de la voz ciullo = muchacho, aféresis de fanciullo. Entró en el castellano como "chulo" vía un romance de germanía de la segunda mitad del siglo XVI. Juan Hidalgo, en su Vocabulario, publicado en Barcelona hacia 1609, da al término el sentido que hoy tiene; y F. del Rosal utilizaba la voz "chula" como sinónimo de "amiga". En los siglos XVI y XVII tuvo valor diferente al actual, ya que era término de uso entre rufianes no para dirigirse a gente como ellos, sino a inferiores considerados pusilánimes o cobardes. Con este valor lo utiliza el bravucón que se dirige al aprendiz de barbero en la novela picaresca Vida y hechos de Estebanillo González, del bufón del mismo nombre, (mediados siglo XVIII:
 
                Pues vuesa merced, señor chulo, me alce este bigote, porque donde no, saldré y le quitaré a su amo los suyos a coces y a bofetadas.

Mariano José de Larra (primer tercio siglo XIX), pone al chulo en el siguiente contexto:
 
                La gramática parda es la que yo necesito, me interrumpió el más desembarazado con aire zumbón y de chulo.

En cuanto a los chulos de mancebía, o matones de prostíbulo, que viven de la intermediación o alcahuetería, reciben el nombre de "chulos de puta", y equivalen al rufían tradicional. J. Belda, en El cojín (cito por C. J. Cela, Diccionario...) emplea así el término:
 
               Las trescientas pesetas que Margarita le había entregado fueron a parar al bolsillo del guardia de orden público de la sección ciclista que hacía con la hetaira funciones de chulo.
 
Chupasangres. Explotador aprovechón que lleva a las cuerdas al obrero para ofrecerle el mínimo salario al más alto esfuerzo; se dice también de quien se las arregla para vivir de mogollón; lapa; parásito social.
 
Chupóptero. Parásito, término que tiene in mente a los himenópteros, insectos libadores o succionadores (chupadores o chupones) de flores; parásito social, o vividor que se bandea bien por ciertos ambientes y mundillos, haciendo de la intriga su modus vivendi. Persona que vive del cuento y de la reputación de otros. Es voz no admitida por los diccionarios al uso, pero bien construida en cuanto a los fines significativos que pretende, y razonablemente extendida y aceptada por el público. El término figura en el Diccionario de expresiones malsonantes de J. Martín, publicado en 1974.
 
Churrullero, churrillero. Persona desvergonzada y marrullera, charlatana y enredadora, que habla por los codos, pero sin substancia ni fundamento. Cervantes, en El Licenciado Vidriera, utiliza así el término:
              Esto se dice de los buenos poetas, que de los malos, de los churrulleros, ¿Qué se ha de decir sino que son la idiotez y la ignorancia del mundo?

Está íntimamente relacionado con el marrullero, aunque sin usar de tantas zalemas y ocurrencias graciosas como aquél. También se aplicó antaño al chapucero que no conocía bien el oficio, y a quien no importaba dejar las cosas peor que las había encontrado. Es término de curiosa historia, ya que desciende del nombre de una calle y mesón napolitanos, lugar de reunión y encuentro del hampa local: la Hosteria del Chorrillo (Cerriglio en italiano). Se hace eco de él el autor del Viaje de Turquía (1557), de cuyo texto ofrecemos el diálogo entre Pedro y Mata:
 
                Pedro: Nápoles (...) tiene gentil puerto, calles comunes, la plazuela del Olmo, la rúa Catalana, la Vicaría, el Chorrillo...

Mata: ¿Es de ahí lo que llaman soldados chorrilleros?

Pedro: Deso mesmo; que es como acá llamáis los bodegones, y hai muchos galanes que no quieren poner la vida al tablero, sino andarse de capitán en capitán a saver cuando pagan (a) su jente (...) para beber y borrachear.
 

Cínico.
Individuo que hace alarde de no creer ni en la rectitud ni en la sinceridad, impúdico. A las caracteristicas descritas uníase antaño las de puerco, sucio y desaseado. Hoy se predica, amén de lo expuesto, del individuo que se conduce con falsedad, hipocresía y mala intención. Conocida es la anécdota de un insigne cínico de mediados del siglo pasado, el duque de Sevillano, que tenía adjudicada la contrata de la paja para los caballos del ejército. Se le acercó un día Isabel II en cierta recepción que daba en la Corte, y le dijo: "Duque, ¿es verdad que os estáis haciendo rico dando paja a los caballos de mis tropas...?"; y el duque, que era de gran presencia de ánimo, y un perfecto cínico, contestó: "Señora, no; al contrario: me estoy haciendo rico no dándosela..." (pero la cobraba). En cuanto a su etimología, procede de la voz griega kinikos = perteneciente al perro: El término llegó al castellano vía el vocablo latino cynicus, concepto alusivo a la escuela filosófica fundada por Antístenes en el siglo V antes de Cristo, que impartía su doctrina en el gimnasio ateniense llamado Cynosarges: pez-perro, lugar destinado a los pobres, esclavos y extranjeros, de donde le vino el nombre a la escuela y corriente de pensamiento por él sustentada. En castellano empezó a usar el término A. de Palencia en su Universal vocabulario (finales del siglo XV): "(se dice de quien pertenece a) la secta de los cynicos". Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua (1611), tiene esto que decir:
                          "Cínico: el que sigue la se(c)ta de los filósofos cínicos, dichos assí del nombre griegos kinikos, cynicus, caninus, mordax, inverecundus (...). Diógenes fue desta secta. Eran sucios, porque de ninguna cosa se recatavan, teniendo por lícito todo lo que era natural y que se podía executar públiamente, como era el ayuntarse con las mugeres (...); de todo dezían mal, echando sus faltas en la calle. ¡Plega a Dios que no aya agora otros Menipos y Diógenes caninos!
 

Cipote.
Bobalicón, extremadamente ingenuo y simple, que a estas limitaciones une las notas físicas de obesidad; sujeto desmazalado y sin gracia. Procede del término latino cipus = pie del tronco de una planta, y también porra. Con esa acepción aparece en el lenguaje escrito hacia el siglo XV: çipote. Tanto en Portugal como en diversas regiones de España y América el término conoció pronto una acepción peyorativa, despectiva e insultante. Así, en Almería equivale a "bobo", y en Sevilla o Murcia es término de comparación con el valor de "pene", diciéndose de alguien que a la calidad de tonto une la de zafio, que es más tonto que un cipote. En la América de habla hispana equivale a "zoquete".
 

Cobarde, cobardón.
Persona falta de ánimo, valor o coraje; pusilánime y medroso. Su etimología es latina, de coe = cola, porque el cobarde vuelve grupas, si va a caballo, o enseña el trasero, si es peón, indicando que recula y huye. Es término antiguo: "covardo, covarde". Lo normal en la Edad Media es encontrarse con la forma "covarde". Así aparece en el Libro de Alexandre. A partir de la redacción de la primera Crónica General, de 1344, se generalizó el término en su forma actual. Poco antes, Juan Ruiz escribía en su Libro de Buen Amor, cantando las virtudes y poderío de Amor:
 
El amor faz sotil al omne que es rudo,
fazle fablar fermoso al que antes es mudo,
al omne que es covarde, fazlo muy atrevudo,
al perezoso faz ser presto e agudo,
al mancebo mantiene mucho en macebez,
e al viejo perder faz mucho la vejez;
faz blanco e fermoso del negro como pez,
lo que una nuez non val amor le da gran prez.

Tirso de Molina (primer tercio del siglo XVII), en el acto primero de Palabras y plumas, pone en boca de cierto caballero el siguiente consejo:
 
Y mirad que siempre ha sido
el valiente comedido,
y descortés el cobarde.

Entre las injurias de palabra, la más grave junto a sodomita, traidor y blasfemo o desleal. Del poeta de la primera mitad del siglo XIX, M. J. Quintana, son estos versos:
 
Perdona, madre España.
La flaqueza de tus cobardes hijos
pudo sola así enlutar tu sin igual belleza.

Cochino. En su acepción figurada, equivale a persona sucia y desaseada. En ese sentido es voz sinónima de "guarro, cerdo, puerco..." Parece que su etimología es onomatopéyica, por imitación del sonido que se emite para llamar al cerdo: coch, cuch. En castellano emplea el término (primera mitad siglo XIV), el Arcipreste de Hita en su Libro de Buen Amor:
 
Fuése más adelante, cerca de un molino,
falló una puerca con mucho buen cochino.

La forma "cochino" es, como se deduce del texto del Arcipreste, diminutivo de "cocho": la cría del puerco, o lechón.
Como término insultante y ofensivo, llamar a uno "cochino" empezó a generalizarse en tiempos de Cervantes, en que se relacionaba con la suciedad y con la grosería y ausencia de modales. A quien eructaba en público se le tildaba de cochino. Covarrubias lo define así: "Al hombre sucio, o de mal trato, dezimos que es un cochino".
 
Cocinilla. Diminutivo-despectivo de cocina con que se califica a la persona entrometida, a menudo un hombre, que se interesa por cosas domésticas ajenas a su incumbencia, pertenecientes al ámbito de la cocina, improvisándose a sí mismo como entendido en gastronomía, y ofreciéndose a preparar uno u otro guiso; y por extensión: metomentodo pesado y pelma, que no deja trabajar a los demás, mostrándose obsequioso y colaborador cuando nadie solicita su ayuda o concurso.

Colipoterra. Puta, mujer de mancebía. El erudito extremeño, Rodríguez Moñino, en su edición del Cancionero General de Amberes, (mediados siglo XVI), registra el término en una Canción en la germania:
 
No lloréys, colipoterra,
ni me tengáis por gayón
si no os le pongo so tierra
antes que dé la oración.

En otro lugar del Cancionero citado, se incluye un soneto titulado De quantas coymas tuve toledanas, del que es la siguiente estrofa:
 
De quantas coymas tuve toledanas,
de Valencia, Sevilla y otras tierras,
yças, rabiças y colipoterras,
hurgamanderas y puturaçanas...

La nómina o lista de voces sinónimas dentro del campo semántico del puterío, es muy abultada, tanto que merece por sí sola un libro o tratado.
 
Comemierda. Sujeto vil y miserable que carece de dignidad y es merecedor de desprecio; donnadie, pelagatos, persona de la que no debe fiarse nadie, y de quien sólo cabe esperar bajezas y villanías.
 

Coñazo.
Se dice de quien es insoportablemente pesado y pelma. Dar el coñazo es tanto como dar la tabarra de forma machacona y constante. El coñazo, incansable en su manía de dar la lata, echa más horas que un sereno. Es voz que pudo haberse formado a partir del sentido figurado del verbo "enconar": "Irritar", "cargar", "exasperar", cuya acción y efecto sería el "enconamiento o encono". Piensan otros que derivaría del término "coñear o coñearse": embromar, burlarse, cuyo efecto y acción sería "coña" en el sentido de broma pesada, o latazo. No faltan teorías para explicar el término. Es también probablemente acertada la que parte de la exclamación castiza "¡Coño!", propia de quien ya ha soportado y aguantado bastante, y que, fuera de sí, casi loco por la tabarra e insistencia pelmaza, sale de sus casillas y lanza al aire, a modo de instrumento de liberación, su "¡coño, deja ya de dar el coñazo!". Sea como fuere -y hacemos abstracción de otras explicaciones menos verosímiles-, pocas frases malsonantes, o términos insultantes e improperios hay tan llamativos como este. No existe cosa igual en otras lenguas. El personaje, el pelma, plomo, pesado, es internacional, pero llamarle "coñazo" es un logro y una conquista netamente hispánicos.
 

Cornudo.
Cabrón; marido engañado o complaciente. Es insulto de uso temprano: Principios del siglo XII, muy ofensivo siempre, derivado del latín cornutus, En el fuero de Zorita de los Canes, en la provincia de Guadalajara, fechado hacia 1180, se lee:
 
               Todo aquel que a algún omne dixiere o llamare malato, o cornudo, o fodido, o fijo de fodido, peche (dos) marauedís, et sobre todo esto iure con dos uezinos, que aquella desondra et aquella mala estanca que la nunco sopo en él.

Años más tarde, en el fuero de Madrid (1202), se prohíbe taxativamente decir a otro hombre cualquiera de las palabras prohibidas:
                Toto homine qui a uezino (o) filio de uezino (...) dixierit alguno de (los) nomines uedados ..."fudid in culo" aut "filio de fudid in culo, (o) cornudo, (pague) medio morabetino al renqueroso.
Garcí Sánchez de Badajoz, glosando el romance Tiempo es el caballero..., hace burla de estos desgraciados, en la segunda mitad del siglo XV:
 
Mal de muchos, gozo es,
consuela a cualquier cornudo.

El anónimo autor de las Coplas del Provincial, sátira feroz contra los principales personajes políticos de tiempos de Enrique IV, usa a menudo el término, repartiéndolo a diestro y siniestro, tanto a caballeros y clérigos como a damas:
 
A ti, fray cuco Mosquete,
de cuernos comendador,
¿qué es tu ganancia mayor,
ser cornudo, o alcahuete?
A vos, doña Inés Mejía,
más fría que los inviernos,
¿a cómo valen los cuernos
que ponéis a don García...?

Su carga semántica es altamente vejatoria, ya que atenta contra el concepto e idea que se tuvo del honor en todos los tiempos, haciendo del término "cornudo" un insulto formidable, del que se usó y abusó. En la tragicomedia de Fernando de Rojas, La Celestina, (finales del siglo XV), la vieja alcahueta dice: "De cuatro hombres que he topado, a tres llaman Juanes, y dos son cornudos". Es decir, que la proporción en la sociedad renacentista española estaba al cincuenta por ciento.
El cornudo ha recorrido la novela, la poesía y la escena española desde sus principios hasta nuestros días, quedando siempre en ridículo, convertido en blanco de burlas y chanzas. El cabrón aparece agazapado unas veces, y otras desafiante, pues hubo cornudos silenciosos y también combativos. Bretón de los Herreros, comediógrafo logroñés del pasado siglo, en una de sus piezas presenta así al cornudo:
 
Porque en un breve epigrama
dije de él que era un cornudo,
en mi sangre, el testarudo,
quiere vindicar su fama.

Son muchos los dichos en los que se zahiere o disculpa a quien sufre este mal: "El cornudo es el último que lo sabe", aludiéndose a la ignorancia en que vive a ese respecto. "Tras cornudo, apaleado, y mándanle bailar", frase con la que se critica a quienes pretenden que encima de recibir uno un disgusto, se alegre.

Correveidile, correvedile. Chismoso que lleva y trae noticias triviales y cuentos; alcahuete un tanto simple y bobalicón, al que no aprovechan sus pequeñas intrigas y mensajerías de pacotilla. Es voz con cierta raigambre en la literatura. El poeta Pantaleón de Ribera, en su Fábula de Europa, (primer tercio siglo XVII), incluye esta curiosa estrofa:
 
Soy de los supremos dioses
embaxador eloquente,
celestial correveidile,
y divino mequetrefe.

Corto. En sentido figurado: tímido, encogido, de poco ánimo y resolución. El Diccionario de Autoridades, que recoge el término en el primer tercio del siglo XVIII, añade: "...se dice de quien es irresoluto y de cualquier cosa se embaraza; persona de poco carácter; escasa en la expresión y explicación de las cosas". El término se utilizaba ya en la primera mitad del siglo XVII; Saavedra Fajardo, en su Empresas Politicas, escribe:
 
                Unos ingenios son cortos y rudos: a éstos ha de convencer la demostración palpable, no la sutileza de los argumentos.

Y el jesuita F. Núñez de Cepeda, asegura, coetáneamente: "que más quisiera ser notado de inadvertido por corto, que de inmodesto por ardiente".
Con el diminutivo, "cortito", se potencia el contenido semántico del término, rayándose entonces la frontera de la imbecilidad.
 

Cotilla.
Persona que gusta de meterse en todo, especialmente donde no la llaman; quien toma vela en todos los entierros para enterarse de qué se cuece; individuo entremetido y tunante. Parece que deriva de la voz "cotilla", ya utilizada en el primer cuarto del siglo XVII con el valor de "corsé", prenda interior de que usan las mujeres para ceñirse el cuerpo, o ajustador armado de ballenas. Por ser artilugio exclusivamente femenino en origen, el término pudo haberse extendido en su significación para calificar a la mujer chismosa, que quiere entrar en pormenores y detalles de vidas ajenas. Sin embargo, cuando la voz se utilizaba con el significado principal de "corsé", no tenía el valor semántico de "chismosa". Tampoco recogían con ese valor semántico, a finales del siglo pasado, los grandes diccionarios enciclopédicos del momento, como el Diccionario Enciclopédico HispanoAmericano, y otros anteriores. El término, surgido en el XIX, se propagaría a partir de un personaje femenino histórico de mediados de aquel siglo: la tía Cotilla, fanática antiliberal que llegó a matar por sus ideas radicales. En la Historia del Saladero, de Morales Sánchez, se aborda el personaje, una tal María de la Trinidad Cotilla que estuvo al frente de una pandilla de ideas políticas absolutistas. Sus crímenes le valieron a ella la pena capital, que se ejecutó en Madrid. Tenía una red de espías y chivatos que le ponían al corriente de cuanto ella estimaba que debía saber, a los que se llamó "cotillas", aludiéndose a quien pagaba sus servicios, María de la Trinidad. A su muerte su nombre pasó a convertirse en sinónimo de persona que se presta a la murmuración y al chismorreo, a llevar y traer infundios, sin importarle la honra de los demás. De ahí pudo haberse dicho lo que el DRAE muy posteriormente recogería: "Cotilla: persona amiga de chismes y cuentos".
 

Cotorra.
Papagayo pequeño. El Diccionario de Autoridades escribe, en el primer tercio del siglo XVIII:
               cotorrera: la hembra del papagayo, páxaro bien conocido..., y por semejanza se llaman assí las mujeres habladoras.
De cotorrera se dijo cotorra, originariamente término no relacionado con el ave al que alude, sino que al contrario: se dio este nombre al pájaro charlatán por comparación con las mujeres que hablan en el corro, o al habla animada de los mendigos en el cotarro o albergue de vagabundos. De este contexto último deriva su acepción principal: persona bulliciosa y meticona que habla mucho y sin substancia; parlero, parlanchín empedernido. El fabulista canario Tomás de Iriarte usa así el término en el siglo XVIII:
 
            Y desde el balcón de enfrente una erudita cotorra la carcajada soltó...

Cotorrón.
Aumentativo despectivo de cotorra. Se dice del hombre o mujer viejos que presumen de jóvenes; eufemismo para designar el órgano femenino de la mujer metida en años; y en uso metonímico, mujer de edad que aún se interesa por el sexo.
 
Crápula, crapuloso. Se dice del individuo de vida desenfrenada y entregada al vicio; libertino y calavera, de vida licenciosa e inmoral. Es voz del vocablo latino crapula, que a su vez lo tomó del griego kraipale = embriaguez. Parece que fue M. de Cervantes el primero en utilizar el término en su poco conocida comedia La casa de los celos y selvas de Ardenia. Bretón de los Herreros, más cercano a nuestro tiempo,(mediados del siglo pasado) hace este uso de la palabra "crápula":
 
Pasa por gracia en la viril caterva
lo que castiga cual atroz delito
en la mujer su infortunada sierva.
No hay un fiero que dome su apetito;
que más aplauden al que más codicia
el lupanar, la crápula, el garito.

La crápula, como la bohemia, formas de vida licenciosa y disipada, se convirtió en calificativo para aquellos que se entregaban a sus desenfrenos, substituyendo al calificativo derivado de ese substantivo.
 

Cretino.
Estúpido y necio. Es término curioso en cuanto a su origen y desarrollo: de la voz francesa chrétien = cristiano, eufemismo caritativo para llamar a los tontos en la Suiza francófona. El médico español de mediados del siglo XIX, Pedro F. Monlau, escribe:
 
                "...en el cantón del Valés se ha observado gran disminución en el número de cretinos, afectados de bocios y lamparones...".

El mencionado escritor y científico se refiere a enfermos, y no a idiotas. El diccionario oficial incorporó el vocablo a finales del siglo XIX, aunque como insulto su uso es aún posterior: primera mitad del XX. Hoy está generalizado, tanto que se ha olvidado su sentido originario de "persona que padece retraso de la inteligencia acompañado de defectos del desarrollo orgánico", para equivaler a imbécil. Del raquitismo físico se pasó al terreno de la inteligencia y entendimiento; de la enfermedad o desorden orgánico se pasó al plano del conocimiento y la conducta.
 
Cuadrúpedo. Animal de cuatro patas (etimología literal del término), bestia de albarda: burro, asno, jumento, acémila; persona sumamente ignorante y estúpida. En los siglos de oro se escribía "quadrúpedes". Leandro Fernández de Moratín utiliza el término, muy a finales del siglo XVIII: "...hay quien me llama pedante, casquivano y animal cuadrúpedo".
 
Cualquiera. Con este pronombre indeterminado, usado con valor substantivo, se alude al hombre o mujer que no merecen respeto. Se usa también como adjetivo indeterminado, predicándose preferentemente de personas de baja condición social y moral a las que consideramos capaces de hacer cualquier cosa. Ser alguien un "cualquiera" es tanto como ser persona vulgar y ruín, de ninguna importancia o valor social; donnadie. En ese sentido usa el término Manuel Bretón de los Herreros:
 
Viajar en una galera
no es gran lujo el día de hoy,
pero vas con el convoy,
no como viaja un cualquiera.

Referido a la mujer, el término toma matices más peyorativos, siendo sinónimo de "fulana".
 
Cuco, cucarro. Taimado, astuto; persona insolidaria que sólo mira por su interés y medro, sin importarle pisar a los demás o marginarlos; tahur. El calificativo originó en la creencia antigua según la cual el cuclillo, o cuco, deposita sus huevos en los nidos de otras aves, ya que él no se toma el trabajo de hacer el suyo propio, para que éstas los incuben o empollen. Es creencia corriente en Castilla, tanto que de ella hay copla que dice:
 
Soy de la opinión del cuco,
pájaro que nunca anida:
pone el huevo en nido ajeno
y otro pájaro lo cuida.

La tradición clásica da al cuco (voz derivada del griego koccus = necio) una fama ambigua de tontolisto, o de listillo que termina por ser engañado él mismo: la voz francesa medieval cocu alude al que convierte a otro en cabrón, poniéndole los cuernos, acostándose con su mujer o amiga, a pesar de toda su astucia y cuidado. El despectivo "cucarro", es asimismo voz de uso documentado ya en el siglo XV. El anónimo autor de las Coplas del Provincial da al término el sentido de sujeto que se disfraza de fraile, o fraile aseglarado, que goza de las mujeres:
 
Mal habláis, fraile cucarro,
muy alto y con mucho brío...

Cuentista. Chismoso; que tiene la costumbre de llevar y traer noticias menudas y murmuraciones con las que indispone a unos contra otros; persona poco seria; correveidile; sujeto de carácter débil que se va de la lengua cuando lo que conviene es mantener la boca cerrada. También se usa en lugar de zascandil, embrollón y liante. Es término ya en uso en el siglo XVII. Martínez de la Parra, en la segunda mitad de la centuria citada, lo utiliza así:
 
                 Los chismosos, los que llevan y traen; los cuentistas; los que siembran la perversa cizaña de la discordia.

Es insulto leve, pero puede tornarse grave cuando se dice a personas que viven de su credibilidad, como abogados, periodistas, sacerdotes, políticos. En cuanto a la frase "tener más cuento que Calleja", se alude con ella al editor burgalés de principios de siglo, Saturnino Calleja Fernández, que fundó la editorial más importante de su tiempo dedicada casi exclusivamente a la edición de cuentos para niños. Se zahiere así a quien anda siempre con excusas inverosímiles, tratando de justificar su conducta una y otra vez, de modo que ya no resulta creíble. De quien adquiere esa fea costumbre decimos que tiene mucho cuento, o que la mayoría de lo que tiene es cuento..., aludiendo a la materia fabulosa y legendaria de los relatos infantiles.
 
Currutaco, curro. Lechuguino, petimetre o pisaverde muy riguroso en el uso afectado de las modas; sujeto ridículo que se pasa en el cuidado personal, haciendo del atuendo y la elegancia meta única en la vida; majo que exagera en los movimientos y ademanes, que en el vestir, el hablar y en la forma de conducirse afecta guapeza. Es probable que el calificativo tenga que ver con el andaluz Curro (abreviado de Pacurro, hipocorístico de Francisco), utilizado ya en el primer tercio del siglo XIX; en el Caribe se llama así a los españoles en general, como en Argentina se les llama gallegos. En cuanto al origen de la voz "currutaco", es cruce de curro y retaco: tipo regordete y bajo que resulta ridículo en su pretensión de afectar elegancia y buena planta. El escritor costumbrista madrileño, Mesonero Romanos, en sus Tipos y Caracteres, mediado el siglo XIX, escribe:
 
                   ... Era (el lechuguino) un tipo inocente, de antiguo, que existió siempre, aunque con distintos nombres, de pisaverde, currutacos, petimetres...

Y Antonio Flores, periodista y escritor madrileño de mediados del XIX, describe así al personaje:
 
                  "... (tenía) dos indispensables relojes, que no podían faltar a un currutaco tan estirado...". 

No tardó en convertirse en palabra ofensiva; la misma fonética del término contribuía a ello.
 

Cursi, cursilón.
Ser "cursi" es presumir de fino y elegante, sin serlo, por lo que quien incurre en cursileria -como se llama la calidad de cursi-, hace el ridículo y manifiesta su mal gusto. J. de Castro y Serrano, curioso autor granadino de mediados del siglo pasado, dice en sus Cartas vulgares:
                   El gabinete, digo, de esta reina (de Agripina), sería hoy cursi seguramente ante el de la esposa de cualquier director de un crédito moviliario...
El vocablo se documenta hacia el año 1865, en el Cancionero Popular de E. Lafuente, quien le atribuía origen gitano. Más razonable parece, ya que el término empezó a utilizarse en el occidente de Andalucía, que proceda de la voz inglesa coarse, que habría entrado vía Gibraltar. El término inglés connota "cosa u objeto ordinario y grosero, de escaso gusto". Sin embargo, y a pesar de lo atinado de las teorías expuestas, la palabra nació en Cádiz, hacia el segundo tercio del siglo XIX, y empezó a sonar en Madrid durante la revolución de 1868. Se encargaron de difundirla dos jóvenes de la buena sociedad de entonces, en la Villa y Corte: Francisco Silvela y su amigo Santiago Liniers, que publicaron una obra curiosa: Lafilocalia, o arte de distinguir a los cursis de los Que no lo son, en uno de cuyos capítulos se analiza la cursería, o cursilería. No queda ahí la historia de esta palabra rica en anécdotas. José María Sbarbi, en su Florilegio de refranes, (1873) afirma que a mediados del siglo XIX vivía en Cádiz una familia apellidada Sicur, algunas de cuyas hijas vestían con lujo, pero sin gusto y con afectación ridícula. Unos muchachos, tal vez estudiantes de Medicina, amigos de la broma, habían adoptado entre ellos un lenguaje secreto consistente en cambiar el orden de las silabas en las palabras, con lo que ellos se entendían, pero nadie los entendía a ellos; para denotar ridiculez y mal gusto, utilizaron el apellido de las muchachas Sicur, con metátesis: Cur-si. Parece origen razonable para este término intrascendente. Pero hay cien teorías más, muchas de ellas centradas en Cádiz, todas con el apellido Sicur por medio. Jacinto Benavente, en el primer acto de una pieza teatral titulada Lo cursi, tiene esto que decir, en 1901:
                     La invención de la palabra "cursi" complica horriblemente la vida. Antes existía lo bueno, lo malo, lo divertido y lo aburrido, y a ello se ajustaba nuestra conducta. Ahora existe lo cursi, que no es lo bueno, ni lo malo, ni lo que divierte, ni lo que aburre; es una negación: lo contrario de lo distinguido.
Seguramente sea la mejor definición de esta palabra inventada.
 

Cutre.
Persona o cosa de mal gusto y apariencia tosca; miserable, cutrón. También se predica o afirma de quien es ruín y tacaño hasta extremos ridículos. Con este significado entró en el DRAE hacia 1843. En cuanto a su origen, nada hay definitivo. Parece que puede proceder de una variante del término asturiano "cotra" = mugre, voz que a su vez proviene del término cuitu = estiércol que se guardaba celosamente para abono. Juan Ruiz, en su Libro de Buen Amor (primer tercio del siglo XIV), emplea así la voz "cutral", derivada de un término antiguo: cuitre, seguramente emparentada con "cutre":
 
Començó su escanto essa vieja coitral:
Quando el que aya buen siglo seyé en este portal
dava sombra a las casas e reluzié la cal:
mas do non mora omne la casa poco val. 

     El valor semántico predominante en la voz "cutral" es el de buey o vaca vieja y decrépita que sólo sirve para convertirla en carne. Así, tiene puntos de contacto con "cutre": miserable y de poco valer.

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